Marc Sautet au Café des Phares (Paris 1994) Photo: Wolfgang Wackernagel

jueves, 29 de diciembre de 2022

¿Es la vida un proyecto?



Sobre el proyecto de la vida

Café Filosófico en Torre del Mar 2.3

22 de diciembre de 2022, Taberna El Oasis, 18:00 horas


El modo de ser de la vida ni siquiera como simple existencia es ser ya, puesto que lo único que no es dado y que hay cuando hay vida humana es tener que hacérsela, cada uno la suya. La vida es un gerundio y no un participio: un faciendum y no un factum. La vida es quehacer.

Ortega y Gasset


Movimiento: el acto de lo que está en potencia, en cuanto tal potencia.

Aristóteles


El centro no está inmóvil sino quieto.

María Zambrano


Una de las cosas que maravillan a este relator, de estos encuentros filosóficos, es la magia que en ocasiones sobreviene. La magia del pensamiento, la magia del diálogo. Pasar de no-saber a saber, pasar de no-comprender a comprender. Súbitamente. Aunque también sobreviene como fruto caído de una maduración en el diálogo. Porque responder a una pregunta puede muy bien aclarar todas las demás dudas que recogían otras preguntas, que al principio nos hacíamos. ¿Cuándo descubre uno su proyecto de vida? ¿Cómo influyen las condiciones en las que vivo? Mi proyecto vital, ¿es realizable? ¿Y cómo saber que lo he realizado? ¿Cuentan mucho mis decisiones? ¿Somos dueños de nuestra vida? Pues bien, todas esas preguntas vieron la luz respondiendo a la siguiente: ¿La vida es un proyecto? Qué tipo de proyecto sea, dejó expedito todo lo demás... Sigamos, pues, las evoluciones del grupo en su indagación.

Pero antes, el conductor del encuentro planteó una situación para que los participantes pudieran presentarse y expresarse. En anteriores Cafés filosóficos se tomó como referente el elemento “agua”. Ahora, en su forma salina e inmensa: el mar. ¿Qué evoca el mar para ti? Viviendo en una localidad costera, Torre del Mar, ¿qué significa este medio acuoso que limita con la tierra? Y cada uno expresó su impresión fundamental: olas sin fin, la perseverancia de lo vivo, un altar, la serenidad del horizonte, el paso del tiempo hasta la muerte, amor y temor, fuerza, violencia, mi respiración, planeta vida, la vida y la muerte, con quien pasear en calma, un ritmo, la inmensidad y lo pequeño del ser humano, el movimiento y la serenidad, el reflejo de lo que soy, una medicina inagotable.

¿La vida es un proyecto? Inició el grupo su andadura planteando un modo de proyecto vital que no satisfacía a la mayoría. Suscitaba muchas dudas. El concepto que se iba perfilando se mostraba alejado, rígido, acabado, abstracto. De manera que una votación rápida mostró lo que estaba en el ambiente: una falta de convicción, una molestia subterránea que afectaba al curso de la discusión. Solamente unos pocos participantes parecían atrapados en el concepto habitual de “proyecto”: unos objetivos, unos recursos, unos resultados planificados, una organización o administración previa de la vida, que se desarrolla en el tiempo. Incluso en aquellos casos en que sí defendían con claridad que nuestra vida es un proyecto, también ponían sus salvedades: el proyecto de la vida consiste en aprender a vivir, el proyecto de la vida se va rehaciendo sin parar, en realidad la vida es un proyecto de proyectos. A esto se añadió lo que aportaban los asistentes más insatisfechos: mucho de lo que proyectamos y hacemos no depende de nosotros, no sabemos cuál es nuestro proyecto, lo vamos adaptando sobre la marcha, en realidad es un río que te lleva. Total, que no satisfacía de verdad a nadie la idea de la vida como proyecto. Y fueron aflorando los desajustes: no hay proyecto previo ya hecho o dado, no puede haber planificación, se va descubriendo, no puede estar hecho de factores externos, no puede haber proyectos sin su facticidad o circunstancia, no somos los protagonistas absolutos, no sabemos de antemano, aunque mis decisiones cuentan mucho (por acción o por omisión); soy como el capitán de un barco que navega por el mar, ese mar que decíamos al principio de este relato: y sólo puedo hacer lo que puedo hacer, para manejarlo...

Y parecíamos más perdidos que antes, en el ancho mar de nuestra vida. Pero así es la reflexión y el diálogo filosóficos: nos perdemos para encontrarnos, nos confundimos para aclararnos. La filosofía es como la vida. Cuando más perdidos estamos, cuanto más confusos, justo cuando vamos a tirar la toalla, aparece la luz. Si dejamos que la discusión se sosiegue, si permitimos que emerja lo nuevo desde dentro del mismo diálogo, que las aguas se calmen y que la turbidez se ordene por sí misma, entonces, puede vislumbrarse el fondo de la laguna. Y casi siempre la clave es una pregunta que pregunta de otro modo: ¿si construimos un concepto de “proyecto”, que recoja las anteriores salvedades, podríamos hablar del proyecto que es la vida? Si el proyecto del que partimos (para entendernos y para entender la temporalidad de nuestra vida) no es gestionario, no es economicista, no es administrativo (están haciéndonos mucho daño estos excesos, porque al ser excesivos, son reductivos), entonces, todos los participantes, sin excepción, podrían decir SÍ (y lo dijeron): nuestra vida es un proyecto, que no está dado de antemano, que no puede planificarse del todo, que es interior y es exterior, que navega entre circunstancias, del que no somos plenamente conscientes a priori, del que somos acompañantes pero no sus protagonistas absolutos, aunque nuestras decisiones, aquí y ahora, juegan un gran papel; y, en ese momento, se expandió por toda la sala de la Taberna El Oasis una gran tranquilidad de ánimo y un gran consenso. Por ahí queríamos continuar.

Y vino la magia. Porque, haciendo un repaso, el resto de preguntas ¡ya estaban respondidas o quedaban aclaradas! Tú, queridos lector o lectora, puedes comprobar si para ti sucede lo mismo. Pero además, con esta herramienta, podía el grupo, incluso, afrontar variadas situaciones que nos afectan en este mundo tan complejo como el que vivimos. Esclarecer el origen muchos de nuestros problemas vitales o socio-políticos: ninguna ley, ninguna normativa, ninguna ideología o creencia, ningún sistema, ninguna constitución (esto último preocupaba a uno de los participantes al inicio del encuentro, al hilo de la actualidad), es definitiva, inamovible, incuestionable. Todo en nuestra vida es proyecto que se construye mientras navegamos... Olvidar esto nos produce grandes quebraderos de cabeza (o peor todavía) por los conflictos que provoca (o cosas peores todavía). Miremos, simplemente, a nuestro alrededor...

Pero el actual café filosófico tampoco así podía darse por acabado. Una de las participantes había manifestado una duda que a ella le perseguía. Para eso estábamos allí. Si entendemos nuestra vida como un proyecto que fluctúa, que cambia o evoluciona, ¿todo en nuestra vida es fluctuante? ¿No hay nada en nosotros que no cambie? Primero, se propuso la distinción entre existencia y ser. El ser, en cuanto centro, no cambia, lo hace la vida en cuanto a los fenómenos que la componen, la periferia nuestra, exterior e interior, nuestra personalidad, por ejemplo. La noción, la intuición, la sensación, la vivencia o el sabor presente en la afirmación yo soy, desde que tengo conciencia de mí mismo, aunque haya cambiado mi cuerpo, mi mente, mis afectos o mis circunstancias, continúa siendo básicamente la misma. Y me reconozco. Es mi identidad profunda. La periferia de mis acontecimientos vitales podrían entenderse, por lo tanto, como un despliegue o desarrollo de un centro inconmovible. Lo mismo que una rueda se mueve a partir de la quietud en lo hondo de su eje. Esta respuesta podía valer, para empezar. Sin embargo, era una respuesta demasiado estática. Se podía ir más allá, dinámicamente: no podemos saber de antemano cuál es nuestro centro, nuestro ser profundo, pero gracias al despliegue de la periferia lo vamos descubriendo. Y esta es su función: al expresar nuestro fondo lo descubrimos y nos hacemos conscientes. Somos proyecto, somos tiempo, porque necesitamos tiempo y movimiento para realizarnos, para despertar a nosotros mismos. Les pasa a todos los seres, Aristóteles dixit.





sábado, 24 de diciembre de 2022

¿Qué es ser uno mismo?

