Marc Sautet au Café des Phares (Paris 1994) Photo: Wolfgang Wackernagel

miércoles, 10 de abril de 2024

¿Somos dueños de nuestra propia vida?

 

Sobre el destino de mi vida

Café Filosófico en Torre del Mar 3.4

21 de marzo de 2024, Taberna El Oasis, 18:00 horas


Siembra un pensamiento y cosecharás una acción;

siembra un acto y cosecharás un hábito;

siembra un hábito y cosecharás un carácter;

siembra un carácter y cosecharás un destino.

Ralph Waldo Emerson


Quiero aprender cada día a considerar como bello lo que de necesario

tienen las cosas; así seré de los que las embellecen.

Amor fati: sea este en adelante mi amor. No quiero hacer la guerra

a la fealdad. No quiero acusar, ni siquiera a los acusadores.

¡Que mi única negación sea apartar la mirada!

¡Y en todo y en lo más grande,

yo solo quiero llegar a ser algún día un afirmador!

Friedrich Nietzsche


¿Somos dueños de nuestra vida, cada uno de nosotros?

De nuevo, estábamos en la Taberna El Oasis para filosofar juntos, que no es otra cosa que poner en acción el sentido griego de logos. Según nos cuenta Pedro Olalla, en su reciente libro Palabras del Egeo, que va más atrás en algunas de las palabras que han marcado el transcurso de nuestra civilización, en el caso de la palabra logos o lenguaje racional, como suele traducirse, hay que saber que procede del verbo lego, y que, “detrás de cada verbo está siempre el mensaje intuitivo de un gesto”: en este caso, el gesto de unir el dedo pulgar y los dedos índice y corazón para pellizcar el aire. Así que, en primer lugar, este verbo, del que procede la palabra logos, expresaría la idea-experiencia de “ir uniendo”, “recogiendo”, juntando”. Pero además, comparte la raíz lep o lek, y con ello otro gesto: juntar las manos formando un cuenco para coger agua, “acogerla”. Y así es nuestro encuentro. Juntos dialogamos y acogemos inquietudes, preguntas y experiencias. Juntos dialogamos y nos acogemos. Una tarde más estábamos así dispuestos, con esta actitud... genuina filosófica.

Como además se celebraba el día mundial de la Poesía, el facilitador del encuentro quiso leer un poema de la veleña María Zambrano... ése que empieza “El agua ensimismada, ¿piensa o sueña?”, y acaba: “Si tú te miras, ¿qué queda?”. Leerlo, sentirlo, interiorizarlo y expresar qué queda en nosotros, si nos miramos dentro, fue la tarea propuesta a los asistentes. Y éstas fueron sus respuestas compartidas: preocupación, paz, foco, optimismo, no-saber, niña con ganas de amar, vida, felicidad, sol, grano de arena en un inmenso desierto, ???, reflexión, calma, preocupación por los otros, incertidumbre, cambio. Cada una de las cuales, estas sensaciones, darían para comenzar todo un diálogo... Pero queríamos partir de un interés común, y éste fue el destino. El destino de mi vida. Pero no “el destino” como idea o mito. No, el curso de mi vida y cómo lo vivo, aquí y ahora, el problema existencial humano, ¿hasta qué punto, soy dueño de mi destino? Y es imposible, de nuevo, no acordarse de los antiguos griegos. El problema existencial recogido en la forma de tragedia humana: la de Edipo. Al tratar de escapar a su destino, acaba consumándolo. ¿En qué momento Edipo fue más dueño de su vida: cuando quiso rebelarse contra el vaticinio monstruoso del oráculo o cuando asumió su destino como propio? Esto es lo que tenemos juntos que dilucidar, sentido en nuestras propias carnes.

