Marc Sautet au Café des Phares (Paris 1994) Photo: Wolfgang Wackernagel

domingo, 9 de marzo de 2025

¿Qué es integrarse?


Sobre la integración social

Café Filosófico en Capileira 4.1

11 de enero de 2025, Biblioteca Pública, 17:00 horas


Nada hay más útil para el hombre que el hombre

Baruj Spinoza


¿Qué es integrarse?

Estábamos finalizando las fiestas navideñas, y ya que han sido absorbidas, en todo o en parte, por el consumismo reinante, el animador de este encuentro filosófico que hacía algunos meses que no se celebraba en estas alturas de Capileira, se decidió a preguntar a los asistentes (algunos de pueblos aledaños y una participante venida desde Australia) por otra clase de regalo que quisieran ellos o ellas hacer, o bien que les hiciesen, y que no pudiera ser presa fácil de la sociedad de consumo. Y dijeron que tiempo para compartir, una conciencia feliz, la escucha activa, el silencio, el amor de la familia, la unión, la comprensión, la felicidad de mis hijos, la armonía... a lo que tú podrás añadir de tu propia cosecha, tus propios regalos. Porque el regalo más valioso no es el que se puede tener, acumular, comprar o vender, ¿no es cierto? Y si no, espera un tiempo y lo verás.

Después de esta reflexión tan navideña, los participantes orientaron su diálogo hacia el tema del día: la integración social. No fueron la adolescencia, el amor ni el derecho a opinar. Preocupaba la integración de unos de nosotros con otros de nosotros. Aunque esto, por el momento, solamente lo intuían. ¿Qué es integrarse? ¿Qué contexto favorece o perjudica la integración social de las personas?

El tema de diálogo, claro, arrastraba su propia razón de ser: vivimos en sociedades tan complejas, tan diversas, donde la tradición está mezclada de innovación, y mucha mucha tecnología, de modo que sentirse uno bien integrado, formando parte de donde se está y con quienes se está, no es una aventura fácil; antes no era fácil porque se trataba de sociedades cerradas y ahora porque ya no hay guías, como decía Margaret Mead, pero nunca ha sido fácil; el conflicto entre lo personal y lo social, querer ser yo mismo, pero no poder desarrollar mis capacidades si no es dentro de un contexto social, esa “sociable insociabilidad” de la que nos hablara Immanuel Kant ya en el siglo de la ilustración. Y si no se da la integración por los dos lados, lo social y lo personal (lo social en lo personal y lo personal en lo social) no estaremos ante una verdadera integración. Esto lo vieron muy claro nuestros participantes, como tendremos ocasión de comprobar.

Todo lo que iban diciendo juntos se encaminaba en esa dirección. Es necesaria la aceptación, por parte de la comunidad, del recién llegado o el diferente; y también, el conocimiento mutuo, del que llega y del que estaba. Una receptividad mutua. Esto es primordial. Sin ello, poco se puede hacer o se puede avanzar. Por eso, a continuación, se plantearon si había sociedades más receptivas o menos receptivas (dejando aparte, obviamente, que también puede haber personas más o menos receptivas, según su nivel de crecimiento personal). Antes, sin embargo, quisieron dejarse a sí mismos muy claro que los casos de identificación con un grupo, no son ejemplos de una verdadera integración, sino dependencia o anulación de sí mismos.

Pues bien, la ideología (política, religiosa o de otro tipo), la diferente procedencia cultural, más cuanto más alejada, la barreras económicas que, en el fondo, son discriminaciones debidas a desigualdades económicas, como es el caso de la aporofobia, según Adela Cortina, los intentos forzados o más sutiles de asimilación cultural, la aculturación, las conductas desviadas o irresponsables o deshumanizadas de los que tienen responsabilidades públicas... todo esto se convierte en obstáculos a la integración.