 

Sobre la posibilidad de ser uno mismo

Café Filosófico en Castro del Río 6.2

09 de diciembre de 2022, Peña Flamenca Castreña, 18:00 horas


El “ser-ahí”[el ser humano] se entiende siempre a sí mismo desde su existencia, desde una posibilidad de sí mismo, la de ser él mismo o no ser él mismo. (…) La existencia es decidida en cada caso por el respectivo “ser-ahí” bajo la forma de una aprehensión o de un descuidar.

Martin Heidegger


¿Qué es ser uno mismo?

“Sé tu mismo” reza uno de los eslóganes más escuchados en la actualidad. El marketing del “sé tu mismo”. ¿Y ya está? ¿Con eso podemos ser nosotros mismos y ser felices? Aparte de la falta de pudor de la mercadotecnia (o la autoayuda), que se sirve de cualquier valor que tenga vigencia (o seguidores), se está apropiando de nuestra inquietud más honda y sagrada, y luego lo confunde con una mercancía. “Serás tú mismo con esto que te ofrecemos o vendemos”. Pero no hay que desesperar. Para eso estamos en un café filosófico (el segundo de la temporada), para tratar de entender juntos la realidad. Y ver lo falso como falso. Estábamos tan a gusto en la sala de conciertos de la Peña Flamenca de Castro del Río, con la chimenea a punto (¡gracias, Carlos!), tan calentitos, que eso nos preparaba para cualquier discusión, cualquier ahondamiento en el ser. Ser o no ser nosotros mismos. Síguenos pues, si es tu deseo, por este sendero de la búsqueda de la autenticidad, que tantos filósofos han prescrito.

El agua nos dio una tregua y pudimos llegar, sin paragüas, al local de La Peña. ¡Qué lluvia tan bien venida y tan bien caída! ¡Cuánta falta nos hacía! Así que, ni corto ni perezoso, el conductor del encuentro filosófico se saltó la costumbre de proponer una pregunta inicial de autorreflexión y, simplemente, ofreció una palabra a los asistentes: “lluvia”. Sobre todo, después de estos últimos días, ¿qué significa para ti la lluvia? ¿Qué te evoca? Fijaos cómo es el moderador... porque, en todo lo que decimos o hacemos estamos nosotros siempre presentes; así que tampoco se salió tanto del guión habitual. En fin, no tiene remedio... Pues bien, estas fueron la evocaciones de la lluvia para los participantes: vida, algo muy deseado, una purificación, un bien necesario que no tiene precio, esperanza, sonido a veces molesto, vida en sentido ancestral y primario, conexión, alegría, una interferencia, sosiego, la ruptura de mis hábitos, una renovación del ciclo vital.

¿Qué es ser uno mismo? Era la pregunta que orientaría nuestra indagación. Pero, en realidad, queríamos descubrir cuándo somos nosotros mismos y cuando no lo somos. Queda claro que soy yo mismo cuando digo, pienso y actúo por mí mismo. Y eso conlleva una conexión con tu ser interno. Implica no conducirme bajo una máscara o una armadura, que me pongo para aislarme o defenderme (recuerda el maravilloso cuento largo El caballero de la Armadura oxidada, de Robert Fisher). Sin embargo, replica una participante: ser yo misma consiste tanto en aceptarme como soy como aceptar mis cambios, las evoluciones (o revoluciones) de mi vida. En este punto, fue necesario aclarar la diferencia entre evolución y desarrollo: lo segundo es mucho más que un cambio en la secuencia temporal, el desarrollo deriva de un origen, desde cual se van desplegando todas las posibilidades de un ser. El germen de esta idea brotaría más adelante, en el diálogo, con todo su esplendor (ya lo verás). Y siguieron los participantes con las condiciones para ser uno mismo: no puede falta la transparencia con uno mismo, ni la coherencia entre lo que digo o hago y lo que siento. Y, de nuevo surgió la discusión (para eso estábamos allí): ¿ser uno mismo significa no callarse, no pensar/hacer como los demás o ponerse en su contra? ¿Así soy más yo mismo? Dudoso. Estaría actuando/pensando por reacción a otra cosa u otro alguien y no por mí mismo. Yo puedo hacer o decir como otro o distinto a otro (esa no es la cuestión), pero siempre que sea yo mismo quien lo decide, autonomamente. Ser uno mismo no es una condición humana exterior sino interior. Es lo más opuesto que hay a ser una marioneta. Cuando reacciono, no soy yo mismo, no. No soy sujeto, sino objeto pues estoy siendo sujetado.

Pero claro, ¿y mis circunstancias? Es cierto, también están ahí, pero recuerda el grupo el dicho de Ortega y Gasset: “yo soy yo y mis circunstancias”; que me indica que no solamente yo, ni solamente mis circunstancias. ¡Yo ante mis circunstancias! Y la clave la descubrieron juntos: tomar conciencia, plenamente, de la situación. ¿Es todo esto utópico? ¿La utopía de creerse uno libre? Veamos. Para esclarecer la cuestión, uno de los participantes propone un excelente ejemplo de su cosecha: ¿podría llegar yo a esta reunión y sentarme en el suelo? Comenzarían las preguntas y los cuestionamientos del grupo respecto a lo que vas a hacer, es cierto. Eso es la presión social. Llevamos la sociedad entera dentro de la cabeza. No obstante, pensemos en la siguiente posibilidad: si yo consiguiera liberarme de la presión social que está en mi cabeza, que me viene por educación, por costumbre, por miedo, por comodidad, entonces podría ver por mí mismo y decidir sentarme en el suelo, si quiero, ¿por qué no? ¿Es posible que yo mismo me ponga mi propia traba, que yo sea mi autocensura? ¿Y cómo liberarme de lo que está en mi mente? Ya había respondido el grupo: siendo consciente de lo que está mi mente. Y te sentarías en el suelo... Y podrían pasar muchas cosas, nuevas. Aprendizajes. Para los demás también. Con tus razones, ¡hasta podríamos sentarnos los demás a tu lado! Quién sabe... lo que podría acontecer. Sería como saber que uno va a morirse: ¿seguiría las convenciones sociales o trataría de ser sí mismo?

A una de las participantes le interesaba saber si tal toma de conciencia sucede de modo natural, por sí sola, o el exterior le puede llevar a ello. El grupo le responde que unas veces es de un modo y otras de otro. Una crisis, una desgracia, un fracaso, pueden ayudar a despertarte. O la ayuda externa de alguien. Pero también puede suceder espontáneamente, si uno presta atención. Si uno está a la escucha de lo que nace en su interior, enuncia una de las participantes. Y esta fórmula es acogida por todos, inmediatamente. Escucha de lo que emerge dentro (physis, llamaron a esto que “emerge desde dentro” los antiguos filósofos griegos), si aprende a darle cauce y deja, o permite, que se exprese en nosotros, y en nuestra vida. Eso que nace dentro puede ser una inquietud, una demanda, una llamada o vocación, una inspiración, una creación. Sólo necesita ser acompañado por mi mente y mi corazón. Y esto se practica. Y esto se ejercita. Pon atención. El grupo concluye: si me voy dando cuenta de lo que pienso, digo, hago, siento y voy aprendiendo a distinguirlo de lo que me dicen u otros hacen, poco a poco, voy siendo más yo mismo; pero aún, todavía, si va uno tomando conciencia de lo que nace en cada instante en su interior, empujando, balbuciendo, queriendo expresarse, si le abro un cauce, ¿no seré más y mejor yo mismo? Adonde me lleve esto es una incógnita. No se puede saber de antemano a dónde me llevará. Por eso, ser uno mismo requiere valentía. Mucha valentía. Porque ser uno mismo es realizar su identidad profunda (y viceversa). Esto sí es seguro. Y eso, el marketing o la autoayuda ni lo roza.

sábado, 17 de diciembre de 2022

¿Qué es la vida comunitaria?