¿Me encuentro condicionado en mi vida o no lo estoy? Sé de muchas circunstancias, incluso imprevistas o imprevisibles, que han marcado el desarrollo de mi vida. Por otro lado, muchas veces pienso que soy yo quien construye mi vida, pero no me gusta como es. Aquí se apreciaba una confusión, una laguna en la conciencia del grupo. Tanto si pienso que yo soy el artífice de mi vida, pero no me gusta como la voy construyendo, como si yo soy un juguete de las circunstancias, soy yo, o una parte de mí, quien se da cuenta de ello... Pues bien, ¿esta parte es libre, dueña de sí misma? Ya se estaba encendiendo una cerilla... No era un foco de luz claro e intenso, pero era una luz, una lucecita que más tarde podía avivarse... Todavía no era momento para el alumbramiento.

¿Dónde poner el foco, en mí o en las circunstancias? Los dos elementos están en juego, pero ¿qué papel juegan? Ya sabéis que Ortega y Gasset lo resuelve a través de la interacción constante entre el yo y mis circunstancias: ellas y lo que yo pueda hacer con ellas, haciéndome cargo de ellas y de mí mismo, en definitiva, responsabilizándome de mi propia vida. Siempre aparece una holgura de la realidad que me da cierto margen. Y una de las participantes apunta que “mi destino” solamente lo conozco al final. En este punto del diálogo, el moderador del encuentro decide hacer una encuesta: ¿mi vida es mía? Y la mayoría opinaba que sí, que, al menos, eran suyas sus reacciones o respuestas a lo dado, no elegido en sus vidas. Pero otra de las participantes discrepaba. ¡Y bendita discrepancia! Dijo que esas respuestas mías eran sólo aparentes, pues, perfectamente, también podían estar condicionadas. Esto era muy sabroso. Este obstáculo incitaba, alimentaba, la discusión... Forzaba la necesidad de usar una nueva broca, la de buscar una nueva zona de indagación o apriete, ahondar de otro modo y no quedarnos ahí, paralizados.

Pues bien, unos interrogantes, y unos casos, podían venir en nuestra ayuda. Si nuestras reacciones ante el mismo caso no son las mismas en todas las personas, ¿no indica esto que pueden ser mías, de algún modo? Si es única mi reacción, ¿no es mía de algún modo? ¿Cuál es la clave de bóveda de la superación de experiencias traumatizantes como un duelo, estar encarcelado, sufrir un accidente mortal o una grave enfermedad? Y van diciendo los participantes que, cuando vas madurando, esto facilita su superación, y que, cuando te das cuenta, hay un momento de lucidez, más allá del suceso o el trauma, y se despierta una capacidad de ver, de sentir, de hacer... distinta, única, insobornable, que no se deja afectar por lo que estás viviendo en particular. Es decir, que en la medida en que somos más conscientes, entonces, “mi vida es mía”, y lo opuesto, cuando soy menos consciente. Siento que mi vida es mía, que soy dueño y artífice de ella. Todos esos momentos en los que soy muy consciente de las circunstancias y de mí mismo, en los que estoy viviendo esas circunstancias lúcidamente, esos momentos son míos. El resto, no se sabe.

Esta conclusión indicaría claramente que tengo todo un trabajo por delante: de autoconocimiento y de autorrealización. Cuando voy realizando, desarrollando, mis propias cualidades internas, de un modo consciente, voy sintiéndome más y más yo mismo y mejor me reconozco; y cuando voy reconociéndome, aparece una mayor transparencia entre lo interior y lo exterior. Más exactamente: no hay diferencia entre lo exterior y lo interior. Edipo no fue libre hasta que no asumió su destino como propio. Nunca más libre que cuando fue más lúcido y adoptó una vida que el mismo oráculo desconocía. Sólo cuando cegó sus ojos fue de verdad vidente, y estuvo preparado para vivir auténticamente la realidad de su vida, por muy amarga que ésta fuera.




lunes, 18 de marzo de 2024

¿Por qué no hay suficiente compromiso social?


