Marc Sautet au Café des Phares (Paris 1994) Photo: Wolfgang Wackernagel

domingo, 27 de febrero de 2022

Sobre la falta de aprendizaje


Café Filosófico en Capileira 1.2

25 de febrero de 2022, Biblioteca Pública, 17:00 horas


Tan pronto como acabó de pronunciar estas palabras, el caballero recordó que no necesitaba probar nada. Ya era bueno, generoso y amoroso. Por lo tanto, no debía sentir ni miedo ni dudas. El dragón no era más que una ilusión.

Robert Fisher, El caballero de la armadura oxidada


¿Por qué no aprendemos?

A nuestro segundo Café filosófico en Capileira acudieron más personas. Algunas de ellas venidas desde Órgiva. Hay que decir, para empezar nuestro relato, que hace ya mucho que atravesamos tiempos difíciles. Y en el ambiente persiste una sospecha: no aprendemos. Ni de la pandemia: sólo queremos volver a la normalidad anterior, como si ya fuese suficiente y no tuviéramos nada que mejorar. Ni de las guerras: parece que no aprendemos de la historia. Y ahora la sentimos más cerca, está en Ucrania. ¿Por qué no aprendemos lo necesario? Quizás la clave está en el conocimiento de nosotros mismos y no en causas externas. De lo contrario, puede que estemos condenados a repetir nuestros errores y el sufrimiento que esto conlleva. Si tomamos nuestras ilusiones como realidades y el “dragón del miedo y la duda” no deja de crecer en nosotros. Por eso es siempre bueno preguntarse por uno mismo. También para mantener a raya nuestros miedos. Ya entenderéis por qué decimos esto.

La cosa es que el moderador del encuentro, después de explicar algunos rasgos de lo que veníamos a hacer allí, aquella tarde, planteó la posibilidad de un repaso a la pregunta quién soy yo. Y que, en el transcurso del breve diálogo, supiéramos por dónde buscarnos a nosotros mismos. Ahondar. No resultaba fácil a todos los participantes. Será una falta de costumbre, de la que, quizás, tú también te veas afectado. Haz un repaso. Ellos y ellas dijeron que yo soy un ser humano, que soy un escritor, porque esto no se distingue de mí mismo, que soy un trabajador, porque no me concibo sin alguna actividad con la que ganarme la vida, que soy una persona comprometida, que soy pura curiosidad, que soy activa, una actividad constante, que simplemente soy, que soy una cara o expresión del Todo, que soy un perpetuo aprendiz, que soy una felicidad activa. Y esto es lo que dio de sí este repaso rápido. En un taller de profundización, sin duda, iríamos más lejos, hacia el centro mismo de nuestras periferias personales, sociales, emocionales, pensadas, imaginadas.

¿Por qué no aprendemos? Y ocurre tantas veces... Debe haber obstáculos en el aprendizaje... Pero no todos los participantes consentían en admitir que no aprendemos. No paramos de aprender, muchas veces inconscientemente. Muchas veces sin querer, a la fuerza. El aprendizaje es siempre un proceso inacabado para el ser humano. Por ello, se propuso definir primero qué es eso de aprender. “Aprender” es la adquisición de nuevos conocimientos, nuevas formas de actuar, nuevas formas de ser. Y claro, eso quiere decir que aprender es algo muy personal, se aprende respecto a lo que ya hacemos o pensamos o sabemos o sentimos. De ahí que cada uno posea su propio ritmo de aprendizaje y su exigencia de lo que es una nueva adquisición. De ahí que una de las participantes insistiera: «¡no aprendemos!» ¿Sería excesiva su exigencia hacia sí misma y hacia los demás? Si así fuera, entenderíamos su insistencia, tan vehemente. Si así fuera, ella podría tener algo que aprender en este sentido, como finalmente llegó a admitir. «Aprendemos, pero yo quiero más». En definitiva, que el grupo estuvo de acuerdo en que constantemente aprendemos, pero cada uno a su ritmo, según su propio criterio.

«Pero también hay un aprendizaje social», quiere ampliar otra participante. Si embargo, se le pregunta: «¿Por dónde empezamos a aprender, aprendiendo individual o socialmente?» Y se concluye: «Todo aprendizaje es antes que nada individual» Y, cuando existe una masa crítica de personas con suficiente desarrollo y madurez, los avances sociales se van decantando por sí solos. Una vez aclarado todo esto, se procede a examinar esos obstáculos que nos impiden aprender... pero ya en el seno de una discusión más madura. Progresivamente, había ido gestándose. Todo es materia de aprendizaje. En este punto: ¿cuáles son los mayores obstáculos para el aprendizaje? Y ahí van algunas respuestas. No somos capaces de gestionar nuestros conflictos, tanto internos como externos, nos faltan recursos, repetimos una y otra vez las mismas respuestas y lo pasamos mal por lo mismo, no nos entendemos aunque el otro tenga en el fondo los mismos problemas, y así un largo etcétera. Pero muchas veces se trata de que no queremos aprender. Y esto es un problema de voluntad. Otras tantas veces la causa habría que buscarla en el modelo social adquirido desde la infancia. Según sea su apertura o su cerrazón, si se educa en la autonomía del individuo o no lo hace. Pero la discusión va madurando, como decimos, y se llega a una clave de bóveda: el miedo. Pues los modelos sociales contribuyen a generar miedo en los individuos, que es un modo básico de control social.

¿Cuál es el miedo que más nos condiciona y nos impide avanzar con lucidez? El miedo creado, todos aquellos miedos artificiales que se instalan en nuestra mente, fruto de vivencias anteriores y con los cuales nos identificamos. Hay un miedo genérico: el miedo a vivir, que no es más que un larvado miedo a morir. Ese miedo mayúsculo, hiperbólico como la duda de Descartes. Por eso la sabiduría antigua proponía (ya Platón en su diálogo Fedón) el filosofar como un aprendizaje para la muerte. Poder vivir cada día con la ligereza y la consciencia suficientes. Y, ¿cómo disipamos esos miedos creados, ilusorios? Hay diversas técnicas psicológicas, que suponen casi siempre un enfrentarse gradualmente con el objeto de nuestro miedo. Pero también podemos ser conscientes de ese mismo carácter ilusorio de nuestros miedos y hacer que el Dragón de la duda y el miedo, en lugar de ir creciendo delante de nosotros, vaya perdiendo su toda fuerza. Examinar nuestros juicios incompletos o inadecuados sobre nosotros mismos, sobre el mundo, sobre los demás, y que se vaya deshaciendo su influjo. Y para esto tenemos la reflexión filosófica practicada junto a otros. ¿Saldríamos nosotros más nobles y capaces de aquel encuentro? En la siguiente ocasión lo comprobaríamos, cuando nuestro dragón apareciera detrás de unos arbustos.






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