Marc Sautet au Café des Phares (Paris 1994) Photo: Wolfgang Wackernagel

viernes, 16 de agosto de 2024

¿Qué nos aportan las migraciones?


Sobre la inmigración

Café Filosófico en Torre del Mar 3.6

23 de mayo de 2024, Taberna El Oasis, 18:00 horas


Yo es otro. Tanto peor para la madera que se descubre violín, ¡y mofa contra los inconscientes, que pontifican sobre lo que ignoran por completo!

Arthur Rimbaud


¿Qué nos aportan las migraciones?

Ya conocemos el uso político que se hace actualmente del tema de la inmigración, pero aquí, nosotros, a través de la reconstrucción del diálogo filosófico que tuvo lugar el pasado mes de mayo en Torre del Mar, en la Taberna El Oasis, no vamos a darle alas a tal uso interesado del hecho de que en el planeta haya tantas y tan grandes desigualdades (de las cuales somos corresponsables) y que los seres humanos traten por sus medios de vivir lo mejor que puedan. Para eso se mueven, como las demás especies. Por eso se desplazan, como lo han hecho a lo largo de siglos y milenios, con el consiguiente (y natural) mestizaje, cultural y de rasgos físicos; sin el que nosotros, los que habitamos el planeta en este tiempo, no seríamos los que somos. Vamos a mirarlo con atención, por favor. ¿Por qué hay que poner miedo en esta realidad? Como han demostrado algunos experimentos de principios del siglo veinte (en el campo de la psicología experimental), cuando los niños ven acercarse a un animal, ven a un animal, salvo que un adulto se asuste, grite o corra, pretendidamente, para auxiliarlo. En consecuencia, traslada su miedo al niño y éste acaba por asustarse, y seguirá asustándose. Desde luego, esta realidad migratoria, que se ha convertido en un problema por el que muchos están asustados y otros se encargan de atizar el miedo para conseguir más votos, presencia o poder, necesita ser mirado de otra manera. Y esto es lo que te prometen los participantes de este café filosófico que te traemos. Acompáñanos, si quieres salir de la maraña de pensamientos primitivos y nocivos que a menudo nos invaden.

No obstante, la misma confusión estuvo presente entre los participantes (nadie puede sustraerse del todo de la corta visión reinante), sobre todo, en la parte central del diálogo. Ellos y ellas son como tú, pero un diálogo filosófico permite hallar una mínima claridad, desde la que poder vivir de otra manera. Comenzamos ya... Pero antes, ¿has saboreado alguna vez un momento de paz interior? Cuando esto se ha dado, seguro que se ha extendido fuera, a pesar de las circunstancias apremiantes de tu vida. Lo contrario, sin embargo, no es seguro: que, si hay paz debida a causas exteriores, sientas un estado duradero de plenitud por dentro, dado que esa paz exterior es dependiente de estímulos y, por tanto, no es ni propia ni genuina. En todo caso, los estímulos pueden despertarla, pero nunca deja de ser esa paz una cualidad interior, que puede ser desarrollada. Como te pasará a ti, en este listado, recogido de lo que dijeron los participantes, están presentes los dos tipos de paz, pero observa cómo cualquier estado de paz depende de nuestra capacidad interior para sentir paz: cuando veo que hay armonía familiar, cuando acepté el alzheimer de mi padre, cuando conocí a mi pareja, cuando salió mi hija de sus problemas, cuando me libré de una mala persona, escuchando música, en mitad de mi jardín, en contacto con la naturaleza, cuando el médico me dice que todo está bien, cuando contemplo el mar, cuando está toda la familia reunida, en cada situación, cuando acabo de pintar un cuadro, cuando leo buena poesía, cuando me entiendo con otro, cuando me siento creativo, libre, estoy en paz visualizando el ideal de paz, cuando noto una armonía interior, cuando me siento fuerte y no sumisa, meditando, cuando acepto, cuando confío, cuando pago mis deudas, cuando al anochecer todos están en casa, me siento en paz ahora, en este encuentro.

