CAFÉ FILOSÓFICO ALMENARA (4)
(23 de abril de 2010, Sala de Biblioteca, 17 horas)
¿Es posible la felicidad?
“— ¿Dónde está la camisa del hombre feliz? ¡Es necesario que la vista mi padre!
— Señor (contestaron apenados los mensajeros), el hombre feliz no tiene camisa”.
(Del cuento de León Tolstói, La camisa del hombre feliz)
Fue nuestro último Café filosófico de la temporada -que tendrá continuidad al gusto de los participantes-, un encuentro donde predominó el sosiego y la tranquilidad de espíritu. Más que en otras ocasiones (la veteranía es un grado). Ya hemos dicho que cada momento es único y, en un encuentro vital como el nuestro pues se examina la vida, la conjunción de espíritus, como la de los astros, es la que es, siempre una conjunción determinada. El ritmo fue pausado, las intervenciones equilibradas, lleno de luces el encuentro, de tal modo que podía seguirse con diáfana sencillez y claridad.
Las luces y las sombras de la vida es de lo más humano que tenemos, y ninguna luz sería sin sombra nada luminoso. Lo valioso de un encuentro como el nuestro es que podemos sentir la diversidad de lo real, y sus contrariedades, sucintamente y sin peligro. Porque realizamos un experimento, nos ponemos a prueba en un ambiente favorable y controlado, en el que prima la buena fe, la disposición a encontrarnos… todo lo que podamos. Y así hay que tomarlo. Lo que crea el conflicto o la discusión ácida no es, pudiera ser, lo que se manifieste, sino cómo se manifieste, cómo se exprese y cómo se exponga nuestro planteamiento personal. Así que si alguien manifiesta que la felicidad es amar a Dios, pongamos por caso, o que la felicidad consiste en la búsqueda de ese amor, nadie puede ser ante eso desagradable. Una situación desagradable podría surgir, sin embargo, si uno se empeña, pongamos por caso, en que el otro ha de ser cristiano o ser ateo, para que su vida tenga sentido y pueda realizarse. De hecho, es posible que una persona que fuera en vez de cristiana, budista, porque el destino le hubiera situado ahí por nacimiento o por educación, pensaría aproximadamente lo mismo y buscaría, pudiera ser, lo mismo. Y es que no hay casi nada más humano que buscar la felicidad y buscar el amor, y más que por lo que se obtiene de felicidad o de amor, por lo que posee de búsqueda.
Sobre la felicidad. Efectivamente, este fue el tema situado en el centro de nuestra atención. El vicio, en singular o en plural, no tuvo en esta ocasión mucho futuro, aunque tuviera tanto pasado como la virtud, es decir, aunque ambos sean tan viejos como la humanidad. Y, preguntar: ¿qué es la felicidad?, pareció una cuestión inabarcable, o simplemente, excesivamente difícil. De ahí que se prefiriera preguntar: ¿Es posible la felicidad?, que nos diría, quizás, algo sobre la felicidad misma. Se definió como un estado de satisfacción física o espiritual. Se pretendió, inicialmente, investigar ambas presentaciones de la felicidad, se intentó retomar más tarde el análisis de la felicidad física, pero, pese a ello, el diálogo se resistía a dejar de hablar de la felicidad espiritual. Por algo (importante) sería. Sin embargo, la felicidad espiritual parecía a la vez más escurridiza, de manera que nos preguntamos, primero, si existe, si existe dicha felicidad espiritual. Una hipótesis de trabajo aplaudida presentaba un claro corte orteguiano: la felicidad es la realización del propio proyecto personal de vida. O, por lo menos, la lucha hacia su consecución. Así que, más que la meta lograda, podría tener que ver con el estilo con que se va pasando el camino y cómo nos vamos sintiendo en el proceso de lucha por conseguirlo.
Pero una de las participantes veteranas no entendía del todo bien la realidad de la felicidad espiritual. Duda de lo espiritual, o por lo menos, en numerosas ocasiones, le había surgido esa duda. Pero, ¿no es cierto que la propia duda, el mismo acto de dudar, es ya algo en sí mismo espiritual? ¿Es que no es propio del espíritu humano dudar? Descartes lo tendría claro, puesto que dudar es pensar. Y si se piensa uno a sí mismo, por lo menos mientras uno está siendo consciente del acto mismo de dudar, ¿no constituye esto, acaso, la seguridad de que existimos, por lo menos mientras estamos pensándonos a nosotros mismos. Cogito ergo sum. Y bastante antes, Aristóteles se refería a lo más divino como noesis noeseos, pensamiento que se piensa a sí mismo.
