Marc Sautet au Café des Phares (Paris 1994) Photo: Wolfgang Wackernagel

domingo, 19 de marzo de 2023

¿En qué consiste saber vivir?


Sobre la vida buena

Diálogo Filosófico en Málaga 1.3

20 de febrero de 2023, Ateneo de Málaga, 18:30 horas


Al hombre justo y firme en su resolución, ni la furia de los ciudadanos ordenando el mal, ni el rostro de un tirano amenazante lo conmueven ni merman su espíritu, no más que el Auster, jefe turbulento del tempestuoso Adriático, no más que la gran mano de Júpiter fulminante; que el mundo se rompa y se derrumbe, sus restos caerán sobre él sin asustarlo.

Horacio, Odas

Todos tenemos el potencial de pensar por nosotros mismos en relación a la pregunta de cómo vivir.

Hilary Putnam, Las mil caras del realismo


¿En qué consiste saber vivir?

En las tradiciones de sabiduría, el ideal del sabio representa la persona que sabe vivir bien o, al menos, que su vida está orientada en esa dirección. Pero esto es un aprendizaje que necesita un ejercitamiento de las cualidades esenciales de los seres humanos. Hay que desarrollarlas. Entre los rasgos del sabio en la antigüedad clásica, no pueden faltar los siguientes: la parresía (ser uno mismo en el decir y en el obrar), la autarquía (ser capaz de gobernarse a uno mismo) o la ataraxia (la tranquilidad de espíritu ante las inclemencias exteriores). En todos estos rasgos está implicada la consciencia del momento presente y el cuidado de uno mismo y de los demás. ¿Necesitamos sabiduría en estos tiempos? Seguramente sí. Basta mirar alrededor para observar muchas carencias. Nos falta el desarrollo de la capacidad de mirar desde arriba lo que es de verdad más importante. Nos falta pararnos a pensar juntos cómo vivir. Y la filosofía no puede quedarse al margen de estas necesidades. Por eso estábamos allí, aquella tarde, en el Ateneo de Málaga. Los participantes nos ofrecen un catálogo acerca de cómo vivir bien en estos tiempos... tan nuevos, tan habituales. Porque es posible que lo sustancial de nuestras vidas no haya cambiado tanto desde la antigua Grecia o la antigua India.

Nuestras vidas son los ríos / que van a dar en la mar (Jorge Manrique). Es posible que la metáfora del río, para entender el tiempo de la vida, sea una de las más conocidas. Y su corriente suscita en nosotros numerosos pensamientos. Nunca te bañarás dos veces en el mismo río, decían los heraclíteos. Pero también nuestros participantes, como seres que transcurren por su vida, tienen muchos significados que aportar: hablar de río me evoca la cultura egipcia; un fluir continuo; que siempre es el mismo; la serenidad; la evolución en la vida de una persona; un viaje; una inundación; bienestar, alegría; un paseo en calma; la comunicación; la infancia, la diversión; el presente; la riqueza de la vida, ¡quiero más río!; el agua dulce; lo subterráneo; la búsqueda de un camino; transparencia; mansedumbre; nacimiento; el cambio de lo efímero; aquello que se va; un manantial.

