Marc Sautet au Café des Phares (Paris 1994) Photo: Wolfgang Wackernagel

domingo, 19 de marzo de 2023

¿En qué consiste saber vivir?


Sobre la vida buena

Diálogo Filosófico en Málaga 1.3

20 de febrero de 2023, Ateneo de Málaga, 18:30 horas


Al hombre justo y firme en su resolución, ni la furia de los ciudadanos ordenando el mal, ni el rostro de un tirano amenazante lo conmueven ni merman su espíritu, no más que el Auster, jefe turbulento del tempestuoso Adriático, no más que la gran mano de Júpiter fulminante; que el mundo se rompa y se derrumbe, sus restos caerán sobre él sin asustarlo.

Horacio, Odas

Todos tenemos el potencial de pensar por nosotros mismos en relación a la pregunta de cómo vivir.

Hilary Putnam, Las mil caras del realismo


¿En qué consiste saber vivir?

En las tradiciones de sabiduría, el ideal del sabio representa la persona que sabe vivir bien o, al menos, que su vida está orientada en esa dirección. Pero esto es un aprendizaje que necesita un ejercitamiento de las cualidades esenciales de los seres humanos. Hay que desarrollarlas. Entre los rasgos del sabio en la antigüedad clásica, no pueden faltar los siguientes: la parresía (ser uno mismo en el decir y en el obrar), la autarquía (ser capaz de gobernarse a uno mismo) o la ataraxia (la tranquilidad de espíritu ante las inclemencias exteriores). En todos estos rasgos está implicada la consciencia del momento presente y el cuidado de uno mismo y de los demás. ¿Necesitamos sabiduría en estos tiempos? Seguramente sí. Basta mirar alrededor para observar muchas carencias. Nos falta el desarrollo de la capacidad de mirar desde arriba lo que es de verdad más importante. Nos falta pararnos a pensar juntos cómo vivir. Y la filosofía no puede quedarse al margen de estas necesidades. Por eso estábamos allí, aquella tarde, en el Ateneo de Málaga. Los participantes nos ofrecen un catálogo acerca de cómo vivir bien en estos tiempos... tan nuevos, tan habituales. Porque es posible que lo sustancial de nuestras vidas no haya cambiado tanto desde la antigua Grecia o la antigua India.

Nuestras vidas son los ríos / que van a dar en la mar (Jorge Manrique). Es posible que la metáfora del río, para entender el tiempo de la vida, sea una de las más conocidas. Y su corriente suscita en nosotros numerosos pensamientos. Nunca te bañarás dos veces en el mismo río, decían los heraclíteos. Pero también nuestros participantes, como seres que transcurren por su vida, tienen muchos significados que aportar: hablar de río me evoca la cultura egipcia; un fluir continuo; que siempre es el mismo; la serenidad; la evolución en la vida de una persona; un viaje; una inundación; bienestar, alegría; un paseo en calma; la comunicación; la infancia, la diversión; el presente; la riqueza de la vida, ¡quiero más río!; el agua dulce; lo subterráneo; la búsqueda de un camino; transparencia; mansedumbre; nacimiento; el cambio de lo efímero; aquello que se va; un manantial.

Después de lo cual, dio comienzo la búsqueda de los condimentos del buen vivir, que no es lo mismo que darse a la buena vida. Aquí vamos a lo hondo, más allá de la superficie de los sentidos y las apetencias. Aquí, va la cosa de la vida buena y de la filosofía entendida como modo de vida, más allá de instrucciones y doctrinas académicas, como de hecho fue en su momento la filosofía, y que el historiador de la filosofía antigua y medieval, Pierre Hadot, redescubrió para nosotros. ¿En qué consiste saber vivir? ¿Cómo aprender a vivir? Los participantes, haciendo acopio de toda su experiencia, fueron decantando los ingredientes fundamentales para el bien vivir. Su horizonte. Las señales inequívocas. “No depender de las cosas”, la autonomía en el vivir; y sobre todo referido a nuestras decisiones. Pero a la vez, “tomar conciencia de nuestra interdependencia”, no somos seres aislados, sino que vivir es relacionarse. De ahí, el arte de “distinguir entre lo que depende y no depende de nosotros” (Epicteto). La persona realizada en su vida siente “una paz interior, que conduce a una armonía con lo exterior”. Y es consciente de la única realidad, que es presente, un verdadero presente, con todo lo que hay, agradable o desagradable, y no un mal entendido carpe diem. Comprender que “lo decisivo no son las circunstancias que te han tocado, sino cómo gestionar mis circunstancias”. Y siempre el llamado de Delfos: “conócete a ti mismo”, el autoconocimiento, inseparable de la autorrealización. Y la “confianza en la vida”; no se puede vivir sin la confianza en la sabiduría última de la vida. Saber vivir, también consiste en “el arte de no enredarse”, en buscar la preeminencia de lo más simple y sencillo y natural. A todo esto hay que añadir “la atención consciente hacia dónde nos dirigimos”, sin descuidar el “asumir mis limitaciones”. No olvidemos, tampoco, una justa dosis de “autocompasión”, no una lastimera y empequeñecedora compasión o autocompasión, sino una digna comprensión de uno mismo y de sus sombras; aprender a darse amor a uno mismo, que así no cuesta dar amor a los demás. Más importante que la coherencia lógica es “la congruencia personal, dentro y fuera”. Como se ve, ya somos sabios... sabemos cómo vivir mejor... solamente que hay que practicarlo, gradualmente llevarlo a nuestra vida diaria.

Y, cuando el grupo se disponía a pensar la otra cara de la moneda (¿cuándo no sabemos vivir?), apareció una claridad: los anteriores rasgos, ingredientes del sabio vivir, si se exageran o extreman, pueden volverse necios y ser fuente de sufrimiento, o incluso, de patologías psicológicas. Veamos, por ejemplo, lo último que se ha dicho: si somos excesivamente coherentes (lo que, en principio, es muy correcto: “vivir como se piensa y pensar como se vive”), entonces, podemos descuidar el presente y lo que muestra en cada momento, las diferencias y sus matices, y la congruencia podría convertirse en algo impostado y hasta inhumano (¡¿cuántas atrocidades no se han cometido en nombre de la coherencia?!) Tú, querido lector, puedes continuar con el ejercicio, referido a las demás notas características del bien vivir, que se han descrito más arriba. Por eso, al sabio también le caracteriza la prudencia o frónesis (Aristoteles). El foco de luz proyecta en cada caso una o varias sombras. Vivir sabiamente también significa aprender a ver esto: esa sombra que todas las cosas muestran cuando la luz solar del conocimiento cae sobre ella (Nietzsche).