Sobre la vida comunitaria

Café Filosófico en Capileira 2.2

16 de diciembre de 2022, Biblioteca Pública, 18:00 horas

Vosotros debéis enseñar a vuestros hijos que el suelo bajo sus pies es la ceniza de sus abuelos. Para que respeten la tierra, debéis decir a vuestros hijos que la tierra está plena de vida de nuestros antepasados. Debéis enseñar a vuestros hijos lo que nosotros hemos enseñados a los nuestros: que la tierra es nuestra madre. Todo lo que afecta a la tierra afecta a los hijos de la tierra.

Carta del Jefe Indio Seattle al Presidente de los EEUU (1855)


Desde un lugar entre las nubes y el mar,
alto como los sueños,
pedimos un deseo a las estrellas:
que los afanes florezcan y brillen
días de nubes blancas.

        Ópera Abuxarra abuxarra: paraíso recobrado


 Buenas tardes, estamos en Capileira (La Alpujarra), en su Biblioteca Pública, y no hay mejor lugar (semejante, sí, pero no mejor) para el encuentro de lo viejo y lo nuevo, la vida comunitaria, ancestral, y la vida moderna, urbana, tecnificada. Arraigada en la tierra, aquella, y desarraigada e independiente que se piensa ésta. ¿Encontraríamos, tras la lluvia y con la salida de la niebla desde el fondo del barranco, un punto de encuentro entre ambas comunidades? ¿Pueden convivir, aportándose valor mutuamente, o bien, continuará la pugna y la resistencia? Vamos a descubrirlo, siguiendo el recorrido de los participantes en este segundo Café filosófico de la temporada.

De nuevo, dio comienzo la sesión abriéndose una ventana a lo poético: la nieve, ¿qué significa, qué evoca en mi vida? En otro sitio, no hace mucho, se preguntó por la lluvia y, aunque aquí también hacía mucha falta, son más necesarias unas montañas nevadas. La nieve puede ser una visita obligada, muy esperada, casi con ansiedad, y ¡cada año sucede más tarde el acontecimiento! Y me paro a conversar con la nieve. Puede ser que nos traslade a otros tiempos, quizás remotos. Y me da paz. Y juego, como hacen los perrillos que nunca han visto la nieve, entrando a formar parte de una vistosa ceremonia sin tiempo. Puede ser que la nieve signifique nostalgia de lo que fue y ya no podrá ser. Como la infancia. Ay, el cambio climático. Por eso la nieve puede ser vista y sentida como algo agradable, desde la simpatía de la infancia. Y es un silencio benéfico, en que todo queda en máxima quietud, y se abre un espacio para los primeros copos de la nieve más adelantada. Puede ser... como dijeron los participantes.

El intercambio de sus vivencias, y un poema, llevó a los participantes a realizar un excurso sobre la trascendencia de las acequias para esta comarca. He aquí algunos fragmentos del poema: Las acequias nos traen / la nieve fría: / sin darse cuenta / más abajo el agua / remanece en cada fuente. (…) Ahora les ayudo limpiar / de sierra y de hojarasca y comprendo / las acequias de careo / les veo sembrar el agua / entretenerla y criarla más abajo / hasta los pueblos. Y no se engañan los participantes: sin el reconocimiento, el cuidado y el mantenimiento de las acequias centenarias esta comarca dejaría de existir como tal. La reflexión del grupo llevó, inexorablemente, a tener que tratar el tema de la vida comunitaria, ya lo anunciábamos.

¿Qué es lo comunitario, lo propio de una vida comunitaria? Es un modo de relacionarse, un ecosistema, en el que se convive profundamente: cada uno aporta lo que tiene, dentro de sus posibilidades y hace lo que está en su mano, dentro del todo de la comunidad. Los participantes se aprestaron a poner ejemplos claros de la vida comunitaria en estas tierras. Comenzando por las fiestas, la trilla, la matanza, la simple costumbre de saludarse y darse los buenos días con el gesto y la palabra y no a través de una pantalla, o los lavaderos como centro de reunión. Les pareció un buen ejemplo de vida comunitaria la costumbre del “tornapeón”, que no significa otra cosa que la ayuda mutua en las labores del campo. Y no es lo mismo que lo que hoy se llama “economía circular”, sino que, en este contexto, me doy yo, mis habilidades y no mis productos. (Una de las participantes, que propuso el tema y que investiga sobre el turismo comunitario, señaló el parecido con el sistema comunitario llamado “minga” (minka, en quechua) de Los Andes ecuatorianos). Y claro, ¿cómo sostener las acequias ancestrales sin la urdimbre de apoyos que hace posible la vida comunitaria?

¿Es posible encontrar ejemplos de vida comunitaria en la actualidad? Salvo los rescoldos de las viejas señas de identidad de la vida comunitaria, hoy día, en la vida moderna, pueden aparecer destellos interesantes, como los que ellas y ellos señalaron: la mencionada economía circular, en la que una asamblea regula quién puede aportar qué, a modo de servicio mutuo y para aprovechar al máximo los recursos. Y es curioso que, en este contexto, pueda hablarse de “ocupaciones absurdas” –introduce el concepto uno de los participantes–, que no pueden circular, es decir, que los demás miembros no pueden beneficiarse de ellas. Un ejemplo cercano que pusieron fue el de la llegada de “los hippies” a esta comarca, “los pelúos”, los llamaban. No obstante, esta experiencia de convivencia, con el correr de los años ha mostrado sus potencialidades para la comunidad general: el beneficio de las diferencias (otros modos de ser, de pensar, de vivir, otra mentalidad...), que enriquecen la vida comunitaria. Y así ha sido. De ello se han beneficiado, incluso, económicamente: con la introducción y el mantenimiento de artesanías viejas y nuevas, las recuperación de tradiciones, la diversidad cultural, la presencia del arte y sus artistas, el mantenimiento de la población, etc. Por lo tanto, quizás sea necesario cuestionar ese concepto de las “ocupaciones absurdas”. Todo aporta, de un modo u otro, antes o después... Pero, tal desprecio no sucedería en una comunidad tradicional. Allí hasta hacer de bufón podía tener su espacio y su utilidad.

El sistema de cooperativas es muy interesante, pero no siempre funciona bien. Emergen con frecuencia recelos, desconfianzas hacia proyectos de estas características, que requieren de tantas normas y tanta burocracia. Quizás, en el fondo, haya un miedo al cambio, apuntan los participantes. Y no gratuitamente, porque la voluntad de servicio público puede ir desapareciendo y primar la necesidad de gestión, lo cual implica, para empezar, tener que contar con una formación reglada. En fin, que se necesita tiempo para adaptar las comunidades tradicionales a las sociedades gestionarias. Y surge el temor a la despersonalización, la sensación de que se está manejando dinero, pero dejando de lado el valor y la vida de las personas. Y qué diremos de las comunidades virtuales de servicios mutuos... aquí, aún se pierde más de lo humano, ¿no es verdad?

Lo que sucede, en el fondo, apunta un participante, es que tratan de arrastrar el modo de proceder de la ciudad a los pueblos, y esto produce sus propios desajustes. A esta dificultad de formar comunidades auténticas contribuye la especialización exagerada que observamos en el mundo actual. Que ya la había en las sociedades tradicionales (un barbero, un matarife, un herrero, etc., trabajaban para toda la comunidad), pero ahora nos enfrentamos a una excesiva especialización, un distanciamiento de las ocupaciones respecto a las personas y sus capacidades, que no favorece, sino que perjudica la vida en común y el apoyo mutuo, en el que todos aportan algo a los demás, sin tanta división del trabajo por especialidades. De manera que, en este punto del diálogo filosófico, decidieron averiguar qué les falta a esas comunidades de origen moderno y urbano para ser verdaderamente comunitarias.

Para empezar, en las comunidades tradicionales existe la posibilidad de una visión de conjunto, unitaria, dijeron, un sentimiento de pertenencia, en el que casi todo afecta a todos y cada miembro se siente concernido, en algún grado, con lo que sucede a diario; los individuos no se sienten solos y se genera una interdependencia, que no es una dependencia de los otros (y una incapacidad propia), sino que cada uno ofrece lo puede y recibe lo que necesita; por consiguiente, se trata de un sistema de ayuda mutua, en donde cada parte se educa y crece y se desarrolla (también personalmente y en sus cualidades) en el seno del grupo; por esto, la educación de los más jóvenes es fundamental; y esto incluye enseñanzas tanto para el buen vivir como para el buen morir, pues la muerte no es un tabú y todos participan de todo, en cada uno de los rituales sociales; finalmente, los ancianos nunca quedan descuidados, muy al contrario, son respetados y hasta venerados.

