Marc Sautet au Café des Phares (Paris 1994) Photo: Wolfgang Wackernagel

domingo, 18 de octubre de 2015

Filosofar con niños y niñas


El arte de preguntar al estilo socrático puedes apreciarlo en toda su extensión y plenitud de la mano de uno de sus mejores practicantes hoy día, el filósofo francés Óscar Brenifier, verdadero “sócrates vivo”. En Internet puedes encontrar numerosos vídeos donde exhibe este arte socrático de la mayéutica. Pero esta metodología también puede aplicarse con niños pequeños y también contribuye a abrir su mente, a desarrollar su juicio propio, su sentido crítico y su autoconocimiento. Como insiste Brenifier, se trata no sólo de ayudar a los niños a pensar, sino de ayudar a desarrollar en ellos sobre todo la capacidad de pensar el pensamiento. Hay diversas técnicas. Por ejemplo, si un niño tiene dificultades para expresar las razones por las que piensa algo —el porqué de su respuesta—,  se le puede proponer una situación absurda para sacarlo del irreflexivo y socorrido “porque sí”, podemos utilizar el modo hipotético, la forma negativa, o bien, podemos solicitar de la clase su acuerdo o desacuerdo con una respuesta de ese tipo. Veamos un pequeño diálogo, que Brenifier transcribe —en su obra La práctica de la filosofía en la escuela primaria—, y que logra sacar a un niño de cinco años de su encerramiento mental:

              — ¿Por qué quieres un postre?
            — No sé.
            — ¿Para jugar?
            — Sí.
            — ¿Juegas con el postre?
            — No.
            — Entonces, ¿quieres un postre porque quieres jugar?
            — No.
            — ¿Por qué quieres un postre?
            — No sé.
            — ¿Es porque tienes sed?
            — Sí
            — Si te doy agua, ¿te estoy dando un postre?
            — No
            — ¿Quieres un postre porque tienes sed?
            — No.
  — ¿Por qué quieres un postre?
  — Porque tengo hambre.

4 comentarios:

  1. Me pregunto si con el método mayéutico Sócrates (o Brenifier, o quien sea) consigue que el interlocutor encuentre la verdad sin más (sea eso lo que sea), o que encuentre la verdad que Sócrates (o Brenifier) desea que el interlocutor encuentre. Todo depende, creo, de en dónde se detenga el diálogo. Podríamos continuar el diálogo anterior del siguiente modo:
    - Si te doy un plato de acelgas, ¿dejarías de tener hambre?
    - Sí.
    - ¿Es un plato de acelgas un postre?
    - No.
    - ¿Pero quita también el hambre?
    - Sí.
    - Si quieres el postre porque tienes hambre, también querrás este plato de acelgas.
    - No.
    - ¿Quieres entonces el postre porque tienes hambre?
    - No.
    Hemos avanzado un poco más, y parece que el niño no quiere el postre porque tenga hambre, sino por algún otro motivo (seguramente, porque le encanta el helado con vainilla). Sin embargo, al haber detenido Brenifier el diálogo en el punto que tú señalas, parece que lo que ha sucedido es que Brenifier ha sacado, como una comadrona, una “verdad” que el niño tiene dentro: que quiere el postre porque tiene hambre.
    Creo que el peligro de este tipo de diálogos es poner en boca del interlocutor lo que el moderador quiere que éste diga. Y detenerse entonces. De algún modo, es como si el moderador utilizara a los interlocutores como marionetas animadas para exponer lo que él tiene previamente en su pensamiento y podría exponer, sin más, de un modo discursivo.

    ResponderEliminar
  2. Muy bien continuado el diálogo. ¡Eres todo un socrático! Sin embargo, podría continuarse un poco más, así: añadiendo una última pregunta abierta y quizás, después de este ejercicio mayéutico, el niño sí que tenga un poco más claro por qué quiere un postre (o por qué quiere ese postre que tiene delante —que sea más consciente de ello—, y sobre lo cual guarda dentro de sí una contradicción, puede ser: quiero y no quiero porque quizás mis padres, p. e., no quieren).

    —Entonces, ¿por qué lo quieres?
    —(…) —El niño, por fin, es capaz de ser él mismo y saber un poco más lo que quiere. Pudiera ser. El diálogo siempre queda inacabado, pues es un trabajo de profundización, no de cierre de nada.