Así pues, deslicémonos con nuestros participantes por la pendiente del no haber aprendido a vivir bien, y comprobemos lo que ellos dicen en nuestras propias vidas. La dignidad, el valor intrínseco de toda vida, en nuestro caso la vida humana, nos pone límites muy claros delante de nosotros: no hacer daño, no dañarnos a nosotros mismos. La falta de capacidad para saber lo que me pasa, también nos genera malestar: no sabemos vivir cuando andamos escasos de inteligencia emocional o de habilidades sociales. Si vivimos sólo la superficie de nosotros y no cultivamos la vida interior (nuestra dimensión espiritual), es probable que nuestra vida se empobrezca y que no seamos capaces de percibir su profundidad en los demás, aparte del dañino querer ver fuera la causa de lo que nos pasa dentro; si vivo desde la identificación (o el apego) a situaciones, objetos o personas, a ideas o creencias o banderas, estaré a merced de lo que que le suceda a todo eso y, recordemos, nada hay seguro del todo o completamente estable, por lo tanto, siempre estaré en riesgo de perderme; de la misma manera, es complicado vivir si confundimos la realidad con las ilusiones, sueños o ficciones; si no sabemos distinguir el dolor (que forma parte del hecho de vivir) del sufrimiento, fruto de nuestro propio añadido mental; si no estamos atentos a nuestro dolor, a nuestro sufrimiento, a nuestros miedos, que nos dan pistas sobre qué parte de nosotros mismos necesitamos desarrollar; entonces, viviremos mal. Y, en lugar de vivir, sobreviviremos, sólo trataremos de vivir como sea. No olvidemos que todo lo que se necesita para vivir mejor, humanamente, cae bajo la órbita del desarrollo, como se ha dicho, de nuestra propia conciencia interior, del sujeto que soy, que vive en nosotros. ¿Y cómo se desarrolla? Siendo cada vez más y más conscientes... de todo lo que seamos capaces y, a la vez, de nosotros mismos. Practicándolo. En fin, ¡que nada de lo humano nos sea ajeno! Vale.

martes, 7 de marzo de 2023

¿Por qué necesitamos la cultura?


Sobre la cultura

Café Filosófico en Vélez-Málaga 13.5

17 de febrero de 2023, Sociedad “La Peña”, 18:00 horas


La vida es en sí misma y siempre un naufragio. Naufragar no es ahogarse. El pobre humano, sintiendo que se sumerge en el abismo, agita los brazos para mantenerse a flote. Esa agitación de los brazos con que reacciona ante su propia perdición, es la cultura –un movimiento natatorio–. Cuando la cultura no es más que eso, cumple su sentido y el humano asciende sobre su propio abismo.

Ortega y Gasset


¿Por qué necesitamos la cultura?


En esta sesión del Club de Filosofía, en la Sociedad Recreativa y Cultural La Peña de Vélez-Málaga, la filosofía se puso a prueba a sí misma. ¿Cuál debe ser su papel en la sociedad? ¿Debe mirarse el ombligo como disciplina, o bien, debe estar a servicio de las preocupaciones e inquietudes de los seres humanos que pueblan este planeta? Aquí apostamos por lo segundo, claro. Pero sin instrumentalizar a la filosofía. Nos explicamos: poner al servicio, no implica mudar su naturaleza hasta que la filosofía sea irreconocible; por ello, la noción y la actitud filosófica no se altera sino que, desde su perspectiva de la realidad (una perspectiva reflexiva, radical, distanciada, crítica, dialógica, a la búsqueda del ser, el bien, la verdad, la belleza, el amor), trata de abordar los problemas de nuestro tiempo y acompañar a las personas en su vida cotidiana, sin dejar de lado nada de lo fundamental en nosotros: todo nuestro ser, físico, afectivo, mental, espiritual, que vive y se relaciona con los demás seres y con el planeta y el universo, de donde ha nacido y a donde habrá de volver. Pues bien, aquella tarde la filosofía fue puesta a prueba, como decimos... Este relator te anima, querido lector, a continuar hasta el final de esta jornada.

Todo comenzó con el viento que esculpe las nubes. Siguiendo con la tradición de las últimas ediciones de estos cafés filosóficos, se les pidió a los asistentes que se tornaran poéticos y expresaran sus evocaciones (en este caso) sobre las “nubes”: algo irrealizable, un pronóstico de que algo nos traerán, una belleza, un idilio, una esperanza de lluvia, alguna tranquilidad, una sugestión personal y propia, un estado de ánimo, algo leve y evanescente, la ingravidez de la transformación constante... seguro que para ti, también, mirar las nubes no es sólo “estar en las nubes”.

La preocupación del día resultó ser la cultura. Pero, no sólo qué es la cultura, sino cómo cultivarnos. Y no sólo como individuos, sino socialmente, y no en general, sino dentro de mi comunidad, cómo cultivarnos y generar cultura entre nosotros. Y la filosofía misma tuvo que implicarse. Pero vayamos por partes... Desde el punto de vista antropológico, todos los seres humanos somos cultos, puesto que pertenecemos a una cultura determinada (no se hablaba aquí de tener más o menos cultura o ser cultos... eso es otra cosa). La cultura, una cultura, es todo el conjunto de experiencias sociales, acumuladas a lo largo del tiempo, que se han ido transmitiendo de generación en generación (verticalmente) y de unos individuos a otros (horizontalmente). Incluye conocimientos, ideas, creencias, valores; incluye reglas institucionalizadas sobre lo que debe y no debe hacerse, y cómo hacerlo; objetos u obras con un significado particular dentro de una cultura; habilidades y técnicas materiales y sociales; en fin, todo lo que los seres humanos somos capaces de generar juntos a lo largo del tiempo, conservado y transmitido.

Pero nuestros participantes querían ir más allá... y luego más acá, de esa definición de cultura tan aséptica. Veamos. ¿Por qué necesitamos la cultura? Esas expresiones, fruto de la nuestra interacción con el medio y entre nosotros mismos, ¿a qué inquietud humana responden? Necesitamos expresarnos, necesitamos encontrar y aportar un sentido a la colectividad, porque estamos vinculados, porque vivir es relacionarse y estamos en permanente interacción unos con otros y con la naturaleza, cubriendo nuestras variadas necesidades. Y si una aportación cultural no responde a esta demanda individual, con aspiración social, simplemente no se trasmite, no sobrevive culturalmente. Porque toda cultura ha sido fruto del mestizaje, porque el ser humano, además de naturaleza tiene historia, como nos recordaba Ortega y Gasset. Pero, además, al recibir cultura, los individuos como personas se desarrollan, pues sin contacto cultural humano nuestras capacidades se estancan y atrofian; construimos nuestra imagen del mundo y de nosotros mismos con la comunidad que nos rodea, incluso, cuando pretendemos ir en contra de una determinada cultura. ¿Puede haber una cultura individual? Esto es un absurdo en sus términos y una imposibilidad material. Así, no es posible un lenguaje privado, como descubrió Wittgenstein, si no, dejaría de ser lenguaje. Hasta la cultura más aislada (de las pocas que quedan), hasta el individuo más ermitaño, se han construido a partir de la interacción. No hay culturas aisladas, ni dentro de sí mismas, entre sus individuos, ni fuera, sin relación con otras culturas. Es imposible. Nuestros participantes te lo sirven muy claro, para que lo digieras. Y esta conclusión será muy útil a continuación, cuando les preocupó tanto a los participantes la cultura de su comunidad particular.