Después de lo cual, dio comienzo la búsqueda de los condimentos del buen vivir, que no es lo mismo que darse a la buena vida. Aquí vamos a lo hondo, más allá de la superficie de los sentidos y las apetencias. Aquí, va la cosa de la vida buena y de la filosofía entendida como modo de vida, más allá de instrucciones y doctrinas académicas, como de hecho fue en su momento la filosofía, y que el historiador de la filosofía antigua y medieval, Pierre Hadot, redescubrió para nosotros. ¿En qué consiste saber vivir? ¿Cómo aprender a vivir? Los participantes, haciendo acopio de toda su experiencia, fueron decantando los ingredientes fundamentales para el bien vivir. Su horizonte. Las señales inequívocas. “No depender de las cosas”, la autonomía en el vivir; y sobre todo referido a nuestras decisiones. Pero a la vez, “tomar conciencia de nuestra interdependencia”, no somos seres aislados, sino que vivir es relacionarse. De ahí, el arte de “distinguir entre lo que depende y no depende de nosotros” (Epicteto). La persona realizada en su vida siente “una paz interior, que conduce a una armonía con lo exterior”. Y es consciente de la única realidad, que es presente, un verdadero presente, con todo lo que hay, agradable o desagradable, y no un mal entendido carpe diem. Comprender que “lo decisivo no son las circunstancias que te han tocado, sino cómo gestionar mis circunstancias”. Y siempre el llamado de Delfos: “conócete a ti mismo”, el autoconocimiento, inseparable de la autorrealización. Y la “confianza en la vida”; no se puede vivir sin la confianza en la sabiduría última de la vida. Saber vivir, también consiste en “el arte de no enredarse”, en buscar la preeminencia de lo más simple y sencillo y natural. A todo esto hay que añadir “la atención consciente hacia dónde nos dirigimos”, sin descuidar el “asumir mis limitaciones”. No olvidemos, tampoco, una justa dosis de “autocompasión”, no una lastimera y empequeñecedora compasión o autocompasión, sino una digna comprensión de uno mismo y de sus sombras; aprender a darse amor a uno mismo, que así no cuesta dar amor a los demás. Más importante que la coherencia lógica es “la congruencia personal, dentro y fuera”. Como se ve, ya somos sabios... sabemos cómo vivir mejor... solamente que hay que practicarlo, gradualmente llevarlo a nuestra vida diaria.

Y, cuando el grupo se disponía a pensar la otra cara de la moneda (¿cuándo no sabemos vivir?), apareció una claridad: los anteriores rasgos, ingredientes del sabio vivir, si se exageran o extreman, pueden volverse necios y ser fuente de sufrimiento, o incluso, de patologías psicológicas. Veamos, por ejemplo, lo último que se ha dicho: si somos excesivamente coherentes (lo que, en principio, es muy correcto: “vivir como se piensa y pensar como se vive”), entonces, podemos descuidar el presente y lo que muestra en cada momento, las diferencias y sus matices, y la congruencia podría convertirse en algo impostado y hasta inhumano (¡¿cuántas atrocidades no se han cometido en nombre de la coherencia?!) Tú, querido lector, puedes continuar con el ejercicio, referido a las demás notas características del bien vivir, que se han descrito más arriba. Por eso, al sabio también le caracteriza la prudencia o frónesis (Aristoteles). El foco de luz proyecta en cada caso una o varias sombras. Vivir sabiamente también significa aprender a ver esto: esa sombra que todas las cosas muestran cuando la luz solar del conocimiento cae sobre ella (Nietzsche).

Así pues, deslicémonos con nuestros participantes por la pendiente del no haber aprendido a vivir bien, y comprobemos lo que ellos dicen en nuestras propias vidas. La dignidad, el valor intrínseco de toda vida, en nuestro caso la vida humana, nos pone límites muy claros delante de nosotros: no hacer daño, no dañarnos a nosotros mismos. La falta de capacidad para saber lo que me pasa, también nos genera malestar: no sabemos vivir cuando andamos escasos de inteligencia emocional o de habilidades sociales. Si vivimos sólo la superficie de nosotros y no cultivamos la vida interior (nuestra dimensión espiritual), es probable que nuestra vida se empobrezca y que no seamos capaces de percibir su profundidad en los demás, aparte del dañino querer ver fuera la causa de lo que nos pasa dentro; si vivo desde la identificación (o el apego) a situaciones, objetos o personas, a ideas o creencias o banderas, estaré a merced de lo que que le suceda a todo eso y, recordemos, nada hay seguro del todo o completamente estable, por lo tanto, siempre estaré en riesgo de perderme; de la misma manera, es complicado vivir si confundimos la realidad con las ilusiones, sueños o ficciones; si no sabemos distinguir el dolor (que forma parte del hecho de vivir) del sufrimiento, fruto de nuestro propio añadido mental; si no estamos atentos a nuestro dolor, a nuestro sufrimiento, a nuestros miedos, que nos dan pistas sobre qué parte de nosotros mismos necesitamos desarrollar; entonces, viviremos mal. Y, en lugar de vivir, sobreviviremos, sólo trataremos de vivir como sea. No olvidemos que todo lo que se necesita para vivir mejor, humanamente, cae bajo la órbita del desarrollo, como se ha dicho, de nuestra propia conciencia interior, del sujeto que soy, que vive en nosotros. ¿Y cómo se desarrolla? Siendo cada vez más y más conscientes... de todo lo que seamos capaces y, a la vez, de nosotros mismos. Practicándolo. En fin, ¡que nada de lo humano nos sea ajeno! Vale.

