Marc Sautet au Café des Phares (Paris 1994) Photo: Wolfgang Wackernagel

viernes, 4 de octubre de 2024

¿Qué hacer con nuestro sufrimiento?


Sobre el sufrimiento

Café Filosófico en Granada 1.1

20 de septiembre de 2024, La Tertulia, 18:45 horas


Pensar entre dos, como si hacer el pensamiento

fuera igual a hacer el amor.

Roberto Juarroz

El sufrimiento, aunque ocasionado por la ignorancia, es la voz de nuestra esencia señalándonos el camino —o el descamino—; es la voz del Ser indicándonos que nuestra personalidad está obstruyendo su expresión; es una señal avisadora de nuestro alejamiento del Sí mismo, del olvido de nuestra naturaleza profunda.

Mónica Cavallé


¿Qué hacer con nuestro sufrimiento?

Es posible decir que el sufrimiento forma parte de la vida humana, en nuestra época y desde siempre. Sin embargo no queremos sufrir. Y es muy natural que así sea. Cuando lo sentimos, lo entendemos como un obstáculo para nuestra vida, como algo que no tendría que estar, como el dolor. Y entonces, muchas veces tendemos a huir, a evadirnos, a sustituirlo, a reprimirlo, a ocultarlo; o bien, lo interiorizamos como culpa, lo tengo merecido, debo expiarlo, debo resignarme, la vida es así, está llena de tristeza; entonces, o bien me resigno o bien me olvido entregándome a lo inmediato, tratando de tener, alcanzar... Pero, ¿es posible que podamos relacionarnos con el sufrimiento de otro modo? Esto es lo que nuestros participantes quisieron averiguar juntos. Sufrimos, pero ¿qué hacer con nuestro sufrimiento? Ésta es una experiencia humana, y como tal, solamente necesita ser compartida para poder arrojar un poco de luz y que pueda ser vivida de otra manera. Síguenos en este viaje que forma parte de la vida. Te invitan los participantes, ellos y ellas, que se dieron cita en un lugar para el diálogo. Un lugar emblemático de Granada, mítico para el encuentro personal y cultural, de especiales recuerdos para este relator. La Tertulia de Graná. Según nos contó, fue también una satisfacción enorme para el animador del encuentro el estar allí, y no solamente como público. Por eso necesitaba dar las gracias tanto a los responsables de este longevo establecimiento como a Rubén de Vera, que lo había invitado a dirigir este café filosófico.

Después introdujo un poco la naturaleza de este encuentro filosófico a través de tres rasgos fundamentales: que aquí la filosofía se practica, que el horizonte es la filosofía sapiencial y que el diálogo filosófico constituye el centro mismo de la reunión. Claro, esto supone entender muy bien qué es dialogar y qué no es dialogar. Y se entiende practicándolo. De hecho, estábamos allí para pensar juntos y acoger nuestras ideas y experiencias, que eso es dialogar, según logos, tal como se abrió en occidente, allá por el siglo VI a. de C. Porque en un verdadero dia-logos se colabora, se conoce uno mejor a sí mismo y se sale de él en algún grado transformado, de lo contrario el encuentro sólo ha sido una mera confrontación o superposición de opiniones, como en el debate y la tertulia o la conversación; si cada uno vuelve a su casa como venía. Y no estábamos allí para eso, y más, con una cuestión como la que eligieron para dialogar los participantes aquella tarde: el sufrimiento humano.

Antes de comenzar la indagación conjunta sobre el sufrimiento, el moderador propuso una pregunta de inicio o de autorreflexión, muy ligada a la apertura de la filosofía en occidente, de manera que los asistentes fueran sintiéndose más cómodos y más dispuestos, a partir de una inscripción antigua que había en su tiempo en el templo de Apolo en Delfos: “conócete a ti mismo”. Uno de los primeros principios que rige la búsqueda filosófica de sentido en este mundo. Pero, en concreto, se les pedía que cifraran las ventajas (o algún inconveniente) del “conocerse a uno mismo”. Y veamos, sumariamente, algunas de sus respuestas: me permite aclararme con mis intuiciones, aceptarme mejor, ser consciente de mis prejuicios, descubrir mis condicionamientos, relacionarme mejor con mi entorno, ser feliz, comprender el periplo de mi vida, saber qué me viene de fuera de mí, alcanzar algo de sabiduría, sentir que me habito, pero también puede tener sus peligros (aunque, como el mismo vivir los tiene), no perderme en la maraña del mundo, ver más claras mis elecciones, vivir mejor, conocer mi propio funcionamiento, es bueno para mi salud mental, pero, si me conozco, entonces, no hay sorpresas (o sí, es cuestión de probarlo), aceptar mis pérdidas o frustraciones, un mayor autocontrol, pero, si me conozco mejor puedo sufrir... No nos quedemos ahí; veamos juntos el sentido de este temor. Es posible que esta inquietud lanzada al viento fuera la más compartida en ese momento, porque de hecho fue la cuestión elegida para el diálogo de aquella tarde en La Tertulia.