Claro que nuestros participantes no son ciegos a los inconvenientes que puede presentar una comunidad más pequeña o más encerrada en sí misma. No en vano, viven en pueblos pequeños, en lo que queda de estas comunidades tradicionales que hemos repasado. Aquí, no hay casi vida privada o intimidad, aparece con facilidad el control social (en la forma de una moral cerrada o religiosa); y esto lo sienten en especial las mujeres (cuestión pendiente, la de la igualdad de la mujer, no ya en estas sociedades pequeñas, sino en las actuales); los conflictos se personalizan en exceso y se sobredimensionan (pues toda la comunidad participa de los juicios de valor y los cotilleos). Pero, entonces, la pregunta es: ¿deseamos volver a esta vida de tipo comunitario? ¿Son preferibles estas comunidades o no? Los participantes te ofrecen una respuesta: aunque sea difícil, es necesario recuperar algunos aspectos importantes de la vida comunitaria. ¿En qué pueden ayudarnos a construir un mundo mejor? La comprensión de esta pregunta subsiguiente nos ayuda con la primera. ¿No es cierto que las generaciones más jóvenes necesitan que se les muestre el valor de lo ancestral, la importancia del mantenimiento de las acequias o las formas de usar el terreno para poder prevenir los incendios, pongamos por caso? Es tan importante que de ello dependería la supervivencia de esta comarca, ¿no es cierto?

Es muy posible que extender el espíritu comunitario a escala global sea una quimera, pero una buena línea de trabajo podría consistir en (empezar a) llevarlo a cago a pequeña escala, y desde ahí que se vaya extendiendo como los lunares de un vestido inmenso. Sería crucial para nosotros aprender de las pequeñas comunidades que subsisten todavía en diversos lugares del planeta. Si han sobrevivido durante cientos o miles de años, ¡algo valioso podrán aportarnos! Y esto es toda una lección de antropología, aún vigente. El mundo de hoy lo necesita.

miércoles, 7 de diciembre de 2022

¿Qué es el cambio de visión?


Sobre el cambio de mente

Café Filosófico en Torre del Mar 2.2

24 de noviembre de 2022, Taberna El Oasis, 18:00 horas


El discípulo pregunta:

¿Qué es la verdad?

La vida de cada día.

Y sin comprender el discípulo agrega:

En la vida de cada día sólo se aprecia esto: la vida vulgar y corriente de cada día, pero la verdad no se ve por ningún lado.

Ahí está la diferencia —explica el maestro—, en que unos la ven y otros no.


¿Qué es el cambio de visión?

En algunas ocasiones, si estamos atentos, algo ha venido a nosotros, una luz, una claridad, una lucidez, una iluminación, un cambio súbito en nuestra mente, un cambio de visión, un despertar, de algo o hacia algo, que transformó significativamente nuestras vidas y a nosotros mismos, en primer lugar. No. Seguro que sí. Repasa con cuidado tu vida y los momentos más cruciales que se han dado en ella. Esto puede relacionarse con lo que se denomina, en otros contextos, awareness, una conciencia clara de una situación compleja, que te permite tomar buenas decisiones. O también, algo de lo que está detrás del término insight: un cambio súbito de la percepción de un objeto o una comprensión nueva del todo de una situación. De todo esto, o como lo llamaron los participantes de este Café filosófico en El Oasis de Torre del Mar, del “clic mental”, trataron aquella tarde. Porque se trata de una misma experiencia, solamente cambia el contexto, las consecuencias o el grado en que aparece la misma. Así, los orientales hablan de nirvana o satori o samadhi, un despertar espiritual. En fin, este relator te invita a seguir a los participantes en sus evoluciones y revoluciones mentales.

Es posible que todo nos afecte, de un modo un otro, pero es importante que nos afecte creativamente y no de un modo limitante o coercitivo. De manera que es posible que los participantes, que quisieron dialogar sobre el cambio de mente, llegaran a ello, sin darse cuenta, tras la pregunta inicial que lanzó al grupo el conductor del encuentro: menciona una ocasión en que te has sentido muy presente, muy vivo, muy viva, muy consciente, tú misma, tú mismo; y, brevemente, dinos qué sentiste, cuál fue tu experiencia; “Cuando yo... me sentí...”. Superé mi adicción, cuando fui capaz de ver mi realidad, que yo no vivía, pues vivía auto-destructivamente, vi que yo era capaz y válido para vivir; en mi caso, pude hacer frente a una autoridad que me explotaba y trataba injustamente, tomé conciencia de la injusticia; ante la enfermedad terminal de mi hijo, supe que tenía que hacer algo, más allá de la pasividad que me rodeaba; cuando me encuentro en medio de la naturaleza, respiro de verdad; conseguí sacar las oposiciones y fui consciente de todo lo que me quedaba por delante; nació mi hijo y revolucionó mi vida, con sensaciones mezcladas de todo tipo, quedó la sensación de una profunda responsabilidad; me trasladé a mi primera vivienda propia y me sentía la reina del mundo; en otra ocasión casi me ahogo, y la vida, mi vida, sentí cómo estaba en juego; yo comprendí la importancia de saber olvidar, y me di cuenta de que era capaz de hacerlo, conscientemente; tuve el corazón de una persona en mi mano (literalmente), tuve que hacerlo y lo hice, tenía miedo, pero era responsable de una vida; logré mi sueño de ver a Paul McCartney, me sentí en ese momento una persona realizada; a través de un sueño que tuve, comprendí que no hay cosa más horrible que matar a otro ser humano; con la música es como consigo una mayor conexión con el momento presente; me rompí el brazo y comprendí lo que significa el hecho de ser dependiente; cobré mi primer sueldo y esto supuso para mí un paso adelante y seguro en mi vida; no puedo expresar tanta gratitud hacia mis padres, que “me esperaron” para morirse; la superación de un cáncer me llevó a querer vivir día a día, en paz; empezar a trabajar fuera de casa, para mí supuso una liberación; un concierto de música clásica fue tan especial que algo surgió en mí, como si la música tocara algo en mi cerebro; cuando viví mi primer enamoramiento, me sentía volar.

Y entramos de lleno en el diálogo filosófico... El cambio de mente o de visión, ¿cómo, cuándo, se produce? Ellos y ellas se preguntaban por la situación y por las causas de esta súbita comprensión del hecho de existir, a la que algunas veces accedemos. Y tenían muy claro que unas determinadas circunstancias del ambiente lo propician más fácilmente, pero también se daban perfecta cuenta de que no puede faltar una determinada actitud, una forma de responder muy consciente, estando muy presentes en lo que hay. De modo que el siguiente paso en el diálogo se encaminó a la búsqueda de lo común en todas esas experiencias; qué suele estar presente. Y hablan del dolor como vehículo de cambio; en el dolor también hay belleza y, además, el dolor es solidario, apostilla una participante; y es una oportunidad, si se vive a fondo, pero no hay que confundirlo con el sufrimiento (que es evitable, pues siempre es un añadido mental nuestro). En este cambio de mente, de pronto se descubre la interrelación de las cosas aparentemente diferentes, que aparecían inicialmente como diferentes, una luz que aparece que lo conecta todo. Las emociones intensas, muy profundas, también pueden producir este tipo de experiencias alumbradoras. Un estado de conciencia sin afán de control, en que algo fluye a través de ti y tú lo dejas fluir, favorece también este tipo de experiencias. Y la apertura y la aceptación y la predisposición, todas estas son buenas actitudes que propician un cambio de mente. Sin esta actitud correcta (algo que va mucho más allá de la aptitud), no son posibles estos cambios de visión radicales. Así lo dijeron, y en ello estuvieron de acuerdo. Pero, si nos fijamos bien, lo común a todas estas formas de actitud, sería la consciencia de sí y de lo que está sucediendo, de un modo simultaneo. Miradlo.