Sin casi darse cuenta, los participantes iban respondiendo a su preocupación inicial: qué es integración y cuáles los obstáculos que la interceptan. Cuanto más presentes dichos obstáculos, más complicada resulta la integración socio-personal y mayor la conflictividad social. Pero también, iban alumbrando una clave fundamental para comprender la fuente de tales dificultades, de la conflictividad que atraviesa en la actualidad el encuentro entre personas y sociedades. El drama aparece cuando nos quedamos en la superficie de lo que somos, como seres humanos, y vivimos y nos relacionarnos de acuerdo solamente a eso, las diferencias, que las hay, pero no es lo único que hay. Si nos damos la oportunidad de ahondar en nosotros mismos, descubrimos un poso común de humanidad (hecho de las mismas necesidades y, básicamente, los mismos temores y deseos), sobre esto podría asentarse la siempre abierta posibilidad de entendimiento, tanto mental (en cuanto a nuestras ideas y proyectos) como emocional (en cuanto a nuestros afectos y afecciones).

Vamos a ofrecernos humanidad unos a otros, lo que somos; vamos a ofrecernos a nosotros mismos, sin nada a cambio, constituirnos en auténticos regalos de nosotros mismos. Es posible que, de esta manera, la necesidad de integración mutua no sea más que palabras, que nosotros hayamos creado este problema en nuestras noches bajas, con sus días bajos. Sin duda, piensa este relator, que la contemplación de una maravillosa puesta de sol, cuyas luces asomaban, a esas horas, por las rendijas de las persianas bajadas de la Biblioteca, habrían podido causar en nosotros, los que allí estábamos, tal efecto emancipador. Pero, ¿y si fuese verdad en el fondo? Nada aparece en vano en nosotros, cuando viene de lo profundo de nosotros; si quieres, llámalo corazón. Solamente, es cosa de comprobarlo. Empezar a mirar lo extraño como familiar. Puede que siempre lo haya sido. Vale.





sábado, 1 de marzo de 2025

¿Cómo podría ser más justa la justicia?


Sobre la justicia

Café Filosófico en Castro del Río 8.2

20 de diciembre de 2024, Peña flamenca castreña, 19:00 horas

Por ello creemos que Pericles y los hombres así son prudentes, porque son capaces de considerar lo que es bueno para sí mismos y para la gente; creemos que son de esta clase los administradores y los políticos. Por ello, también aplicamos este nombre a la templanza en la idea de que salvaguarda la prudencia.

Aristóteles, Ética a Nicómaco, VI


¿Cómo podría ser más justa la justicia?

Entre los valores que más demandamos está la justicia. Pero tanto apelamos a ella que muchas veces no se la busca a ella misma, sino como medio al servicio de intereses particulares. Intereses interesados. Y entonces decimos que está siendo instrumentalizada la justicia. Como si solamente fuera justa cuando satisface nuestras expectativas. Pero una cosa es lo que yo deseo y otra lo que es justo, que considera el bien individual en (la máxima posible) armonía con el bien universal. Y si quisiéramos personalizar, diríamos que la justicia a menudo está siendo instrumentalizada por intereses políticos o bien mediáticos. Aquellos la usan para atacar al competidor político (en esa perversa dinámica de la mala política actual, que únicamente persigue desbancar al adversario para conseguir el poder a cualquier precio: los casos de corrupción política sólo se dan en “los otros”). Y éstos, los poderes mediáticos, aprovechan las causas judiciales para que todo el mundo tenga de qué hablar y puedan recibir los beneficios económicos concomitantes. Se construye una opinión pública (dividida, polarizada) de la cual es complicado liberarse y que acaba presionando a los jueces de un modo u otro, siguiendo aquella máxima sofista que consiste en convertir (a través de la persuasión o la tergiversación, si hace falta) lo que es mi bien y mi verdad en el bien y la verdad (para muchos, los máximos posibles). En fin, que el tema de la justicia, en nuestro tiempo, no dejaba indiferentes a nuestros participantes. Así que se pusieron manos a la obra de indagar cómo podría ser una justicia más justa.