Después de este pequeño paréntesis dubitativo, prosiguió el diálogo preguntándose si la felicidad es permanente, mostrando cómo esto es imposible, ya que siempre es transitoria la felicidad y que todo lo más que podemos hacer es efectuar un balance sumando y restando momentos de felicidad. Eso recuerda a este cronista un cuento de uno de los libros de Jorge Bucay (Cuentos para pensar), en el que se desvela el misterio con el que se topa un buscador al leer, en las lápidas del cementerio de la ciudad de Kammir, inscripciones como éstas:
“Abedul Tare, vivió 8 años, 6 meses, 2 semanas y 3 días”…
“Lamar Kalib, vivió 5 años, 8 meses y 3 semanas”…
Y no era que en aquella ciudad muriesen tantas personas siendo tan niños, sino que anotaban, en el cuaderno que llevaban consigo desde los quince años, cada momento de felicidad que habían tenido, la suma de todos los pequeños momentos felices de que habían disfrutado en su vida. Y, estas anotaciones pasaban luego a convertirse en inscripciones lapidarias. Pregunta de corte nietzscheano, al canto: ¿Es que los demás momentos (no-felices) no habían valido la pena? ¿Es que no forman también parte de nuestra vida? ¿No es también eso nuestra vida?
Se procedió, entonces, a realizar un breve sondeo: a ver, ¿qué busco, cuando busco la felicidad? Y no parecía que fuesen metas muy materiales. Seguía el grupo buscando la dicha en la felicidad espiritual. Claro. No están aquí personas que se dejen seducir tan fácilmente por los reclamos publicitarios del hodierno vivere vitam, que hay más placeres y mejores que los solos placeres materiales. La coherencia personal, que supone conocerse a uno mismo y ser acorde con uno mismo; la fidelidad a ti mismo; sentirte bien contigo mismo, no traicionándote demasiado. La verdad, decía otra joven participante, es que la felicidad se te nota, la irradias. El compartir, entonces, también es una forma muy feliz de ser un poco más feliz. En esa fase, en mitad del sondeo de los que allí estaban sobre lo que buscamos cuando buscamos la felicidad, surgió otra duda (sin dudarlo que estábamos viviendo de verdad en tanto que conversábamos de verdad): la ignorancia, ¿puede producir felicidad? ¿No saber es mejor que saber? ¿Cómo es uno más feliz: exigiéndose más o exigiéndose menos a uno mismo? Pero no se trataba de esforzarse más o esforzarse menos, sino en dejarnos fluir lo que somos, con una mínima autoexigencia, abiertos a la búsqueda de nosotros mismos.
“Dejarse fluir lo que somos”.
Maravilla de las maravillas. Este cronista se está volviendo adicto a estos encuentros filosóficos debido a estos instantes fugaces y mágicos. No es capaz de saber cuándo y por qué surge este momento sublime, pero surge. Emerge de la conversación, como una luz, una maravilla que se había ido preparando despacito, cocinado a fuego lento, que súbitamente aflora a la conciencia desde la conciencia de todos los presentes. Y Prudencio nos regaló, de nuevo, como colofón, una de sus historias pasadas-presente. Quizás, sobre la búsqueda, ese dejar fluir lo que somos, que es tan personal como cada uno de nosotros.
Era una vez que tan solo un hijo de los que un padre tenía decidió estudiar. Pero un lluvioso día, cuando volvía de la escuela hecho una sopa, un amigo de su padre lo animó a refugiarse en un soportal e, inesperadamente, esta interrogación le dejó caer:
-¿Quieres estudiar? ¿Para qué? La vida ya es una montaña de problemas, ¿la quieres hacer más grande?
Pasó el tiempo, y otro día, cuando el hijo que quería estudiar ya era mayor, mientras acompañaba a otros velando un difunto, el hombre que no quería escalar esa montaña, moría apaciblemente.
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