Lo hemos dicho: la filosofía no pude quedarse al margen. El diálogo quería seguir un orden lógico, pero la necesidad del momento apretaba, y todos los participantes se sintieron interpelados por las inquietudes del momento, por su ciudad. ¿Por qué hay tan poca asistencia a los actos culturales que se organizan? ¿Por qué falta la implicación de la ciudadanía? ¿Qué hacen, o qué pueden hacer, los políticos de la ciudad? ¿Qué podemos hacer nosotros? Por otro lado, parece haber un fuerte movimiento cultural en torno a la actividad cofrade o las fiestas patronales, y el público acude en masa a procesiones y fiestas. ¿Qué se puede hacer? Esto dijeron ellos y ellas: dar a conocer todo lo que se hace, no solamente la cultura oficial; elaborar un censo de creadores, de todas las artes y artesanías, detectar dónde hay cultura; fomentar la cultura desde abajo, que la gente sea la que cree cultura, y apoyarla desde arriba, institucionalmente; conectar con la gente, abrirse a ella y sus manifestaciones culturales; educar culturalmente, para que poco a poco se aprecie la buena cultura, sus plasmaciomes culturales más valiosas, que se comprenda que la cultura te desarrolla como persona; que amar la cultura requiere cuidar la cultura, como pasa con cualquier otra forma de amor; y no se confunda cultura y entretenimiento, cultura y evasión individual o social; por último, darnos cuenta de que la cultura genera valor económico, incluso; que la cultura no es algo, por intangible, vacío o inútil, sino que alimenta el espíritu... pues, no sólo de pan y de circo vive el hombre, que el ser humano es un ser cultural, por naturaleza. Lo hemos comprobado durante la pandemia. ¿Cómo hubiéramos sobrevivido sin la cultura?

De manera que la filosofía, si la practicamos, no puede alejarse de este tipo de preocupaciones actuales. Y la discusión primera nos daba la clave para situar en su origen, en su esencia, esta última discusión: el ser humano es un ser que se construye relacionalmente, a través de la interacción y la vinculación mutua con los demás seres. Vamos, pues, a alimentarla. La interrelación. Si ésta se nutre adecuadamente, la cultura crece en valor y en riqueza. Y nosotros crecemos con ella. Sea. La filosofía practicada ha de formar parte de este magma cultural en constante movimiento. Y allí estábamos... en mitad de la cultura, en La Peña de Vélez, abierta al público.




viernes, 3 de marzo de 2023

¿Qué significa vivir el presente?

 


Sobre el momento presente

Café Filosófico en Castro del Río 6.4

10 de febrero de 2023, Peña Flamenca Castreña, 18:00 horas


No indagues –no es lícito saberlo– cuál fin para mí, cuál para ti, los dioses han dispuesto, Leucónoe, ni tientes los dados babilonios. Cuánto mejor será aceptar lo que venga, ya sean muchos los inviernos que Júpiter te conceda, ya sea éste el último, que ahora hace que el mar Tirreno rompa contra los escollos opuestos. Sé sabia, filtra los vinos y adapta al breve espacio de tu vida una esperanza larga. Mientras hablamos, se habrá fugado el tiempo hostil. Abraza el día (carpe diem) y confía lo mínimo posible en el día venidero.

Horacio, Odas


¿Qué significa vivir el presente?

El tópico horaciano (“carpe diem”) es regente en muchas ocasiones de nuestro mundo actual. Pero, como en todo tópico, las más de las veces se deforma su sentido originario. Nuestro grupo de filósofos prácticos de Castro del Río, junto al fuego del hogar en la Peña flamenca, se apresuraba a indagar su verdadero significado: ¿qué significa vivir el presente? Si esto lo percibimos como algo importante para nosotros, ¿en qué consiste y cómo hacerlo? Pero esto, queridos lectores, vino después de una evocación colectiva acerca del olivo. Ningún árbol ocupa un lugar tan central en nuestra comarca. ¡Cuánta vida en torno a sus frutos! Una vida dependiente... el tiempo lo dirá. Para nuestros participantes, los olivos representan riqueza, vida y la posibilidad, cuando niños, de esconderte en sus chuecas; el olivo es su aceite y, cuando lo degustamos, algo milenario entra en vena; el olivo también es el esfuerzo de muchas generaciones; y la alegría de lo nuestro; y una seña de identidad; y una señal de estar ya en casa; su tronco es el símbolo de la unidad de una familia y la pertenencia a una cultura... mediterránea.

Al participante que propuso esta temática le preocupaba lo que llamó el instantaneismo actual. El culto a lo inmediato y a la obsolescencia, programada o no. Pero, a la vez, todo el grupo intuía que debajo de esa tendencia cuestionable late algo muy valioso. Simplemente, se trataba de entender en su justo sentido qué es vivir el presente, y los tesoros de esta actitud comenzarían a desbordarse. A esta tarea se dispuso diligentemente el grupo, con todas sus capacidades en alerta. Realmente, detrás de la famosa expresión del carpe diem se halla una intuición muy certera: el presente incluye todo tiempo. El tiempo en presente es lo único real. ¿Y cómo es eso? Como venía a decir Agustín de Hipona, el pasado ya no es y el futuro todavía no es. Todo tiempo se da en el presente. Si a mi mente llega un recuerdo, sucede ahora mismo; si un deseo futuro, sucede ahora mismo. Este misterio del tiempo presente está enlazado con otro misterio, el de la conciencia. Aquí y ahora. A lo único que podemos acceder inmediatamente, pero que nos abre las puestas de lo eterno. Podría ser. El grupo te lo va a ir explicando... Y no te confundas. No es pasar rápidamente de una cosa a otra, de un pensamiento a otro, una emoción a otra, de una percepción a otra, como el rayo. No es eso... ya lo verás. Eso sería el instantaneismo del que nos quejamos, en el cual el valor de cualquier cosa se desvanece tan pronto como ha aparecido.

¿Sabemos vivir en el presente? ¿O diremos, con John Lennon, que “la vida es eso que te sucede mientras estás ocupado haciendo otros planes”? Y esta es la cuestión clave. Siempre estamos en el presente, pero se trata de cómo lo vivimos. Y el grupo te entrega el fruto de su experiencia compartida: el presente se vive de verdad, si es conscientemente. Ya sea lo que se vive algo del pasado, del futuro o del presente, se vive siendo conscientes de que vivimos. Y esta capacidad de nuestra mente, de atender al presente, se desarrolla en dos niveles. a) Podemos ser conscientes de las sensaciones de nuestro cuerpo, de nuestras percepciones, de nuestros pensamientos o ideas o creencias y de nuestras emociones. Nuestros contenidos de conciencia. b) Ahora estoy teniendo esta sensación, este pensamiento o esta emoción, pero además (o mejor, simultáneamente) podemos ser conscientes de nosotros mismos: yo que siento, yo que pienso, yo que percibo. Si incorporamos este nivel de conciencia (o mejor, de autoconciencia) nuestra experiencia sería completa, plena, actual, presente; más rica, más real. Pero esto requiere ir a buscarlo, necesita muchas veces, y más en estos tiempos, de un entrenamiento. Que es posible... Que no es difícil... Hay herramientas para ello, que nos vienen de las tradiciones de sabiduría tanto oriental como occidental. Incluso podemos comenzar a practicar con el llamado mindfulness, siempre que lo entendamos bien y lo llevemos a cabo adecuadamente.

