Marc Sautet au Café des Phares (Paris 1994) Photo: Wolfgang Wackernagel

domingo, 19 de junio de 2022

Sobre la tolerancia

 

Café Filosófico en Vélez-Málaga 12.9

17 de junio de 2022, El Pianista del Carmen, 18:00 horas


Preguntó, entonces, Hermes a Zeus la forma de repartir la justicia y el respeto entre los hombres: “¿Las distribuyo como fueron distribuidas las demás artes?. Pues éstas fueron distribuidas así: con un solo hombre que posea el arte de la medicina, basta para tratar a muchos legos en la materia; y lo mismo ocurre con los demás profesionales. ¿Reparto así la justicia y el poder entre los hombres, o bien las distribuyo entre todos?”. “Entre todos, respondió Zeus; y que todos participen de ellas; porque si participan de ellas solo unos pocos, como ocurre con las demás artes, jamás habrá ciudades”.

Platón, Protágoras (“El mito de Prometeo”)


Y había llegado el final de la temporada de cafés filosóficos en Vélez-Málaga. Comenzamos tomando el sol en la terraza de El pianista del Carmen, con vistas a la fortaleza, allá por octubre del año pasado, y estábamos acabando refugiados en el aire acondicionado de uno de sus espacios. A pesar de la tarde tórrida, no decayó la asistencia. Ellos y ellas no se preguntan: ¿para qué la filosofía? Han saboreado su valor. El moderador del encuentro quiso cerrar un círculo, y propuso una pregunta de autorreflexión muy parecida a la de aquella tarde de otoño. Porque el tiempo vivido no tiene la forma de una cronología, ni se trata del tiempo del reloj, sino de la duración de nuestras vidas, según Henri Bergson. Mientras tanto, nos han pasado muchas cosas, a cada cual las suyas, y ese tiempo no ha pasado en balde, lo hemos vivido de un modo y nos ha transformado de alguna manera. Por lo pronto, hemos atravesado una pandemia. Soy lo que era y no lo soy. Pues bien, piensa, “después de todo esto, me he vuelto más, o menos...”. Puede ser que yo note el cambio en alguno de mis personajes, pero puede ser que afecte a algo más profundo. Veámoslo en el caso de los participantes y las participantes, a la par que tú miras lo tuyo.

Me veo más mayor, que no es lo mismo que serlo; me he vuelto más polifacética y menos atacada; me siento más agradecida, más libre, como en mi casa; ahora soy menos idealista, menos ingenuo, quizás; me siento muy agradecida a todo y a todos; me noto más creativa, más productiva y agradezco todo esto; sigo pensando que somos más vulnerables de lo que creíamos, pero me siento vitalista; yo, sin embargo, me siento más apagada en estos momentos; percibo que estoy más relajada y que soy más paciente; ahora me valoro mucho más que antes; siento decir que aprecio más desengaño en mí; pues yo me he vuelto más independiente y más crítico, y me quiero más así.

Entrando ya en la materia del día, diremos que, siendo la tolerancia una virtud y un valor, con frecuencia abusamos de su significado y nos internamos en ciertos callejones sin salida. Ni la tolerancia tiene que ver con la condescendencia hacia los demás, ni con tener que soportar sus conductas, ni con permitirles lo que no puede ser permitido. La tolerancia posee límites, efectivamente, pero habrá que mirarlo en relación a su esencia, y no en relación al uso y abuso de tal excelencia que la práctica humana ha ido generando: el respeto por las ideas, creencias o acciones de los otros, especialmente cuando no son afines, o son contrarias, a las mías. Sólo hay que entender adecuadamente el sentido de ese “respeto”. Ahí estaba la clave. Y el grupo también sufría la ola de confusión que afecta a este concepto, y su puesta en práctica, y sucede en muchos otros casos de grandes palabras como libertad, amor o felicidad. Se mezclan sentidos y nos perdemos en los diferentes contextos particulares. Pero, para eso es el diálogo filosófico, para dilucidar y para aclararnos. Entonces, en aras de este respeto o tolerancia, ¿todo puede, o debe, permitirse? ¿Todo es tolerable? ¿Posee límites la tolerancia? Este era el núcleo de la preocupación aquella tarde, en que habíamos tenido que refugiarnos del tórrido calor que reinaba más afuera.