¿Qué es una persona inmigrante? ¿Qué nos aporta la inmigración? ¿Se utiliza políticamente? ¿Nos da miedo? Lo primero que trató de hacer el grupo es cuidar el lenguaje... Hay muchos fenómenos sociales a los que se les denomina genéricamente “inmigración” (claro, visto desde la perspectiva del país que recibe a estos seres humanos). Muchos tipos y variados motivos: emigrantes, refugiados, exiliados, transterrados... Es decir, flujos humanos que discurren por el planeta Tierra. De modo que algunos participantes proponen el término general más aceptado de “migrantes”, simplemente, personas que se trasladan de un lugar a otro, por diversas causas o motivos. Sin más connotaciones. Pero esto costaba en el seno del grupo. Las tendencias etno-ego-céntricas están muy arraigadas. Eso sí, es necesario distinguir entre migraciones forzadas y no forzadas, dejando claro que ellos y ellas querían hablar de las migraciones forzadas (causadas por el hambre, las guerras, las ideologías o creencias, los regímenes autoritarios, las catástrofes naturales...). Además, querían dejar claro que las personas migrantes, si están integradas en la cultura receptora, no generan ningún problema. Otra cosa es la manera (respetuosa o no) como se produzca esta integración... De todos modos, eran muy conscientes de la complejidad del fenómeno actual de las migraciones. Y la cantidad de argumentos polarizados (por ser miopes y no ser capaces de percibir el fenómeno en sus múltiples facetas) que habitualmente oímos, y que algunos se oyeron durante la reunión... Pero, ya hemos dicho que no daríamos pábulo a la discusión normalizada sobre este tipo de situaciones humanas actuales. Sí, más bien, tratar de ver las cosas de otro modo... a lo que la filosofía ha de ayudar, como dijimos: ver lo no visto, comprender lo no comprendido, pensar lo impensado.

Uno de los participantes menciona, como algo de lo que podríamos aprender, que en Noruega no se habla de inmigrantes, sino de refugiados que necesitan ayuda. Pero, ¿por qué no hablar simplemente de personas que se desplazan, cada una con sus circunstancias y problemas de origen?, ¿por qué no hablar de personas inmersas en situaciones diferenciadas, que hay que abordar desde su propia singularidad? Ponemos muros a lo que no nos gusta o nos da miedo, y los quitamos para lo que nos interesa o creemos que nos interesa. Y dividimos a las personas que se mueven, o nos llegan, entre los que tienen y los que no tienen; los que aportan y los que no aportan, o vienen a llevarse... O eso creemos. Dejamos que se nos cuele el miedo de nuestras propias inseguridades; y lo trasladamos a los que vienen. Pero no, mi debilidad o mi inseguridad sentidas son mías, no del otro, ni debido al otro. Si yo me viviera de un modo seguro y con fuerza, no se me ocurriría buscar culpables, ¿no es cierto?: la seguridad es mía, pero la inseguridad me viene de fuera. ¿Por qué nos cuesta tanto ver que el otro también soy yo? (Je est un autre, que dijo Rimbaud). Veo a los demás como yo me veo... Por consiguiente, ¿qué me aportan los demás, incluidos esos que vienen de fuera de mi país? Me enriquecen, me ayudan a conocerme a mí mismo; pueden ser para mí una oportunidad de desarrollar la humanidad en mí, a través de otro ser humano que llega a mi puerta. Una riqueza que va más allá de lo material, el interés o el beneficio... ¿Y qué se ha hecho desde tiempos inmemoriales con ése que llega a nuestra puerta y llama? Acogerlo, que en realidad significa acogernos. La hospitalidad. Lo que yo querría que hicieran conmigo, si fuera yo el que se desplaza y necesita ayuda. Nadie puede escapar a su responsabilidad por lo que está ocurriendo en el mundo. Y más, los que más responsabilidades públicas representan. Las desigualdades no son naturales, cuando su causa es histórica, social o económica. Incidamos en estas causas y no tendrán que desplazarse tantas personas de una manera forzada y tan masiva.