¿Qué es sufrir? ¿Por qué sufrimos? ¿Cómo podemos lidiar con nuestro sufrimiento? Estas preguntas dirigieron el diálogo. Vayamos paso por paso. Enseguida el grupo necesitó distinguir con claridad entre dolor y sufrimiento. Y, efectivamente, como se mostró, no son lo mismo. El dolor es natural, tiene unas causas objetivas, internas o externas, y es un mecanismo de defensa de los organismos; sin embargo, el sufrimiento parece más humano, pues lo relacionamos con la intervención de la mente y sus ideas, la mente y sus creencias, sus deseos y temores. Así, dijeron que el sufrimiento incluía un componente pensado o mental, más allá de la causa objetiva que decíamos que era propia del dolor. Incluso, un dolor puede generar (o degenerar en) sufrimiento, según lo vivamos, porque no todos vivimos igual un mismo o equivalente dolor. Y dijeron que el sufrimiento incluye la conciencia (quizá subterránea) de una carencia, que es la que lo desencadena. Es decir, que la causa del sufrimiento está en otra parte, anterior al sufrimiento. La carencia me lleva a vivir desde el sufrimiento una situación desagradable o un determinado impedimento en mi vida. Algunos ejemplos de carencias, vividas como carencia, pueden ser: “no soy alguien suficiente”, “necesito que me vean, que me acepten, que me quieran”, “no puedo confiar en los demás, en la vida”, “todo me sale mal, tengo muy mala suerte”, etc. Cada uno puede mirarse a sí mismo en esas situaciones de sufrimiento... lo que me digo a mí mismo, mi diálogo interno. Y son estos añadidos mentales, precisamente, el origen de mi sufrimiento. Por lo tanto, hay todo un trabajo de autoconocimiento que puedo hacer, un aprendizaje de mí mismo. Ya vemos algo del fondo de sabiduría de la inscripción délfica.

Lo anterior ofrecía una pista muy interesante para eso que nos preguntábamos en segunda instancia: ¿qué podemos hacer con nuestro sufrimiento (para sufrir menos, claro)? Y algunas respuestas se aportaron, en la línea de lo que venimos recogiendo: conocerme mejor, aprender a vivir con él, discernir lo que depende y lo que no depende de nosotros, como nos alumbraba el viejo Epicteto, verbalizalo, pedir ayuda, ver el problema en perspectiva, una recomendación que tiene su origen en esas escuelas antiguas de pensamiento y que, según citó una participante a Charles Chaplin, venía a decir algo así: en el plano corto la vida es tragedia, pero en el plano largo es comedia. De todo lo que dijeron los participantes, hubo una aportación que permitió continuar ahondando en nuestra investigación: el sufrimiento es un síntoma de un mal funcionamiento interior, una señal que nos está alertado de que algo en nosotros necesita nuestra atención. Lo mismo que pasa con el dolor físico o el psicológico, que son una alerta. Y esto podría ser el camino para una “buena” relación con el sufrimiento. Recibirlo atentamente como el signo de algo no desarrollado, algo que debe ser mirado y trabajado en nosotros. Alguna carencia que está ahí, pendiente de atención. Puede que sea un sufrimiento inevitable (aquí el sufrimiento sería un dolor puro) y, entonces, habrá que vivirlo a fondo, no para quedarse ahí, varados, sino para atravesar el dolor, como ocurre con las situaciones de duelo o pérdida; pero también, y esto es lo que nos atañe en esta reconstrucción del diálogo habido aquella tarde, es muy posible, y en demasiadas ocasiones así es, que se trate de un sufrimiento evitable, consecuencia de esos añadidos mentales que decíamos y de los que hay que tomar conciencia, para poder desactivar en nosotros su influjo.

Hacia el final del encuentro, apareció una controversia. ¡Y muy bien venidas que son las controversias! Pero no para quedarse a dormir en ellas. Decía un sector del grupo que la sociedad desaprueba las personas que no muestran su sufrimiento. Esto nos recordaba aquellos tiempos en que solía estar mal visto no mostrar externamente que se estaba de luto; y cómo en la actualidad ya no se interprete así, el que alguien haya sufrido la pérdida de un familiar cercano y no exhiba alguna prenda de color negro. Fue necesario distinguir entre insensibilidad o indiferencia y madurez personal a la hora de vivir una pérdida. Es posible que haya personas insensibles o indiferentes ante el sufrimiento propio o en los demás, el hambre, las guerras o las injusticias que continúan poblando por desgracia el mundo, pero esto no se confunde con la serenidad, que es uno de los síntomas de la sabiduría, del arte de ser. Quien se conoce a sí mismo en un grado suficiente y ha aprendido a vivir bien, en armonía consigo mismo y con lo que le rodea, no es que no sufra, no es que no perciba el sufrimiento ajeno, sino que ha aprendido, como buscábamos desde el principio en este diálogo filosófico, a relacionarse adecuadamente con él. No huir ni tampoco ahogarse en él, sino tomarse el sufrimiento evitable o inevitable como una escuela del bien vivir y del bien convivir. Y son precisamente a estas personas, en las que captamos algo de esa capacidad, esa serenidad fruto del autoconocimiento, a las que acudimos a pedir ayuda y comprensión. Han pasado por sus propios procesos, en los que el sufrimiento ha estado presente, pero han aprendido a no identificarse con él. Y esto marca la diferencia: que el sufrimiento me arrastre o que, a su través, pueda conocerme, realizar mi verdadera identidad y poder vivir mejor. “Yo estoy sufriendo, pero yo no soy sufrimiento”, “yo no soy eso”, “yo soy quien se da cuenta de que está sufriendo, y esa parte de mí no está sufriendo, es puro goce, por eso soy capaz de darme cuenta de que ahora estoy sufriendo”. Vale. 

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