En esto que una de las participantes propone la lectura y la práctica del libro de Eckhart Tolle, El poder del ahora. Y el grupo valoró si ella se había ausentado del diálogo. Se fue un instante, sí, pero sin dejar de estar allí, pues su mente no se dispersó en la maraña de pensamientos o recuerdos o deseos, sino que conectó algo que allí, en el diálogo, estaba presente con algo presente en su mente. Fue consciente. Nunca emigró de la discusión. ¡Nada que objetar!

Una vez que sabíamos qué es estar en el presente, el grupo no quiso dejar nada en el tintero, o si queremos, extrajo algunas consecuencias de lo hallado. ¿Cuándo no estamos presentes? Es decir, que se iba a la caza del falso “carpe diem”. Obviamente no estás presente si te pierdes tú como sujeto, como foco de consciencia. Y esto sucede a menudo con el hedonismo, con los variados intentos de evasión de la realidad, todas las huidas, todas las vanas pretensiones de sustituir una cosa por otra, buscando lo que me agrada o es más cómodo. Y aquí el moderador no pudo resistirse, y preguntó: ¿está lo desagradable también en lo presente? ¿O solamente, buscamos lo que nos favorece o lo que deseamos? Estar en el presente ha de significar estar ahí, aquí y ahora, con todo lo que hay, con todo lo que haya. Por eso nos dice Nietzsche que la auténtica vitalidad se muestra cuando somos capaces de decir sí a todo, nos guste o no, “un santo decir sí”. De lo contrario no somos fieles a nosotros mismos ni a la realidad. Y claro, puede ser que sea esto lo que no está de moda. Pero, entonces, ¡no digamos que vivimos el presente! Seamos de verdad seres humanos...




¿Cómo orientarse uno en la vida?



Sobre la orientación en la vida

Café Filosófico en Torre del Mar 2.4

09 de febrero de 2023, Taberna El Oasis, 18:00 horas


Cuando emprendas tu viaje a Itaca
pide que el camino sea largo,
lleno de aventuras, lleno de experiencias.
No temas a los lestrigones ni a los cíclopes
ni al colérico Poseidón,
seres tales jamás hallarás en tu camino,
si tu pensar es elevado, si selecta
es la emoción que toca tu espíritu y tu cuerpo.
Ni a los lestrigones ni a los cíclopes
ni al salvaje Poseidón encontrarás,
si no los llevas dentro de tu alma,
si no los yergue tu alma ante ti.

Kavafis, “Itaca”


¿Cómo orientarse uno en la vida?

Desde Ulises a nosotros, y mucho mucho antes de Ulises, el ser humano busca una orientación a la par que se busca a sí mismo (quizás se trate de la misma búsqueda). Somos Ulises volviendo a Ítaca, buscando nuestra Ítaca. Y es arduo. Y es claro, cuando estamos acercándonos a la meta y volvemos la vista atrás, como decía el poeta. El aprendizaje en el transcurso del viaje nos ha preparado. Por eso, “pide que el camino sea largo”, dice Kavafis en su famoso poema. Buscábamos orientación y en la búsqueda de orientación nos hemos orientado. No es separable la acción de su intención. Nuestros participantes revivieron juntos la odisea que todos llevamos dentro. Y ahora te hacen partícipe. Disponíamos de todo un oasis en el que pararnos a pensar, algo tan necesario hoy día.

Pero antes nos asaltó la luz de Torre del Mar. A lo largo de toda nuestra tradición, la luz ha sido el signo del conocimiento. Luz igual a conocimiento. Oscuridad igual a ignorancia. Así Heráclito: los que saben son aquellos que son capaces de captar (ver) lo común lo particular; así, Platón: ascender hacia la luz que se cuela en la caverna de nuestra vida, significa ir alcanzando gradualmente distintos estados de conciencia hasta llegar a la comprensión del bien o la sabiduría. Entonces, ¿qué les dice la luz a nuestros participantes? Ellos y ellas viven en la blanca luz del sur, así que sabrán del tema: la luz significa paz, respiración, despertar del día, alegría de vivir, y cada persona irradia su propia luz, con ella dan ganas de vivir, significa transparencia, luz es palabra, vida, energía, belleza, conocimiento, esperanza, orientación, comprensión, descanso, apertura, descubrimiento, vitalidad, euforia. La luz es eso, pero no se reduce a eso. Como todo lo que importa: que se relaciona y es idéntico a sí mismo a la vez.

Buscamos orientación, pero, ¿qué es estar orientado? Tienen claro los participantes que orientarse tiene que ver con encontrar tu lugar en el mundo, disponer de un faro, una meta hacia la que dirigirse. Y para ello es necesaria la toma de conciencia de ti mismo en relación a todo lo demás. Esta búsqueda contiene, además, un componente emocional muy fuerte: no sólo entenderlo, sino sentirse uno orientado. Para ello es necesario sentir primero tu propia identidad, y para sentirla, ir hacia ello, como una búsqueda primera y primordial. Esto lo intuían. Hay una búsqueda exterior pero, para que ésta no se descarríe, necesitamos primero realizar la singladura interior, o al menos, haber navegado unas millas mar adentro. Para esto hace falta tanta valentía como para el viaje exterior.

Lo que viene a continuación todos lo sabemos: ¿cómo llevar a cabo esta orientación en la vida? Obviamente, esto se aprende... hay por delante toda una vida en este aprendizaje. Y no es fácil siempre. Porque vendrán muchos obstáculos, muchos peligros, muchos Escila y Caribdis, como Ulises que somos. Y nos perderemos y perderemos nuestro norte. Circe con sus pócimas está al acecho y la ninfa Calipso, que constantemente nos seduce con una falsa inmortalidad. Muchas cosas en el mundo nos influirán y nos presionaran. Pero el arte de vivir con autenticidad requiere aprender a armonizar lo de dentro y lo de fuera, lo social y lo individual; nutrirse uno de todo lo que va apareciendo en su camino, con conciencia de uno mismo y de lo otro. Muchos conocimientos, muchos valores nos vendrán del mundo en que vivimos, por esto hay que ir desarrollando nuestra capacidad de juzgar, con criterio propio, lo que nos rodea. Y si la educación pretende contribuir, no deberá olvidar nunca preguntarse para qué educamos, qué personas, qué mundo queremos para vivir.

¿Quién soy yo? Ahí radica nuestra Ítaca verdadera. Y para situarse en ella, des-cubrirla. ¿Cómo? Quitando las capas de condicionamientos y hábitos y creencias que nos separan de ese centro. Y escuchar al cuerpo y sus emociones, a donde van a parar los síntomas del desvío, el abandono de nosotros mismos. Y luego, mirarse en el espejo y reconocerse. Y si no es el caso, cambiar de rumbo; si hace falta, dar un golpe de timón y virar de nuevo hacia el origen profundo que nos constituye. No hay otra inmortalidad más cercana. Vale.





lunes, 6 de febrero de 2023

¿Es posible la verdad?

