Marc Sautet au Café des Phares (Paris 1994) Photo: Wolfgang Wackernagel

lunes, 29 de enero de 2024

¿Cómo afrontar el hecho de morirme?


Sobre la muerte

Café Filosófico en Castro del Río 7.4

12 de enero de 2024, Peña Flamenca Castreña, 18:00 horas


Conviene al estudiante mirar en su interior, lo que quiere decir en sus actos, en sus pensamientos, en sus motivos, en sus reacciones y tratar de discernir “apasionadamente-sereno” y sin finalidad alguna en ese mirar, lo que en él son atributos. Cuando la mente ve los atributos como atributos y no como parte de sí misma, tales atributos dejan de ser importantes. Quiere esto decir que cada atributo descubierto es un atributo que muere y, en consecuencia, una parte de nosotros mismos –de lo que creíamos ser nosotros mismos– que muere en sentido figurado. “Morid antes de morir”.

Ibn Arabi, Tratado de la unidad

Si yo escribiera un libro titulado “El mundo tal como yo lo encuentro”, tendría que dar cuenta en él de mi cuerpo, y decir qué partes obedecen a mi voluntad y cuáles no, etc. Éste sería un método para aislar el sujeto o, más bien, para mostrar que en un sentido relevante no hay sujeto, pues de él no podría hablarse en este libro. El sujeto no pertenece al mundo, sino que es un límite del mundo.

Ludwig Wittgenstein, Tractatus logico-philosophicus (5.631-2)


¿Cómo afrontar el hecho de morirme?

Comienza el nuevo año y nuestra mente está acostumbrada a albergar buenos deseos. En el fondo, porque no podemos dejar de desear. Porque el tiempo del reloj es inexorable. Porque hoy es siempre todavía. Así, nuestros participantes, en este primer café filosófico del año 2024, expresaron sus propios deseos. Y, posiblemente, no serán tan diferentes de los tuyos, pues son humanos. Aportar algo valioso de mi trabajo, estar más tiempo con la familia, escribir un libro que tengo previsto, tomarme la vida con filosofía, vivir más tranquilo, perseguir la vida buena, disfrutar de mi madre que está mayor, que todo el mundo pueda disponer al menos de lo más básico para vivir, fuera el estrés, encontrar más espacio para mí, que este grupo de filosofía practicada continúe, poder salir de mis inercias personales, desarrollar mi vida interior, poder expresarme a través de la escritura, ayudar a mejorar mi pueblo. Y lo cierto es que estos deseos dependen bastante de nosotros...

Pero mirad qué temática eligieron para la tarde: la muerte. O quizás no fue esa temática, sino el sentido de la vida, que habían dejado de lado en la votación. ¿O quizás sean inseparables? Quizás, al plantearnos el problema de la muerte nos estamos planteando el sentido de nuestra vida, y lo contrario. ¿O no es así? Piénsalo. O mejor, piénsalo con ellos y con ellas. ¿Podrá esclarecerse mejor el sentido de la vida a través de la búsqueda del sentido de la muerte? ¿Viceversa? No deja ser misterioso cómo plantearon dichas temáticas por separado, pero luego la indagación las volvió a unir. Síguenos en esta búsqueda. Comenzaron con las siguientes preguntas: ¿qué es la muerte?, ¿cómo podemos afrontarla?, ¿ayuda la filosofía?, ¿hay un modo filosófico de afrontar el hecho de la muerte? Veamos cómo fueron discurriendo. Una primera decisión marcó el diálogo: en lugar de hablar de la muerte, que es algo más abstracto, más lejano, más impersonal, vamos a plantearnos qué es morirse. Mi muerte, no la muerte; mi muerte, no la de otros. ¿Y qué hacemos cada uno de nosotros con este hecho seguro, aunque indefinido? Las respuestas más comunes suelen ser la evasión, el entretenimiento, la sustitución o similares. Pero, ¿filosóficamente, esto es una manera sensata y madura de situarnos en relación con la muerte? Tendremos que filosofar juntos para observar el fenómeno en toda su potencia.