martes, 7 de marzo de 2023

¿Por qué necesitamos la cultura?


Sobre la cultura

Café Filosófico en Vélez-Málaga 13.5

17 de febrero de 2023, Sociedad “La Peña”, 18:00 horas


La vida es en sí misma y siempre un naufragio. Naufragar no es ahogarse. El pobre humano, sintiendo que se sumerge en el abismo, agita los brazos para mantenerse a flote. Esa agitación de los brazos con que reacciona ante su propia perdición, es la cultura –un movimiento natatorio–. Cuando la cultura no es más que eso, cumple su sentido y el humano asciende sobre su propio abismo.

Ortega y Gasset


¿Por qué necesitamos la cultura?


En esta sesión del Club de Filosofía, en la Sociedad Recreativa y Cultural La Peña de Vélez-Málaga, la filosofía se puso a prueba a sí misma. ¿Cuál debe ser su papel en la sociedad? ¿Debe mirarse el ombligo como disciplina, o bien, debe estar a servicio de las preocupaciones e inquietudes de los seres humanos que pueblan este planeta? Aquí apostamos por lo segundo, claro. Pero sin instrumentalizar a la filosofía. Nos explicamos: poner al servicio, no implica mudar su naturaleza hasta que la filosofía sea irreconocible; por ello, la noción y la actitud filosófica no se altera sino que, desde su perspectiva de la realidad (una perspectiva reflexiva, radical, distanciada, crítica, dialógica, a la búsqueda del ser, el bien, la verdad, la belleza, el amor), trata de abordar los problemas de nuestro tiempo y acompañar a las personas en su vida cotidiana, sin dejar de lado nada de lo fundamental en nosotros: todo nuestro ser, físico, afectivo, mental, espiritual, que vive y se relaciona con los demás seres y con el planeta y el universo, de donde ha nacido y a donde habrá de volver. Pues bien, aquella tarde la filosofía fue puesta a prueba, como decimos... Este relator te anima, querido lector, a continuar hasta el final de esta jornada.

Todo comenzó con el viento que esculpe las nubes. Siguiendo con la tradición de las últimas ediciones de estos cafés filosóficos, se les pidió a los asistentes que se tornaran poéticos y expresaran sus evocaciones (en este caso) sobre las “nubes”: algo irrealizable, un pronóstico de que algo nos traerán, una belleza, un idilio, una esperanza de lluvia, alguna tranquilidad, una sugestión personal y propia, un estado de ánimo, algo leve y evanescente, la ingravidez de la transformación constante... seguro que para ti, también, mirar las nubes no es sólo “estar en las nubes”.

La preocupación del día resultó ser la cultura. Pero, no sólo qué es la cultura, sino cómo cultivarnos. Y no sólo como individuos, sino socialmente, y no en general, sino dentro de mi comunidad, cómo cultivarnos y generar cultura entre nosotros. Y la filosofía misma tuvo que implicarse. Pero vayamos por partes... Desde el punto de vista antropológico, todos los seres humanos somos cultos, puesto que pertenecemos a una cultura determinada (no se hablaba aquí de tener más o menos cultura o ser cultos... eso es otra cosa). La cultura, una cultura, es todo el conjunto de experiencias sociales, acumuladas a lo largo del tiempo, que se han ido transmitiendo de generación en generación (verticalmente) y de unos individuos a otros (horizontalmente). Incluye conocimientos, ideas, creencias, valores; incluye reglas institucionalizadas sobre lo que debe y no debe hacerse, y cómo hacerlo; objetos u obras con un significado particular dentro de una cultura; habilidades y técnicas materiales y sociales; en fin, todo lo que los seres humanos somos capaces de generar juntos a lo largo del tiempo, conservado y transmitido.

