Es un tema difícil y no resuelto por mucho..., de ahí que, aunque pareciera que había un cierto consenso (o al menos, una cierta tranquilidad social aparente sobre ello) en cuanto alguien (un ministro, en este caso) ha querido “movello”, se reverdecen todas nuestras dudas irresueltas pasadas. El problema irresuelto de fondo es decidir cuándo comienza la vida y cuando comienza a haber una persona. Estos dos aspectos son claves en la discusión. Y luego está la cuestión de cómo nos tomamos el valor de la decisión que se adopte sobre el límite de dichos dos aspectos, si es relativa a cada uno o puede ser universalizada, aunque sea judídicamente.
¿Cuándo hay un ser vivo? Esta cuestión no atañe al problema del aborto, aunque ya se da ahí la misma situación paradójica: si todo ser vivo es digno de vivir, habría de ser respetado siempre, pero entonces no podríamos sobrevivir nosotros. Y parece que la madre naturaleza ya se ha ocupado de resolverlo. Ahora bien, eso no obsta para que no respetemos (puesto que somos seres morales) a los demás seres vivos, pidamos permiso y reconozcamos y agradezcamos el sacrificio que supone el que nosotros podamos sobrevivir. Las culturas ancestrales de nuestro origen humano eran en esto mucho más sabias que nosotros, puesto que estaban mucho más conectadas a la realidad necesaria del sacrificio de la naturaleza, y por eso eran tan respetuosos con los equilibrios naturales, de los que no se consideraban independientes. Es también la paradoja con que se encuentra el vegetariano, que ha de resolver dónde pone el límite para nutrirse y qué actitud adopta hacia aquello que le da de comer.
¿Cuándo una persona es una persona? Esto ya parece que va al centro del problema del aborto. Situar un determinado momento del proceso biológico como decisorio nos conduce a la discusión sin fin en que solemos caer. ¿En qué momento ya es una persona el embrión? ¿Por qué uno y no otro, si hay un continuo biológico? ¿Desde el principio, a una determinada altura del desarrollo…? Por lo tanto, ha de ser un criterio externo, nuestro, convencional, pero que estemos mínimamente satisfechos. Cuando hay “mente” podía ser un buen criterio, cuando hay consciencia… Pero, ¿cuándo la hay? También es un continuo proceso, un proceso continuo, ¿dónde situar el momento personal? Si abortamos antes el proceso, abortamos todo el proceso subsiguiente (que acabaría incluyendo también a la persona en un momento en que ya no tendríamos dudas), sea donde sea donde pongamos el dedo. Entonces, ¿qué criterio nos valdría? Veamos lo que nos puede aportar Aristóteles: por lo menos nos ofrecería alguna claridad conceptual. La unión óvulo-espermatozoide humanos sería potencialmente un ser humano, pues está ya en su naturaleza la posibilidad, si nada lo impide (y también pueden sobrevenir causas naturales), de llegar a ser en acto un ser humano. No es, por tanto, todavía un ser humano (en acto), solo lo es en potencia. Así, la consideración no habría de ser la misma, lo que no quiere decir que un ser en potencia no sea digno de respeto por nuestra parte, ni por supuesto que eso justifique cualquiera de nuestros actos para con él. Ahora bien, ¿cuáles serían las condiciones de dicho respeto? Esto sería una decisión humana. También lo fue decidir la pareja tener un hijo o no tenerlo, y no consideramos que debamos sentirnos tan mal (como si estuviéramos abortando una vida) cada vez que decidimos posponer tener un hijo juntos. Es también una decisión personal siempre, sobre todo, porque no hay una respuesta clara y unívoca, ni desde el punto de vista psicobiológico, ni tampoco ético. Ahora bien, no cualquier decisión es igualmente válida que todas las demás. Veamos.
¿Mi decisión vale igual que cualquier otra? Esta salida relativista en muy propia de nuestro tiempo. Pero lo cierto es que, aunque, mi decisión sea mía (y siempre ha de ser mía, si soy “mayor de edad” en sentido kantiano), no se juzga mi decisión, sino las razones que la sustentan y mi capacidad para considerar otras razones diferentes a las mías. Y aquí sí que sería preferible (para mi propia evolución moral y de la sociedad en que vivo y para la convivencia pacífica) que nos pusiéramos de acuerdo en unos mínimos, ya que no es posible en todo, ni siempre, un consenso sobre máximos, donde todo esté perfectamente detallado. (Ni tampoco sería muy deseable, a partir de la experiencia histórica que compartimos). Entonces, una posible salida universalizable al problema podría ser, en mi opinión (en este momento en que escribo): desde el punto de vista individual, dejarlo como una decisión personal y de las personas directamente implicadas (cuanta más lejanía al hecho biológico mismo, menos peso, por tanto, la mujer, en principio, tendría más peso que nadie); y desde el punto de vista social, proponer unos mínimos que limiten posibles abusos o carencias inaceptables (según consideremos entre todos) de los protagonistas primeros de la decisión. Así que si jurídicamente se establece, en base a un principio ético universalizable mínimo, que “todos nosotros” pudiéramos compartir, unos plazos y unos supuestos razonables para el derecho legal a abortar un embarazo, no parece demasiado descabellado. Quedando claro que el criterio sería legal y nada dice de mi capacidad ni decisión moral individual bien informada. Sólo me pone un límite razonable, pero yo siempre quedaría libre sobre cómo ejercerlo, o incluso si decido no ejercerlo, para abortar o para no abortar. Ahora bien, no impido así, ni obligo a, que los demás puedan ejercer sus propias decisiones morales también libremente.
Desde mi punto de vista, el grueso de la discusión social y legal debería referirse a dichos límites mínimos (plazos y supuestos), y no si se debe abortar o no. Y esta discusión va más allá de un partido político o una determinada ideología religiosa o contra religiosa. Es algo de todos, más allá de lo que yo haría si me encontrara en la situación de abortar o no, o de si lo puse en mi programa electoral. No se trata de reformar o no (para aprovechar e imponer mi propia perspectiva), sino qué reformamos y cómo, si queremos reformarlo. Y si no hay un consenso social mínimo sobre ello, nadie tiene derecho unilateralmente a reformar nada, ya que luego afecta a mi vida privada y a mis propias decisiones morales.
Desde mi punto de vista, el grueso de la discusión social y legal debería referirse a dichos límites mínimos (plazos y supuestos), y no si se debe abortar o no. Y esta discusión va más allá de un partido político o una determinada ideología religiosa o contra religiosa. Es algo de todos, más allá de lo que yo haría si me encontrara en la situación de abortar o no, o de si lo puse en mi programa electoral. No se trata de reformar o no (para aprovechar e imponer mi propia perspectiva), sino qué reformamos y cómo, si queremos reformarlo. Y si no hay un consenso social mínimo sobre ello, nadie tiene derecho unilateralmente a reformar nada, ya que luego afecta a mi vida privada y a mis propias decisiones morales.
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