Sobre la verdad

Café Filosófico en Capileira 2.3

27 de enero de 2023, Biblioteca Pública, 18:00 horas


Cada vida es un punto de vista sobre el universo. En rigor, lo que ella ve no lo puede ver otra. Cada individuo –persona, pueblo, época– es un órgano insustituible para la conquista de la verdad. He aquí cómo ésta, que por sí misma es ajena a las variaciones históricas, adquiere una dimensión vital. Sin el desarrollo, el cambio perpetuo y la inagotable aventura que constituyen la vida, el universo, la omnímoda verdad, quedaría ignorada.

Ortega y Gasset

¿Es posible la verdad?

Los seres humanos tendemos por naturaleza a colaborar. Esto, que puede parecer una afirmación fuerte o arriesgada, con todo lo que está cayendo, en tantas ocasiones en las que predomina un afán destructivo, también forma parte de nuestra experiencia. De hecho predomina la colaboración y la construcción, de lo contrario no habría llegado hasta aquí la humanidad, ¿no es cierto? El que escribe lo observa siempre que asiste a un diálogo filosófico, por ejemplo. Cómo los participantes se aprestan a colaborar como primera reacción. (Sólo tienes que asistir para darte cuenta). Y allí se nos podría ver aquella tarde, todos a una, desde el primer momento, casi sin protocolos ni introducciones, en la Biblioteca Pública de Capileira, tratando de entender una ilustración que uno de los participantes nos trajo: dos observadores miran lo mismo, pero uno ve un número 6 y otro ve un número 9. Y claro, esto tocaba el problema de la verdad, y nos incitaba a tratarlo, como veréis a continuación.

El moderador logró, pese al deseo de pasar a discutir inmediatamente el trasfondo de dicha ilustración, que los asistentes se presentaran a los demás y que expresaran lo que les sugería la palabra “montaña”, ya que hay tantas montañas en Capileira. Preciosas montañas que identifican a estas tierras. Dijeron que oír la palabra es sentir por dentro “abuelo”, “mi vida”, “paseo”, “estar en casa”, “desconexión”, “niñez”, “necesidad”, “esfuerzo gozoso”, “grandeza o magnificencia”. ¿Cuántas montañas hay en una montaña? Tantas como personas, tantas como experiencias, tantas como momentos de una vida... Y esto no está separado del tema del día: la verdad. La verdad de la montaña, en este caso.

¿En qué consiste la verdad? ¿Es posible la verdad? ¿Puede haber una verdad para todos, universal y necesaria? ¿O la verdad cambia continuamente? ¿Puede decirse que alguien posee la verdad? Estas preguntas recogían las inquietudes de este grupo de personas que allí se había dado cita para dialogar juntos. Y comienzan planteándose si podría haber, como hipótesis, alguna verdad absoluta o universal, valida para todos. Y dijeron que si la hay no es accesible a nosotros, seres humanos limitados. Pero también dijeron que podemos acceder a pensar algo universal en nosotros. Y esta ambigüedad no es adquirida sino propia de la naturaleza del problema. Porque dependerá de dónde pongamos el foco. Veamos. Todos vivimos, comemos, nacemos, morimos y esto lo compartimos con todos los seres vivos. Es decir, que en un nivel básico, habría verdades universales que podrían pensarse y decirse. Pero claro, si orientamos la mirada hacia el nivel cultural o social, las diferencias son, sobremanera, ostensibles. Pero claro, si pensamos más a fondo, tratando de conciliar ambas visiones, quizás nos demos cuenta de que lo que varía de cultura a cultura es la manera de realizar aquel nivel básico, esas necesidades o motivaciones básicas, y entonces su significado difiere de una época a otra, de una sociedad a otra. Miremos el ejemplo paradigmático del lenguaje: la capacidad de hablar es universalmente humana, pero a partir de ahí la variedad lingüística es ingente, incluso, muchas veces, llega a ser inconmensurable.

Y se ponen nuestros participantes algo platónicos: la verdad no cambia, por definición, si cambiara es que no era verdadera. Sin embargo, observamos que “todo cambia”, como venía a decir la escuela del viejo Heráclito. Nada permanece, todo es impermanente, como descubrieron las antiguas tradiciones hindúes. Y en este momento el moderador del encuentro se muestra perplejo. Y contagia al grupo su perplejidad: si la verdad (esa noción permanente y universal) no es algo que podamos atribuir a nada de este mundo... ¿por qué continuamos hablando de “la verdad”? Los participantes hablaron de ello, comprendieron el problema y buscaron una respuesta. Parece que en el hecho de afirmar que algo es verdadero, se encuentra instalada una pretensión (pretensión de validez, la llama Habermas). Parece que tanto la buscamos, tanto nos moviliza, que se asemeja a una voluntad firme en nosotros (voluntad de verdad la llama Nietzsche). Esto puede parecer un misterio, pero no dejamos de suponer la noción de verdad tanto en nuestros pensamientos y palabras como en nuestras acciones. Si está en la trastienda de todo lo que hacemos y decimos, alguna realidad poseerá, alguna verdad habrá en ello. De hecho, a los grandes pensadores de la historia les ha resultado difícil no afirmar alguna instancia que sirviera de horizonte para la búsqueda de verdad, más allá de lo que aparece, más allá de lo que cambia constantemente, en el fondo de la realidad. Para Nietzsche, sería aquello que afirma la vida en su fuerza y riqueza. Para Heráclito, el Lógos, una armonía subyacente más allá de los contrarios. Para los orientales, Brahma o el Tao. Para Habermas, simplemente, la intersubjetividad propia de un dialogo sin restricciones, en donde sea posible la igualdad entre todos los interlocutores.

Pero estas ideas quedaban lejos de los intereses, aquí y ahora, de los participantes. Querían analizar el problema de la verdad más cerca de la experiencia de cada uno de ellos y ellas. Y, el hecho cotidiano muestra que, sobre lo mismo, se presentan diversos puntos de vista, diversas perspectivas. ¿Vemos cosas diferentes? ¿Alguna perspectiva es mejor que otra? Obviamente, Ortega y Gasset, asomó su sombrero por la puerta de la Biblioteca Pública. E infundió una salida a los participantes, porque ellos y ellas, espontáneamente, convinieron que la mejor perspectiva es la suma de las perspectivas. Por lo menos, esto está a nuestro alcance en el día a día. Por aquí podemos comenzar... Ya veremos si llegamos al Tao o al Lógos... Para combinar nuestras perspectivas acerca de lo que hay, lo primero es comprenderse mutuamente, mirar desde donde mira el otro, acompañarnos unos a otros en esta búsqueda (muy) humana de la verdad. De esta manera, ¿cuántos conflictos, cuántos sufrimientos, podríamos evitarnos? Y eso hicimos aquella tarde.






martes, 31 de enero de 2023

¿Qué es ser ignorante?