El grupo de investigadores, que aquella tarde indagaba sobre el fondo de los fenómenos migratorios, convino, así pues, que no se mueven o desplazan inmigrantes, migrantes, desplazados, refugiados... ¡sino personas! Personas que son iguales y diferentes, y que buscan vivir de otra manera, si es posible mejor... Y no hay que poner el énfasis en que somos iguales, solamente, ni en que somos diferentes, solamente. Somos diferentes sobre una base común (de la humanidad), y cada uno de esos dos rasgos básicos ha de comprenderse y respetarse en su propio nivel: ninguna diferencia puede sustraerse de esa base de igualdad; ninguna clase de igualdad puede obviar de las diferencias. Esto nos define. Una buena definición, como diría Aristóteles, nunca tendría que olvidarse del género ni de la diferencia específica. Entonces, ¿qué nos aportan los seres humanos que nos llegan? ¿Tiene sentido esta pregunta? Nos llegan. Los seres humanos no aportan, son; y siendo, aportan. Antes de ser altos o bajos, más claros de piel o más oscuros, somos seres humanos (esta es la sustancia, lo demás son accidentes, algo derivado o secundario, que no existe por sí mismo). Igual que una especie vegetal o animal: antes de juzgar si aportan o no aportan algo al género humano, comprender que son, que existen, lo valioso que son en sí mismos. ¡Y qué distinto sería entonces el trato hacia ellos, una vez comprendido esto! Pues, lo mismo pasa con nosotros. Vale.










jueves, 8 de agosto de 2024

¿Por qué nuestra pasividad?

Acequia alta, Berto Martínez Tello. Óleo sobre liezo. 190x170 cm. 2023.


Sobre la pasividad

Café Filosófico en Capileira 3.2

03 de agosto de 2024, Biblioteca Pública, 19:00 horas


La pereza y la cobardía con las causas de que una gran parte de los hombres permanezca, gustosamente, en minoría de edad a lo largo de la vida, a pesar de que hace ya tiempo la naturaleza los liberó de dirección ajena (naturaliter majorennes): y por eso es tan fácil para otros erigirse en sus tutores. ¡Es tan cómodo ser menor de edad! Si tengo un libro que piensa por mí, un director espiritual que reemplaza mi conciencia moral, un médico que me prescribe la dieta, etc., entonces, no necesito esforzarme. Si puedo pagar, no tengo necesidad de pensar: otro asumirá por mi tan fastidiosa tarea. Aquellos tutores que tan bondadosamente han tomado sobre sí la tarea de supervisión se encargan ya de que el paso hacia la mayoría de edad, además de ser difícil, sea considerado peligroso para la mayoría de los hombres.

Immanuel Kant


¿Por qué nuestra pasividad?

Después de bastantes meses sin nuestras acostumbradas actividades filosóficas en Capileira, que se echaban de menos, volvemos con un nuevo Café filosófico. De todos modos, el contacto en absoluto se había perdido, especialmente, a través del proyecto-libro Oda a la luz de Acequias y Tinaos, cuyos beneficios buscan contribuir al cuidado y mantenimiento de las acequias de estas altas tierras (sin cuya existencia la vida de sus poblaciones no sería viable, ni la conservación del rico patrimonio natural y cultural de este territorio de montaña), donando dichos beneficios a la Comunidad de Regantes de la Acequia de los Lugares; esta acequia, que es una de las arterias principales del ecosistema del Barranco del Poqueira. Verdaderamente, este libro pictórico-poético es un acto de amor por estas tierras. Y trata de devolver algo de lo que les ha dado a sus autores. Se comenzó presentando este proyecto solidario en el mismo Capileira, siguió luego Órgiva, más tarde Vélez-Málaga (donde también se halla ubicada una exposición en el Centro de Arte Contemporáneo, hasta el 11 de agosto) y, por último, se ha presentado en el Balneario de Lanjarón. Están previstas nuevas presentaciones del proyecto y del libro en Bubión (22 de agosto), Pampaneira (29 de agosto) y, muy posiblemente, en Granada capital y en otras poblaciones de Las Alpujarras granadina y almeriense. Aparte de las presentaciones, esta obra puede conseguirse (para quien desee colaborar) en el Art Studio (Capileira) de Berto Martínez Tello y en la siguiente dirección de correo electrónico: info@editorialdosaguas.com.