Pero esto vendría después de una autorreflexión sobre lo distinto que es vivir o existir. Según Óscar Wilde, “vivir es la cosa menos frecuente en el mundo; la mayoría de la gente simplemente existe”. Tú también puedes pensarlo para tus adentros: ¿Qué haces habitualmente para vivir y no solamente existir? Estaba claro que el modo de vivir tiene que ver, por ejemplo, vivir desde la alegría o desde el enojo o la queja; elegir actividades que te realicen como persona, que salgan desde uno mismo; y elegir conscientemente, claro; y no aplazar o dilatar en el tiempo lo uno tiene claro que ha de hacer o decir; y ligar mis acciones a un sentimiento (no hablamos de emociones, pasajeras e inconstantes, o bien, sensaciones del momento), un sentimiento profundo, que lo será si viene de muy dentro de mí; y estar muy despierto, lo más despierto que uno pueda estar en cada momento; y estar presente, estar con quien estoy y sufrir y gozar, sin apego pero todo yo ahí presente acompañando; y asumir como propio lo que es propio y en lo ajeno lo universal que contiene; en definitiva, ser protagonista de tu vida, “empuñar” nuestra vida, como diría Heidegger. Vibrar con la vida, vivir sintiéndose uno vivo; y vivirlo todo, a fondo, agradable o desagradable, una actitud nietzcheana que tanto necesitamos en estos tiempos de búsqueda ciega de lo agradable y huida desbocada de lo desagradable. En fin, querido lector o querida lectora, que ahí dispones de unas cuantas pistas para poder contrastar con criterio cómo vives tu propia vida.

Seguimos. Una de las participantes comenzó relatando un caso cercano de injusticia o sesgo judicial, que no no vemos necesario contar aquí, precisamente, para no dar pie a las interpretaciones, cada uno desde su postura ideológica. Aunque, si hubierais estado allí, es muy posible que le hubierais dado la razón, en justicia. Y se refirieron las diferencias entre el modelo anglosajón de la justicia y el nuestro, que son de todos conocidas a través del abundante cine norteamericano de tribunales. Y también se habló del “Consejo de los hombres buenos” de la huerta murciana. Hasta que el diálogo logró abrir un canal: ¿qué es más justo, seguir la norma general a toda costa, o bien, mirar el caso particular, siempre diferente y único? Por un lado, la norma parece ahogarse a menudo en el lodazal burocrático y, por otro lado, la atención al caso único puede perder la orientación. De ahí que, como muy buen tino, los participantes, ellos y ellas, dijeran que ambos aspectos debían tenerse en cuenta. Que la justicia había de ser prudente, siguiendo la sabiduría práctica aristotélica incluida en la “phrónesis”: el arte de aplicar la ley general al caso particular. Ahí se juega mucho de lo que podríamos llamar acción o decisión justa, contando con que la norma de partida sea reconocida como justa, claro.

El segundo hilo que encauzó la discusión fue el de distinción entre lo legal y lo moral (o justo). El primero nos había llevado a integrar adecuadamente la norma y el caso particular, este segundo hilo iba a llevarnos a la comprensión de que el ethos (esa segunda naturaleza, que decía Aristóteles) siempre está detrás de la justicia, para que pueda ser justa. Es decir, que las leyes y la aplicación de las leyes, y que puedan ser justas, no deben apartarse de lo aceptable moralmente. La moral va cambiando, tratando de acercarse a un ideal de bien o justicia, que los seres humanos, en cuanto tales seres humanos, buscan plasmar en sus actos; pero las buenas leyes han de ir a la zaga, también evolucionando sin separarse en exceso de dicha aspiración moral. De lo contrario, las normas quedarían obsoletas, y por ende, se volverían inmorales o dañinas, injustas. Continuamente, la moral está revisándose a sí misma; la ley necesita ser revisada periódicamente, al menos.