Sobre el compromiso social

Café Filosófico en Torre del Mar 3.4

25 de enero de 2024, Taberna El Oasis, 18:00 horas


Sólo se aguanta una civilización si muchos aportan su colaboración al esfuerzo.

Si todos prefieren gozar el fruto, la civilización se hunde.

Ortega y Gasset


Yo hago lo que usted no puede, y usted hace lo que yo no puedo.

Juntos podemos hacer grandes cosas.

Teresa de Calcuta


¿Por qué no hay suficiente compromiso social?


En el café filosófico anterior, celebrado en la Taberna El Oasis, el grupo de personas que allí se dio cita recogió la sensación de impotencia social que tantas veces nos arrastra hacia la inacción, o bien, a adentrarnos en lo nuestro, cada uno lo suyo, y hacer de eso un aparente hogar. Pues bien, el diálogo que asomaba la cabeza en esta ocasión se presentaba como su cara B. El compromiso social. Son caras de la misma moneda porque no son posibles uno sin el otro: el compromiso social que reivindicamos es una reacción de la impotencia que tantas veces sentimos; y ésta constituye nuestro compromiso herido o maltratado, de otro modo no sentiríamos esa impotencia. Así podíamos obtener un panorama más completo de eso que nos pasa cuando observamos cómo va el mundo y cómo nos gustaría que fuera, el contraste entre la realidad y el deseo, que el poeta Luis Cernuda convirtió en la alforja de su vida. Y descubrimos juntos que la división entre lo individual y lo social, lo cercano y lo lejano, esas dicotomías, esas falsas dicotomías, entorpecen nuestro compromiso personal con la realidad. La actitud en la que yo me doy, me envío, me pongo a mí mismo en mi acción, como etimológicamente significa “comprometerse”. Mirad lo que sucede si separamos la búsqueda de un saber común y universal (en lo posible) de lo particular de mis opiniones... La discusión infinita y el conflicto irresoluble están servidos, si uno se queda en la opinión propia (que es algo idiota por definición), o también, están servidas la sumisión y la ausencia de un pensamiento personal, si no parto de mi propia experiencia para llegar juntos a un territorio común, que es a lo que venimos, precisamente, en un café filosófico.

Pero, ¿cómo veníamos ese día al café filosófico? ¿Desde dónde nos enfrentábamos al deseo de un mayor compromiso social de la ciudadanía? Y dijeron que venían, cuando atendieron a su interior, con estas sensaciones, emociones o pensamientos predominantes: tranquilidad, apertura, paz, enojo, preocupación, indignación, tranquilidad, disposición, vida, sosiego, agradecimiento, bienestar, desilusión, inquietud, picazón, pasión, espera, nervios, una sensación desagradable en el lado izquierdo del cuerpo, de estar a gusto, serenidad, calma, sensibilidad. Estas eran las mimbres para nuestro cesto, tan variadas como los vaivenes que fueron dándose en la discusión, y que resumiremos aquí.

El diagnóstico inicial del grupo era que no hay suficiente compromiso social. Pero, ¿Por qué no hay suficiente compromiso social en el mundo en que vivimos? ¿Y qué sería un compromiso suficiente? Pero a ver, para empezar, ¿en qué lo notáis, esa falta de compromiso? Sigue habiendo muchas injusticias y no luchamos para erradicarlas, muchas quejas de los servicios públicos, la sanidad, por ejemplo, muchas carencias educativas, los medios tecnológicos que generan nuevos problemas... en fin, para qué seguir. Y predomina el interés egoísta, o bien, el hastío social emerge a menudo como única respuesta y, como todos los procesos dependen de muchos, de muchas instancias y actores, nadie se hace responsable, la responsabilidad se diluye; además existen fuerzas externas, con inercias que no controlamos, que nos presionan o encorsetan, la burocracia nos engulle, y nos sentimos divididos, atomizados, aislados... Todo parece demasiado complejo y fuera de nuestro alcance.