Retomando el objeto de este relato, diremos que, precisamente, el tema del diálogo filosófico está relacionado con nuestras actitudes ante aquello que pueda ser valioso: la pasividad, en la que a menudo caemos, era la actitud que a los participantes les preocupaba aquella tarde. Porque hay situaciones en las que es necesario implicarse, cada uno lo que pueda, en la medida en que pueda. Previamente, como es ya habitual, el facilitador del encuentro propuso una cuestión de autorreflexión, en esta ocasión, relacionada con el asombro, que no otra actitud es el principio del filosofar, según han dejado dicho el viejo Aristóteles y nuestra contemporánea María Zambrano. Mirar como si viéramos por primera vez. Extrañarse. Es el modo de poder percibir una realidad como realidad, en su valor propio, sin interpretaciones ni juicios previos, sin temores o deseos venideros. Estar abierto a la presencia, en cuanto tal presencia; el Ser de un ser, que diría Heidegger. Para ello, nosotros mismos hemos de estar presentes, y no ausentes, de tantas maneras como lo estamos habitualmente. Cuando dejamos ser a lo que es, entonces, en dicho estado de presencia, aparece la belleza, aparece el bien, aparece la verdad. Como lo expresaba Schelling, “dejar de ser para dejar ser”. Pues bien, los participantes, ellos y ellas, habían vivido dicho asombro (habían mantenido esta actitud) en situaciones como las siguientes: ante la nieve, ante unos ojos, ante la mentira (el porqué de la mentira), ante una planta que ha sido capaz de brotar en un sitio que parecía imposible, ante la idea de la antimateria, al acabar de leer un poema, con la luna del este saliendo por el barranco, ante la mirada sonriente de un niño, a pesar de sus circunstancias... seguro que tú también, querido lector o lectora, has sentido ese asombro originario que desencadena una pregunta, que constata un hecho, que lleva a percibir con claridad, o simplemente, ser testigo de una presencia pura de la realidad.

¿Por qué, en ocasiones, somos tan pasivos?, cuando se necesita de nuestra intervención, porque la cosa depende de nosotros (en el sentido de la distinción de Epicteto: “lo que depende y lo que no depende de nosotros”). ¿Por qué se ha normalizado la pasividad? ¿Es posible que interese dicha pasividad de la población? Estas preguntas dirigieron el diálogo. Aunque, de hecho, la primera acogió a las otras dos... Lo iremos viendo a continuación. Lo primero fue lograr unanimidad sobre el punto de partida, porque no todos pensaban que predomina la pasividad en nuestra sociedad. Hay de todo, dijeron algunos, personas muy implicadas o otras que no lo son tanto y prefieren distraerse con variados entretenimientos... Así pues, el grupo acordó hablar de aquellos casos en los que destaca esa pasividad: cuando hay pasividad, por qué la hay. De esta manera, se fueron enunciando (y justificando) algunas hipótesis que podrían explicar este fenómeno individual que se aprecia también en la sociedad: a) no nos sentimos apoyados en nuestras iniciativa y nos desanimamos; b) socialmente, estamos condicionados por fuerzas que buscan nuestra pasividad para mantener su estatus; c) la comodidad, nos volvemos cómodos, la comodidad es un coladero de la pasividad; d) también nos volvemos pasivos porque vemos que nuestra pretensión es, en el fondo, irreal o imposible de lograr; e) no vemos el problema, no somos capaces de verlo, el vidrio de nuestras gafas está empañado o turbio. Y fueron poniendo algunos ejemplos cercanos, conforme iban justificando cada una de sus hipótesis; entre ellos, disparó alguna discusión el escaso apoyo que está suscitando la reivindicación de un hospital público para la comarca. Más o menos en esos momentos, el facilitador del encuentro preguntó: si las personas están condicionadas en su pasividad (por el desánimo, la presión externa, la comodidad, la falta de confianza, las gafas empañadas), entonces, ¿somos condicionables? Esto introdujo, inicialmente, una perplejidad o asombro entre los participantes, que luego permitió al diálogo encontrar nuevos cauces de discusión. Si algo me condiciona, mi conducta, mi pensamiento, mis emociones, no sería posible sin mi complicidad, consciente o inconsciente. No sería posible sin que yo formara parte del proceso. Por contra, nada podría condicionarme tan fácilmente, si yo tomara conciencia de dichas condiciones o condicionamientos, ¿no es cierto?