Esto les llevó a nuestros protagonistas a pensar juntos que nada de lo anterior sería viable si las personas, sujetos de tales acciones lo más justas posible, no adquieren un alto grado de desarrollo moral. Esto significa que hay que cuidar sin empacho la formación de los jueces (y de la población en general, como demandantes y receptores de la justicia). Y esto es un aspecto muy descuidado habitualmente. Porque no hablamos de formación técnica o académica, sino del desarrollo de sus habilidades éticas, que implica alcanzar un mínimo grado de autoconocimiento, tales profesionales. Si no, ¿cómo iban a poder evitar que sus juicios estuvieran mezclados de juicios personales o prejuicios? Es sintomático que un abogado con experiencia sepa de antemano el cariz que podría tomar una causa judicial, si puede perjudicar o beneficiar a su cliente. (Otro día hablaremos de la falibilidad de los jurados y de la ética de los abogados).

Por último, nuestros participantes pensaron que lo que se estaba diciendo valía también para cualesquiera clase de profesionales: médicos, arquitectos, ingenieros, investigadores, informáticos, etc. Los protocolos, los planes, los diseños, los proyectos, los algoritmos... los llevan a cabo personas. Y cambian nuestra vida, la sociedad, nuestro planeta. ¿Quién dice que no necesita un científico, un técnico o un profesional cualquiera ser una persona madura, con un alto grado de desarrollo personal y moral? Ellos y ellas no, desde luego. Piénsalo tú también, mirando lo que pasa a tu alrededor. Salud.

viernes, 3 de enero de 2025

¿Por qué funcionan los bulos?


Sobre la desinformación

Café Filosófico en Torre del Mar 15.2

28 de noviembre de 2024, Taberna El Oasis, 18:00 horas


Estaba un día Cura (El cuidado) atravesando un río y al ver gran cantidad de arcilla, cogió una buena porción y, distraídamente, comenzó a modelar una figura. Mientras pensaba para sí qué había hecho, se le acercó Júpiter. Cura le pidió que infundiese espíritu al trozo de arcilla modelado y Júpiter le concedió el deseo.

Pero al querer Cura ponerle su nombre a la obra, Júpiter se lo prohibió, diciendo que debía ponerle su nombre, por haberle infundido la vida. Mientras Cura y Júpiter discutían sobre quién debía ponerle su nombre, se levantó la Tierra (Tellus) y dijo que sólo a ella le correspondía darle nombre al nuevo ser, puesto que le había dado el cuerpo. La discusión se prolongó largo tiempo, hasta que los litigantes escogieron por juez a Saturno, el dios del tiempo, que dictó la siguiente sentencia:

Tú, Júpiter, por haberle dado el espíritu, lo recibirás a su muerte; tú, Tierra, por haberle ofrecido su cuerpo, recibirás el cuerpo. Pero por haber sido Cura quien primero dio forma a este ser, será quien lo acompañe mientras viva. Y, en cuanto al litigio sobre el nombre, que se llame “homo”, puesto que está hecho de “humus” (Tierra).

Higinio


¿Por qué funcionan los bulos?

El cuidado. El ser humano necesita de otros seres humanos. De la calidad de estos encuentros deriva el nivel de su desarrollo tanto personal como social o emocional. Heidegger ponía el cuidado (sorge) como base en la que se asienta el resto de los existenciarios fundamentales del ser humano (un “ser-ahí”), lo que caracteriza la existencia humana. Aunque esto parece que lo hemos olvidado: ¿los seres humanos hubiéramos sobrevivido tanto tiempo sin cuidar unos de otros? Y puesto que nuestros mayores problemas son globales, ahora necesitamos más que nunca extender nuestro cuidado más allá de nuestro círculo cercano (familia, amigos, ciudad, Estado). Este cura mundi necesita un cura nostri, que no sería viable sino no comienza siendo un cura sui. De esta guisa, comenzó el encuentro. El moderador de este segundo Café filosófico en la Taberna El Oasis de Torre del Mar, comenzó preguntando a los asistentes: ¿cómo cuido yo de mí mismo? Y claro esto se refería a distintos planos del auto-cuidado: físico o del cuerpo, mental o psicológico y espiritual o interior.