Una pregunta del conductor del encuentro revoluciona el estado de conciencia alcanzado hasta ese momento: muy bien, supongamos que ya hemos experimentado este cambio de visión, esta nueva comprensión, y hemos despertado de “nuestro sueño”, de nuestra “hipnosis anterior”, ¿ya está, por eso funcionaremos mejor? ¿No es necesario un proceso de integración de la visión en nuestras vidas? De hecho, por hábito, por costumbre, por miedo, por comodidad, permanecerán durante tiempo inercias, condicionamientos, muchas veces de un modo inconsciente, nuestras tendencias, nuestros estilos, nuestras respuestas o reacciones anteriores, ensayadas tantas veces... Es preciso que seamos conscientes de la necesidad de integrar la nueva visión, el despertar al que hayamos accedido, en nuestro decir, en nuestro hacer, en nuestras relaciones, mientras nos atamos los zapatos, mientras paseamos, mientras escuchamos, mientras miramos... Acompañar nuestra visión, cuidarla, como un pastor cuida de su rebaño, seguir atentos, continuar trabajando con nosotros mismos, y cuando caigamos y erremos y volvamos de nuevo hacia atrás, a senderos trillados, a los sinsabores consabidos, que seamos capaces de mostrar compasión con nosotros mismos, comprensión, amor. No salva solamente el cambio de visión. Y el tiempo está siempre implicado, tiempo para integrar, tiempo para desarrollar, tiempo para reconciliarnos con nosotros mismos y con los demás. Así lo han mostrado los sabios que en este mundo han sido.




jueves, 1 de diciembre de 2022

¿Cómo mejorar nuestras relaciones?

 


Sobre las relaciones humanas

Café Filosófico en Málaga 1.2

21 de noviembre de 2022, Ateneo de Málaga, 18:30 horas


Es la falta de comprensión de la relación lo que causa conflictos. No comprendemos la relación, la convivencia, ya que nos servimos de ésta como un simple medio de favorecer el éxito, la transformación, la consecución de algo. Sin embargo, la convivencia es un medio de autodescubrimiento, porque la relación es ser, es existencia. Sin relación no existo. Para comprenderme a mí mismo, debo comprender la relación, pues ella es el espejo en que puedo mirarme.

Khrishnamurti


¿Cómo mejorar nuestras relaciones?

Durante el segundo Café filosófico celebrado en el Ateneo de Málaga, preocuparon (y mucho) las relaciones entre nosotros, los seres humanos; pero también triunfó el amor. Y esto no es, ni debe ser nunca, un tópico bien intencionado, puesto que si hay relación hay unidad de fondo y, si hay conciencia de dicha unidad, hay amor. Según el insigne filósofo y poeta, Ibn Gabirol el malagueño, el universo lo ordena el amor desde su causa. El mundo es la concreción de un deseo amoroso universal, que así se expresa y se realiza a sí mismo, a la par que nutre de realidad y de vida toda la existencia que experimentamos a diario, si atendemos a ello, claro. Pero, ¿cómo llegaron a intuir algo de todo esto nuestros participantes? ¿Y cómo vislumbraron el amor, el ingrediente que no puede faltar en unas relaciones humanas saludables? En un momento lo sabrán, si continúan leyendo este relato.

Todo comenzó con una pregunta de autorreflexión que planteó el conductor del encuentro: ¿quién soy yo? Claro, antes explicó un poco la naturaleza de un encuentro filosófico como éste: que aquí la filosofía se practica, que más allá de la filosofía académica o erudita (sin excluirla, sino integrándola en nosotros) aquí la filosofía es entendida como un modo de vida (Pierre Hadot) y que, en lugar de hablar o pensar sobre lo que han dicho otros, aquí se viene a pensar por nosotros mismos, a construir pensamiento juntos y a tratar de vivir lo mejor posible. No es lo mismo saber filosofía que vivir filosóficamente, no. Ya saben lo que decía Sócrates (por boca de Platón): una vida sin examen, consciente y lúcido, no merece la pena ser vivida. Pues bien, ¿quién soy yo? ¿Me lo he planteado en serio alguna vez? Si no es así, está al caer la pregunta. Es imprescindible para vivir uno mismo, por mí mismo. Con esta cuestión, quería el conductor del encuentro enlazar con un próximo Taller de filosofía, en donde trabajaríamos juntos dicha cuestión.

En esta ocasión, solamente era necesario una respuesta breve y espontánea, sin sin mayor pretensión. Y así debían presentarse los asistentes: “yo me llamo...” / “yo soy...”. Una nota fundamental de lo que yo soy, en este momento de mi comprensión actual de mí mismo. Y así afloraron las siguientes respuestas: yo soy un humanista, un cabreado, soy hijo, viajero, curioso, eterno alumno, salmantina y ahora malagueña, integrador, librepensadora, pintora, una esponja, amante de lo bello, poliédrica, un ser de luz, quien trata de reconciliarse consigo mismo, curiosidad, yo no soy mi nombre, jubilado, soy pura cuestión, aprendiz de pensamiento, gallega, malagueño. Solamente con estas respuestas daría para filosofar horas... pero lo dejamos para el próximo Taller del día 19 de diciembre. No obstante, dos preguntas críticas podrían ya plantearse: 1) ¿Una sola nota característica agota mi ser, puede definirme o dar con mi identidad más profunda? 2) ¿Si yo no fuera todo eso, seguiría siendo yo?

Y comenzó la elección de la temática del día. Mucho era lo que interesaba o preocupaba o inquietaba a los participantes, pero lo que más: lo problemático de las relaciones humanas. ¿Cómo están nuestras relaciones humanas? Quisieron hacer un buen diagnóstico, primero, y luego tratar de ver cómo mejorar dichas relaciones. ¡Y qué diagnóstico! Aunque advertimos que su conclusión fue ésta: el mal funcionamiento de las relaciones humanas habituales. Y esto es así porque suelen estar en exceso condicionadas, contaminadas por la falta de sinceridad, está presente la insatisfacción crónica, modelos de relación que triunfan pero luego decaen muy rápido, a menudo son relaciones superficiales, muchas veces están sesgadas por prejuicios, hay desconfianza y se vive a menudo de una manera aislada o atomizada... Aunque es claro –y esto supo destacarlo uno de los participantes– que las relaciones humanas siempre han sido problemáticas. Si bien, puede ser que en nuestro tiempo (sociedades modernas y mediáticas, frente a las sociedades tradicionales, en donde ha cambiado el tipo de solidaridad y prima más el individualismo), en estas sociedades modernas, decimos, puede que se añadan una serie de agravantes: una mayor artificialidad en los sentimientos, la falta de una cercanía entre los individuos, un exceso de posibilidades para relacionarse, etc. Nos cuesta a menudo relacionarnos de una manera constructiva y no destructiva, sana y no patológica. Sin embargo, acerca de este diagnóstico, se observaba discrepancia en el grupo. Y lo cierto es que puede darse de todo. Uno de los participantes más jóvenes se refirió a un estudio que incluía esta pregunta: ¿tenemos a alguien a quien poder llamar a las tres de madrugada? Y otro reto sería éste: ¿somos capaces de entendernos con alguien que sea diferente a nosotros?

Así pues, lo más importante es plantearnos cómo mejorar nuestra relación humana. Pero no como observadores. ¿Qué hago yo para mejorar las relaciones humanas? Y dio comienzo una nueva fase del diálogo. Porque, en abstracto, ya sabíamos lo que funcionaba mal y se trataría solamente de darle la vuelta a todo eso que se había diagnosticado antes. Pero yo mismo, ¿qué puedo hacer, cómo puedo contribuir? Y varios participantes aportaron sus claves personales: escuchar al otro, no querer tener razón, ver en el otro a un igual a ti, que es la base del respeto mutuo, esforzarse uno en su actividad para ofrecerla a los demás, tratar de aprender de los jóvenes, considerarlos portadores de nuevas visiones y nuevas oportunidades, aceptar lo diferente, no enfocarse uno solamente en sí mismo y sus preocupaciones, sus miedos y sus deseos, acostumbrarse a sonreír y a mirarse a los ojos, mostrar un interés desinteresado por el otro y aprender a amar. Y esto último parecía que encendía algo en el interior de los participantes; tanto, que acogió el último tramo del diálogo y su sabor nos interconectaba, además de predisponernos respecto a la preocupación inicial: cómo relacionarnos mejor.

