Marc Sautet au Café des Phares (Paris 1994) Photo: Wolfgang Wackernagel

miércoles, 26 de octubre de 2022

¿Podemos hablar de enfermedad mental?

 


Sobre la salud mental

Café Filosófico en Málaga 1.1

17 de octubre de 2022, Ateneo de Málaga, 19:00 horas


Ciertamente, Hipias, me parece que me ha sido beneficiosa la conversación con uno y otro de vosotros. Creo que entiendo el sentido del proverbio que dice: «Lo bello es difícil.»

Platón, Hipias Mayor


Un nutrido grupo de personas se habían citado en el Ateneo de Málaga para filosofar. Esto, que puede parecer extraño, cada vez lo es menos. Se percibe la necesidad de la filosofía en estos tiempos difíciles. Una manera de situarnos clara y distintamente en el mundo y buscar orientación. De ahí que este relator quiera agradecer expresamente a las personas que dirigen este Ateneo de la cultura malagueña y universal, y en especial a José Olivero, su apuesta para poner a la Filosofía a disposición de la ciudadanía.

Es evidente, desde el comienzo, que el hecho de que un grupo de personas se reúnan alrededor de una mesa para filosofar, en un plano de igualdad, como personas y no como expertos en nada, más allá de su edad o su formación, implica una concepción diferente de la Filosofía. Pero antes de introducir esta Filosofía practicada y para no condicionar las visiones de los asistentes, el moderador del encuentro plantea esta pregunta de autorreflexión: ¿Cuál ha sido mi impulso, mi motivación para venir, hoy, aquí? ¿Cuáles son mis expectativas? De este modo se pretendía romper el hielo inicial de la participación, que no hacía falta en este caso, pues las ganas de aportar ideas afloraron con mucha facilidad desde el principio. Y entre las motivaciones presentes estaban la curiosidad, el reto, el intercambio, la reflexión, poder pensar en común, la intriga, aprender, el amor a la filosofía, poder profundizar en uno mismo, el interés por lo humano, poder dialogar, profundizar en nosotros... Todas perfectamente compatibles con un encuentro como éste.

Tras la presentación del acto, el moderador introduce la actividad, puesto que se trataba del primer encuentro en este lugar. Menciona los antecedentes lejanos, socráticos para más señas, de esta modalidad de práctica filosófica (junto a los talleres de filosofía, el asesoramiento filosófico individual, a instituciones o empresas, la filosofía con niños y niñas o los diálogos socráticos), y luego, los antecedentes cercanos del Café des Phares en París, de la mano de Marc Sautet; luego, insiste en lo que se venía a hacer allí, que no era asistir a una charla, una tertulia o un debate, sino realizar una investigación conjunta entre todos los participantes, acerca de aquello que les preocupe o interese. Además, se trata también de un aprendizaje, en la práctica, de lo que es dialogar de veras: escuchar al otro (quitándome, mientras tanto, yo de en medio), esperar a que el otro haya acabado para pedir mi turno de palabra, colaborar con un propósito común, tratar de ir al fondo de las cuestiones, intervenir brevemente, anunciando, si se puede, qué va a hacer uno con sus palabras: afirmar, replicar, preguntar, responder, plantear una hipótesis, etc. Esta manera de situarse en la Filosofía, como un modo de vida que se practica, ya desde la antigüedad, como ha investigado profusamente Pierre Hadot, no es incompatible con la filosofía al uso, que podemos llamar Filosófica académica, sino todo lo contrario: ambas, la filosofía en el ágora y la filosofía más teórica o erudita se necesitan mutuamente: ésta como un laboratorio de ideas y la otra como una manera de estar presente y viva la filosofía en la sociedad. Y así lo ha manifestado, también estos días, la conocida filósofa Ana Carrasco Conde.

Como nadie traía nada preparado ni tenía nada que defender, se dispuso el grupo a elegir, democráticamente, esa temática o problema que estaba flotando en el ambiente de los que allí estaban reunidos. De todas las propuestas, la salud mental fue la más deseada y ya, desde el comienzo, se dejaron ver las ganas, pero también las dudas, que suscitaba este tema, pues fue necesario formular bastantes preguntas para poder afinar la cuestión: ¿Son los psicólogos y psiquiatras los únicos que pueden ayudar? ¿Qué nos hace falta saber sobre la enfermedad mental? ¿Qué pueden hacer las personas que están alrededor de una persona con problemas mentales? ¿Por qué están aumentando los problemas de salud mental? Pero, ¿se puede hablar de enfermedad mental? ¿Qué puede aportar la filosofía? Sobre esto último, se aclara que la filosofía puede abordar cualquier problemática, puesto que lo filosófico no es en sí la temática o el contenido de que se hable, sino la forma en que se aborda (una mirada reflexiva, consciente, crítica, fundamental, distanciada, universal...), que promueve un cambio de visión, un cambio de actitud ante el objeto de indagación. En este caso, se vio claro que la discusión debía comenzar por delimitar bien qué entendemos por “salud mental”.