Primero, el grupo estuvo tratando de situar el carácter universal del valor de la tolerancia. Y claro que hay diferencias culturales, pero si nos dejamos llevar por el relativismo (“cada práctica humana sólo puede ser comprendida dentro de su propio contexto cultural o individual”), si lo extralimitamos, esto puede llevar a la confusión (y al peligro) de tener que justificarlo todo, hasta niveles, quizás, injustificables. Puede llevarnos, y de hecho nos lleva muchas veces, a una tolerancia pasiva que raya en, o se estrella contra, la indiferencia moral y a la falta de compromiso social. De ahí que el moderador propusiera probar nuestra capacidad de juicio, como diría Kant, a través de algunos casos, cosecha de los participantes y las participantes allí reunidos, que nos faciliten extraer unas pocas conclusiones básicas. ¿Qué sería absolutamente intolerable? Por ejemplo, la usurpación de la vivienda de otra persona, el abuso de menores, la mutilación genital femenina, la violencia en todas sus formas, cualquier forma de descuido de la dignidad humana, el abuso de confianza, la falta de compromiso social, el uso del velo islámico en las mujeres... Y si los pensamos a fondo, estos casos, seguro que aparecen insuficiencias en la consideración de su carácter intolerable. Es posible que, en algunos contextos, este tipo de casos puedan entenderse o comprenderse (tú mismo o tú misma, querido lector o lectora, quizás puedas pensar una situación que sea comprensiva con alguno de los casos). Esto es necesario: tolerar implica el respeto al otro como ser humano, y se gesta comprendiendo al otro y sus porqués. Pero esto es importante: una cosa es comprender, y otra muy distinta justificar o transigir con la injusticia o los atentados contra la dignidad humana.

Seguramente, podemos cuestionar el carácter universal sensu stricto, o bien su completud, de los Derechos humanos, pero también es posible pensar juntos unos mínimos morales y de justicia que, adaptándolos a cada contexto y su idiosincrasia, pudieran lograr una unanimidad de juicio y fijar un límite de lo que es tolerable, digno o no digno de ser respetado. Esta capacidad de juicio (justo y razonable) también se educa y se desarrolla. Solamente se requiere el contexto de una gradual libertad de pensamiento y de acción de las personas. Lo pensaban los filósofos ilustrados y en ello confiamos, que las aguas vuelvan a su cauce, más allá la vocinglera y peligrosa posverdad. Nuestro diálogo filosófico, en algo habrá contribuido... O eso esperamos.





jueves, 16 de junio de 2022

Sobre el perdón

 

Café Filosófico en Castro del Río 5.6

10 de junio de 2022, Mesón-Cafetería La Solera, 18:00 horas

Lo que llamamos perdón no es nada más que la restitución a la ley de la unidad. Perdonar quiere decir amar, quiere decir estar en el orden de la unidad. El amor no es nada más que la conciencia de unidad. (…) Al volver a esa visión de unidad, se elimina esa conciencia separativa y de oposición, en la que yo trato de vivir “a expensas de” los otros. (...) Por tanto, el perdón es volver a la visión real y correcta, es la restitución al amor.

Antonio Blay

En este último Café filosófico de la temporada estrenábamos local, extraordinario por su solera en Castro del Río, y por sus caldos propios, de origen Montilla-Moriles. Pedro Herencia ha regentado esta taberna, ahora mesón y cafetería desde 1999, durante varias décadas... Ahora sus hijos continúan la tradición y son ya varias generaciones. Pues bien, en su precioso y acogedor patio, a pesar de la alta temperatura exterior, pudimos estar muy a gusto, hablando sobre el perdón. Pero antes, el moderador del encuentro tuvo a bien preguntar a los participantes algo en relación al Taller de filosofía que se celebraría el siguiente lunes en la Biblioteca municipal.