 

Sobre la ignorancia

Café Filosófico en Vélez-Málaga 13.4

20 de enero de 2023, Sociedad “La Peña”, 18:00 horas

Ninguno de los dioses filosofa ni desea hacerse sabio –pues ya lo es–, ni ningún otro filosofa. Y, por otra parte, los ignorantes tampoco filosofan ni desean hacerse sabios. Precisamente en este aspecto es un mal la ignorancia: en que aquel que no es bello, bueno ni sensato crea que lo es bastante. Es seguro que quien no cree estar carente de nada, no desea aquello de lo que no cree carecer.

Platón, Banquete


¿Qué es ser ignorante?

No hay búsqueda humana más opuesta a la ignorancia que la Filosofía. Desde su nacimiento, cuando tomó conciencia de sí misma, de la mano de los primeros filósofos presocráticos –Pitágoras acuñó su nombre– la filosofía no ha cesado de buscar la sabiduría. Emerge cuando apartamos lo que no es, cualquier forma de ignorancia, esa ausencia de saber que no posee entidad propia, pero que produce en nosotros los mayores males y origina el sufrimiento. Sin duda, el tema de aquella tarde era muy filosófico. Buscábamos desenmascarar la ignorancia; que podamos verla llegar, con toda su falsedad y su impostura. Incluso, compadecernos de algunas de sus formas más inconscientes. Vayamos por partes.

Antes, el moderador del encuentro solicitó de los participantes su colaboración creativa para iniciar del diálogo. Y como era una tarde muy ventosa, la pregunta fue: ¿qué os evoca la palabra “viento”? Como veréis, este experimento muestra cómo no hay dos vientos iguales, aunque a todos los llamemos “viento”. Precisamente, para cubrir estos huecos del lenguaje existe el arte. Recogemos aquí algunos de las inspiraciones de los participantes, que volaban con la fuerza del viento: movimiento, ligereza sucia, fuerza, frescura, mirada en una dirección, baile de hojas, fluidez, viaje sin retorno, resistencia a lo lo otro, atrevido empuje, distorsión, inestabilidad, malestar, renovación, sequedad, caos, desasosiego, desequilibrio y, a la vez, búsqueda de un equilibrio. Con cada una de las palabras asociadas al viento podíamos componer un poema. De hecho, hubo quien ya se disponía a hacerlo... Otra de las participantes clavó su mirada en un cuadro de enfrente, que se hallaba expuesto en el salón de “La Peña”: un paisaje con los árboles inclinados por la costumbre del viento. Podemos decir que allí dentro, aquella tarde, llegamos a sentir el viento que hacía fuera de manera nueva.

Desde el comienzo, la voluntad de hablar de la ignorancia era irrefrenable. Tanto fue así que no hizo falta plantear ninguna pregunta inicial: estaban los participantes locos por ponerle coto a la ignorancia. (Salvo alguno de los participantes, que se empeñaba en que “la ignorancia da la felicidad”; por cierto que iríamos contrastando si ésta no podría ser una de las formas en que se presenta la ignorancia.) Desde el comienzo, se fueron aportando distintas perspectivas de la ignorancia, lo que iba mostrando la necesidad de una definición. Llegó más adelante. La ignorancia es una falta de responsabilidad, no querer saber para no hacerme cargo de las consecuencias de mis actos; una falta de formación o conocimiento; no saber las causas; desconocer las consecuencias; desconocer los intereses que se esconden detrás de las acciones, etc. Ciertamente, hacía falta una definición, o al menos, una aclaración de lo fundamental. Así, preguntamos si la ignorancia, ¿implica una actitud consciente o inconsciente? Pues... hay de todo. Pero quedaba muy claro que la ignorancia que preocupaba, la verdadera ignorancia, era la ignorancia consciente. Bueno, ya sabíamos algo.

Una de las participantes introdujo una distinción que, a la postre, resultaría crucial para comprender el fenómeno de la ignorancia en las sociedades actuales. Se trataba de la diferencia entre saber y conocer. La ignorancia de conocimiento y la ignorancia de saber. Y esta última es la mayor ignorancia, la ignorancia referida a la esencia de las cosas mismas, la ignorancia de las causas, la ignorancia práctica acerca de los valores, de lo que importa por sí mismo y en cada momento. Lo otro se refiere a nuestro conocimiento, a la cantidad de información, a los hechos particulares conocidos... Y esto abunda en nuestras sociedades. Pero, ¿abunda el saber fundamental? Recordemos que el sabio no es el sabe muchas cosas, un erudito, sino el que sabe lo esencial. Aristóteles diría que el sabio es el que sabe los principios últimos (desde el punto de vista del conocer) o primeros (desde el punto de vista del ser), eso que siempre está ahí debajo o detrás de lo que sucede, la causa y no los síntomas. Todos tenemos la experiencia de personas que no tienen mucha formación o estudios, que no saben muchas cosas, pero que son capaces de tomar una decisión justa y ajustada a la realidad mejor que muchos... Además, actualmente, se da otro fenómeno muy preocupante: la sobreabundancia de conocimiento o información, sin capacidad de criterio o juicio propio. Lo que muchas veces produce el efecto contrario de la desgana o la desidia por el auténtico saber. Como dijo una participante, lleva a conformarnos con una “ignorancia de rebaño”. Por otro lado, es obvio que las personas que estábamos allí no éramos de esos. Pues, buscábamos saber... ¡a través de la filosofía!

 Habiendo dejado claro qué es la ignorancia y cómo es la que más nos preocupa hoy día, llegó el momento de intentar una clasificación de las formas de ignorancia más acuciantes: no querer saber para no responsabilizarme; dejarse uno llevar por la comodidad perezosa que se instala en nosotros (que no es lo mismo que llamaba Nietzsche “capacidad de olvido”, necesaria para vivir); dejarse conducir por un saber segado o interesado; y faltaba otro modo de ignorancia, quizás el más grave, como pensaba Platón, a través de Sócrates: la ignorancia del que cree que ya lo sabe todo, puesto que nunca estará bien predispuesto a llegar a saber. Otras formas de ignorancia, no siendo deseables, hemos de aprender a convivir con ellas: no haber desarrollado las habilidades necesarias para un nivel determinado de comprensión de la realidad; la ignorancia, que más arriba decíamos, que es un no saber inconsciente; o bien, la ignorancia debida a otras causas ajena al sujeto, como la edad o la inexperiencia. En este sentido, el que sabe tiene la responsabilidad de adaptar lo que sabe al contexto del receptor. El que ve tiene el deber de comprender al que no ve y acompañarlo en su propia búsqueda, desde él mismo, sin imposiciones ni manipulaciones. Y esto es especialmente relevante en cualquier contexto educativo. Con esta preocupación se dio por finalizado el diálogo. En consecuencia, ¡que la lucidez nos acompañe! Pensadlo: si ponemos luz, la ignorancia desaparece, igual que desaparece la oscuridad.







sábado, 21 de enero de 2023

¿Por qué importan las emociones?