Entonces, ¿qué podemos hacer?, ¿qué nos cabe esperar?, como preguntaría Immanuel Kant. Necesitamos una nueva cultura del compromiso social, aportan algunos de los participantes. Favorecer una recuperación de la confianza en que algo se puede hacer, volver a confiar unos en otros y la ciudadanía en sus gobernantes. Pasar de una actitud individualista a una perspectiva en donde lo colectivo recobre su valor propio. Sin estos cambios básicos, les parece a nuestros protagonistas que no podría crecer el compromiso social de la ciudadanía. Y una pregunta abrupta irrumpe en la discusión (comencemos por cambiar nosotros mismos, los que estamos allí reunidos): ¿puedo yo ser feliz si los demás no lo son? ¿Qué es lo decisivo, el bienestar social o el bienestar individual? Y el moderador lanza a los asistentes esta pregunta de raigambre aristotélica. Pues bien, contra Aristóteles, la mayoría consideraba en ese momento que el bien individual es el más necesario. Y es muy posible que estén en lo cierto. Pero, ¿no se quejaban de la falta de compromiso social? ¿No continúa siendo ésta una perspectiva individualista? Pensemos en el compromiso político: se ejerce, sí, individualmente, pero se favorece socialmente. ¿De qué serviría, si no se convierte mi compromiso político en nuestro compromiso político? No puede haber verdadero compromiso sin la fusión de lo personal y lo social. Y si esto no se percibe con claridad, la ineficacia del compromiso conduce a la desesperanza, y ésta a la impotencia social de que hablábamos el otro día.

Y lo mismo sucede con los niveles de compromiso. Cualquier grado, en la medida en que uno pueda, es compatible y es funcional. No se trata de que el compromiso tenga que ser de una manera determinada, como a mí me parece que debiera ser; la clave está en que cada uno desde su esfera contribuya en algo, lo que pueda, al bien común (que luego redunda en mi propio bien). Y tampoco el grupo ve nada clara la dicotomía entre lo lejano y lo cercano: podemos contribuir al bien cercano a nosotros y podemos contribuir al bien de otras latitudes. Es posible, es compatible. Lo que no puede pasar es que la falta de lo uno sirva de excusa para lo otro: como hay muchos problemas globales, de qué vale lo que yo pueda hacer desde mi ciudad; como hay muchos problemas cerca de mí, primero tengo que ocuparme de éstos. Una pareja allí presente, que llevan a cabo labores solidarias, desde hace ya muchos años, aquí en su entorno y allá en otros continentes, lo atestiguan. Lo peor que le puede suceder a nuestro compromiso para que pierda su fuerza y su valor es que no sirva para nada, por un motivo u otro, por una u otra excusa... Todo suma, antes o después; ya se sabe que un grano no hace granero, pero le ayuda a su compañero. Basta saber esto para sentirnos potentes y llamados a comprometernos. No nos perdamos en esas artificiales dicotomías, lo individual y lo social, lo cercano y lo lejano, lo más grande y lo más pequeño. Por ahora, vale así.







lunes, 29 de enero de 2024

¿Cómo afrontar el hecho de morirme?


Sobre la muerte

Café Filosófico en Castro del Río 7.4

12 de enero de 2024, Peña Flamenca Castreña, 18:00 horas


Conviene al estudiante mirar en su interior, lo que quiere decir en sus actos, en sus pensamientos, en sus motivos, en sus reacciones y tratar de discernir “apasionadamente-sereno” y sin finalidad alguna en ese mirar, lo que en él son atributos. Cuando la mente ve los atributos como atributos y no como parte de sí misma, tales atributos dejan de ser importantes. Quiere esto decir que cada atributo descubierto es un atributo que muere y, en consecuencia, una parte de nosotros mismos –de lo que creíamos ser nosotros mismos– que muere en sentido figurado. “Morid antes de morir”.