¿Cuál es tu actividad cotidiana que más disfrutas? ¿Qué te mueve a realizarla? ¿Qué te aporta? Y, como de costumbre, los ya veteranos participantes, ellos y ellas, desgranaron para nosotros sus inquietudes. Vivir lo no vivido a través de la lectura. Salir y hablar con la gente que me puede aportar algo valioso. Tratar con todo tipo de personas y ser capaz de adaptarme a ellas; cualquier oportunidad es buena para aprender del ser humano. Dar y recibir; ahora prefiero, en esta fase de mi vida, recibir, para poder continuar dando. Caminar, estar conmigo y sin preocupaciones. Disfrutar de mi trabajo, desarrollando mi potencial de cualidades humanas... Ya sólo falta que tú pienses, en tu vida, qué actividades más te llenan y por qué.

Puede que el perdón sea la otra cara del amor... Veremos cómo es eso, de la mano de los participantes. Comencemos por el principio. Algunas preguntas les inquietaban: para perdonar, ¿no debo perdonarme a mí mismo?, si no olvido, ¿estoy perdonando?, ¿qué es perdonar? ¿Se puede perdonar todo? Y se decidieron a atacar la cuestión que afecta al tópico que dice: “perdono, pero no olvido”. ¿Se puede perdonar de verdad, si no olvido? Si aquello que te hizo daño, te continúa hiriendo, ¿dentro de ti, has perdonado? Se abren serios interrogantes. En primer lugar, sobre el sentido de “olvidar”. Y podemos entender el olvido de varios modos: como memoria, si ya no lo recuerdo; emocionalmente, si no me afecta o lo he bloqueado; como inteligencia, si ha pasado por mí la experiencia de forma desapercibida, sin aprender nada. La clave para valorar si he perdonado de verdad es tener muy claro que lo sigo recordando, sí, pero ya no me hace daño porque he integrado la experiencia y puedo revivirla o referirla sin dolor, sin crispación, sin malestar. Olvidar no significa no acordarse, haberlo erradicado de tu memoria, haber puesto un dique de contención al dolor que nos causa la experiencia, ni seguir sin entender nada de lo que me pasó. De lo contrario ni he olvidado, ni he perdonado, aunque quiera de eso convencerme. Como veis, el grupo no se queda en los tópicos. Profundiza.

¿Qué es perdonar? Para empezar, no es una obligación preestablecida. Y, ni se pide ni se concede. Es algo interior, una necesidad interior del que perdona, para consigo mismo/a. No es un favor que se le hace al otro. Responde a una necesidad de paz interior. En este momento, aparece en el diálogo un caso prototípico: la necesidad de perdonar a nuestros progenitores. Haber realizado este trabajo interior (que luego se nota exteriormente) de un modo u otro, satisfactoriamente o no, puede condicionar nuestra vida hasta extremos que, a veces, no somos conscientes. Incluso, podríamos tratar de ver una correlación entre personas que se han reconciliado con sus padres, o personas que no, y cómo viven sus vidas. Se les puede notar mucho. Y pueden vivir muy mal... hasta que se mueren, si no han sido capaces de perdonar de veras. Esto lo podéis observar... El grupo, para eso, te lo indica. ¿Se puede vivir sin perdonar, sin perdonarme?

Pero, vamos a ahondar un poco más... ¿Qué es perdonar? ¿Qué sucede en mí cuando perdono? Entonces soy capaz de ver el proceso, la génesis de lo que me ha sucedido con algo o con alguien, la lógica de las circunstancias en las que tuvo lugar. Soy capaz de ponerme en su lugar, más allá de si me agrada o me desagrada, me convenía o no, o si yo salí mal parado/a. Eso no quiere decir que justifique lo que sucedió ni que tenga que pasarlo por alto (ya hablamos antes de lo que era olvidar). Pero siempre se produce una unión con el acontecimiento, una unificación, hay una transparencia, todo encaja en su sitio, me acerco a lo otro y me acerco a mí mismo/a. ¿Y esto no es lo mismo que comprender? Perdonar, entonces, es comprender. Una forma de aceptación que necesita de la comprensión. ¿Y no puede ser esto lo que llamamos amor? Un acto de amor... Perdonar sería, entonces, un acto de amor. Por eso, los sabios dicen que perdonar no es más que la restitución en la ley del amor, que en el fondo rige el orden existente. Desde aquí (a lo que llegaron nuestros participantes), se pueden extraer muchas consecuencias, para muchos casos. Pero esto ya queda de tu parte, es vivir.