Es más, ¿se puede hablar de “enfermedad mental”? Por ahí debíamos comenzar nuestra investigación; desde ahí, se aclararían las demás cuestiones. Y da paso una larga discusión acerca de si es mejor hablar de “trastorno” o de “enfermedad mental”, o si se trata de grados en la falta de salud mental. Emergieron dos conclusiones: que, en este tema, el peligro está caer en un reduccionismo biológico, es decir, asimilar la enfermedad mental a otras enfermedades del cuerpo, y que, en el fondo, se trata de una cuestión de lenguaje: lo que estamos entendiendo con nuestras palabras. Así que el grupo toma conciencia de que el problema de fondo es el de la normalidad mental: qué se considera una conducta normal o enferma. Y aquí reposa el origen de nuestras perplejidades sobre la salud mental. Claro que se pueden indicar unos parámetros generales de lo que intuimos que es saludable mentalmente: que la persona pueda funcionar bien en su entorno, que no haya un exceso de sufrimiento evitable, que no se altere gravemente la convivencia, que el individuo no haya perdido el control de su propia vida, que las conductas no generen violencia contra uno mismo o los demás... Pero lo fundamental sería cómo lo vive la persona, el grado en que se dan tales desviaciones de una conducta saludable y la infinidad de situaciones y de casos diversos e irreductibles que puede haber, por lo que es mejor hablar de “enfermos” y no de enfermedad, en general. Es extremadamente importante considerar siempre esta complejidad de la enfermedad mental, para poder relacionarnos adecuadamente con ella y con las personas que puedan padecerla en un momento dado.

En nuestros encuentros filosóficos, no buscamos hallar una respuesta completa o definitiva, pero sí una mínima clarificación y satisfacción de los asistentes. El tiempo se iba agotando y no parecía que ello fuera posible, a la altura de la discusión en ese momento. Todo diálogo necesita de una maduración, y una respuesta mínima estaba a punto de salir a flote: observar cada caso desde su singularidad, otorgar un trato diferenciado a cada persona. Una mirada a la complejidad de la salud y la enfermedad mental nos permite adoptar una actitud adecuada ante ello; y esto es determinante, pues de lo contrario, caemos con demasiada facilidad en la rigidez de pensamiento, el estigma o la discriminación de las personas que pueden manifestar en algún momento de sus vidas dificultades de adaptación a este mundo; algo que no es nada sencillo, si tenemos la paciencia de mirarnos a nosotros mismos y nuestras propias dificultades.

Lo mismo que se decía al final, en el diálogo Hipias Mayor de Platón, respecto a la belleza: “lo bello es difícil” (de definir), cabría decir respecto a la salud mental. Como consecuencia de esta comprensión, en un caso, quedamos abiertos y disponibles para apreciar y recibir la belleza presente, dentro y fuera de nosotros; y en el otro caso, el de la salud mental, quedamos abiertos y preparados para vernos unos a otros, no como sanos o enfermos, sino como personas que buscan su bien y su felicidad de variados modos, y que a veces se pueden desviar en algo de su camino, por distintas circunstancias o motivos. Y esto es un punto de partida esencial.






lunes, 24 de octubre de 2022

¿Por qué necesitamos mundos virtuales?

 


Sobre los mundos virtuales

Café Filosófico en Vélez-Málaga 13.1

14 de octubre de 2022, Sociedad “La Peña”, 18:00 horas

Y si la prisión contara con un eco desde la pared que tienen frente a sí, y alguno de los que pasan del otro lado del tabique hablara, ¿no piensas que creerían que lo que oyen proviene de la sombra que pasa delante de ellos?

Platón, “Alegoría de la caverna”.


 La vida está viva. Esto que parece una obviedad o una verdad de perogrullo o una simpleza no deja de ser cierto en cada momento. Y es lo que muchas veces nos pasa desapercibido. Por circunstancias que escapan a nuestra voluntad y a nuestro conocimiento tuvimos que buscar una alternativa como sede de nuestros encuentros filosóficos. Y este nuevo local se nos antoja, como el anterior, muy adecuado para dejar correr juntos el pensamiento consciente. Agradecemos desde aquí a la Directiva de la Sociedad Recreativa y Cultural “La Peña” de Vélez-Málaga, y en especial a Antonio Lara, su atenta respuesta a nuestras pretensiones filosóficas. Es un honor para nosotros poder celebrar nuestros encuentros en un espacio de nuestra ciudad con tanta raigambre.

Pues bien, comenzamos la nueva temporada con una autorreflexión muy necesaria en estos tiempos pandémicos: ¿Cómo me encuentro después de un verano en el que, quizás por primera vez en mucho tiempo, no hemos tenido una percepción tan acuciante de la actual pandemia? ¿Con qué ánimo, con qué energía inicio el curso? ¿Me siento más fuerte, más débil, para esto, para lo otro? Y puede que alguna de estas respuestas se acerque a la tuya: animada y contenta; más lento pero sigo con mi espíritu activista; ya sin los excesos del verano, más serena y activa; me siento agradecido compartiendo cada día, que es un regalo; agradecida, cómoda y aliviada; siento cierta ansiedad; mi tiempo es finito y ¡tengo que hacer!; este tiempo ha traído cosas positivas que aprovecho: el teletrabajo, poder acabar las tareas pendientes; pues yo tenía muchas ganas de volver a filosofar; me encentro emocionalmente algo perdida... demasiadas opciones; trato de aprovechar cada día; trato de hacer cosas diferentes; me veo expectante, siempre observador; me veo mejor, hago lo que no hacía; ha supuesto para mí una inflexión en mi vida, tenía excusas para no hacer, ¡ahora ya no!; me veo recelosa, no me fío de lo que pueda pasar, prefiero una mínima rutina; veo por todos lados síntomas de una crisis profunda.

