Café Filosófico en Vélez-Málaga 6.8
17
de abril de 2015, Cafetería Bentomiz, 17:30 horas.
Si no nos queremos a nosotros mismos, si
no hemos descubierto que nos pueden querer, nos costará querer. Nuestro amor se
verá siempre desvirtuado por la herida de nuestro corazón y amaremos de un modo
posesivo o indiferente, angustiado o superficial, incluso perverso, si la
herida es profunda e inconsciente.
Frédéric Lenoir, El alma del mundo.
La relación es realmente un proceso de
descubrimiento de uno mismo, es decir, un proceso de conocimiento propio; en
esa revelación hay muchas cosas desagradables, actividades y pensamientos
inquietantes y molestos. Como no me gusta lo que descubro, huyo de una relación
que no es agradable hacia otra que lo sea. La relación, por lo tanto, tiene muy
poco sentido cuando sólo buscamos satisfacción mutua; pero se vuelve importante
en extremo cuando es un medio de descubrimiento, de conocimiento de uno mismo.
Krishnamurti, La libertad primera y
última.
¿Por
qué se dan tantos conflictos en las relaciones personales?
Comencemos por nosotros mismos: ¿Quién soy yo? “Yo soy
alguien, una persona que…”. Y para conocerse un poco más entre sí los
participantes, fueron esparciendo semillas que señalaban cómo se sentían en el
momento en que comenzaba este café filosófico, cuyo relato comienza ahora de
verdad.
—Yo soy alguien que ha tenido que esperar a ser mayor para
conocerse.
—Yo soy el que lleva más de medio siglo buscando la
felicidad.
—¿Tengo que ser alguien? ¿No puedo ser algo? —Por supuesto,
tú eres, tú dinos. Nosotros no somos nadie.
—Yo soy una semilla…
—Yo soy uno que le gusta crear, crear cosas.
—Yo simplemente soy. Yo soy. —Efectivamente, para ser algo
o alguien, primero hay que SER…
—Investigo, busco y al final espero encontrarme a mí misma.
—Yo soy cada cosa que he vivido. —¿Y las que estás
viviendo?
—Adoro curiosear.
—Yo soy mis errores, multiplicado por mis defectos,
dividido por mis virtudes. —Comprendido, te lo guardas para ti, el resultado de
tu operación.
—Yo soy el que busca la verdad, el que investiga para ello.
—Yo he sido por exigencia de los demás, me he rebelado, y
ahora estoy empeñada en comprobar si yo soy así como esperaban que fuera. Ahora
busco ser yo misma.
Aquellas personas que llegaron tarde se perdieron esto, y
los demás a ellas, lo que podían
haber dicho. Había ganas de abordar la Inocencia y el Origen del enamoramiento y el Cambio político. Pero no tantas como las que confluyeron alrededor de las buenas Relaciones interpersonales. Yo soy, pero nosotros somos. ¿Qué somos nosotros? ¿Cómo somos que hay tantos conflictos entre nosotros? ¿Por qué tantas veces no funcionan bien las relaciones entre las personas? Y seguimos y seguimos… ¿Por qué? Dos grupos de hipótesis se abrieron camino entre los asistentes. 1) Nos ponemos un disfraz, llevados de nuestro propio miedo, lo que nos hace estar a la defensiva, quizás resultado de las malas experiencias del pasado; 2) Somos diferentes, con diferentes objetivos, intereses, diferentes expectativas y sucumbe el entendimiento ante tanta diferencia.
haber dicho. Había ganas de abordar la Inocencia y el Origen del enamoramiento y el Cambio político. Pero no tantas como las que confluyeron alrededor de las buenas Relaciones interpersonales. Yo soy, pero nosotros somos. ¿Qué somos nosotros? ¿Cómo somos que hay tantos conflictos entre nosotros? ¿Por qué tantas veces no funcionan bien las relaciones entre las personas? Y seguimos y seguimos… ¿Por qué? Dos grupos de hipótesis se abrieron camino entre los asistentes. 1) Nos ponemos un disfraz, llevados de nuestro propio miedo, lo que nos hace estar a la defensiva, quizás resultado de las malas experiencias del pasado; 2) Somos diferentes, con diferentes objetivos, intereses, diferentes expectativas y sucumbe el entendimiento ante tanta diferencia.
—Claro, es lo que sucede cuando nos ponen por las nubes una
película, que vamos a verla y nos defrauda.
—¿Y en dónde está el problema: en la película o en la expectativa?
—¿Pero hay muchos tipos de relaciones? —Protesta una
participante.
—¿Aún así, lo que estamos diciendo vale para todas ellas:
los disfraces, las diferencias, las expectativas, la falta de comunicación…?
—Me temo que sí.
Y el grupo se encaminó hacia el mercado de los disfraces,
la ocultación, sea hipócrita o no lo sea, la ocultación de uno mismo ante sí
mismo; luego vendría lo demás, a su debido tiempo.
—Como decís, la ocultación tiene “patas cortas”, pero a
veces es comprensible. No quieres
estropear una relación bonita que está al principio, para así que llegue pronto
la decepción y el fracaso.
—¿No decepcionar? ¿Por qué sucede esto?
—Por miedo a que pueda fracasar la relación.
—La inseguridad también afecta.
—O quizás la inseguridad esté en el origen del miedo. Por
eso, también hay disfraces inconscientes.
—Yo quiero añadir que es algo que se va aliviando cuando
vas madurando con la edad.
—Pero no es general.
—Ya.
—Pero escuchad: cuando caiga la máscara que nos hemos
puesto, vendrá el conflicto, más tarde o más temprano.
—Sí, estaríamos poniendo una traba al futuro, una grave
hipoteca a la relación futura.