jueves, 9 de junio de 2022

Sobre los prejuicios

 
Café Filosófico en Capileira 1.5

04 de junio de 2022, Biblioteca Pública, 18:00 horas


Todos los hombres y todas las mujeres son filósofos; o, permítasenos decir, si ellos no son conscientes de tener problemas filosóficos, tienen, en cualquier caso, prejuicios filósoficos. La mayor parte parte de estos prejuicios son teorías que los humanos insconscientemente dan por sentadas o que han absorbido de su ambiente intelectual o de la tradición. Puesto que pocas de estas teorías son conscientemente sostenidas, constituyen prejuicios en el sentido de que son sostenidas sin examen crítico, incluso a pesar de que pueden ser de gran importancia para las acciones prácticas de la gente y para su vida entera. Una justificación de la existencia de la filosofía profesional reside en el hecho de que los hombres necesitan que haya quien examine críticamente estas extendidas e influyentes ideas.

Karl Popper, Cómo veo la filosofía


Dos centros de interés coparon este nuevo encuentro filosófico en Capileira: el orden del mundo y los prejuicios, quizás, una forma de desorden. Para los antiguos griegos el mundo es Cosmos, un orden que surgió del Caos. Veremos si aquella tarde de junio eso pudo tener lugar, veremos si se genera un mundo a partir de una tierra, como dice Heidegger que sucede en la obra de arte. Puesto que allí, en un encuentro como el nuestro, la creatividad siempre está a flor de piel. No se discute de filosofía, se hace filosofía juntos. Y acudieron, desde varios pueblos de la comarca de la Alpujarra granadina, a filosofar.

A pesar de todos los desajustes, de todos los desórdenes sociales, políticos, morales, ecológicos que atraviesan nuestra época, ¿soy yo capaz de apreciar algún orden en el mundo? ¿Al menos, en mi pequeño mundo cotidiano? Porque, a pesar de todo, el mundo continúa funcionando y la naturaleza, ¿no es verdad? Veamos lo que dieron de sí sus respuestas: el orden que busco para mí está todavía en la Alpujarra, por eso vivo aquí; siempre llega el orden, después; el orden es una madre dando el pecho a su bebé, todo está bien (además, ¡estaba ocurriendo allí, aquella misma tarde!); durante un paseo experimento esa armonía; yo la noto en el fondo de la gente, en el fondo la gente es buena; en la vida en los pueblos se palpa un orden más allá de lo que se ve; yo lo aprecio en la naturaleza que nos abarca; hay una magia en el mundo, todo va rodando por sí solo; estamos mejor que en otras ocasiones, muchas veces se aprecia mirando retrospectivamente; si no vemos tan fácilmente el orden natural y sus ciclos, es por el ruido de todo tipo en el que vivimos inmersos; y habría que sumar las respuestas de dos nuevas participantes que se retrasaron (se perdieron y se encontraron) y no pudieron participar de esta primera fase del café filosófico.

Si desean saber lo que viene a continuación pueden dejarse guiar por este itinerario, que siguieron los participantes, sobre la cuestión del día: los prejuicios. 1) ¿Qué es un prejuicio? 2) ¿Por qué hay prejuicios? 3) ¿Cómo podemos tratar de erradicarlos? 4) ¿Cómo hacer que un prejuicio se vuelva benigno?

Comenzaron por definir qué es un prejuicio, tan bien como lo pueda hacer el mejor de los diccionarios: se trata de una valoración o juicio previo, sin conocimiento del caso, la situación o la persona. Y claro, se entiende el prejuicio de forma negativa, como suele hacerse, como algo nocivo o dañino. Pero, casi sin darse cuenta, la discusión fue adoptando una posición más comprensiva con los prejuicios. Pues, si están ahí, alguna función habrán de cumplir en nuestras vidas.