Los mundos virtuales. ¿Por qué necesitamos crear nuevas realidades? Esta fue la pregunta que inició el diálogo sobre la realidad virtual, esos otros mundos posibles, a lomos de las nuevas tecnologías. Y los participantes se aprestaron a invocar sus propias experiencias virtuales, y así saber de qué estábamos hablando... Y unas eran más deseables y otras lo eran menos: el metaverso, la posibilidad de vivir una vida paralela, las redes sociales con sus convenciones e hipocresías, los grupos que condicionan lo que comemos y cómo nos alimentamos, el poder de los algoritmos, que reducen la vida en Internet al interés y al control, y otras experiencias que tú puedes traer a la mesa. Pero, lo decisivo es que todavía podemos diferenciar lo real de lo virtual. ¿Llegará un día en que no podamos? Están las posibilidades abiertas, pero aquí están los riesgos. Y la pregunta fundamental sería: ¿Queremos vivir así? Porque esta vida, que es vida pero no es auténtica vida, nos afecta a todos y a todas; ya casi no podemos vivir sin las redes sociales virtuales, a pesar de que se trafica con los “likes” y son un negocio pujante.

Volvemos a preguntarnos: ¿Por qué necesitamos crearnos realidades virtuales? Por un lado, parecen cubrir ciertas carencias personales, así es más cómodo relacionarnos, menos arriesgado para mi personalidad, por otro lado, podemos reforzar nuestras tendencias confesables o inconfesables, y quizás sean una manera de desahogar nuestra insatisfacción crónica en las sociedades actuales, esa deuda infinita que nunca se logra satisfacer, como diría el filósofo de la contemporaneidad, Luis Sáez Rueda; porque buscamos la inmediatez, o bien, porque buscamos engordar lo que deseo o alimentar nuestro ego. Cada uno que piense por qué navega por esos mundos posibles creados por ordenador. Pero también, se dijo esa tarde, nos imponen este mundo virtual. Incluso, colabora una legión de profesionales de la comunicación y expertos en la conducta humana (psicólogos, sociólogos, politólogos, antropólogos, etc.) al servicio de determinados intereses, casi siempre económicos, para aumentar las oportunidades de negocio, explotando las obsesiones y compulsiones humanas. Y nosotros, colaboramos. Es cierto, nos hace falta más que nunca una ética profesional, como insiste Adela Cortina.

El futuro se nos presenta incierto, pero también inminente e irremediable. Parece que no podemos cambiar el rumbo de nada. A esto se le ha llamado determinismo histórico, que se ha expresado en la modernidad en la forma de determinismo tecnológico:aquello que técnicamente pueda hacerse, hay que hacerlo. Y queda atrás, tantas veces, la pregunta: ¿debe hacerse? Según Hans Jonas, poder implica deber; en virtud del poder que se ponga en acción en cada caso, así será la magnitud y el contenido de nuestra responsabilidad. Aquella (de la época ilustrada) idea de progreso ha mostrado su envés: no somos mejores solamente a base de desarrollo científico-técnico. Y esto se ha convertido en un auténtico revés para nuestro tiempo. Era lo que estaba en el fondo de esta fase del diálogo, aquella tarde...

Pero vayamos más al fondo. El ser humano es un ser capaz de crear mundos con el poder de su imaginación. Siempre lo ha hecho y nos ha ido salvando de sucesivas intemperies. Pero el alcance de nuestras acciones, gracias al desarrollo de la tecnociencia es imponente. Esto implica que debemos ser más inteligentes que nunca (y no hablamos de la inteligencia artificial, que es tan poco inteligente). Hay dos preguntas cruciales que implica el ser inteligentes, a día de hoy: ¿Cómo queremos vivir? Y para ello, preguntarme antes: ¿Quién soy yo? Si todo el poder de la realidad virtual reside en el poder de los medios tecnológicos, quizás hemos olvidado los fines, es decir, para qué queremos utilizar esos medios. Los valores, aquello que vale por sí mismo y no en función de los intereses o las circunstancias. Si toda la fuente de la realidad virtual está más acá, en nosotros mismos, en nuestra capacidad creadora, quizás deberíamos poner todo el esfuerzo en el desarrollo de nosotros mismos, descubrir cuáles son las cualidades esenciales del ser humano, de donde le vienen los valores, la consideración de aquello que es valioso en sí mismo. Conocernos mejor a nosotros mismos. Primero, antes de poner en marcha mundos posibles que no controlamos; como si fuera una locomotora a toda velocidad, sin frenos y sin conductor. Vale.