Morirse uno, morirme, es dejar de existir, comienzan diciendo. Pero, si la muerte es de este modo, morirse es una forma de ser, ¿no es cierto? Que no sabemos, pero que es. De hecho, todo parece indicar que ya hemos estado muertos: antes de nacer no existíamos, en el sentido habitual. Un ciclo de la existencia del que ya nos hablaron los antiguos griegos, Platón o Heráclito. ¿Esto quiere decir que morirse es el final de una etapa? En el plano biológico, la muerte formaría parte del proceso propio de los seres vivos. Del estar vivos. Y esto nos ayuda a entender la necesidad, en todo ser, de transmitir la información (genética, cultural) que se posee o que ha sido adquirida, más allá de cada vida particular. Nuestro paisano de adopción, que ya nos dejó, Carlos Castilla del Pino, solía decir que no contemplaba otra forma de inmortalidad que el recuerdo en los demás.

Y, estando en esto, una de las participantes prefiere contar su experiencia personal. Tenía muy claro que deseaba elaborar su testamento vital, pero a la hora de rellenar el documento sintió “cómo su vida se le escapaba”; imaginando el momento mismo de la muerte, sentía que “se perdía a sí misma”. Un sentimiento de tristeza y, a la vez, de agobio le embargó. El testimonio a todos nos dejó silenciosos y meditabundos, no sabe este relator si también preocupados. Esto llevó al moderador del encuentro a peguntar: mi vida, ¿sería la misma sin mi muerte? Si nos atrevemos a pensarlo, la actitud ante mi vida es subsidiaria de cómo vivo yo mi muerte, la actitud trágica o natural con la que sea capaz de afrontar el momento de mi muerte. Sería muy distinta nuestra vida sin la muerte, ¿no es verdad?

Si esto es así, no es posible entender satisfactoriamente mi vida sin mi muerte, como analizó Heidegger en su conocida obra Ser y tiempo. Esta aproximación a la vida (y a la muerte) podemos situarla dentro de una esfera cósmica, como decíamos, un ciclo eterno en donde los contrarios se cambian unos en otros y acaban siendo unos y otros, dialécticamente. En el flujo universal lo mismo es estar vivo o estar muerto, ser joven o viejo, aunque no nos dé lo mismo a nosotros como individuos separados. Así hablaba Heráclito. Pero, ¿cómo vivir esta realidad día a día? Es todo un reto. ¿Cómo llevar esta conciencia cósmica a mi vida particular? Ibn Arabi, el sabio sufi, aconsejaba un entrenamiento diario: “morid antes de morir”. Y vivir muy conscientemente las “pequeñas muertes” que se producen a diario en nosotros: cambios físicos, psicológicos, emocionales, mentales... Para dejar de estar tan apegados a lo que tenemos o a lo que creemos ser. En cualquier cambio, algo nace y algo muere. Experimentar esos estados mientras se producen, en cada instante, estando presentes, supone un excelente entrenamiento vital, toda una preparación para la muerte.

La sempiterna preocupación humana por la muerte podría mostrar una cara muy diferente a partir de un cambio de perspectiva. Si nuestra perspectiva, únicamente, es la del yo individual, la sensación de pérdida y angustia está servida; si nuestra perspectiva es la anterior, que decíamos, esa consciencia cósmica, es posible que una sensación de aceptación y liberación nos acompañe y podamos vivir mejor. Pero, el grupo abordó otro posible afrontamiento filosófico de la muerte, como se había propuesto inicialmente al empezar este diálogo. Lo plantearon para ellos y para ellas, pero ahora también lo recogemos aquí para ti. Es posible que la muerte suponga el final del “yo físico”, pero, ¿esto ya es nuestra identidad, toda nuestra realidad? Tanto los sabios de oriente como los de occidente describen algo que nosotros podemos experimentar: a pesar de todos mis cambios, yo me sigo sintiendo básicamente el mismo. Una conciencia profunda de nosotros mismos, más allá (o más acá) de nuestros estados, nuestras ideas, nuestras creencias, nuestras emociones, nuestro cuerpo... Lo que yo soy, quien yo soy, que no se reduce a unos determinados modos de ser. Yo no soy eso. Los griegos hablaban de nous, los hindúes de atman, una conciencia-testigo, un observador, un núcleo o centro que no resulta afectado por la periferia de acciones, pensamientos o emociones. Poder conectar con ese fondo de nosotros mismos, y situarnos ahí, nos ayuda a acceder, a la postre, a una experiencia enteramente distinta de la muerte. Y, como sabemos, también nos permite vivir de otra manera. Un modo de vivir más sabio, más consciente, más pleno, más feliz. Vale.

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