Pero nuestros participantes querían ir más allá... y luego más acá, de esa definición de cultura tan aséptica. Veamos. ¿Por qué necesitamos la cultura? Esas expresiones, fruto de la nuestra interacción con el medio y entre nosotros mismos, ¿a qué inquietud humana responden? Necesitamos expresarnos, necesitamos encontrar y aportar un sentido a la colectividad, porque estamos vinculados, porque vivir es relacionarse y estamos en permanente interacción unos con otros y con la naturaleza, cubriendo nuestras variadas necesidades. Y si una aportación cultural no responde a esta demanda individual, con aspiración social, simplemente no se trasmite, no sobrevive culturalmente. Porque toda cultura ha sido fruto del mestizaje, porque el ser humano, además de naturaleza tiene historia, como nos recordaba Ortega y Gasset. Pero, además, al recibir cultura, los individuos como personas se desarrollan, pues sin contacto cultural humano nuestras capacidades se estancan y atrofian; construimos nuestra imagen del mundo y de nosotros mismos con la comunidad que nos rodea, incluso, cuando pretendemos ir en contra de una determinada cultura. ¿Puede haber una cultura individual? Esto es un absurdo en sus términos y una imposibilidad material. Así, no es posible un lenguaje privado, como descubrió Wittgenstein, si no, dejaría de ser lenguaje. Hasta la cultura más aislada (de las pocas que quedan), hasta el individuo más ermitaño, se han construido a partir de la interacción. No hay culturas aisladas, ni dentro de sí mismas, entre sus individuos, ni fuera, sin relación con otras culturas. Es imposible. Nuestros participantes te lo sirven muy claro, para que lo digieras. Y esta conclusión será muy útil a continuación, cuando les preocupó tanto a los participantes la cultura de su comunidad particular.

Lo hemos dicho: la filosofía no pude quedarse al margen. El diálogo quería seguir un orden lógico, pero la necesidad del momento apretaba, y todos los participantes se sintieron interpelados por las inquietudes del momento, por su ciudad. ¿Por qué hay tan poca asistencia a los actos culturales que se organizan? ¿Por qué falta la implicación de la ciudadanía? ¿Qué hacen, o qué pueden hacer, los políticos de la ciudad? ¿Qué podemos hacer nosotros? Por otro lado, parece haber un fuerte movimiento cultural en torno a la actividad cofrade o las fiestas patronales, y el público acude en masa a procesiones y fiestas. ¿Qué se puede hacer? Esto dijeron ellos y ellas: dar a conocer todo lo que se hace, no solamente la cultura oficial; elaborar un censo de creadores, de todas las artes y artesanías, detectar dónde hay cultura; fomentar la cultura desde abajo, que la gente sea la que cree cultura, y apoyarla desde arriba, institucionalmente; conectar con la gente, abrirse a ella y sus manifestaciones culturales; educar culturalmente, para que poco a poco se aprecie la buena cultura, sus plasmaciomes culturales más valiosas, que se comprenda que la cultura te desarrolla como persona; que amar la cultura requiere cuidar la cultura, como pasa con cualquier otra forma de amor; y no se confunda cultura y entretenimiento, cultura y evasión individual o social; por último, darnos cuenta de que la cultura genera valor económico, incluso; que la cultura no es algo, por intangible, vacío o inútil, sino que alimenta el espíritu... pues, no sólo de pan y de circo vive el hombre, que el ser humano es un ser cultural, por naturaleza. Lo hemos comprobado durante la pandemia. ¿Cómo hubiéramos sobrevivido sin la cultura?

De manera que la filosofía, si la practicamos, no puede alejarse de este tipo de preocupaciones actuales. Y la discusión primera nos daba la clave para situar en su origen, en su esencia, esta última discusión: el ser humano es un ser que se construye relacionalmente, a través de la interacción y la vinculación mutua con los demás seres. Vamos, pues, a alimentarla. La interrelación. Si ésta se nutre adecuadamente, la cultura crece en valor y en riqueza. Y nosotros crecemos con ella. Sea. La filosofía practicada ha de formar parte de este magma cultural en constante movimiento. Y allí estábamos... en mitad de la cultura, en La Peña de Vélez, abierta al público.




viernes, 3 de marzo de 2023

¿Qué significa vivir el presente?