    Es muy cierto que el aspecto que señalas es crucial para una práctica socrática correcta. El filósofo ha de ser extremadamente escrupuloso y contar siempre con el asentimiento expreso del interlocutor. Si no, no ha hecho bien su trabajo. Necesita mejorar. Necesita conocerse mejor a sí mismo para poder ser un mejor y más pulcro espejo en que se refleje el interlocutor mismo y no proyectar sobre él sus propios deseos o miserias. Un trabajo ímprobo.

    UN FUERTE ABRAZO

    ResponderEliminar
  3. Antonio, la pregunta abierta (“¿por qué lo quieres?”) cancela y vuelve inútil todas las demás. Brenifier podría haber empezado, por ejemplo:
    - ¿Por qué quieres un postre?
    - No sé.
    - ¿Para dormir?
    - Sí.
    - ¿Duermes si te tomas un postre?
    - No.
    - Entonces, ¿quieres un postre para dormir?
    - No.
    - ¿Por qué quieres un postre?
    - No sé.
    - ¿Es porque te pica un pie?
    - Sí.
    - SI te doy un postre, ¿dejará de picarte el pie?
    - No.
    - ¿Quieres un postre entonces porque te pica el pie?
    - No.
    Y así sucesivamente, antes y después de formular lo que llamas pregunta abierta, que no es sino una pregunta por el porqué y –pienso– poco tiene que ver con la mayéutica, sino con la ciencia sin más.
    Por otro lado, dices que al formularse esta última pregunta “el niño será capaz de ser él mismo y saber un poco más lo que quiere”. No sé muy bien lo que quiere decir “ser uno sí mismo”, pero me sorprende que saber que uno quiere tomar un postre porque le apetece tenga algo que ver con eso. Uno tomaría el postre en cualquier caso, o no lo tomaría (lo que provocaría frustración), pero no creo que saber que uno lo toma (o no) porque le apetece añada algo más a lo que uno es ni le permita saber más lo que uno quiere. Tampoco saber que uno se rasca porque le pica trae consigo, a mi juicio, un mayor conocimiento. El único modo de aumentar el conocimiento en este aspecto sería un estudio de los agentes químicos o ambientales que provocan esa sensación, las moléculas afectadas, las vías nerviosas por las que discurre, etc. Y ese conocimiento no hay Sócrates o Brenifier capaz de sacártelo de tu interior (o, como yo creo, ponértelo en la boca): hay que recurrir a la ciencia.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Eso es lo que bien puede parecer, pero fíjate, que la pregunta incluye algo más: “—Entonces, ¿por qué lo quieres?”. No vuelve inútil el proceso anterior porque su finalidad no era llegar a una conclusión, sino ayudar a que el niño lo tuviera más claro, que fuera más consciente. Y es una pregunta abierta porque después de madurado el proceso anterior —es un caso muy simple, ya ves— pudiera ser que el niño —o el interlocutor— diera ahora una respuesta por sí mismo, suya, creativa, más allá de lo que el modelo social —familiar, escolar, el que sea— le impone decir y querer, un modo de ser, que no tiene por qué ser el suyo propio, su identidad profunda y auténtica. Esto es “ser uno sí mismo”, desarrollar tu identidad, actualizando tus potencialidades. Que si no las actualizas no eres tú mismo —como tantas veces ocurre—. Ser concientes de por qué tomo un postre no agota —obviamente— tu “sí mismo”, pero igual que “un granito de trigo no llena un granero, pero ayuda a su compañero…”, en los pequeños gestos y acciones también se juega la vida, vivirla por ti mismo, tu propia vida, poder expresar —actualizar— lo que eres. Y como esto puede entrenarse, a ello contribuye el diálogo socrático. Éste no busca conclusiones —y menos, conclusiones preestablecidas de parte del que pregunta— sino que es un proceso de ayuda al autoconocimiento y a la autorrealización, puesto que “una vida sin examen no merece la pena ser vivida”. Así son los diálogos socráticos: no llegaban a ninguna conclusión, pero el interlocutor que dialogaba con Sócrates ya no era el mismo a partir de entonces…confuso, perdido, inconsciente, autocomplaciente, dogmático… Y la ciencia (lo químico, lo físico, lo matemático…) poco puede aportar en este proceso de vivir uno su propia vida. La psicología, la sociología o la antropología pueden aportar mucho del “modo de ser” de uno, pero poquísimo de “tu identidad”, que no es reducible a estereotipos, psicológicos, sociológicos... que es precisamente lo persiguen las ciencias per se: clasificar, etiquetar, simplificar… De nuevo, reducir la realidad a “modelos”. Como ves, esto quizás necesitaría una conversación larga y tendida. Estoy deseando tenerla contigo.

      Eliminar