Todos hablan del amor, pero, ¿sabemos amar, realizar el amor en nuestras vidas? Y para indagar más profundamente en lo que nos preocupaba aquella tarde, a partir del amor, un requisito básico hacía falta (así fue percibido): es necesario el trabajo con uno mismo, para poder tener una buena relación con los demás. Y sobre esto hay mucho que decir. El diálogo consiguió hacer aflorar una parte sustancial que te orienta, pero que no te evita la implicación personal. Este trabajo, si lleva a amarnos a nosotros mismos, será la base para el desarrollo de la capacidad de amar a los demás y, así, poder relacionarme adecuadamente. (En este sentido, la soledad es bienvenida, al contrario de lo que dice el tópico, pues en la relación con uno mismo se encuentra uno a sí mismo y a los demás, que son básicamente como nosotros; ya sabemos por experiencia que una cosa es estar solo y otra muy distinta sentirse solo). A la vez, en esta búsqueda de uno mismo, los demás son una ocasión de oro, pues me ofrecen la gran oportunidad de conocerme mejor. Si, en realidad, los demás (tal como los veo y me relaciono con ellos y con ellas) no son otra cosa que distintos sectores de mi conciencia (Antonio Blay), mi interacción con los demás, sus sorpresas y sinsabores, me dan la oportunidad de aprender a relacionarme mejor con estas partes de mí mismo, es decir, conmigo mismo. Es decir, con los demás, después. No vendrán mal, entonces, unos talleres sobre las relaciones humanas. Lo viviremos. Salud.



domingo, 13 de noviembre de 2022

¿Dónde buscaremos la sabiduría?

Peña flamenca castreña - detalle interior

Sobre la sabiduría

Café Filosófico en Castro del Río 6.1

03 de noviembre de 2022, Peña Flamenca Castreña, 18:00 horas


La sabiduría se identifica cada vez más con la episteme, es decir, con un saber cierto y riguroso que nunca, sin embargo, es concebido como nuestro saber científico moderno, porque se trata siempre de un saber-hacer, de un saber vivir, y en última instancia de un modo de vida.

Pierre Hadot


Con todo lo que está pasando, con todo lo que llevamos pasado, ¿cómo veo yo el futuro? Los participantes dejaron su testimonio: cómo se ven a sí mismos y cómo ven el futuro, lo cual es inseparable. Así, dijeron que veían una continuidad, la necesidad de guardar el mismo equilibrio, y muchas veces, sin necesidad de cambiar demasiadas cosas; pero también dijeron que se mascaba la incertidumbre, y que esto no tiene que resultar negativo, sino que es más bien una transición; también se mostraban esperanzados: como otras veces, saldremos de todo esto que se nos ha venido encima, sólo son rachas; además, en muchos aspectos, estamos satisfechos; incluso, no nos preocupa tanto el futuro en el día a día; porque, bien mirado, el mundo no está tan mal como parece que está, si se relativizan lo problemas y se los concibe en su justa medida y se los vive día a día; a veces, nos sentimos muy fuertes para afrontar lo que venga; y ayuda mucho tomarse lo que venga como un reto; porque, verdaderamente, la vida, mirada con atención, te va poniendo lo que vas necesitando para que aprendas a aceptarlo y a vivirlo.

Como ven ustedes, aquella tarde, en el salón de la Peña Flamenca Castreña comenzaban a desgranarse algunas semillas de la sabiduría de todos los tiempos. ¡Y sin saber que la sabiduría sería el centro de interés de los participantes! O, quizás sí, sí lo sabían... o lo deseaban saber. No hay que olvidar la finalidad última de la Filosofía: la búsqueda de saber, según su etimología más obvia. ¡Qué buena introducción, el tema elegido, a este ciclo de diálogos filosóficos que comenzaba! Ellos y ellas tenían muy claro que necesitamos ser un poco más sabios cada día. Por la cuenta que nos trae, con todo lo que nos está pasando. Pero no una sabiduría en general o en abstracto, sino ser un poco más sabios cada día cada uno de nosotros. Y no digamos las personas que ostentan alguna responsabilidad pública... Ya me entienden.

Pero empecemos por el principio: ¿Qué es la sabiduría? Como verán, atinaron bastante, en ese rato que se le dedicó a la cuestión de la esencia de la sabiduría. Sus ingredientes fundamentales pudieran ser estos: el desarrollo de la capacidad para gestionar adecuadamente nuestras emociones, el adquirir gradualmente la capacidad de ser conscientes y autoconscientes, la apertura a la vida lo máxima posible y la capacidad de aceptación, que no equivale a resignarse, y una armonía suficiente con lo que nos rodea y dentro de nosotros mismos. Pero no basta saber, como se ha dicho, sino que la sabiduría es una habilidad práctica. Por eso no es lo mismo información o conocimiento que sabiduría: ésta no es simplemente un saber, sino un saber vivir bien. La vida del sabio ha de ser coherente, ha de mostrar una congruencia en lo que se vive, entre lo que se piensa y lo se siente: pensar como se vive y sentir como se piensa. Además, y esto es muy importante, la sabiduría se nota, es una presencia que se siente, que se presiente cuando estamos junto a una persona que ha llegado un poco más lejos que nosotros, en su modo de enfocar la vida, en su actitud. Porque, es posible que la sabiduría sea sobre todo una actitud que irradia todo lo que la persona dice o hace, con su cuerpo o con su silencio.

De ahí que la sabiduría no sea una cuestión acumulativa, saber más y más (esa es una gran confusión de nuestro tiempo). La sabiduría posee una naturaleza cualitativa; es más, siempre supondría un salto cualitativo (o muchos pequeños saltos), rebasar un escalón, y con cada nueva altura, un despertar y una transformación de todo lo de dentro, que acaba modificando todo lo de fuera. Fue por ello, que la segunda pregunta que se plantearon los participantes, ¿dónde buscaremos/encontraremos la sabiduría?, acogió dicho esquema: ¿la buscamos dentro de nosotros o la buscamos fuera de nosotros? Fuera no, que hay mucho ruido, dijeron. Lo de fuera me ofrece estímulos, pero lo decisivo es cómo vivimos, todo lo que vivimos, por dentro. Entonces, pregunta el moderador: ¿Puede haber una sabiduría universal? Sí, principios que funcionaban hace siglos y que nos funcionan ahora. Pero no, ¿de qué nos vale una sabiduría general? La verdadera sabiduría está en la aplicación a la diferencia del caso particular, que siempre es nuevo y único. Lo mismo que no hay justicia, si no hay justicia de esta sentencia; belleza, si no es belleza de esta obra; bien, si no hay bien en esta decisión. Por eso, la sabiduría es un camino que va señalando un itinerario singular o personal. Cómo puedo yo vivir mejor. O, cómo podemos vivir mejor, socialmente, culturalmente, epocalmente. Y ahí pararon su reflexión conjunta, por el momento, para que ustedes la continúen.

jueves, 10 de noviembre de 2022

¿Cómo ser capaz de tomar mis propias decisiones?


 Sobre nuestras decisiones

Café Filosófico en Torre del Mar 2.1

27 de octubre de 2022, Taberna El Oasis, 18:00 horas

Yo soy yo y mi circunstancia,

y si no la salvo a ella no me salvo yo.

Ortega y Gasset


La debatida cuestión, inscrita en los anales de la Filosofía y de la Humanidad, sobre la libertad (si somos o no somos libres), se pone a prueba cuando tenemos que tomar nuestras propias decisiones. Parece sencillo, pero es difícil; parece difícil, pero es sencillo. Los participantes de este primer Café filosófico de la temporada, en Torre del Mar, pueden aclararte lo esencial de la cuestión. Así que te animo a seguir este relato.

Lo primero de todo, estar bien centrarnos en el diálogo, dejar a un lado nuestros agobios y las prisas, crear un ambiente en el que puedan aflorar bonitas ideas sobre el problema que decidimos trabajar esa tarde, como se ha dicho, el arte (muy humano) de tomar decisiones. De manera que el moderador del encuentro dirigió un breve centramiento para que el grupo pudiera acceder a dicho estado de buena predisposición. Y este es el poso de sensaciones, sentimientos o ideas, a los que accedieron: una mezcla de descanso y curiosidad, un estado de plenitud, la conciencia del estrés que traía, un sentimiento ilusionado, algo de vértigo al cerrar los ojos, un estado de contento, una mezcla de relajación y alegría, sentimientos de mayor tranquilidad, mayor ilusión y mayor fuerza.