La pregunta también se dirige a ti, pero ellos y ellas respondieron de esta manera. Cuidaban de sí mismos a través de estos ingredientes: el deporte, al lectura, el yoga, la escritura, la gimnasia, la playa, la vida social, la salud, el amor a sí mimo, la rutina, observar a los niños, hacer lo que me apetece, cultivar mi intelecto, la buena alimentación, cuidar de mi cuerpo, estar informado... Todo esto estaba muy bien, son actividades pensadas para cuidarme en el sentido que hoy día se entiende habitualmente: “hacer cosas para mí”. Pero se quedan en eso, si no conducen al autoconocimiento y la autorrealización. Por si acaso, para algo estábamos allí, dispuestos a filosofar juntos, para que lo que hacemos nos permita tomar conciencia de nosotros mismos y de los demás y del mundo.

El tema de reflexión conjunta que la tarde nos proponía fue, claro, el que titula este relato: la desinformación. En concreto, un aspecto que intrigaba a los presentes: los bulos, de tan triste actualidad, ¿por qué pueden resultar tan atractivos los bulos? ¿Por qué funcionan los bulos en nuestra sociedad? Esto les parecía un misterio... a nosotros también. Y nada mejor que un misterio para ponernos manos a la obra y filosofar. No para deshacer dicho misterio, sino para escrudiñar en él y ver de qué está hecho. ¿Tan crédulos somos? Veamos hasta dónde llegaron aquella tarde, en su indagación.

¿Por qué funcionan los bulos? Y comenzaron a desgranar algunas hipótesis que propiciaban el “buen” funcionamiento de los bulos. Los medios de comunicación son muchos, pero quizás no variados o diversos; la información constituye hoy día uno de los mecanismos más eficaces de control de la población; el hecho de que sean muchos, pero en muchos casos sesgados por los intereses económico-políticos que los sustentan. Esto supondría que la ansiada utopía de la información (una utopía de raigambre ilustrada: a mayor información pública, mejores ciudadanos libres y pensantes). Pero la información, por sí sola, no garantiza el que la ciudadanía posea su criterio propio. Primero habría que desarrollar esta capacidad (algo de lo que tratará el final de este relato).

Uno de los participantes, con buen criterio, pidió definir qué entendíamos por “bulo”, dado que a veces las intervenciones fluctuaban un poco, no fuera a ser que los sentidos que pululaban por las cabezas fueran diferentes. Y lo definieron a partir de estos dos componentes: el afán de ocultamiento y el afán del beneficio. Así, dijeron que los bulos son mentiras interesadas, construidas a conciencia. Si miráis el diccionario de la RAE, no la mejora. Pues bien, la construcción de bulos estaría precedida por la devaluación de la verdad, hasta extremos, a veces, impúdicos. Uno de los participantes citó a Steve Bannon, jefe de estrategia durante el primer mandato de Donald Trump, un experto en estas lides, que ha pronunciado sentencias tan “lindas” como éstas: “la verdadera oposición son los medios”, “Y la forma de lidiar con ellos es inundar el terreno de mierda”. Elon Musk, por su parte, les dice a sus tuiteros: “ahora la prensa sois vosotros”, superando al referente histórico en estos menesteres: el ministro de propaganda nazi, Joseph Goebbels. Y claro todo esto viene de un descrédito social respecto a la credibilidad de los medios habituales de información. Lo mismo que el origen del auge de la ultraderecha en la política estaría en el hartazgo de los votantes respecto de la política al uso... pero de esto hablaremos otro día. Solamente decir que la búsqueda del bien y la verdad parece haberse quedado obsoleta. Aunque no los peligros a los que quedamos expuestos.