Sobre las emociones

Café Filosófico en Castro del Río 6.3

13 de enero de 2023, Peña Flamenca Castreña, 18:00 horas


Cualquiera puede enfadarse, eso es algo muy sencillo. Pero enfadarse con la persona adecuada, en el grado exacto, en el momento oportuno; con el propósito justo y del modo correcto, eso, ciertamente, no resulta tan sencillo.

Aristóteles


Comenzamos el año nuevo con las ideas muy claras. Las emociones. ¡Queremos dialogar sobre las emociones! Y es que, no en vano, había quedado pendiente de encuentros anteriores. Una necesidad aún no cubierta que quería verse satisfecha. Era el día de las emociones. El origen de nuestra situación arraigada en el mundo y de nuestros sinsabores, cuando las emociones se emancipan de nosotros y juegan su propio partido en la vida. Como nos recuerda Daniel Goleman, en su conocido ensayo Inteligencia emocional, detrás de todos los conflictos o problemas de nuestra sociedad está el deficitario manejo de nuestras emociones. Así que nuestro café filosófico no podía pasar por alto su importancia. Y allí estábamos, en la Peña Flamenca de Castro del Río, dispuestos a lo que sea. Era el día en el que a nuestra reunión seguía una Asamblea General de Socios.

Tomamos como inicio de diálogo otro de los elementos primarios que, según los antiguos griegos, componían todos los seres, con la intervención de alguna fuerza: tierra, agua, aire y fuego. En otra ocasión fue el agua. Ahora sería la tierra. ¿Qué evoca en ti la palabra “tierra”? Y de este modo abrieron boca los participantes... La tierra es pertenencia, vida originaria, raíz, naturaleza, fundamento, sostén, creación, génesis, paz, libertad, inmensidad, muerte, organismo, madre. Cada evocación iniciaba un poema sobre la tierra.

Una vez tomada conciencia de la temática del día, las emociones coparon el resto de nuestro tiempo. Y esto es lo que nos interesaba sobre las emociones: ¿Qué son las emociones? ¿Todas las emociones son igual de importantes? ¿Cómo nos afectan? ¿Ocultamos nuestras emociones? Éste era el rango de interés del grupo. Y comenzamos por la definición, que juntos no costó mucho trabajo: una emoción es la respuesta (intensa y pasajera) de nuestro organismo a un estímulo exterior o interior, que se siente y permite adaptarnos al mundo, según cada sujeto; por lo tanto, pueden darse distintos estilos emocionales, que evolucionan de un modo propio según el contexto social o cultural. ¿Qué os parece? ¿Afinaron nuestros participantes? Si miras un diccionario, no lo mejora.

A continuación queríamos saber si todas la emociones son importantes, o algunas pueden ser más prescindibles. Y el grupo muestra cómo dicha pregunta carece de relevancia, pues si están, son. Es cierto que podemos ser más o menos conscientes de unas u otras en un momento dado, pero, si prestamos atención, ¡todas son importantes! Esto puede llegar a ser un trabajo personal de gran trascendencia, pues la ausencia de consciencia, la falta de atención, nos lleva al descontrol de las emociones. Todas son importantes. Por lo tanto, no hay unas emociones positivas y otras negativas. Todas son positivas. Si están, son. Otra cosa es que nos agraden más o menos, o lo pasemos peor cuando nos vienen. Pero todas tienen una función natural que cumplir en nuestra vida.

Suelen citarse estas seis emociones más básicas: alegría, tristeza, miedo, rabia, asco, sorpresa. Y analizaron el miedo, para poder comprobar la anterior hipótesis de que todas las emociones son necesarias, y por ello importantes. El miedo nos salva, nos pone en alerta y permite sacar las fuerzas necesarias para evitar un peligro. Todas las emociones estarían ordenadas a la supervivencia del individuo. Para poder comprender esto en su justo sentido, el grupo necesitó distinguir entre un miedo natural y el miedo pensado, añadido por nuestra mente, según sus deseos o temores construidos a lo largo de su periplo vital. Este miedo pensado es el que es evitable, el que es prescindible, el que no es importante de por sí, sino que su importancia está fabricada por nosotros. Y lo mismo sucede con las demás emociones. Todas son imprescindibles; otra cosa es cómo las vivamos. Trata tú, ahora, de apreciarlo en el caso de las demás emociones. El problema no es la emoción, sino mi relación con ella, mi interpretación condicionada; no la sensación objetiva, pura de la emoción. Toda emoción sólo busca ser vivida. Y nuestro destino como sujetos es darle cauce. De lo contrario, quedará ahí, reprimida, pendiente de ser vivida... y volverá a nosotros una y otra vez. Hasta que la vivamos a fondo. Entonces nos dejará tranquilos y en paz. Pruébalo. Una sugerencia para el caso de la tristeza: la película de animación Del revés (inside out). La tristeza salvó a Riley Andersen, la niña protagonista.

Esta discusión sobre la emoción pensada nos llevó a una derrotero muy suculento: las emociones y el tiempo. Una emoción se siente en presente. Incluso si su origen es el pasado, incluso si su origen es la proyección de un deseo hacia el futuro. Lo que se siente, se siente aquí y ahora. Siempre. Y entonces vieron muy claro el problema: si una emoción se vive en función del pasado o del futuro, se carga mentalmente y se vuelve problemática. Y hay que luchar con ella. ¿Esto quiere decir que el pasado y el futuro no son importantes? En absoluto. Si algo distingue a la especie humana es su capacidad de recordar y de aprender de lo que le ha pasado; así como su capacidad para planificar su vida proyectándola en el futuro (“la vida es proyecto”, han dicho algunos pensadores contemporáneos). Éste es nuestro punto fuerte... y también nuestra cruz, si entorpecemos el presente, con nuestros deseos y temores interpretados. Y esto es todo un trabajo personal, una práctica, un desarrollo. Algunos llaman a esto el desarrollo de la inteligencia emocional. Pues, adelante. Nos hace mucha falta. Y la escuela no se ha enterado todavía.


 

jueves, 29 de diciembre de 2022

¿Es la vida un proyecto?



Sobre el proyecto de la vida

Café Filosófico en Torre del Mar 2.3

22 de diciembre de 2022, Taberna El Oasis, 18:00 horas


El modo de ser de la vida ni siquiera como simple existencia es ser ya, puesto que lo único que no es dado y que hay cuando hay vida humana es tener que hacérsela, cada uno la suya. La vida es un gerundio y no un participio: un faciendum y no un factum. La vida es quehacer.

Ortega y Gasset


Movimiento: el acto de lo que está en potencia, en cuanto tal potencia.

Aristóteles


El centro no está inmóvil sino quieto.

María Zambrano


Una de las cosas que maravillan a este relator, de estos encuentros filosóficos, es la magia que en ocasiones sobreviene. La magia del pensamiento, la magia del diálogo. Pasar de no-saber a saber, pasar de no-comprender a comprender. Súbitamente. Aunque también sobreviene como fruto caído de una maduración en el diálogo. Porque responder a una pregunta puede muy bien aclarar todas las demás dudas que recogían otras preguntas, que al principio nos hacíamos. ¿Cuándo descubre uno su proyecto de vida? ¿Cómo influyen las condiciones en las que vivo? Mi proyecto vital, ¿es realizable? ¿Y cómo saber que lo he realizado? ¿Cuentan mucho mis decisiones? ¿Somos dueños de nuestra vida? Pues bien, todas esas preguntas vieron la luz respondiendo a la siguiente: ¿La vida es un proyecto? Qué tipo de proyecto sea, dejó expedito todo lo demás... Sigamos, pues, las evoluciones del grupo en su indagación.