Después de este acondicionamiento interior, el grupo se dispuso a entrar en faena. ¿Cómo podemos ser capaces de tomar nuestras propias decisiones? Acrecentando nuestro conocimiento propio, limpiando nuestra visión de opiniones ajenas, seleccionando la información más relevante... Sí, pero ¿esto es suficiente? Porque también están las circunstancias que rodean nuestras decisiones, y muchas veces, más que afectar nosotros, somos afectados de algún modo. Y, en ese preciso instante, vuelve a preguntar el moderador: así pues, ¿somos capaces de tomar nuestras propias decisiones? Y ante la respuesta unánime de que sí lo somos, llama la atención sobre la aparente contradicción en que se estaba cayendo: si somos afectados, estamos condicionados y no somos totalmente libres... Esto introdujo una visible inquietud en el grupo. Y para que la inquietud tocase fondo, pregunta, de nuevo el moderador: ¿es posible alguna acción o decisión nuestra que no esté condicionada? Esto suscitó una viva discusión, cuya conclusión puede concretarse en el siguiente silogismo: “todo está relacionado con todo en este mundo”, “toda relación afecta a los sujetos u objetos relacionados”, “nosotros estamos en este mundo”, por tanto, “todo nos afecta (o puede afectarnos en algún grado)”. Pues bien, admitida esta conclusión, y ya que no somos ángeles ni puros, la salida que no queda como seres humanos es la de procurar asintóticamente, progresivamente, en lo que que se pueda, todo lo que se pueda, decidir lo más libremente posible. Immanuel Kant ayuda mucho en estas situaciones aporéticas, o sin salida aparente.

Lo anterior situaba el problema en su justa dimensión. Para esto había servido el ahondar. Por ello no hay que tenerle miedo al hecho de “tocar fondo”, porque desde ahí podemos impulsarnos y llegar más alto... Precisamente, lo que nos proporciona el ejercicio de la reflexión filosófica. Entonces, ¿cómo podemos alcanzar decisiones más libres, más nuestras? Así lo dijeron: conociendo la situación de decisión lo más objetivamente posible; esto implica muchas veces el factor tiempo: es decir, dejar que las cosas maduren, ir más allá de nuestro propios cambios de visión, muchas veces, subconscientes. Lo que nos lleva a la necesidad de obtener un conocimiento de nuestro interior lo más objetivo posible. Sí, porque, si se mezcla lo interior y lo exterior, nuestras decisiones nos pueden llevar, más fácilmente, a consecuencias no deseables. Una mínima limpieza o transparencia interior es necesaria. De lo contrario, nuestras decisiones serán más inseguras e ineficaces, y veré fuera lo que está dentro y viceversa. Y esto puede trabajarse, en el camino del autoconocimiento. Así, Epicteto nos ofrece, desde hace tanto, un principio fundamental en el arte de decidir lo que he de hacer en cada momento de mi vida: aprender a discernir con la suficiente claridad lo que depende y lo que no depende de mí, y no confundirlo, como en tantas ocasiones sucede.

El grupo se sentía inspirado, y uno de los participantes sugirió que nos dejáramos ayudar por el significado del famoso dicho de Ortega y Gasset: “Yo soy yo y mis circunstancias”. Ni yo, ni mis circunstancias, sino la interacción de ambos aspectos míos. Las circunstancias (sociales, familiares, históricas, biológicas...) son los ladrillos que se me dan, que me ha dado la vida; con ellos he de construirme mi casa, mi vida. Pero, la frase del egregio filósofo español tiene una segunda parte, que otra participante apuntó: “Y si no la salvo a ella [la circunstancia], no me salvo yo”. Esta segunda parte es muy sugerente. Ellos y ellas la conectaron con la idea de aceptación de lo que nos es dado (que no es igual que “resignación”) para, a partir de ahí, hacer yo lo que tenga que hacer en cada momento de mi vida. En definitiva, es tan importante cuidar de mí como cuidar de lo que me rodea, a la hora de decidirme. Así lo hablaron...

miércoles, 9 de noviembre de 2022

¿Por qué buscamos la paz?


Café Filosófico en Capileira 2.1

22 de octubre de 2022, Biblioteca Pública, 18:00 horas


La lucha (“pólemos”) es el padre de todas las cosas, a unos los hizo dioses y a otros los hizo hombres.

Heráclito

Buscamos la paz, sí, pero abundan los conflictos por doquier en nuestras vidas. ¿De verdad, entonces, buscamos la paz? Lo descubriremos a lo largo de este relato que trata de expresar lo que se vivió aquella tarde en Capileira. Por segunda temporada estábamos allí, dispuestos a dialogar juntos. La Biblioteca pública guardaba nuestro diálogo, rodeándolo de libros, que no puede haber cosa mejor. Se acercaron participantes desde distintos pueblos de la Alpujarra, y lo más llamativo, ¡desde la Alpujarra almeriense! Un reconocimiento especial para estos amigos venidos desde tan lejos: un pueblo llamado Instinción.

¿Cuáles suelen ser los mejores momentos de nuestros días? Ellos y ellas te ofrecen un surtido de placeres exquisitos. Es posible que alguno tenga relación contigo. Durante el desayuno, mirando al balcón: tranquilidad y belleza; por la tarde, después del almuerzo: mucha paz; terminada la jornada laboral: descanso; cuando surge algo inesperado: sorpresa; conducir sola después del trabajo: satisfacción; levantarme por la mañana y acostarme por la noche: vivir y dejar vivir; en la puerta de mi casa, mirando las vistas: paz; cuando paseo, es uno de esos momentos que siento especiales; ver una serie a las ocho de la tarde: me estimula; en verano, echarme en la cama un rato: desconexión; en invierno, abrigarme y pasear por las Eras de Aldeire: reflexiono.

Como ya se veía venir, la paz es uno de los sentimientos que más anhelamos. Pero, ¿por qué deseamos tanto estar en paz? Es una necesidad interior, dijeron. Queremos escapar del conflicto, le tenemos miedo, dijeron. El conflicto es desagradable, frustrante, nos crispamos, nos saca de nosotros... Hay lucha, competición, oposición (“yo o el otro”), nos cuesta mucho relacionarnos con el conflicto. Y cada uno ha desarrollado sus mecanismos de huida o de afrontamiento para poder volver a la paz. Cada uno busca su paz, como sea. Pero pronto aparecen sensaciones encontradas: para poder volver a la paz hay muchos obstáculos, conflictos, incluso algunos parece que los busquen. Era el momento de ponerse, pues, de acuerdo el grupo... no podía ser que el punto de partida no fuera común. Pregunta el moderador: Realmente, ¿buscamos la paz o buscamos el conflicto? Todos buscan la paz... Pero había serias dudas. Nuestra experiencia cotidiana nos juega malas pasadas. ¡Buscamos la paz, pero hay muchos conflictos! Y se citan casos concretos... ¿Qué sucede entonces? (Por cierto, que no hay nada más filosófico que la extrañeza, decía Aristóteles, porque nos lleva a otro lado, nuevo, inesperado, a otra visión). Cada uno busca su paz, sí; pero, muchas veces, la buscamos por caminos inadecuados. Y no nos han educado para vivir los conflictos, concluyen nuestros participantes.

Veamos. Los conflictos, ¿son externos o internos? Pueden ser internos o externos, nos dicen (os lo dicen a vosotros que leéis esto), pero siempre siempre se viven interiormente. Y aquí está la clave para aprender a gestionar bien los conflictos. Porque yo puedo tratar de ser consciente de todo aquello que pasa en mí, por dentro de mí, cuando estoy en medio de un conflicto, que me altera, que me quita mi paz interior. Ayuda observar mi energía en el modo de afrontar un conflicto. Y esto se puede trabajar: el flujo de mi energía, lo que me empequeñece, mientras lo hace, o lo que me hace sentir a mí mismo y me da seguridad y armonía, mientras lo hace (al menos, no mucho después). ¿Estoy en mí, conscientemente, durante el conflicto, o bien, me pierdo en el conflicto y me dejo arrastrar por su laberinto o sus cloacas?