Desde este fondo, el animador preguntó entonces: ¿qué factor, de los que habéis dicho antes, nos convierte en personas más condicionables?, ¿cuál de ellos estaría en la base de los demás? Y casi todos respondieron: ¡la comodidad! Efectivamente, si lo miramos bien, la comodidad yace bajo los demás factores: si no me apoyan, me rindo y vuelvo a mi rutina; si pretenden que nada cambie y tienen poder para ello, me aferro a lo que tengo o he logrado; si algo me parece imposible, para qué molestarse; también, prefiero ver las cosas como siempre las he visto, es menos arriesgado para mí. Pero el grupo de investigación que se ha reunido en la Biblioteca de Capileira no se podía quedar ahí. Continuó indagando, ahondando. ¿Hay algún factor o rasgo más, de nuestro modo de vivir, que pueda sumarse a la comodidad y afianzar la pasividad, que tanto nos preocupa? Pues sí, dijeron: el interés egoísta y la falta de autoconocimiento. Y, sin dificultad, puede comprobarse que estos dos nuevos ingredientes de nuestra pasividad tiran bastante para casa (este trabajo de comprobación te lo dejo para ti, querido lector o lectora).

El mismo procedimiento anterior fue aún más lejos: ¿cuál de los tres factores, la comodidad, el interés egoísta o la falta de autoconocimiento, está en la base de los demás? Y de nuevo, lo vieron muy claro: ¡el desconocimiento de nosotros mismos! Dicho positivamente: la importancia central de conocernos a nosotros mismos, el autoconocimiento. ¡Qué lejos nos había llevado la indagación filosófica! Desde la pasividad hasta el autoconocimiento, pasando por nuestra propia participación en nuestra pasividad... Ya sabíamos lo que debíamos cultivar, lo que debemos cultivar y desarrollar... para no ser marionetas, cuyos hilos son movidos por otros: nuestras limitaciones, tanto internas como externas. Para ser mayores de edad, más allá de la edad que se tenga, como ya nos dejó escrito Immanuel Kant. Como esta luz nos alumbraba lo suficiente por ahora, se dio por acabado el encuentro filosófico. Y todos nos fuimos para las Eras de Aldeire, que allí nos esperaba un atractivo concierto de jazz al aire libre, al borde del barranco del río Poqueira (que no es lo mismo que al borde de un abismo). ¡Para eso habíamos filosofado juntos! La filosofía no puede separarse de la vida, porque la filosofía practicada junto a otras personas también es vivir. ¡Mucha salud... y hasta pronto!

martes, 6 de agosto de 2024

¿Por qué son tan complejas las relaciones humanas?


Sobre las relaciones humanas

Café Filosófico en Pampaneira 1.1

12 de julio de 2024, Tasca Almáciga, 18:00 horas


Dominar es manchar. Poseer es manchar. Amar puramente es consentir

en la distancia, es adorar la distancia entre uno y lo que se ama.

Simone Weil

¿Qué es el infierno? El infierno es uno mismo,

el infierno está solo, las otras figuras en él son sólo proyecciones.

T.S. Elliot


¿Por qué son tan complejas?