Sin embargo, la pregunta filosófica que nos interesaba aún estaba en el aire: ¿por qué este tipo de estrategias funcionan todavía? Y las nuevas hipótesis de los participantes querían acogerse a cierta imagen de la naturaleza humana: mensajes simples y estereotipados, repeticiones y repeticiones mecánicas, mensajes que apelan a las emociones, acudir a la comodidad de los usuarios, o bien a los miedos, algo que siempre da bastante juego para el control de las masas. A lo que podemos preguntar: ¿siempre somos así?, ¿todo en nosotros se rige por lo simple, lo mecánico, lo emocional, la comodidad, el miedo? Y lo más importante, nosotros que estamos aquí, ahora, dialogando ¿nos sentimos así?, ¿solamente somos eso? Estas preguntas despertaron la conciencia crítica de los participantes. De ahí la importancia de hacerse las preguntas. Y comenzaron a decir que estamos educados así, habituados a reaccionar de ese modo, ante lo que nos presentan los reclamos sociales habituales. Y que, entonces, lo que necesitamos es una buena educación de lo que sería una verdadera democracia, que impulse el espíritu crítico en la ciudadanía. Esto incluye apreciar lo digno de ser apreciado y cuestionar lo que debe ser cuestionado. Aprender como sociedad a decir no a lo inaceptable, tanto inmediato como mediato, a medio y largo plazo. Los mayores males se van gestando a fuego lento y la invasión de los peligros no se aprecian fácilmente, hasta que estamos bien cercados.

Pero este cambio de rumbo no sería posible sin nuestra propia implicación y responsabilidad personal, así como sin el entrenamiento para una alerta racional a tiempo, de todo aquello que no debe ser, porque es falso o es dañino. Prácticas sencillas proponen nuestros participantes, en la lucha contra los bulos, como leer a fondo lo mensajes, desde el sentido común, o no reenviar una noticia en las llamadas redes sociales de Internet sin más, sin haber comprobado la veracidad de lo que se dice. En definitiva, si queremos a nuestros amigos, tanto conocidos como desconocidos, debemos cuidar de ellos. Y una manera cotidiana en la que podemos cuidar de ellos es el cuidado de la información que les trasladamos. Su calidad, su veracidad, su importancia, su pertinencia, su utilidad, su rigor. ¿O no procedería así un buen profesor con su alumnado? ¿O bien, un buen periodista con sus lectores o seguidores? Entonces, ¿por qué no también nosotros? Vamos a cuidar unos de otros. Y hay muchas maneras en que podemos hacerlo. Vale.

miércoles, 1 de enero de 2025

¿Para qué vivimos?


Sobre el sentido de la vida

Café Filosófico en Torre del Mar 15.1

24 de octubre de 2024, Taberna El Oasis, 18:00 horas

El sentido de nuestra vida consiste en desarrollar las capacidades que están en nuestro interior; desarrollarlas, considerarlas y expandirlas. (…) Paralelamente al desarrollo de las facultades existe un desarrollo subjetivo: el de la conciencia de uno mismo.

Antonio Blay

No hay duda de que un hombre cuya vida es muy rica, un hombre que ve las cosas como son y está contento con lo que tiene, no está confuso; tiene las cosas claras y, por lo tanto, no pregunta cuál es el objeto de la vida. Para él el hecho mismo de vivir es el comienzo y el fin. (…) Esta pregunta sobre el objeto de la vida, la formula tan sólo aquél que no ama; y el amor sólo puede hallarse en la acción, en la relación.

Krishnamurti


¿Para qué vivimos?

