Marc Sautet au Café des Phares (Paris 1994) Photo: Wolfgang Wackernagel

miércoles, 3 de enero de 2024

¿Qué puedo hacer con mi impotencia?


Sobre la impotencia social

Café Filosófico en Torre del Mar 3.3

14 de diciembre de 2023, Taberna El Oasis, 18:00 horas


Lo más blando del mundo vence a lo más duro. La nada penetra donde no hay resquicio. Por esto conozco la utilidad de la no-acción. Enseñanza sin palabras. Eficacia en la no-acción. Pocos en el mundo llegan a comprenderlo.

Lao Tse, Tao Te Ching


¿Qué puedo hacer con mi impotencia?

Antes de comenzar nuestro diálogo filosófico sobre la problemática elegida aquella tarde, la impotencia que sentimos somo seres sociales que somos y hemos de convivir en un mundo tan dramático como el nuestro, en la Taberna El Oasis de Torre del Mar, los participantes respiraron hondo unos instantes y miraron dentro de sí mismos, y vieron cómo venían esa tarde a nuestro encuentro filosófico: confiados, felices, despejados, en paz, curiosos, confusos, tranquilos, contentos, atentos, decepcionados, preocupados, a gusto, vulnerables, impotentes, con sueño, inquietos, acompañados, vitales, cansados, sensibles. Y eran sensaciones, emociones o pensamientos que sentían en el cuerpo o en la mente, según en cada caso.

Ha arraigado en nuestra cultura contemporánea la idea de la inacción como algo negativo. Hay que hacer algo. No podemos dejar de hacer. Si en el mundo vemos tantas injusticias y va tan mal políticamente, ecológicamente, socialmente... no podemos quedarnos quietos. Y sin embargo, sabidurías más antiguas, como el Tao, nos enseñan que más bien hay que no hacer o dejar de hacer lo que venimos haciendo, no reaccionar o luchar contra lo que nos está pasando, que sería otra forma de continuar actuando dentro de la misma dinámica. Y esto ya es “hacer” mucho, pues es el comienzo de nuevas acciones, no mediadas por las inercias o fuerzas ciegas que nos aprisionan. Este cambio de visión puede ser crucial en nuestro tiempo. Una vez retirada la niebla de nuestras mentes, habiendo soltado, los caminos pueden perfilarse con más nitidez. ¿Y cuales serían? Es lo que tenemos que ir descubriendo juntos, si primero nos hemos desembarazado de las ideas o creencias que otorgan carta de naturaleza al origen de los males que nos aquejan, a las que nos hemos apegado.

Pues bien, ¿por qué nos sentimos tan impotentes? ¿Qué puedo hacer con mi impotencia? Y nuestros protagonistas fueron por partes, primero las causas y luego la cura, aunque nosotros lo referiremos todo junto. En muchas ocasiones será la ignorancia o el desconocimiento de la situación, lo que explicaría nuestra impotencia; y obviamente, en este caso, tendríamos que comenzar por informarnos mejor, recoger más y mejores datos, más fiables, de lo contrario sería muy complicado responder adecuadamente. Un detalle, que pudiera carecer de importancia al principio, podría convertirse en el germen de nuestra nueva acción. Pero, muy bien pudiera ser que no fuera la falta de información lo que nos paraliza, sino su exceso, una saturación de información y, eventualmente y en consecuencia, una ansiedad nada desdeñable. Una variante de esta impotencia sobreviene cuando nos domina la sensación de que cuanto más sabemos, menos sabemos, una conciencia asfixiante de todo lo que nos falta por saber. También nos sobrepasa muchas veces la injusticia, tantos casos de injusticia, a los que nos sentimos incapaces de hacer frente. En todas estas situaciones, nos valdría aprender a parcelar o dividir los problemas, situarlos en su contexto, simplificarlos e ir paso a paso, mirando la especificidad de cada uno. Por otro lado, el miedo es el campeón de las causas de impotencia, en muchos casos. Y, con el miedo, lo mejor es tratar de ser muy conscientes: qué miedo, objetivo, creado por mi mente, exagerado o infundado; qué miedo, a qué le tengo miedo, si es exterior o tiene su fuente en nuestro interior. Posiblemente, el miedo se alimente de una inseguridad interior, que se disuelve poco a poco si desarrollamos gradualmente nuestras cualidades, y con ello va subiendo nuestra propia energía. Si nos vamos sintiendo más seguros, más fuertes, el miedo desaparece, como la oscuridad de una habitación al poner luz en ella. Por último, se dijo que el poder abusivo también nos causa esa sensación de impotencia de la hablamos. Y la salida que ofreció una participante, con el beneplácito del grupo, nos resultó más que curiosa, a los que allí estábamos: mirar dentro de nosotros sus huellas; de qué modo nos afecta o infecta ese poder abusivo, que no seamos cómplices suyos, que yo no me convierta en mi propio tirano. Un poder alienante penetra en mí si yo lo asumo como propio. Y de esto es de lo que hay ser muy conscientes: que yo no acabe encarnándolo, siendo su guardián, porque entonces olvidaré la fuente del daño que se está produciendo en mí.

