(5 de febrero de 2010, Sala de Biblioteca, 17 horas)
¿En qué consiste la madurez personal?
“Pasaríamos la vida sin equivocaciones nosotros mismos porque poseíamos la sensatez (sophrosyne), y también todos aquellos que estuviesen bajo nuestro gobierno. Nosotros mismos no pondríamos mano en nada que no supiéramos, sino que, encontrando a los que entienden, se lo entregaríamos. También a nuestros subordinados les permitiríamos hacer aquello que pudieran hacer bien, cuando lo hicieran -esto, acaso, sería aquello de lo que poseen conocimiento-, y así una casa administrada por la sensatez sería una casa bien administrada, y una ciudad bien gobernada, y todo lo otro sobre lo que la sensatez imperase. Desechado, pues, el error, imperando la rectitud, los que se encontrasen en tal situación tendrían que obrar bien y honrosamente y, en consecuencia, ser felices. ¿No hemos hecho, Critias, un discurso así sobre la sensatez, dije yo, cuando queríamos describir qué gran bien era el saber lo que uno sabe y lo que no sabe?” (Platón, Cármides, 171 e).
Participaban de la ocasión tres alumnos de 4º de la ESO, cinco alumnos y alumnas de 2º de Bachillerato, dos madres del AMPA, tres profesores y profesoras, y la fuerza y la vitalidad de nuestro compañero más veterano, Prudencio, que repetía junto a algunos adultos más. ¿Alguien pensaba que no era posible que se reuniesen en un mismo lugar, a una misma hora, personas dispares por su edad, formación e intereses, y que se entendiesen y pudieran poner en común una respuesta a un problema difícil?
Este segundo encuentro filosófico ha mostrado a las claras que no sólo era posible alcanzar una meta común, sino lograrlo también con un sentimiento de satisfacción y agrado mutuos. Desde luego, nuestro Café filosófico puede que, quizás, sea una rara isla dentro del mar de la incomprensión y de la farsa-discusión por el que navegamos frecuentemente en esta sociedad de las prisas y la insatisfacción personal crónica; es un momento único y breve, pero durante un rato constatamos fehacientemente que los seres humanos son seres en busca de sentido y que, como compartimos al menos esto (y podemos expresarlo), nada nos impide tener confianza unos en los otros y sostener la esperanza de que un mundo mejor siempre es posible lo mejor posible.
Muchas veces la incomprensión mutua viene porque no sabemos bien qué está haciendo el otro, a dónde pretende llegar. De ahí que, ese día, el animador del Café, después de recordar las normas básicas de la discusión, propusiera un ejercicio filosófico encaminado, precisamente, a erradicar de un modo sencillo tal peligro. Antes de cada intervención, cada uno tenía que indicar lo que pretendía hacer con sus palabras: responder, aclarar, replicar, matizar, preguntar… Un ejercicio que requerirá de más práctica. Porque… hacemos cosas con lo que decimos, además de decir o expresar algo. Un nivel pragmático del lenguaje humano que J. L. Austin pretendió mostrar en su conocido estudio: Cómo hacer cosas con palabras.
Los temas propuestos esta vez eran: la madurez personal, la amistad, el amor y las guerras. El primero y el último fueron los más deseados, pero con igualdad de adeptos (¡en dos ocasiones!), lo que requirió que los postulantes se mostrasen claramente a los demás, cómo eran, a qué se referían, para que supiéramos mejor a qué se referían. Por fin, se declaró la cosa y el verdadero tema que pugnaba con más fuerza por salir hoy de nosotros, mostró su cara sin tapujos: el interés por entender bien cuándo una persona es madura.