¿Dónde buscar el sentido de la vida? ¿Hay que buscarlo? ¿Es algo que se busca? ¿Dónde alinearnos con él, al menos? ¿Fuera de nosotros? ¿Dentro? ¿En mí, en el mundo? ¿Tenemos que dirigirnos hacia el futuro? ¿Hacia el pasado? Quizá sea ésta una de la cuestiones que más nos preocupa o inquieta como seres humanos que nos damos cuenta de nosotros mismos en relación al mundo. La pregunta por el sentido de la vida, de nuestra vida, parece lanzarnos hacia el futuro. Es posible. Pero el futuro se va construyendo desde el aquí y el ahora... ¿Cómo saldrán de este atolladero, plenamente humano, nuestros participantes del primer Café filosófico de la temporada en Torre del Mar? ¿Qué te podrán aportar a ti, que lees este relato y que también estás sintiendo la pregunta como tuya: te afecta y te sientes afectado. Confía en ellos y en ellas. Dieciocho ojos ven más que uno (estamos hablando de los ojos interiores o del alma, claro).

El diálogo filosófico no comenzó por ahí, sin embargo, o quizás sí: ¿es posible que situarnos (y ejercitarse uno para ello) en la perspectiva del amor incondicional, nos ayudara en la (anhelada) búsqueda del sentido de la vida? Más adelante el grupo te mostrará si esto es así o no lo es. Pero, sin duda, merecerá la pena que los acompañes. Lo cierto es que por la perspectiva a la que nos abre el amor incondicional comenzó el intercambio de experiencias. ¿Cuando he sentido yo un amor incondicional? No condicionado por nuestra mente, nuestros deseos o temores. Es decir, un amor verdadero, maduro, lúcido, a pesar de las situaciones, las personas, si me corresponden o no me corresponden en mi amor por ellas, si algo me gusta o no me gusta, si se parece a mí o no se parece a mí, etc. Circunstancias que sin duda condicionarían mi amor y lo instrumentalizarían. Amo para... Y no sería un amor en sí y por sí. Veamos. Repasa en tu memoria. O primero, escucha lo que dijeron ellos y ellas, sus ejemplos de “amor incondicional”: el amor a mi perro, a mi hijo, a mi hija, a mi trabajo como enfermero, a un recién nacido, a uno mismo, a mi familia, a mi sobrino, el amor de los que trabajan para los demás sin pedir nada a cambio, el trabajo bien hecho, la educación de mi hijo, cuando contemplo a una flor. Habría que darse cuenta, entonces, de que el amor puede expresarse de variados modos, respecto de muchos objetos o seres, pero que el amor es en sí siempre uno, una cualidad esencial nuestra, como la inteligencia, la energía, la belleza o la felicidad. Que el amor de pareja o a los hijos son modalidades de la capacidad humana de amar; que no la agotan, sino que sirven de estímulos para su desarrollo. Amando nos desarrollamos... ¿nos realizamos? Veremos a ver.

¿Para qué vivimos? ¿Para qué vivir? ¿En qué puedo basar mi vida? Éstas fueron las preguntas-eje que guiaron la búsqueda de una respuesta, acerca del sentido de la vida. Estábamos filosofando, juntos. Y comenzaron los intercambios, de donde salieron estas ideas: el sentido siempre aparece mirando hacia atrás en tu vida, retrospectivamente; hay que buscar el sentido desde una perspectiva biológica: perpetuar la especie; vivir consiste en intentar ser felices; el sentido de la vida consiste mejorar la sociedad; confiar en el juego entre el azar y la necesidad (Jacques L. Monod); o llenar mi vida de acciones... Y es cierto que podemos adoptar diferentes miradas para abordar el problema del sentido: biológica, individual, social, histórica. Pero de este modo se notaba que no avanzábamos mucho. De manera que el moderador del encuentro introdujo un sesgo: no mirar el sentido de “la vida”, sino el sentido de “mi vida”, el sentido para mí, de mi vida. Quizás este ancla fuera de utilidad: ¿cuándo vivo yo mi vida más plena, con más sentido para mí? ¿Cuándo me siento más vivo? Y ya apuntaron otras cumbres: la alegría de vivir, disfrutar de las pequeñas cosas, la conexión con las personas, estando abiertos a lo que hay, la receptividad, la consciencia, satisfacer una meta, amar, amarse a uno mismo, cultivarnos, luchar en el día a día para que las cosas de este mundo vayan un poco mejor, vivir que vivo.