—Entonces, eso no sería más que una traición a la
relación y una traición a ti mismo.
—Sí, hacemos daño y nos hacemos daño.
—Y diciendo lo que pienso y mostrándome como soy, ¿no haré también
daño?
—No, háblalo. ¡La forma irrespetuosa en que lo digas
es lo que hace daño!
Y como una apoteosis, o mejor una catarsis, el grupo
rió un momento filosófico único ante el comentario de uno de los participantes,
que pareciera dicho momento que venía por sí solo, que se le esperaba y que
caía como agua de mayo: “¡Podemos relacionarnos bien a pesar de ser tan
diferentes y de mostrar abiertamente que lo somos!”. ¡Había que estar allí!
¡Tenías que haber estado allí! Así es. No pasa nada. Aquí estamos. Y ahí estuvo
una participante adulta, que contó su impresión cuando nació su hijo, que
parecía un “monillo” y los demás tratando de animarla y ella, que no le hacía
falta, insistiendo en la realidad, en la verdad: “Es feo el niño”. Era feo… Y
nos contó que fue creciendo en edad y en belleza. ¡Y no pasó nada por decir en
su momento lo que había!
—Os advierto que todos fingimos.
—Y quizás no pase nada, si son cosas superficiales,
formalismos sociales, rutinarios…
—Efectivamente, es cuando la ocultación afecta a algo
fundamental cuando hay que temerle.
—Sí, cuando hipoteca de verdad el futuro de la relación,
cuando hace daño y nos hacemos daño —sugiere con afán sintético el moderador—.
¿Y qué es lo fundamental?
—Los valores.
—Las consecuencias.
—La honestidad —nos estábamos acercando...
—¡La confianza mutua! Cuando se ve afectada algo tan
profundo como la confianza mutua, aunque sea con algo más o menos nimio.
Una de las participantes —precisamente, la que propuso esta
problemática— confiesa su preocupación, lo que mostraba que el curso del
diálogo filosófico no le satisfacía del todo. Se refirió a situaciones propias
de un ambiente social tóxico, en el que todo se toma a mal, en el que la
persona va cogiendo inseguridad, en donde se van creando círculos viciosos de
daño mutuo, sin que los protagonistas sean conscientes de ello, de cómo unos a
otros se están haciendo daño, incluido cuando alguno piensa que él posee el
control y que no es la víctima sino el verdugo (recordad el análisis marxiano:
el explotador también vive alienado). ¡Y ocurre porque los protagonistas no lo
saben! ¡Desconocen que el infierno que están pasando no es necesario pasarlo!
Que es algo creado entre nosotros mismos.
—Tomar consciencia de lo que está pasando, sí, muy
importante para separarse, sufrir menos y contribuir a cambiar las cosas. Si no
se empieza por ahí, poco se puede hacer.
—Y esta es una tarea educativa —una joven de la reunión lo
dijo—. Ayudar a los chicos y chicas a darse cuenta de situaciones que no han de
soportarse.
—Ya se hace.
—Pero se hace poco.
Allí estábamos para enriquecernos, para aprender unos de
otros y estábamos aprendiendo. Todos sufrimos con estas cosas y también tenemos
mucho que aprender unos de otros. Actitudes más adecuadas, más constructivas.
—No olvidéis lo que hemos hablado antes: las formas
importan mucho. Por ejemplo, en lugar de acusar al otro: “tú eres…”, empezar
por ti: “yo me siento…”, y ya todo puede cambiar.
—Sí, en vez de hacerte el experto (“yo lo sé todo sobre
ti”, “sé lo que vas a decir”, “siempre haces lo mismo”), recordar que todo
cambia, que nada permanece, que cambiamos a cada instante, empezando por
las células de nuestro cuerpo.
—Mostrar apertura. Todo dependerá de lo abierto que
te muestres, de cómo recibas al otro, abierto en canal o con una coraza
reforzada puesta encima.
—¡Pero eso es muy difícil de llevar a la práctica! —replica
la persona que se quejaba antes de los ambientes tóxicos.
—Correcto, es difícil pero es importante. Nos
jugamos mucho en ello: no anularse a uno mismo, no traicionarse…
Y así, con este bagaje previo, esta madurez adquirida por
el grupo durante todo el tiempo que duró la discusión hasta este punto, el otro
grupo de hipótesis que quedaba pendiente de abordar, se podía comprobar con
facilidad mediante deducción. Pero esto es sólo posible cuando los
principios están bien maduros, bien trillados. No fue necesario mucho tiempo
para que fluyeran las conclusiones, que iban suscitando fácil apoyo por parte
de los asistentes. Tú no estuviste —aunque espera este narrador que dichas
conclusiones te aprovechen casi tanto como a ellos—. Estate muy atento, lector,
pues te va tu vida, que es relacional, en ello. Ante tantas diferencias, tantas
expectativas, tantos intereses que parecen separarnos, dos propuestas, dos
salidas:
a) La aceptación de las diferencias, de lo que somos
y de lo que queremos cada uno. Somos diferentes, ¿y qué? Partamos de ahí. Para
ello, mantener una permanente actitud investigadora, descubridora. No
dar nada por sentado, porque provenga de ti. El otro puede ser diferente. Y eso
es bueno, también para ti. ¿Sabes por qué?
b) Un diálogo, pero no cualquiera, que no
prejuzgue. Si no prejuzga al otro, comprende. Si comprende, entonces ve con
claridad, y ya no contribuye a enturbiar la relación. Y para ver, atender. Atiende
al otro. Y aunque el otro prejuzgue —te prejuzgue—, tú no prejuzgues,
atiende. Los dos saldréis ganando, antes o después.
Esto es lo que vinieron a decir.