El diálogo nos fue llevando de una manera natural hacia el (clásico) reconocimiento del ser humano como un ser limitado. “Nuestro ser es impotencia”, decía un participante. Y la muerte, tal como se entiende habitualmente, es el muro más imponente con el que se ha de medir nuestra impotencia. En este momento, vino en nuestra ayuda un principio del sabio Epicteto, que podría servir para cifrar en un doble origen todas nuestras impotencias. Porque, no es lo mismo ser impotente respecto a lo que depende o frente a lo que no depende de nosotros. Son dos impotencias muy diferentes, que dan paso a dos tipos de salidas de naturaleza distinta. Ante lo que no depende nosotros, la salida más sensata es la aceptación, que significa reconocer la dificultad, asumirla y, a partir de ahí, desenvolver la mejor opción (no significa, pues, como ya se ha estudiado en otros encuentros, caer en la resignación). Ahora comprendíamos, sin embargo, que todas las causas y sus consonantes salidas, que se habían estado discutiendo, se referían a las impotencias que sí dependen de nosotros. Motivo por el cual estábamos investigando juntos sobre qué hacer con ellas en cada caso.

Por otra parte, la impotencia de la estábamos hablando se vive (o se sufre) individualmente, pero el contexto social parece estar reforzándola continuamente. La impotencia social alimenta la impotencia personal. Ya sabemos, por otros encuentros, que lo que más educa (nos conduce) es la comunidad. De manera que este campo también debía ser explorado. Así lo hizo el grupo; para que la indiferencia no continúe ganando terreno, y nos conduzca a la pasividad o al escapismo. Todo queda intacto si nos limitamos a apagar la televisión. Es necesario que yo haga un trabajo de reelaboración personal de mi impotencia: por qué me siento tan impotente, cuál es mi actitud ante lo que me sucede y lo que sucede a mi alrededor. Y el contexto me ayuda o me desayuda. Para generar juntos el contexto adecuado es fundamental escucharnos unos a otros, comunicarnos nuestra impotencia, cómo y por qué la adquirimos. Que no nos sintamos solos, aislados, únicas víctimas del contexto global que nos agobia. Solamente comunicarnos nuestra impotencia y sus entresijos, ya nos conduciría a vernos menos impotentes. La impotencia compartida estimula la fuerza que cada sujeto lleva dentro; una energía antes vuelta sobre sí misma, que ahora puede expresarse fuera, junto a otros, que ahora se muestra con todo su poder. Por último, destacan los participantes que adoptar perspectiva temporal también resulta muy saludable: mirar al pasado, no con nostalgia, sino para darnos cuenta de que antes ya lo hemos conseguido: salir del pozo en que estábamos, ahí caídos. Y eso genera confianza y la confianza genera potencia de ser y la energía para vivir de otra manera. Vale




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