Ibn Arabi, Tratado de la unidad

Si yo escribiera un libro titulado “El mundo tal como yo lo encuentro”, tendría que dar cuenta en él de mi cuerpo, y decir qué partes obedecen a mi voluntad y cuáles no, etc. Éste sería un método para aislar el sujeto o, más bien, para mostrar que en un sentido relevante no hay sujeto, pues de él no podría hablarse en este libro. El sujeto no pertenece al mundo, sino que es un límite del mundo.

Ludwig Wittgenstein, Tractatus logico-philosophicus (5.631-2)


¿Cómo afrontar el hecho de morirme?

Comienza el nuevo año y nuestra mente está acostumbrada a albergar buenos deseos. En el fondo, porque no podemos dejar de desear. Porque el tiempo del reloj es inexorable. Porque hoy es siempre todavía. Así, nuestros participantes, en este primer café filosófico del año 2024, expresaron sus propios deseos. Y, posiblemente, no serán tan diferentes de los tuyos, pues son humanos. Aportar algo valioso de mi trabajo, estar más tiempo con la familia, escribir un libro que tengo previsto, tomarme la vida con filosofía, vivir más tranquilo, perseguir la vida buena, disfrutar de mi madre que está mayor, que todo el mundo pueda disponer al menos de lo más básico para vivir, fuera el estrés, encontrar más espacio para mí, que este grupo de filosofía practicada continúe, poder salir de mis inercias personales, desarrollar mi vida interior, poder expresarme a través de la escritura, ayudar a mejorar mi pueblo. Y lo cierto es que estos deseos dependen bastante de nosotros...

Pero mirad qué temática eligieron para la tarde: la muerte. O quizás no fue esa temática, sino el sentido de la vida, que habían dejado de lado en la votación. ¿O quizás sean inseparables? Quizás, al plantearnos el problema de la muerte nos estamos planteando el sentido de nuestra vida, y lo contrario. ¿O no es así? Piénsalo. O mejor, piénsalo con ellos y con ellas. ¿Podrá esclarecerse mejor el sentido de la vida a través de la búsqueda del sentido de la muerte? ¿Viceversa? No deja ser misterioso cómo plantearon dichas temáticas por separado, pero luego la indagación las volvió a unir. Síguenos en esta búsqueda. Comenzaron con las siguientes preguntas: ¿qué es la muerte?, ¿cómo podemos afrontarla?, ¿ayuda la filosofía?, ¿hay un modo filosófico de afrontar el hecho de la muerte? Veamos cómo fueron discurriendo. Una primera decisión marcó el diálogo: en lugar de hablar de la muerte, que es algo más abstracto, más lejano, más impersonal, vamos a plantearnos qué es morirse. Mi muerte, no la muerte; mi muerte, no la de otros. ¿Y qué hacemos cada uno de nosotros con este hecho seguro, aunque indefinido? Las respuestas más comunes suelen ser la evasión, el entretenimiento, la sustitución o similares. Pero, ¿filosóficamente, esto es una manera sensata y madura de situarnos en relación con la muerte? Tendremos que filosofar juntos para observar el fenómeno en toda su potencia.

Morirse uno, morirme, es dejar de existir, comienzan diciendo. Pero, si la muerte es de este modo, morirse es una forma de ser, ¿no es cierto? Que no sabemos, pero que es. De hecho, todo parece indicar que ya hemos estado muertos: antes de nacer no existíamos, en el sentido habitual. Un ciclo de la existencia del que ya nos hablaron los antiguos griegos, Platón o Heráclito. ¿Esto quiere decir que morirse es el final de una etapa? En el plano biológico, la muerte formaría parte del proceso propio de los seres vivos. Del estar vivos. Y esto nos ayuda a entender la necesidad, en todo ser, de transmitir la información (genética, cultural) que se posee o que ha sido adquirida, más allá de cada vida particular. Nuestro paisano de adopción, que ya nos dejó, Carlos Castilla del Pino, solía decir que no contemplaba otra forma de inmortalidad que el recuerdo en los demás.