 


Sobre el momento presente

Café Filosófico en Castro del Río 6.4

10 de febrero de 2023, Peña Flamenca Castreña, 18:00 horas


No indagues –no es lícito saberlo– cuál fin para mí, cuál para ti, los dioses han dispuesto, Leucónoe, ni tientes los dados babilonios. Cuánto mejor será aceptar lo que venga, ya sean muchos los inviernos que Júpiter te conceda, ya sea éste el último, que ahora hace que el mar Tirreno rompa contra los escollos opuestos. Sé sabia, filtra los vinos y adapta al breve espacio de tu vida una esperanza larga. Mientras hablamos, se habrá fugado el tiempo hostil. Abraza el día (carpe diem) y confía lo mínimo posible en el día venidero.

Horacio, Odas


¿Qué significa vivir el presente?

El tópico horaciano (“carpe diem”) es regente en muchas ocasiones de nuestro mundo actual. Pero, como en todo tópico, las más de las veces se deforma su sentido originario. Nuestro grupo de filósofos prácticos de Castro del Río, junto al fuego del hogar en la Peña flamenca, se apresuraba a indagar su verdadero significado: ¿qué significa vivir el presente? Si esto lo percibimos como algo importante para nosotros, ¿en qué consiste y cómo hacerlo? Pero esto, queridos lectores, vino después de una evocación colectiva acerca del olivo. Ningún árbol ocupa un lugar tan central en nuestra comarca. ¡Cuánta vida en torno a sus frutos! Una vida dependiente... el tiempo lo dirá. Para nuestros participantes, los olivos representan riqueza, vida y la posibilidad, cuando niños, de esconderte en sus chuecas; el olivo es su aceite y, cuando lo degustamos, algo milenario entra en vena; el olivo también es el esfuerzo de muchas generaciones; y la alegría de lo nuestro; y una seña de identidad; y una señal de estar ya en casa; su tronco es el símbolo de la unidad de una familia y la pertenencia a una cultura... mediterránea.

Al participante que propuso esta temática le preocupaba lo que llamó el instantaneismo actual. El culto a lo inmediato y a la obsolescencia, programada o no. Pero, a la vez, todo el grupo intuía que debajo de esa tendencia cuestionable late algo muy valioso. Simplemente, se trataba de entender en su justo sentido qué es vivir el presente, y los tesoros de esta actitud comenzarían a desbordarse. A esta tarea se dispuso diligentemente el grupo, con todas sus capacidades en alerta. Realmente, detrás de la famosa expresión del carpe diem se halla una intuición muy certera: el presente incluye todo tiempo. El tiempo en presente es lo único real. ¿Y cómo es eso? Como venía a decir Agustín de Hipona, el pasado ya no es y el futuro todavía no es. Todo tiempo se da en el presente. Si a mi mente llega un recuerdo, sucede ahora mismo; si un deseo futuro, sucede ahora mismo. Este misterio del tiempo presente está enlazado con otro misterio, el de la conciencia. Aquí y ahora. A lo único que podemos acceder inmediatamente, pero que nos abre las puestas de lo eterno. Podría ser. El grupo te lo va a ir explicando... Y no te confundas. No es pasar rápidamente de una cosa a otra, de un pensamiento a otro, una emoción a otra, de una percepción a otra, como el rayo. No es eso... ya lo verás. Eso sería el instantaneismo del que nos quejamos, en el cual el valor de cualquier cosa se desvanece tan pronto como ha aparecido.