La cosa se estaba encaminado hacia un lugar que el grupo comenzaba a intuir, porque si preguntamos lo que tienen en común las anteriores experiencias, no había duda: el sentido de nuestra vida (y de la vida en general, tal como la vivimos los seres humanos... quizás todos los seres vivos) transcurre en presente. Mientras discurre. Una votación abrió esta respuesta. El pasado y el futuro eran candidatos, sí, pero ambos son aquí y ahora o no lo son. Es imposible vivir el pasado o el futuro, si no es ahora. Hoy es siempre todavía, decía el Poeta. Pero quisieron repasar los participantes algunas dudas que estaban en el ambiente de la discusión, representadas por algunas de las personas asistentes al encuentro: el presente no dura, es pasajero, ¿cómo va a estar ahí el sentido de nuestra vida?; la experiencia del presente incluye una, aunque sea, mínima proyección hacia el futuro; de la misma manera que nuestra conciencia del presente viene marcada por nuestro pasado; nuestra realización o la realización de proyectos necesita tiempo, la duración en el tiempo, una secuencia y no un punto, un momento inasible. Serias dudas que el grupo habría de asumir, asimilar y ser capaz de transformar.

Veamos, ¿dónde podemos poner el “lugar” del sentido? Y con unanimidad: el presente, de nuevo. No se trataba de invalidar el pasado ni el futuro. Se trata de tomar conciencia del lugar desde dónde vivo, y sobre todo, desde dónde me vivo. De esta manera, mi vida tendrá sentido para mí, si yo me siento protagonista o actor de la misma, si yo me siento sujeto y no objeto. Y no hay otra manera de sentir esto que momento a momento, estando muy presente yo mismo, en mis relaciones conmigo mismo, con los demás y con el mundo. Si mi conciencia va actualizándose momento a momento. Por eso, quizá, el sentido tenga más que ver con la eternidad que con la temporalidad; con la ausencia de tiempo que con el tiempo, la secuencia temporal. De ahí que el sabio Aristóteles distinguiera entre los conceptos de entélekheia y enérgeia. La única realidad que puede tener sentido para nosotros es la que está fraguándose en este instante (enérgeia). Mostrándose lo que es, en su mostrarse, en su propio desenvolvimiento, no solamente que es (entélekheia), con sus cualidades o características propias, producto de un desarrollo. Yo puedo ser profesor de filosofía o puedo ser campeón de ciclismo, poseo todas las capacidades para ello, lo he demostrado, pero esas capacidades habrán de actualizarse en cada momento para enseñar de veras filosofía o volver a ganar una carrera ciclista, tendré que ejercerlo en cada situación actual, ahora. Momento a momento. Por eso decía Oscar Wilde que no es lo mismo existir que vivir. La plenitud o el sentido viene de aquí, viviendo, no solamente existiendo. Entonces, ¿la compresión del hecho de vivir y su aplicación práctica ya me asegura que mi vida tendrá sentido para mí en adelante? No. Solamente me indica el camino por el que caminar. Se hace camino al andar, decía también el Poeta. Pero ir bien encaminado me libera de miedos y deseos espurios. No se puede buscar el sentido de la vida en un más allá de la vida (que nunca se alcanza del todo), su sentido es el vivir mismo. Ejerciéndolo. Realizándome al vivir. De la misma manera que el sentido del amor es amar. Cuando amo (un amor consciente y lúcido, en sí y por sí, no por o para otra cosa), entonces soy yo más yo mismo. Y todo cobra sentido... ¡nuevos sentidos! La realidad que vivo se ilumina y es luminosa. Inspiro... ¡gracias! Exhalo... ¡confío! Vivo. Vida.