Y, estando en esto, una de las participantes prefiere contar su experiencia personal. Tenía muy claro que deseaba elaborar su testamento vital, pero a la hora de rellenar el documento sintió “cómo su vida se le escapaba”; imaginando el momento mismo de la muerte, sentía que “se perdía a sí misma”. Un sentimiento de tristeza y, a la vez, de agobio le embargó. El testimonio a todos nos dejó silenciosos y meditabundos, no sabe este relator si también preocupados. Esto llevó al moderador del encuentro a peguntar: mi vida, ¿sería la misma sin mi muerte? Si nos atrevemos a pensarlo, la actitud ante mi vida es subsidiaria de cómo vivo yo mi muerte, la actitud trágica o natural con la que sea capaz de afrontar el momento de mi muerte. Sería muy distinta nuestra vida sin la muerte, ¿no es verdad?

Si esto es así, no es posible entender satisfactoriamente mi vida sin mi muerte, como analizó Heidegger en su conocida obra Ser y tiempo. Esta aproximación a la vida (y a la muerte) podemos situarla dentro de una esfera cósmica, como decíamos, un ciclo eterno en donde los contrarios se cambian unos en otros y acaban siendo unos y otros, dialécticamente. En el flujo universal lo mismo es estar vivo o estar muerto, ser joven o viejo, aunque no nos dé lo mismo a nosotros como individuos separados. Así hablaba Heráclito. Pero, ¿cómo vivir esta realidad día a día? Es todo un reto. ¿Cómo llevar esta conciencia cósmica a mi vida particular? Ibn Arabi, el sabio sufi, aconsejaba un entrenamiento diario: “morid antes de morir”. Y vivir muy conscientemente las “pequeñas muertes” que se producen a diario en nosotros: cambios físicos, psicológicos, emocionales, mentales... Para dejar de estar tan apegados a lo que tenemos o a lo que creemos ser. En cualquier cambio, algo nace y algo muere. Experimentar esos estados mientras se producen, en cada instante, estando presentes, supone un excelente entrenamiento vital, toda una preparación para la muerte.

La sempiterna preocupación humana por la muerte podría mostrar una cara muy diferente a partir de un cambio de perspectiva. Si nuestra perspectiva, únicamente, es la del yo individual, la sensación de pérdida y angustia está servida; si nuestra perspectiva es la anterior, que decíamos, esa consciencia cósmica, es posible que una sensación de aceptación y liberación nos acompañe y podamos vivir mejor. Pero, el grupo abordó otro posible afrontamiento filosófico de la muerte, como se había propuesto inicialmente al empezar este diálogo. Lo plantearon para ellos y para ellas, pero ahora también lo recogemos aquí para ti. Es posible que la muerte suponga el final del “yo físico”, pero, ¿esto ya es nuestra identidad, toda nuestra realidad? Tanto los sabios de oriente como los de occidente describen algo que nosotros podemos experimentar: a pesar de todos mis cambios, yo me sigo sintiendo básicamente el mismo. Una conciencia profunda de nosotros mismos, más allá (o más acá) de nuestros estados, nuestras ideas, nuestras creencias, nuestras emociones, nuestro cuerpo... Lo que yo soy, quien yo soy, que no se reduce a unos determinados modos de ser. Yo no soy eso. Los griegos hablaban de nous, los hindúes de atman, una conciencia-testigo, un observador, un núcleo o centro que no resulta afectado por la periferia de acciones, pensamientos o emociones. Poder conectar con ese fondo de nosotros mismos, y situarnos ahí, nos ayuda a acceder, a la postre, a una experiencia enteramente distinta de la muerte. Y, como sabemos, también nos permite vivir de otra manera. Un modo de vivir más sabio, más consciente, más pleno, más feliz. Vale.

miércoles, 3 de enero de 2024

¿Qué puedo hacer con mi impotencia?