Y, ¿por qué tenemos prejuicios? ¿Y por qué son tan frecuentes? Para empezar hay que saber que los prejuicios tienen un origen social y cultural, que generalmente, se alimentan de la falta de información sobre el caso, que el miedo a lo diferente es la mecha que lo enciende, que muchas veces está ahí por comodidad, que es por eso por lo que tendemos nosotros, los humanos, demasiado humanos (Nietzsche), a poner fácilmente etiquetas que no sabemos ni de donde nos vienen, pues suelen ser inconscientes en su origen o en su aplicación, y que mediante ellos, muchas veces, pretendemos dominar a otros seres humanos. Sí, un mini-tratado sobre los prejuicios desplegaron estos/as asistentes. Y de todo lo que dijeron, y sobre lo que estuvieron de acuerdo, este relator destacaría la tesis nietzscheana allí latente en sus palabras: necesitamos creer que ya sabemos, necesitamos encontrar con celeridad un sentido asequible, manejable, a todo aquello que no es afín a nosotros; lo que llamó este filósofo, de tan fino olfato para lo psicológico, voluntad de verdad.

¿Y qué podemos hacer para minimizar el daño que los prejuicios pueden producir? (Visto esto tanto desde el que los arroja, que se deshumaniza, como desde la víctima, que es deshumanizada. Para empezar, si arriba hemos descrito las causas, tratemos de considerarlas y de eliminarlas. Y ser conscientes y no pasar tan alegremente, por ejemplo, del “ten cuidado” al “eso es peligroso”. Y no olvidar que todos somos humanos, no olvidar esa conexión humana, y abrirse a lo humano: “el otro es como yo”, le pasa como a mí, va viviendo como yo, con sus carencias, sus deseos y sus temores. Y, para todo ello, como se ha dicho, la toma de conciencia, el ser conscientes, es la clave para desactivar los efectos nocivos de los prejuicios.

Pero esta afirmación, de una de las participantes, sacudió el encuentro: “el prejuicio te cuida”. Ya se había preparado el terreno antes, cuando apuntaron a Nietzsche sin saberlo, pero en este momento emergió con mucha fuerza. ¿De qué manera te cuida? El prejuicio es un lugar adecuado para ser conscientes de nosotros mismos, inclusive de nuestras sombras o puntos ciegos. Si los miramos con atención, conscientemente, podemos descubrir muchos de los mecanismos mentales que nos pasan desapercibidos y que están detrás, condicionándonos, impulsándonos, en todo cuanto hacemos o decimos. Un buen ejercicio filosófico éste de observar nuestros prejuicios, como acierta a decir Karl Popper. Ahora sabemos cómo volver benigno un prejuicio nuestro. El modo en que un prejuicio no nos separe de nosotros mismos ni tampoco de los demás. Muy interesante. 






martes, 7 de junio de 2022

Sobre la coherencia personal

Café Filosófico en Torre del Mar 1.5

02 de junio de 2022, Taberna El Oasis, 18:00 horas


El Tao que puede ser expresado

no es el verdadero Tao.

El nombre que se le puede dar

no es su verdadero nombre.

Lao-Tse, Tao Te King


El encuentro comienza recordando la pérdida reciente de una de las personas más queridas de estos cafés filosóficos, a los que asistió muy activamente durante muchos años, Prudencio Cabezas, de 97 años de edad. Constantemente, nos aportaba su dilatada experiencia y su humanidad. Descanse en paz. Él ya no está físicamente, pero su motivación y sus ganas de vivir llegan hasta nosotros. Los encuentros eran muy verdaderos cuando estaba presente.

Y sobre algo de esto les vino a preguntar el moderador, a los que allí se habían reunido: ¿dónde pones en tu vida la máxima realidad? Algunos lo han puesto en la Razón, en Dios, en lo Sensorial, en el Cuerpo, en el Dolor... Pero ¿y vosotros? ¿Y ellos y ellas? Vamos a repasarlo: lo más real para mí es mi yo personal, mis acciones que hacen que mi mundo sea mi mundo, quien siente, piensa, lucha, la impermanencia de todo, lo inexorable del tiempo, el amor de mi madre, lo más real lo pongo en el sentir, en el caos que debe ser aceptado, en la coincidencia entre seres humanos, en la relación que es el vivir, en la realidad de mis pensamientos, en el amor como motor del mundo... Te toca fijarte en dónde pones más fácilmente tu noción de realidad, aunque todo sea... real, de un modo u otro.