¿En qué consiste la madurez personal? Nuestra pregunta y nuestra inquietud. Suscitó tal deseo en los participantes una alumna de 2º de Bachillerato, que logró implicar al resto ligando su pregunta a su propia situación vital. Sin duda, la mejor manera de dar vida a una pregunta. El contagio fue inmediato. Sin embargo, ahora pretendía dejarnos ahí, arrojados a la pregunta, y su postulante escabulléndose por premuras de tiempo. De ninguna manera, tú no nos abandonarás dejándonos así, a la intemperie, compuestos en la duda. No sabes dar una respuesta tajante, no hace falta, no buscamos eso. No sabes bien qué quieren decir los demás cuando te dicen que te ven más madura, veamos en qué situaciones te dicen que te ven más madura. “Ser independiente”, es decir, llevar tu vida dependiendo menos de los demás. Pero, ¿cuándo podemos saber que somos ya maduros personalmente? (Claro está que no habíamos convocado, aquí, la madurez física sino la mental, la que implica a nuestro pensamiento y a nuestros actos). Una respuesta: es un proceso, siempre en transcurso inacabado. Otra respuesta aclaratoria: no es así, puede haber un criterio objetivo que lo distinga, si ha sido completado. Réplica: eso siempre es bastante subjetivo, cómo saberlo, si alguien es más o menos maduro. Pueden darse variaciones según cada uno, según cada cultura, cada momento histórico…
De repente, uno de los participantes, que también vendría en nuestro auxilio más adelante, lanzó a la palestra un triple elixir racional que haría las veces de criterio objetivo, y que nos promete un horizonte que, no sólo nos permitiría distinguir quién es maduro y quien todavía no lo es, sino cómo podríamos llegar a serlo. Es curioso que todos los integrantes de la reunión parecían compartir un supuesto común: es mejor ser maduro. ¿Es más racional? De nuevo, la razón, a la que pocos se atreven a someter a juicio. Parece querer ser siempre, obstinadamente, el juez. ¿Es que no merece también la pena que pensemos por un momento lo impensable, lo que aparentemente damos por supuesto que no puede ser? ¿No podría ser saludable que dejemos entrar en nuestra casa una tarde, para tomar una taza de café juntos dialogando, lo que creemos no ser, por ver si podemos saber mejor cómo realmente somos?
El triple criterio objetivo de la madurez: la coherencia, la responsabilidad y la autonomía. Sí, pero ¿cómo sabemos que uno es coherente, responsable o autónomo? Parecía transmutarse en subjetivo, el modo de aplicación del triple criterio. Por lo pronto, habría que definir con precisión y claridad qué entendemos por cada uno de dichos criterios. ¡Menuda tarea tenía por delante, este nuestro modesto encuentro, nuestra ocasional investigación! Pero nada de buscar una perezosa excusa, nuestro encuentro rebosa energía, y se muestra capaz de enfrentar al más fiero de los dragones guardianes de la verdad que se ponga por delante. Sin titubeos, sin demora: ser coherente es no contradecirse en lo que se dice, o bien, entre lo que se dice y lo que se hace; ser responsable, implica sin duda, tener en cuenta a los demás al evaluar las consecuencias de lo que hacemos; y finalmente, ser autónomo significa valerse por sí mismos.
Aunque, de pronto, surge la perplejidad, dado que, por lo que parece, ser responsable lleva aparejado, por un lado, apertura a los demás, a los otros, pero también contiene una buena dosis de individualismo. No gusta mucho este resultado. Este atisbo de contradicción, esta lucha interna dentro del concepto de “madurez” no parece muy madura, pues no sería muy coherente. Imaginad la escena: una trinidad de pelea. No puede ser; pues no sería muy unitaria; podría saltar en mil pedazos, o al menos en tres pedazos, y con ello nuestro triple criterio de la madurez. Siempre hay un momento mágico (o más de uno) cuando investigamos juntos de veras, lanzándonos al vacío de la verdad que se busca. Pues des-cubrimos (alétheia, que nombraban los griegos) lo que se nos ocultaba, y siempre, por viejo que sea lo oculto, siempre es siempre una sorpresa maravillosa. Veamos lo que surgió.
Nuestro reconocimiento de los demás ha de ser compatible con nosotros mismos, para poder ser nosotros mismos. Ya se ve bien por dónde iba la discusión. Hemos arribado a una playa, en cierto modo inesperada pero, ya se sabe que una tempestad suele arrojarte con fuerza a algún límite de sus dominios. Individuo y sociedad han de ser complementarios, pues, por un lado, un individuo solo no puede ser más que presa de la soledad y de otras patologías mentales como la ansiedad o la depresión; pues, un individuo que carece de habilidades sociales no puede más que malvivir, como dejó muy claro una participante a través de la impresión que le produjo vivir un tiempo en otra sociedad, con fondo individualista. Han de ser complementarios, porque, en segundo lugar, una persona excesivamente pendiente de los apremios y requerimientos sociales, excesivamente gregaria o dependiente, acaba por desconocerse a sí mismo, por perderse a sí mismo en la masa social amorfa y despersonalizada, que puede caminar ciega a su propio abismo.
