Marc Sautet au Café des Phares (Paris 1994) Photo: Wolfgang Wackernagel

martes, 14 de diciembre de 2010

Sobre lo que somos

CAFÉ FILOSÓFICO ALMENARA (1)

(20 de noviembre de 2009, Sala de Biblioteca, 17 horas)



¿Somos física y química, o somos algo más?


El estreno de nuestro Café Filosófico, en el IES Almenara, contó con un nutrido grupo de personas de composición muy variada, en su mayoría adultos: muchas profesoras y un profesor, amigas de uno de los participantes, la esposa de otro, una persona muy vital de 85 años y una madre con su hija, de primero de bachillerato. Se echó en falta la asistencia de más alumnos y alumnas, que hubiera diversificado y enriquecido aún más el paisaje de la reunión. Chicos, chicas: ¡esto hay que remediarlo en la próxima ocasión!

Bien está lo que estuvo, que bien provechoso que fue el encuentro habido. Sobre todo, muy agradable la sesión. El marco fue la Biblioteca, ése depósito de saber vivo, como la definió nuestra querida bibliotecaria. Y decimos “nuestra” porque sigue sintiéndose de aquí también este cronista que suscribe. No penséis que lo del “café” está sólo en el nombre, porque allí, gracias a la deferencia de la directiva del Centro y a la maternal implicación de, ya sabéis, la mejor hacedora de tortillas que conocemos, hubo de mucho y sobró de todo (café, leche, infusiones, pastas y dulces), que se cumplió apenas el dicho latino (primun vivere deinde filosofare), de entusiasmados que estaban los participantes con la discusión.

El primer ejercicio filosófico, que abría boca para este encuentro, fue la presentación a los demás de cada participante junto a una idea, una palabra, que definiese lo esencial de su motivación para asistir. No queríamos saber, por ejemplo, la profesión ni los estudios de los participantes, puesto que allí estábamos únicamente como personas, aquello que más nos iguala. Así pues, se dieron cita la curiosidad por lo que no se sabe y lo que no se espera, la posibilidad de escuchar sosegadamente a otras personas, las ganas de poner en práctica un debate así, de aplicar lo que se sabe, de aprender, de vivir, por qué no, de mejorar, y qué me decís, de divertirse (que no ha de estar reñido el divertirse con el saber), y la inquietud por descubrir y de enfrentarse a lo diferente. No penséis que todos los profes realizaban bien, de primeras, este ejercicio. Pero sirvió para conocerse un poco, sabiendo qué buscábamos en ese momento, y poder evaluar así, para cada uno, lo que encontrásemos al final del proceso de discusión.

Porque, con este diálogo cooperativo que es el Café Filosófico no se trata, en el fondo, más que de recobrar la normalidad de la discusión pública y desinteresada sobre cuestiones que muchas veces no tienen respuesta, unívoca y definitiva, pero que no podemos dejar de plantearnos. Es decir, que nos reunimos para discutir cuestiones filosóficas. Inmanuel Kant lo dijo, pero Sócrates lo practicó, de los primeros, en el ágora, en los gimnasios, en cualquier espacio público que pudiese. No es el lugar natural de la filosofía el programa escolar o universitario, sino más bien la calle y la vida, los lugares compartidos.

Mencionadas brevemente las reglas básicas del encuentro, se nombraron tres temas, que podrían constituirse en objetivo del mismo: el progreso, la alegría, la libertad. Por mayoría aplastante, fue la LIBERTAD lo más deseado; para convertirnos, todos, en su amante aquella tarde, como corresponde a un encuentro filo-sófico. Después necesitábamos una pregunta que destilase algo de néctar del esquivo y atenazador problema de la libertad. ¿Somos libres? ¿Qué nos condiciona? Estas dos preguntas eran dos caras de la misma moneda. Sin embargo, esta otra era más suculenta, menos genérica y más incisiva: ¿Somos física y química, o somos algo más? Era nuestro lanzamiento para abrir brecha y que la libertad nos donase algo de sí misma, de su misteriosa naturaleza.

¿Somos física y química, o somos algo más? Somos eso, lo que la ciencia irá descubriendo, y con ello midiendo y controlando, sólo que todavía no lo sabemos, y que por tradición cultural (y/o religiosa) no queremos admitir. Ésta fue la tesis más vehemente expuesta desde el principio por uno de los participantes en el diálogo filosófico, y que a menudo intentaron poner a prueba muchos de los restantes, desbancarla, pero ganando tan sólo pequeñas batallas. Tal es el poder que hoy tiene la ciencia. Pero, alguna participante no se podía sentir identificada con eso, no se sentía así, como dice la ciencia que somos. De hecho, opinaba otra, en la propia ciencia y sus teorías también hay lugar para la aleatoriedad. El azar, la novedad y la indeterminación, de hecho, forman parte también de las últimas teorías científicas.