¿Sabemos vivir en el presente? ¿O diremos, con John Lennon, que “la vida es eso que te sucede mientras estás ocupado haciendo otros planes”? Y esta es la cuestión clave. Siempre estamos en el presente, pero se trata de cómo lo vivimos. Y el grupo te entrega el fruto de su experiencia compartida: el presente se vive de verdad, si es conscientemente. Ya sea lo que se vive algo del pasado, del futuro o del presente, se vive siendo conscientes de que vivimos. Y esta capacidad de nuestra mente, de atender al presente, se desarrolla en dos niveles. a) Podemos ser conscientes de las sensaciones de nuestro cuerpo, de nuestras percepciones, de nuestros pensamientos o ideas o creencias y de nuestras emociones. Nuestros contenidos de conciencia. b) Ahora estoy teniendo esta sensación, este pensamiento o esta emoción, pero además (o mejor, simultáneamente) podemos ser conscientes de nosotros mismos: yo que siento, yo que pienso, yo que percibo. Si incorporamos este nivel de conciencia (o mejor, de autoconciencia) nuestra experiencia sería completa, plena, actual, presente; más rica, más real. Pero esto requiere ir a buscarlo, necesita muchas veces, y más en estos tiempos, de un entrenamiento. Que es posible... Que no es difícil... Hay herramientas para ello, que nos vienen de las tradiciones de sabiduría tanto oriental como occidental. Incluso podemos comenzar a practicar con el llamado mindfulness, siempre que lo entendamos bien y lo llevemos a cabo adecuadamente.

En esto que una de las participantes propone la lectura y la práctica del libro de Eckhart Tolle, El poder del ahora. Y el grupo valoró si ella se había ausentado del diálogo. Se fue un instante, sí, pero sin dejar de estar allí, pues su mente no se dispersó en la maraña de pensamientos o recuerdos o deseos, sino que conectó algo que allí, en el diálogo, estaba presente con algo presente en su mente. Fue consciente. Nunca emigró de la discusión. ¡Nada que objetar!

Una vez que sabíamos qué es estar en el presente, el grupo no quiso dejar nada en el tintero, o si queremos, extrajo algunas consecuencias de lo hallado. ¿Cuándo no estamos presentes? Es decir, que se iba a la caza del falso “carpe diem”. Obviamente no estás presente si te pierdes tú como sujeto, como foco de consciencia. Y esto sucede a menudo con el hedonismo, con los variados intentos de evasión de la realidad, todas las huidas, todas las vanas pretensiones de sustituir una cosa por otra, buscando lo que me agrada o es más cómodo. Y aquí el moderador no pudo resistirse, y preguntó: ¿está lo desagradable también en lo presente? ¿O solamente, buscamos lo que nos favorece o lo que deseamos? Estar en el presente ha de significar estar ahí, aquí y ahora, con todo lo que hay, con todo lo que haya. Por eso nos dice Nietzsche que la auténtica vitalidad se muestra cuando somos capaces de decir sí a todo, nos guste o no, “un santo decir sí”. De lo contrario no somos fieles a nosotros mismos ni a la realidad. Y claro, puede ser que sea esto lo que no está de moda. Pero, entonces, ¡no digamos que vivimos el presente! Seamos de verdad seres humanos...




¿Cómo orientarse uno en la vida?



Sobre la orientación en la vida

Café Filosófico en Torre del Mar 2.4

09 de febrero de 2023, Taberna El Oasis, 18:00 horas


Cuando emprendas tu viaje a Itaca
pide que el camino sea largo,
lleno de aventuras, lleno de experiencias.
No temas a los lestrigones ni a los cíclopes
ni al colérico Poseidón,
seres tales jamás hallarás en tu camino,
si tu pensar es elevado, si selecta
es la emoción que toca tu espíritu y tu cuerpo.
Ni a los lestrigones ni a los cíclopes
ni al salvaje Poseidón encontrarás,
si no los llevas dentro de tu alma,
si no los yergue tu alma ante ti.

Kavafis, “Itaca”


¿Cómo orientarse uno en la vida?