Sobre la impotencia social

Café Filosófico en Torre del Mar 3.3

14 de diciembre de 2023, Taberna El Oasis, 18:00 horas


Lo más blando del mundo vence a lo más duro. La nada penetra donde no hay resquicio. Por esto conozco la utilidad de la no-acción. Enseñanza sin palabras. Eficacia en la no-acción. Pocos en el mundo llegan a comprenderlo.

Lao Tse, Tao Te Ching


¿Qué puedo hacer con mi impotencia?

Antes de comenzar nuestro diálogo filosófico sobre la problemática elegida aquella tarde, la impotencia que sentimos somo seres sociales que somos y hemos de convivir en un mundo tan dramático como el nuestro, en la Taberna El Oasis de Torre del Mar, los participantes respiraron hondo unos instantes y miraron dentro de sí mismos, y vieron cómo venían esa tarde a nuestro encuentro filosófico: confiados, felices, despejados, en paz, curiosos, confusos, tranquilos, contentos, atentos, decepcionados, preocupados, a gusto, vulnerables, impotentes, con sueño, inquietos, acompañados, vitales, cansados, sensibles. Y eran sensaciones, emociones o pensamientos que sentían en el cuerpo o en la mente, según en cada caso.

Ha arraigado en nuestra cultura contemporánea la idea de la inacción como algo negativo. Hay que hacer algo. No podemos dejar de hacer. Si en el mundo vemos tantas injusticias y va tan mal políticamente, ecológicamente, socialmente... no podemos quedarnos quietos. Y sin embargo, sabidurías más antiguas, como el Tao, nos enseñan que más bien hay que no hacer o dejar de hacer lo que venimos haciendo, no reaccionar o luchar contra lo que nos está pasando, que sería otra forma de continuar actuando dentro de la misma dinámica. Y esto ya es “hacer” mucho, pues es el comienzo de nuevas acciones, no mediadas por las inercias o fuerzas ciegas que nos aprisionan. Este cambio de visión puede ser crucial en nuestro tiempo. Una vez retirada la niebla de nuestras mentes, habiendo soltado, los caminos pueden perfilarse con más nitidez. ¿Y cuales serían? Es lo que tenemos que ir descubriendo juntos, si primero nos hemos desembarazado de las ideas o creencias que otorgan carta de naturaleza al origen de los males que nos aquejan, a las que nos hemos apegado.

Pues bien, ¿por qué nos sentimos tan impotentes? ¿Qué puedo hacer con mi impotencia? Y nuestros protagonistas fueron por partes, primero las causas y luego la cura, aunque nosotros lo referiremos todo junto. En muchas ocasiones será la ignorancia o el desconocimiento de la situación, lo que explicaría nuestra impotencia; y obviamente, en este caso, tendríamos que comenzar por informarnos mejor, recoger más y mejores datos, más fiables, de lo contrario sería muy complicado responder adecuadamente. Un detalle, que pudiera carecer de importancia al principio, podría convertirse en el germen de nuestra nueva acción. Pero, muy bien pudiera ser que no fuera la falta de información lo que nos paraliza, sino su exceso, una saturación de información y, eventualmente y en consecuencia, una ansiedad nada desdeñable. Una variante de esta impotencia sobreviene cuando nos domina la sensación de que cuanto más sabemos, menos sabemos, una conciencia asfixiante de todo lo que nos falta por saber. También nos sobrepasa muchas veces la injusticia, tantos casos de injusticia, a los que nos sentimos incapaces de hacer frente. En todas estas situaciones, nos valdría aprender a parcelar o dividir los problemas, situarlos en su contexto, simplificarlos e ir paso a paso, mirando la especificidad de cada uno. Por otro lado, el miedo es el campeón de las causas de impotencia, en muchos casos. Y, con el miedo, lo mejor es tratar de ser muy conscientes: qué miedo, objetivo, creado por mi mente, exagerado o infundado; qué miedo, a qué le tengo miedo, si es exterior o tiene su fuente en nuestro interior. Posiblemente, el miedo se alimente de una inseguridad interior, que se disuelve poco a poco si desarrollamos gradualmente nuestras cualidades, y con ello va subiendo nuestra propia energía. Si nos vamos sintiendo más seguros, más fuertes, el miedo desaparece, como la oscuridad de una habitación al poner luz en ella. Por último, se dijo que el poder abusivo también nos causa esa sensación de impotencia de la hablamos. Y la salida que ofreció una participante, con el beneplácito del grupo, nos resultó más que curiosa, a los que allí estábamos: mirar dentro de nosotros sus huellas; de qué modo nos afecta o infecta ese poder abusivo, que no seamos cómplices suyos, que yo no me convierta en mi propio tirano. Un poder alienante penetra en mí si yo lo asumo como propio. Y de esto es de lo que hay ser muy conscientes: que yo no acabe encarnándolo, siendo su guardián, porque entonces olvidaré la fuente del daño que se está produciendo en mí.