Siguió la discusión animadamente. Pero de pronto, hizo acto de presencia algo sorprendente: la tesis se atrevía con un experimento que, aparentemente, ponía las cosas muy fáciles a la antítesis. Desde luego, así mostraba fehacientemente su fortaleza. Desde luego, que la tesis y su defensor se mostraban muy valientes, incluso podría decirse que osados. Desde luego, que si superaban la prueba, si caía esta torre almenara de su lado, el castillo entero, con todos sus habitantes se arrojaría a sus pies pidiendo clemencia. La felicidad humana es explicable químicamente. Puede descomponerse en sus componentes físico-químicos. La felicidad, así, podría medirse. Se le increpa: ¿qué puede medirse de ella? Cuando alguien se siente feliz, algo cambia en su organismo, y esto puede medirse, cuantificarse. Incluso, admite otra participante, se puede medir el efecto que nuestro estado de ánimo causa en otros. Inclusive, sociológicamente, se pueden hacer estudios estadísticos sobre la felicidad de la población. Así que algunos iban prestando con gusto sus habitaciones y recibiendo con honores a este huésped tan seguro de sí mismo, tan irresistible. ¿Quién osaría enfrentase a la diosa razón, a la reputada demostración de los hechos, de tan lógicos y tan comprobables que son? ¿Es posible que haya razones del corazón que la razón no entienda? Blaise Pascal así lo pensaba, en medio de una época donde reinaba la razón, pero, ¿somos nosotros capaces, hoy, aquí en esta reunión única y real, de buscar esas otras razones no puramente racionales, otros motivos o causas que nos permitan entender y entendernos? ¿Seremos capaces en nuestra época? Ortega y Gasset lo designó como “el tema de nuestro tiempo”.

Pero no lo tendría tan fácil, la tesis. Algunos no se sentían tan cómodos ni tan satisfechos con las mediciones que pudiera hacer la ciencia de la felicidad humana. Rotundamente suena: la fe no se puede medir. El Santo Padre lo tendría fácil, así, para ordenar a sus feligreses según el grado de su fe y quién sabe si calcular las posibilidades de ir al cielo o al infierno. Y quizás podría extenderse esta rebeldía contracientífica a otros tipos de fe, de convicciones humanas. ¿Dependerá, entonces, de lo que se entienda por “felicidad”? El diálogo dejó claro que no dependía de eso, esa no era la cuestión, pues una vez definida la felicidad de un modo determinado (por ejemplo, la definición de la felicidad como satisfacción de sí mismo, que fue muy aplaudida), siempre quedaba pendiente si podría cuantificarse o no.

¿Pasaría lo mismo con el amor? ¿Es reducible a secreciones hormonales y movimientos mecánicos? Y eso que no surgió el tema de la experiencia estética. El moderador intenta reconducir la discusión hacia una playa más propicia: eso que la ciencia dice, eso ¿soy yo? Se hacen fuertes los partidarios de la antítesis. No, porque lo que yo soy es un enigma. Dos significados pugnan aquí entre sí: “enigma” como lo desconocido, y que quizás algún día puede llegar a ser conocido y dominado; “enigma”, como límite, como lo que está más allá de lo conceptualizable racionalmente, que sólo puede intuirse. Semejante a la relación que se da a veces, en algunos ámbitos de la existencia, entre el todo y la parte: ¿es siempre reducible el todo a las partes? Si conociéramos por completo el funcionamiento del cerebro y del comportamiento humanos, sus leyes y sus procesos, sus causas y, así, sus resultados o productos, ¿podría la ciencia haber predicho que Ludwig Van Beethoven compondría la Novena Sinfonía? La tesis se atrinchera, no sabemos a qué precio: eso sería una anomalía del sistema. Un novum, una creación genial, ¿es una anomalía?

Las espadas siguen en alto. ¿Estamos, pues, como al principio? Sí y no. Porque ahora, cada uno, quizás es algo más consciente de los riesgos y las presuposiciones de pensar como se piensa y del tipo de vida que se está proponiendo. Se invoca “un mundo feliz” (Aldous Huxley), científicamente cocinado. Preguntó el participante de más experiencia, si ese mundo feliz sería un mundo humano. Mientras el moderador procuraba mantenerse imparcial, como es su labor, este cronista no pude resistirse a invocar el quejío de esta Soleá de la ciencia (popular, adaptación de Enrique Morente):


Presumes que eres la ciencia
Yo no lo comprendo así
Como siendo tú la ciencia
No me has comprendido a mí


El mundo será como sea. Pero, ¿cabe, o no, la pregunta ulterior: qué mundo queremos construir, con lo que vayamos sabiendo y siendo capaces de hacer, gracias a la ciencia y a la tecnología?

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