Aquella tarde calurosa de julio estábamos allí reunidos, por primera vez, en la Tasca Almáciga de Pampaneira, para realizar nuestro diálogo filosófico. El lugar, muy acogedor y variado en matices de esta tierra de La Alpujarra. Así que todo era propicio. Estábamos deseando comprobar qué nos deparaba el encuentro; siempre nuevo, siempre abierto.

El animador, después de una breve introducción acerca de esta popular modalidad de la Filosofía practicada, planteó una cuestión inicial, de manera que los asistentes pudieran comenzar ejercitando su capacidad reflexiva: ¿qué es y qué no es inteligencia? En estos días vivimos una inflación de IA por todas partes... y quizás no todo puede ser inteligencia, por mucho que le otorguemos ese nombre, llevados del actual impulso tecnofanático, desencadenado y ciego. Necesitamos preguntarnos si cualquier cosa puede ser llamada “inteligencia”. Para empezar, tendría que ser inteligente. Verdadera inteligencia y no un sucedáneo de inteligencia, por muy puntera que ésta sea. No todo puede deberse a una racionalidad instrumental, predominante en estos tiempos, sino que también existe, dentro de nuestras capacidades humanas, la racionalidad de acuerdo a valores, como nos recordaba la Teoría crítica a lo largo del siglo XX. No nos basta decidir los medios más eficaces para un fin, sino que tenemos que evaluar también cuáles son esos fines o valores hacia los que dirigimos nuestras acciones. No es suficiente una inteligencia que haga cosas, eficaz y productivamente, sino mirar qué cosas hace, el modo en que las hace y a qué mundo nos aboca. Por otro lado, habría que meditar seriamente si la inteligencia está en el artefacto o más bien está en el artífice (si es que está, en un caso dado) para no confundir las cosas, para no confundirnos.

En fin, que los participantes trataron de situar con claridad dónde encontrar una auténtica inteligencia, que podamos llamar humana, porque suponga la realización de nuestras cualidades esenciales, que hemos de ir descubriendo y actualizando juntos. Así, dijeron que una auténtica inteligencia sería capaz de adecuarse a lo propio de cada situación, diferente y cambiante; la prudencia de que nos hablaba Aristóteles. De igual modo, si somos capaces de encaminar nuestros esfuerzos hacia la expansión de la vida en nosotros, esta inteligencia sería inteligente; es decir, el sentido nietzscheano del auténtico vivir. Una inteligencia completa tendría que incluir también el desarrollo de nuestra inteligencia emocional. Y saber hacer un uso constructivo del dolor; el dolor, como el sufrimiento, contienen una inteligencia que hay que aprender a escuchar. Una inteligencia verdadera debería llevarnos a vivir bien, y no solamente a sobrevivir. Además, sería una inteligencia creadora, lúcida y ecuánime, variada, amplia, acogedora. Pero esta cuestión de la verdadera inteligencia sólo era el preámbulo de nuestro diálogo filosófico, que ahora venía...

Pues bien, usaríamos nuestra inteligencia, nuestra capacidad de comprensión lúcida, aquella tarde, para investigar juntos sobre la complejidad de las relaciones humanas. ¿Por qué son tan complejas? Y no decimos (no se referían ellos y ellas) al hecho de que se vuelvan a menudo complicadas o difíciles, problemáticas o desagradables, sino que queríamos fijarnos en su complejidad propia, de la que se derivan luego, en ocasiones, tantas complicaciones que nos hacen pasarlo mal. Lo complejo lo es porque incluye diferencias que hay que escuchar y respetar; sin embargo, pero no hay que perderse en ellas, dejarse arrastrar y perder de vista quiénes somos. Esto lo veremos a continuación, en su momento.