El diálogo nos fue llevando de una manera natural hacia el (clásico) reconocimiento del ser humano como un ser limitado. “Nuestro ser es impotencia”, decía un participante. Y la muerte, tal como se entiende habitualmente, es el muro más imponente con el que se ha de medir nuestra impotencia. En este momento, vino en nuestra ayuda un principio del sabio Epicteto, que podría servir para cifrar en un doble origen todas nuestras impotencias. Porque, no es lo mismo ser impotente respecto a lo que depende o frente a lo que no depende de nosotros. Son dos impotencias muy diferentes, que dan paso a dos tipos de salidas de naturaleza distinta. Ante lo que no depende nosotros, la salida más sensata es la aceptación, que significa reconocer la dificultad, asumirla y, a partir de ahí, desenvolver la mejor opción (no significa, pues, como ya se ha estudiado en otros encuentros, caer en la resignación). Ahora comprendíamos, sin embargo, que todas las causas y sus consonantes salidas, que se habían estado discutiendo, se referían a las impotencias que sí dependen de nosotros. Motivo por el cual estábamos investigando juntos sobre qué hacer con ellas en cada caso.

Por otra parte, la impotencia de la estábamos hablando se vive (o se sufre) individualmente, pero el contexto social parece estar reforzándola continuamente. La impotencia social alimenta la impotencia personal. Ya sabemos, por otros encuentros, que lo que más educa (nos conduce) es la comunidad. De manera que este campo también debía ser explorado. Así lo hizo el grupo; para que la indiferencia no continúe ganando terreno, y nos conduzca a la pasividad o al escapismo. Todo queda intacto si nos limitamos a apagar la televisión. Es necesario que yo haga un trabajo de reelaboración personal de mi impotencia: por qué me siento tan impotente, cuál es mi actitud ante lo que me sucede y lo que sucede a mi alrededor. Y el contexto me ayuda o me desayuda. Para generar juntos el contexto adecuado es fundamental escucharnos unos a otros, comunicarnos nuestra impotencia, cómo y por qué la adquirimos. Que no nos sintamos solos, aislados, únicas víctimas del contexto global que nos agobia. Solamente comunicarnos nuestra impotencia y sus entresijos, ya nos conduciría a vernos menos impotentes. La impotencia compartida estimula la fuerza que cada sujeto lleva dentro; una energía antes vuelta sobre sí misma, que ahora puede expresarse fuera, junto a otros, que ahora se muestra con todo su poder. Por último, destacan los participantes que adoptar perspectiva temporal también resulta muy saludable: mirar al pasado, no con nostalgia, sino para darnos cuenta de que antes ya lo hemos conseguido: salir del pozo en que estábamos, ahí caídos. Y eso genera confianza y la confianza genera potencia de ser y la energía para vivir de otra manera. Vale