Pero antes, el conductor del encuentro planteó una situación para que los participantes pudieran presentarse y expresarse. En anteriores Cafés filosóficos se tomó como referente el elemento “agua”. Ahora, en su forma salina e inmensa: el mar. ¿Qué evoca el mar para ti? Viviendo en una localidad costera, Torre del Mar, ¿qué significa este medio acuoso que limita con la tierra? Y cada uno expresó su impresión fundamental: olas sin fin, la perseverancia de lo vivo, un altar, la serenidad del horizonte, el paso del tiempo hasta la muerte, amor y temor, fuerza, violencia, mi respiración, planeta vida, la vida y la muerte, con quien pasear en calma, un ritmo, la inmensidad y lo pequeño del ser humano, el movimiento y la serenidad, el reflejo de lo que soy, una medicina inagotable.

¿La vida es un proyecto? Inició el grupo su andadura planteando un modo de proyecto vital que no satisfacía a la mayoría. Suscitaba muchas dudas. El concepto que se iba perfilando se mostraba alejado, rígido, acabado, abstracto. De manera que una votación rápida mostró lo que estaba en el ambiente: una falta de convicción, una molestia subterránea que afectaba al curso de la discusión. Solamente unos pocos participantes parecían atrapados en el concepto habitual de “proyecto”: unos objetivos, unos recursos, unos resultados planificados, una organización o administración previa de la vida, que se desarrolla en el tiempo. Incluso en aquellos casos en que sí defendían con claridad que nuestra vida es un proyecto, también ponían sus salvedades: el proyecto de la vida consiste en aprender a vivir, el proyecto de la vida se va rehaciendo sin parar, en realidad la vida es un proyecto de proyectos. A esto se añadió lo que aportaban los asistentes más insatisfechos: mucho de lo que proyectamos y hacemos no depende de nosotros, no sabemos cuál es nuestro proyecto, lo vamos adaptando sobre la marcha, en realidad es un río que te lleva. Total, que no satisfacía de verdad a nadie la idea de la vida como proyecto. Y fueron aflorando los desajustes: no hay proyecto previo ya hecho o dado, no puede haber planificación, se va descubriendo, no puede estar hecho de factores externos, no puede haber proyectos sin su facticidad o circunstancia, no somos los protagonistas absolutos, no sabemos de antemano, aunque mis decisiones cuentan mucho (por acción o por omisión); soy como el capitán de un barco que navega por el mar, ese mar que decíamos al principio de este relato: y sólo puedo hacer lo que puedo hacer, para manejarlo...

Y parecíamos más perdidos que antes, en el ancho mar de nuestra vida. Pero así es la reflexión y el diálogo filosóficos: nos perdemos para encontrarnos, nos confundimos para aclararnos. La filosofía es como la vida. Cuando más perdidos estamos, cuanto más confusos, justo cuando vamos a tirar la toalla, aparece la luz. Si dejamos que la discusión se sosiegue, si permitimos que emerja lo nuevo desde dentro del mismo diálogo, que las aguas se calmen y que la turbidez se ordene por sí misma, entonces, puede vislumbrarse el fondo de la laguna. Y casi siempre la clave es una pregunta que pregunta de otro modo: ¿si construimos un concepto de “proyecto”, que recoja las anteriores salvedades, podríamos hablar del proyecto que es la vida? Si el proyecto del que partimos (para entendernos y para entender la temporalidad de nuestra vida) no es gestionario, no es economicista, no es administrativo (están haciéndonos mucho daño estos excesos, porque al ser excesivos, son reductivos), entonces, todos los participantes, sin excepción, podrían decir SÍ (y lo dijeron): nuestra vida es un proyecto, que no está dado de antemano, que no puede planificarse del todo, que es interior y es exterior, que navega entre circunstancias, del que no somos plenamente conscientes a priori, del que somos acompañantes pero no sus protagonistas absolutos, aunque nuestras decisiones, aquí y ahora, juegan un gran papel; y, en ese momento, se expandió por toda la sala de la Taberna El Oasis una gran tranquilidad de ánimo y un gran consenso. Por ahí queríamos continuar.

Y vino la magia. Porque, haciendo un repaso, el resto de preguntas ¡ya estaban respondidas o quedaban aclaradas! Tú, queridos lector o lectora, puedes comprobar si para ti sucede lo mismo. Pero además, con esta herramienta, podía el grupo, incluso, afrontar variadas situaciones que nos afectan en este mundo tan complejo como el que vivimos. Esclarecer el origen muchos de nuestros problemas vitales o socio-políticos: ninguna ley, ninguna normativa, ninguna ideología o creencia, ningún sistema, ninguna constitución (esto último preocupaba a uno de los participantes al inicio del encuentro, al hilo de la actualidad), es definitiva, inamovible, incuestionable. Todo en nuestra vida es proyecto que se construye mientras navegamos... Olvidar esto nos produce grandes quebraderos de cabeza (o peor todavía) por los conflictos que provoca (o cosas peores todavía). Miremos, simplemente, a nuestro alrededor...

Pero el actual café filosófico tampoco así podía darse por acabado. Una de las participantes había manifestado una duda que a ella le perseguía. Para eso estábamos allí. Si entendemos nuestra vida como un proyecto que fluctúa, que cambia o evoluciona, ¿todo en nuestra vida es fluctuante? ¿No hay nada en nosotros que no cambie? Primero, se propuso la distinción entre existencia y ser. El ser, en cuanto centro, no cambia, lo hace la vida en cuanto a los fenómenos que la componen, la periferia nuestra, exterior e interior, nuestra personalidad, por ejemplo. La noción, la intuición, la sensación, la vivencia o el sabor presente en la afirmación yo soy, desde que tengo conciencia de mí mismo, aunque haya cambiado mi cuerpo, mi mente, mis afectos o mis circunstancias, continúa siendo básicamente la misma. Y me reconozco. Es mi identidad profunda. La periferia de mis acontecimientos vitales podrían entenderse, por lo tanto, como un despliegue o desarrollo de un centro inconmovible. Lo mismo que una rueda se mueve a partir de la quietud en lo hondo de su eje. Esta respuesta podía valer, para empezar. Sin embargo, era una respuesta demasiado estática. Se podía ir más allá, dinámicamente: no podemos saber de antemano cuál es nuestro centro, nuestro ser profundo, pero gracias al despliegue de la periferia lo vamos descubriendo. Y esta es su función: al expresar nuestro fondo lo descubrimos y nos hacemos conscientes. Somos proyecto, somos tiempo, porque necesitamos tiempo y movimiento para realizarnos, para despertar a nosotros mismos. Les pasa a todos los seres, Aristóteles dixit.