Y perderle el miedo al conflicto... ¿De verdad que el conflicto es tan negativo? ¿Qué es lo que me ofrece? ¿Cuántas veces me ha enriquecido, o me ha hecho avanzar, o verme a mí mismo con otros ojos, o ser más consciente de lo que yo provoco en otras personas? Y, cuando al conflicto lo miro hacia atrás, una vez que ha pasado, ese contraste con los demás, más o menos intenso, que es el conflicto, ¿no me ha hecho también como soy? Así pues, para hablar de paz y para sentir paz auténticamente, ¿no me hace falta aprender a relacionarme lo mejor posible con el conflicto? Vale.

miércoles, 26 de octubre de 2022

¿Podemos hablar de enfermedad mental?

 


Sobre la salud mental

Café Filosófico en Málaga 1.1

17 de octubre de 2022, Ateneo de Málaga, 19:00 horas


Ciertamente, Hipias, me parece que me ha sido beneficiosa la conversación con uno y otro de vosotros. Creo que entiendo el sentido del proverbio que dice: «Lo bello es difícil.»

Platón, Hipias Mayor


Un nutrido grupo de personas se habían citado en el Ateneo de Málaga para filosofar. Esto, que puede parecer extraño, cada vez lo es menos. Se percibe la necesidad de la filosofía en estos tiempos difíciles. Una manera de situarnos clara y distintamente en el mundo y buscar orientación. De ahí que este relator quiera agradecer expresamente a las personas que dirigen este Ateneo de la cultura malagueña y universal, y en especial a José Olivero, su apuesta para poner a la Filosofía a disposición de la ciudadanía.

Es evidente, desde el comienzo, que el hecho de que un grupo de personas se reúnan alrededor de una mesa para filosofar, en un plano de igualdad, como personas y no como expertos en nada, más allá de su edad o su formación, implica una concepción diferente de la Filosofía. Pero antes de introducir esta Filosofía practicada y para no condicionar las visiones de los asistentes, el moderador del encuentro plantea esta pregunta de autorreflexión: ¿Cuál ha sido mi impulso, mi motivación para venir, hoy, aquí? ¿Cuáles son mis expectativas? De este modo se pretendía romper el hielo inicial de la participación, que no hacía falta en este caso, pues las ganas de aportar ideas afloraron con mucha facilidad desde el principio. Y entre las motivaciones presentes estaban la curiosidad, el reto, el intercambio, la reflexión, poder pensar en común, la intriga, aprender, el amor a la filosofía, poder profundizar en uno mismo, el interés por lo humano, poder dialogar, profundizar en nosotros... Todas perfectamente compatibles con un encuentro como éste.

Tras la presentación del acto, el moderador introduce la actividad, puesto que se trataba del primer encuentro en este lugar. Menciona los antecedentes lejanos, socráticos para más señas, de esta modalidad de práctica filosófica (junto a los talleres de filosofía, el asesoramiento filosófico individual, a instituciones o empresas, la filosofía con niños y niñas o los diálogos socráticos), y luego, los antecedentes cercanos del Café des Phares en París, de la mano de Marc Sautet; luego, insiste en lo que se venía a hacer allí, que no era asistir a una charla, una tertulia o un debate, sino realizar una investigación conjunta entre todos los participantes, acerca de aquello que les preocupe o interese. Además, se trata también de un aprendizaje, en la práctica, de lo que es dialogar de veras: escuchar al otro (quitándome, mientras tanto, yo de en medio), esperar a que el otro haya acabado para pedir mi turno de palabra, colaborar con un propósito común, tratar de ir al fondo de las cuestiones, intervenir brevemente, anunciando, si se puede, qué va a hacer uno con sus palabras: afirmar, replicar, preguntar, responder, plantear una hipótesis, etc. Esta manera de situarse en la Filosofía, como un modo de vida que se practica, ya desde la antigüedad, como ha investigado profusamente Pierre Hadot, no es incompatible con la filosofía al uso, que podemos llamar Filosófica académica, sino todo lo contrario: ambas, la filosofía en el ágora y la filosofía más teórica o erudita se necesitan mutuamente: ésta como un laboratorio de ideas y la otra como una manera de estar presente y viva la filosofía en la sociedad. Y así lo ha manifestado, también estos días, la conocida filósofa Ana Carrasco Conde.

Como nadie traía nada preparado ni tenía nada que defender, se dispuso el grupo a elegir, democráticamente, esa temática o problema que estaba flotando en el ambiente de los que allí estaban reunidos. De todas las propuestas, la salud mental fue la más deseada y ya, desde el comienzo, se dejaron ver las ganas, pero también las dudas, que suscitaba este tema, pues fue necesario formular bastantes preguntas para poder afinar la cuestión: ¿Son los psicólogos y psiquiatras los únicos que pueden ayudar? ¿Qué nos hace falta saber sobre la enfermedad mental? ¿Qué pueden hacer las personas que están alrededor de una persona con problemas mentales? ¿Por qué están aumentando los problemas de salud mental? Pero, ¿se puede hablar de enfermedad mental? ¿Qué puede aportar la filosofía? Sobre esto último, se aclara que la filosofía puede abordar cualquier problemática, puesto que lo filosófico no es en sí la temática o el contenido de que se hable, sino la forma en que se aborda (una mirada reflexiva, consciente, crítica, fundamental, distanciada, universal...), que promueve un cambio de visión, un cambio de actitud ante el objeto de indagación. En este caso, se vio claro que la discusión debía comenzar por delimitar bien qué entendemos por “salud mental”.

Es más, ¿se puede hablar de “enfermedad mental”? Por ahí debíamos comenzar nuestra investigación; desde ahí, se aclararían las demás cuestiones. Y da paso una larga discusión acerca de si es mejor hablar de “trastorno” o de “enfermedad mental”, o si se trata de grados en la falta de salud mental. Emergieron dos conclusiones: que, en este tema, el peligro está caer en un reduccionismo biológico, es decir, asimilar la enfermedad mental a otras enfermedades del cuerpo, y que, en el fondo, se trata de una cuestión de lenguaje: lo que estamos entendiendo con nuestras palabras. Así que el grupo toma conciencia de que el problema de fondo es el de la normalidad mental: qué se considera una conducta normal o enferma. Y aquí reposa el origen de nuestras perplejidades sobre la salud mental. Claro que se pueden indicar unos parámetros generales de lo que intuimos que es saludable mentalmente: que la persona pueda funcionar bien en su entorno, que no haya un exceso de sufrimiento evitable, que no se altere gravemente la convivencia, que el individuo no haya perdido el control de su propia vida, que las conductas no generen violencia contra uno mismo o los demás... Pero lo fundamental sería cómo lo vive la persona, el grado en que se dan tales desviaciones de una conducta saludable y la infinidad de situaciones y de casos diversos e irreductibles que puede haber, por lo que es mejor hablar de “enfermos” y no de enfermedad, en general. Es extremadamente importante considerar siempre esta complejidad de la enfermedad mental, para poder relacionarnos adecuadamente con ella y con las personas que puedan padecerla en un momento dado.

En nuestros encuentros filosóficos, no buscamos hallar una respuesta completa o definitiva, pero sí una mínima clarificación y satisfacción de los asistentes. El tiempo se iba agotando y no parecía que ello fuera posible, a la altura de la discusión en ese momento. Todo diálogo necesita de una maduración, y una respuesta mínima estaba a punto de salir a flote: observar cada caso desde su singularidad, otorgar un trato diferenciado a cada persona. Una mirada a la complejidad de la salud y la enfermedad mental nos permite adoptar una actitud adecuada ante ello; y esto es determinante, pues de lo contrario, caemos con demasiada facilidad en la rigidez de pensamiento, el estigma o la discriminación de las personas que pueden manifestar en algún momento de sus vidas dificultades de adaptación a este mundo; algo que no es nada sencillo, si tenemos la paciencia de mirarnos a nosotros mismos y nuestras propias dificultades.

Lo mismo que se decía al final, en el diálogo Hipias Mayor de Platón, respecto a la belleza: “lo bello es difícil” (de definir), cabría decir respecto a la salud mental. Como consecuencia de esta comprensión, en un caso, quedamos abiertos y disponibles para apreciar y recibir la belleza presente, dentro y fuera de nosotros; y en el otro caso, el de la salud mental, quedamos abiertos y preparados para vernos unos a otros, no como sanos o enfermos, sino como personas que buscan su bien y su felicidad de variados modos, y que a veces se pueden desviar en algo de su camino, por distintas circunstancias o motivos. Y esto es un punto de partida esencial.