Desde Ulises a nosotros, y mucho mucho antes de Ulises, el ser humano busca una orientación a la par que se busca a sí mismo (quizás se trate de la misma búsqueda). Somos Ulises volviendo a Ítaca, buscando nuestra Ítaca. Y es arduo. Y es claro, cuando estamos acercándonos a la meta y volvemos la vista atrás, como decía el poeta. El aprendizaje en el transcurso del viaje nos ha preparado. Por eso, “pide que el camino sea largo”, dice Kavafis en su famoso poema. Buscábamos orientación y en la búsqueda de orientación nos hemos orientado. No es separable la acción de su intención. Nuestros participantes revivieron juntos la odisea que todos llevamos dentro. Y ahora te hacen partícipe. Disponíamos de todo un oasis en el que pararnos a pensar, algo tan necesario hoy día.

Pero antes nos asaltó la luz de Torre del Mar. A lo largo de toda nuestra tradición, la luz ha sido el signo del conocimiento. Luz igual a conocimiento. Oscuridad igual a ignorancia. Así Heráclito: los que saben son aquellos que son capaces de captar (ver) lo común lo particular; así, Platón: ascender hacia la luz que se cuela en la caverna de nuestra vida, significa ir alcanzando gradualmente distintos estados de conciencia hasta llegar a la comprensión del bien o la sabiduría. Entonces, ¿qué les dice la luz a nuestros participantes? Ellos y ellas viven en la blanca luz del sur, así que sabrán del tema: la luz significa paz, respiración, despertar del día, alegría de vivir, y cada persona irradia su propia luz, con ella dan ganas de vivir, significa transparencia, luz es palabra, vida, energía, belleza, conocimiento, esperanza, orientación, comprensión, descanso, apertura, descubrimiento, vitalidad, euforia. La luz es eso, pero no se reduce a eso. Como todo lo que importa: que se relaciona y es idéntico a sí mismo a la vez.

Buscamos orientación, pero, ¿qué es estar orientado? Tienen claro los participantes que orientarse tiene que ver con encontrar tu lugar en el mundo, disponer de un faro, una meta hacia la que dirigirse. Y para ello es necesaria la toma de conciencia de ti mismo en relación a todo lo demás. Esta búsqueda contiene, además, un componente emocional muy fuerte: no sólo entenderlo, sino sentirse uno orientado. Para ello es necesario sentir primero tu propia identidad, y para sentirla, ir hacia ello, como una búsqueda primera y primordial. Esto lo intuían. Hay una búsqueda exterior pero, para que ésta no se descarríe, necesitamos primero realizar la singladura interior, o al menos, haber navegado unas millas mar adentro. Para esto hace falta tanta valentía como para el viaje exterior.

Lo que viene a continuación todos lo sabemos: ¿cómo llevar a cabo esta orientación en la vida? Obviamente, esto se aprende... hay por delante toda una vida en este aprendizaje. Y no es fácil siempre. Porque vendrán muchos obstáculos, muchos peligros, muchos Escila y Caribdis, como Ulises que somos. Y nos perderemos y perderemos nuestro norte. Circe con sus pócimas está al acecho y la ninfa Calipso, que constantemente nos seduce con una falsa inmortalidad. Muchas cosas en el mundo nos influirán y nos presionaran. Pero el arte de vivir con autenticidad requiere aprender a armonizar lo de dentro y lo de fuera, lo social y lo individual; nutrirse uno de todo lo que va apareciendo en su camino, con conciencia de uno mismo y de lo otro. Muchos conocimientos, muchos valores nos vendrán del mundo en que vivimos, por esto hay que ir desarrollando nuestra capacidad de juzgar, con criterio propio, lo que nos rodea. Y si la educación pretende contribuir, no deberá olvidar nunca preguntarse para qué educamos, qué personas, qué mundo queremos para vivir.

¿Quién soy yo? Ahí radica nuestra Ítaca verdadera. Y para situarse en ella, des-cubrirla. ¿Cómo? Quitando las capas de condicionamientos y hábitos y creencias que nos separan de ese centro. Y escuchar al cuerpo y sus emociones, a donde van a parar los síntomas del desvío, el abandono de nosotros mismos. Y luego, mirarse en el espejo y reconocerse. Y si no es el caso, cambiar de rumbo; si hace falta, dar un golpe de timón y virar de nuevo hacia el origen profundo que nos constituye. No hay otra inmortalidad más cercana. Vale.