Para empezar, uno de los participantes propone una fábula de su cosecha, a la que el grupo supo sacarle todo el jugo: dos arañas, ambas tejen una tela de araña, una red de relaciones, una pequeña y otra grande. ¿Cuál de las dos sería más compleja, más difícil de guardar? ¿Cómo valorar su mayor o menor complejidad? ¿Cuánto tiempo y esfuerzo habría que dedicarle a cada una para su preservación? Y dijeron que además de tiempo y esfuerzo, cada una de las arañas tendría que conocer muy bien todas sus bifurcaciones, mantenerlas, cuidarlas; incluso, ponerse en el lugar de cada encrucijada, qué necesita, qué quiere, qué busca... Y tendría que conocer las distancias y los pasos angostos, ampliar información sobre las circunstancias y los contextos, y ampliar la perspectiva para poder juzgar cada una de las situaciones. Finalmente, también lo dijeron entre todos, cada araña (porque da igual si construimos una pequeña o una gran tela de araña de nuestras relaciones, esto es irrelevante para su complejidad y las dificultades) debía sincronizar las diferencias dentro y fuera de su tela de araña, esos lugares de la relación consigo misma y con el mundo.

Pero, ¿cómo llegar a poder armonizar esos lugares propios con los ajenos? La única manera de sintonizar entre sí las diferencias, para minimizar los daños, las crisis y sus efectos devastadores si no se resuelven satisfactoriamente, si no se aprende para futuros conflictos, es encontrar la base común de dichas diferencias, para que puedan entenderse, para que puedan dialogar entre sí. Y lo mismo que los colores de las caras de un cubo de rubik son todas diferentes y pueden combinarse de una infinidad de maneras, todas sus posibilidades combinatorias se dan en el mismo cubo, así sucede con nuestras diferencias en nosotros mismos y con los demás. No hay diferencias posibles, sino desde una base compartida. Solamente, que hemos de situar la conciencia en el nivel adecuado de comprensión. Alejarse de lo particular y diferente hasta poder vislumbrar el conjunto y su unidad originaria, de la que provienen las diferencias particulares. Así sucede con nuestras relaciones... humanas. Incluso, el que quiere aislarse (o eso pretende), en un alejado paraje, de la humanidad, se lleva consigo a la humanidad entera, en su pretendido autodestierro o misantropía. Incluso, quien proclama el carácter exclusivo e intransferible de los gustos personales, sus diferencias irreductibles, tiene que saber que los gustos diferentes comparten el hecho de que todos son gustos, y no hay nada más humano que eso de tener gustos diferenciados para sentirse que uno es “alguien único”. Mis gustos serán distintos (o eso creo) de los tuyos, pero puedo llegar a comprender que tú tienes “gustos”, como yo, y para qué los tienes, así que no tendré ningún problema con ello. En ti me veré a mí, tratando de vivir lo mejor posible. Acto seguido, el respeto a la diferencia sería tan natural para nosotros como la rosa lo es para el tallo de la rosa.

La dificultad estriba en el descubrimiento de ese fondo común. ¿Cómo acercarme a ello? ¿Qué necesito desarrollar en mí para poder situarme ahí, y comenzar a vivir las relaciones con los demás de un modo nuevo, arraigado, enriquecedor? Pues, nada más que algo tan sencillo como querer de veras, poner todo mi interés en ello. Y para esto, lo primero es la confianza en que ese fondo común lo hay; descubrirlo en mí y, sin discontinuidad alguna, seré capaz de verlo en los demás. Desde ahí, las relaciones seguirán siendo complejas, claro, pero serán más agradecidas que difíciles o complicadas; no brotarán, como de la nada, los conflictos, las disputas, en las que el otro aparece como mi enemigo, que he de negar a toda costa para afirmarme yo. Incluso las sempiternas guerras de la humanidad dejarían de tener sentido. Serían tan absurdas como no admitir que todos los seres vivos están tan vivos como yo; que los demás seres humanos son tan valiosos como “los míos”, mis allegados, mis compatriotas, mis correligionarios... Y que sienten y que sufren también. En realidad, el otro busca lo mismo que yo, es como yo. De hecho, el que odia no ha mirado dentro de lo que odia; de ser así, no lo odiaría. O, quizás, no quiera verse a sí mismo. El infierno no está, sin más, en la relación con los demás, que decía Sartre (“el infierno son los otros”); puede estar dentro de nosotros, si no somos capaces de mirarnos y, en el otro, reconocernos. Vale así.