Pero, entonces, cómo podemos pensar dicha complementariedad neutralizando su veneno interior, para convertirlo en pócima saludable. Algunos de los participantes en el debate, puede que desconocieran que estaban pisando el mismo territorio por el que ya paseó un ilustre pensador del Siglo de las luces, Inmanuel Kant, al que podrían haber traído hoy como interlocutor. Definía él dialécticamente al hombre, como un ser sociable-insociable, en lucha constante por alumbrar estados sociales que hicieran viable y soportable dicha naturaleza conflictiva. Esto es lo que tiene un encuentro como el nuestro: que no hace falta saber de Filosofía para hacer filosofía, porque como el propio Kant afirmó con claridad meridiana, “no se aprende filosofía, sino que se aprende a filosofar”. Esto es lo real. Lo otro es erudición y museo, que resulta valioso si somos capaces de descongelar sus figuras de cera, actualizándolas a través de nuestra conversación.
Ser maduro consistirá, precisamente, alegan nuestros contertulios (mientras siguen saboreando apaciblemente su café con sus pastas), en ser capaz de resolver mínimamente esta permanente contradicción entre el individuo y la sociedad; aprender a vivir en sociedad sin dejar, quizás, de ser uno mismo, o mejor quizás, construirse a sí mismo a partir de lo que le es dado para vivir. Esto requiere ser capaz de crearse un espacio mínimo personal, apunta uno de los participantes más jóvenes. Esto supone, apunta una participante avezada en orientar frecuentemente a otros, la mediación de un proceso, que no puede llamarse de otro modo que un proceso educativo. Lo cual nos indica que, si es un proceso, entonces, se encamina a un horizonte; a un ideal, que nunca se alcanza del todo, pero que no deja de orientarnos adecuadamente en la dirección que debemos tomar en la siguiente curva, o ante la siguiente dificultad. Este cronista está seguro de que el mencionado Kant también se habría sumado gustoso a nuestro acuerdo.
Pero nosotros no buscamos pactos, en los que siempre alguien ha de perder algo para ganar algo, que a nadie deja satisfecho en el fondo, pero que es mejor que nada, o es mejor que seguir disputando. Aspiramos a que todos quedemos mínimamente satisfechos; un consenso precario, circunstancial y provisional, pero suficiente para salir de nuestro Café con la sensación de que hemos hecho un trabajo juntos, y de que deseamos seguir trabajando juntos. ¿Serán ya todos, y todas, personas maduras, las que hoy se han congregado aquí? Este cronista apostaría a que sí. Seríamos prueba palpable de que más allá de aquella sociable-insociabilidad humana, qué duda cabe, pueden obtenerse equilibrios nada desdeñables. Nosotros somos la prueba.
¡Un momento! Alguien no ha quedado satisfecho. El debate no había finalizado. No hay que dejarlo todo en los brazos de lo ideal, que sólo se busca realizar, con precarios equilibrios transitorios. Ya nos íbamos de rositas, tan contentos. Está claro que disponemos de una pauta objetiva, tan poderosa como real, donde circunscribir el conflicto y resolverlo, siempre que estemos dispuestos a… ejercer nuestro deber en cada momento. No gusta a algunos este anclaje en el deber. Es un ancla muy pesada, esa del deber. ¿Una carga social? Entonces sería algo externo, si no me incluye a mí, si no es mi deber. ¿Pero es que no puede contener el cumplir con tu deber, también, algo ligero y alegre? El deber no habría de quedar separado de la satisfacción, no habría de entenderse separado del placer, se defiende. Pero, ¿esto se consigue siempre? Evidentemente no. ¿Cómo interpretar este resultado? Mirando hacia adelante, como resultado a más largo plazo. Pero, de nuevo nos surge el concepto de meta o ideal. Así que no íbamos antes tan desencaminados. Se ha comprobado. Cerramos, entonces, el encuentro con una metáfora muy sugerente, aportada por un joven participante: la vida humana es híbrida, somos un árbol de injertos sociales y culturales, pero nosotros somos ese árbol.
Y si no fuésemos ya personas maduras, las que nos hemos reunidos para hablar de lo que hemos querido, saliendo del encuentro siendo un poco más conscientes de nosotros mismos, en todo caso, ¿no habríamos madurado todos hoy un poco más? ¿No seríamos un poco más sensatos y cabales? Sócrates, que no sólo este cronista, diría que sí, si pudo decirlo de Cármides, después de haber estado dialogando con él un buen rato y juntos haber sido más conscientes de lo que sabían y de lo que no sabían.
Contado la tarde de un día después de la agradable fiesta jubilosa en honor de nuestro querido y entrañable compañero, amigo y profesor de Lengua española Ricardo Mª Martínez Díez. A él va dedicada especialmente esta crónica, por haber sido siempre una persona tan juiciosa y cabal, tan dispuesta a cuidar siempre tan bien de nosotros.
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