Por el encabezamiento, ya sabéis cuál fue la temática elegida aquel día, para ser objeto de nuestra indagación: la coherencia, la coherencia personal. Y el diálogo siguió la ruta que marcan estas tres preguntas: 1) ¿Mis actos me definen como persona? 2) ¿Quién puede definirme por mis actos? 3) ¿Pueden, realmente, mis actos definirme?

¿Mis actos me definen como persona? Tal como ellos y ellas entendieron esta pregunta, se dirige a la búsqueda de lo característico mío, a mi autenticidad en el decir y en el obrar (parresía). Y dijeron que me definen adecuadamente mis actos cuando soy coherente, cuando hay coherencia o congruencia entre el pensar, el decir y el hacer. Pero ¿somos siempre coherentes con nosotros mismos? No. En numerosas ocasiones, por inseguridad, por irreflexión, por inmadurez, no soy el que soy. (Que es la definición de Dios en el Antiguo Testamento). Sólo soy el que soy (a nuestro nivel de conciencia) cuando estoy presente, más allá de aquellas limitaciones que se mencionaban antes. Así lo dijeron.

Pero, ¿quién puede definirme por mis actos? ¿Quién puede validarme? Y uno de los participantes, sin dudar, repite que los demás pueden definirme por mis actos. Pero, para eso es el diálogo, para dudar. Si no, cómo llegaríamos a entender mejor. ¿A quién no le ha pasado que alguien nos ha calificado, nos ha puesto una etiqueta y no nos hemos sentido cómodos... y pensamos o decimos “eso no soy yo”. Si yo no me siento reconocido en la imagen que los demás se han formado de mí, ¿tengo que aceptar que yo soy eso? Poco a poco el grupo va aclarándose: ¿quién puede determinar mi valor? La respuesta unánime, al final: nosotros mismos. Ahora bien, los demás me ayudan, me estimulan, me ponen a prueba, me permiten expresarme. En definitiva, la imagen que reciben los demás de mí, puedo tenerla en cuenta, pero mi valor es fruto de un ejercicio interior que gradualmente me lleva a conocerme a mí mismo.

En este momento de la discusión fue útil distinguir entre condicionamiento y determinismo: lo que me rodea y mis experiencias me condicionan, pero no me determinan. La respuesta siempre puede depender de mí (Epicteto). Y también salió a la palestra la distinción entre lo legal y lo moral: lo legal me es dado pero, gracias a nuestra capacidad moral de valorar la realidad, las leyes pueden ir (y de hecho van) evolucionando. Precisamente, ir pasando del condicionamiento a la autodeterminación, ir viendo cómo las leyes dependen de nuestra capacidad crítica y autocrítica, es buena muestra de un proceso de maduración de la persona.

Para cerrar poco a poco el diálogo, el moderador propone (para pensarla) esta pregunta, con el objeto de profundizar en nuestras conclusiones: si, bien mirados, nuestros actos son únicos, quien los realiza, ¿no será también único e irreductible? Y aparecen las comparaciones con la unicidad de la obra de arte. Puede estar una obra de arte concreta muy influida, ¿pero no es ella misma única? Y lo mismo pasa históricamente con los genios; por eso son genios. ¿Y si todos nosotros (y cada ser) fuéramos una obra única de la Naturaleza, del Universo, o lo que cada uno quiera pensar? En ese caso, ¿pueden mis actos, de veras, definirme? La pregunta y la cuestión que plantea queda balbuciendo... Pero tú la puedes pensar con ellos y con ellas. ¿Soy yo solamente lo que hago, lo que digo, lo que pienso, en un momento dado? Si yo soy su fuente... puede que yo sea mucho más que el agua que mana y corre, como diría San Juan de la Cruz. Puede que lo manifestado no agote nunca lo inmanifestado. Y ésta sea la verdadera coherencia, la constante conexión con ello. Vale.