Marc Sautet au Café des Phares (Paris 1994) Photo: Wolfgang Wackernagel

domingo, 31 de diciembre de 2023

¿Cómo acceder a lo sagrado?


Sobre lo sagrado

Café Filosófico en Vélez-Málaga 14.3

05 de diciembre de 2023, Sociedad “La Peña”, 18:00 horas


Uno no debe sentir una pueril repugnancia al examen de los animales más sencillos pues en todos los seres naturales hay algo de maravilloso. Así como Heráclito –según cuentan– invitó a a pasar a unos visitantes extranjeros, que se detuvieron al verlo calentarse junto a un horno, diciendo «aquí también hay dioses» así mismo debemos acercarnos sin reparos a la exploración de cada animal, pues en todos hay algo de natural y hermoso.

Aristóteles, De las partes de los animales


¿Cómo acceder a lo sagrado?

¿Es posible tratar de lo sagrado sin reducirlo a lo religioso? Y cabrían otros lugares comunes... ¿Es posible que la dimensión de lo sagrado sea accesible a todos, incluso a los que dicen que son (o se dicen a sí mismos que son) ateos? Según la RAE, lo sagrado es objeto de veneración y de respeto, y bien, todos los seres humanos poseen la capacidad para estimar lo sagrado, algo digno de veneración o respeto. Sin embargo, nuestro mundo contemporáneo parece haberse desacralizado, quizás fruto de esa reducción que apuntábamos al principio. Veamos lo que nuestros participantes pueden decirnos pensando juntos de veras sobre ello, yendo a la raíz, en este caso, de lo sagrado. Curiosamente, en la Plaza de las Carmelitas, a la que da nuestro lugar de reunión, la Sociedad La Peña de Vélez, se oía a lo lejos el bullicio de algunos rituales pre-navideños. Buena ocasión para hablar de lo sagrado de una manera, en lo posible, lo más auténticamente posible.

Esta vez, el preámbulo del café filosófico giró en torno a la distinción muy antigua, muy griega, muy humana, entre la diferencia o diversidad de los seres y la semejanza o unidad entre los seres. Es muy fácil fijarse en las diferencias de los seres de este mundo (biológicas, culturales, sociales individuales...), pero una mirada más atenta también puede ir descubriendo que muchos de los seres comparten semejanzas, algo común o, en algún grado, universal. Y, hablando en términos humanos, pregunta el moderador: ¿qué es eso que nos une a todos los seres humanos, en lo que nos asemejamos, que nos hace semejantes? Pero, se trata de conectar con aquello que hayas podido experimentar en primera persona, de un modo muy especial. Por ejemplo, Aristóteles nos transmitió que “todos los hombres buscan ser felices”, aunque, cada uno y cada una lo haga a su manera, de diversas maneras, a veces, incluso aparentemente contradictorias. Esta pregunta por lo común, o lo que nos une, es crucial en nuestro tiempo: necesitamos esta perspectiva de lo común nada menos que para dialogar, y para entendernos... y ya se sabe cuáles son las alternativas actuales a la ausencia de (o la incapacidad para) el diálogo, que a menudo sufrimos. Y he aquí eso común entre nosotros que solemos obviar, según ellos y ellas: el querer vivir bien, la necesidad de vincularse, la aspiración a ser mejor, la búsqueda de compañía o la amistad, interactuar, compartir, nuestra capacidad, más o menos dormida, para ponerse en el lugar del otro, el amor, la entrega, la capacidad para la comprensión de lo diferente, sin olvidar que el ser humano es, de por sí, flexible y siempre podemos llegar a ser de otra manera y, finalmente, compartimos la capacidad para lo sagrado, en la que el grupo quiso, a continuación, profundizar.

Lo sagrado. ¿Qué es lo sagrado? ¿Por qué algo es sagrado? ¿Cómo podemos conectar con lo sagrado? Y, enseguida, se propuso una hipótesis de trabajo: lo sagrado no es algo exterior o lejano a nosotros, sino que lo sagrado es una dimensión de lo humano. Para poder comprobarlo, el animador del encuentro propuso el recurso a alguna experiencia profunda con lo sagrado. Analizando estas experiencias podríamos indicar algunos componentes de la esencia de lo sagrado. Veremos. Y así se procedió. Desde las diferentes experiencias iban emergiendo, desde cada una, lo común a todas ellas: el cuidado, la unidad, la alegría, la belleza, la quietud, el amor... Lo sagrado, pues, tendría que ver con todo eso. (Y mirad que no difieren mucho de eso que buscábamos anteriormente como lo semejante o común entre nosotros; ¿será esto lo sagrado en nosotros?). Lo sagrado llama al cuidado, lo sagrado te conecta con algo uno, lo sagrado lleva a sentir la plenitud, la belleza, tu conexión con lo sagrado produce una quietud dentro y una armonía con lo exterior. Compruébalo a partir de tu propia experiencia, a ver
si lo sagrado no te sitúa en algo de todo eso... Porque, efectivamente, la experiencia con lo sagrado, que es también en su esencia sagrada, no se puede explicar, sino que tendría que experimentarse. Ahí estriba la dificultad y su grandeza. No puede explicarse, pero puede notarse, pues te transforma y produce una transformación a tu alrededor. Tú te lo notas y puede que se te note, sin aspavientos. Esto te dicen los participantes, para que seas más consciente, cuando lo experimentes.

Pero la cuestión que más intrigaba a los participantes era cómo poder acceder a lo sagrado. ¿Hará falta aislarse? En absoluto, nos dicen. El acceso a lo sagrado es interior y no hace falta viajar hasta el Tíbet o recluirse en un monasterio. Puede partir de un profundo anhelo de armonía o puede sobrevenir escuchado música con atención y de un modo inmersivo. Pero casi siempre surge de una demanda interior que solicita de uno mismo darle cauce. Escucharla. Su inundación produce en nosotros ese tipo de efectos o o respuestas que más arriba, ellos y ellas, desgranaron: cuidado, autocuidado, unión, vida, belleza, alegría, quietud, amor... Así se vive lo sagrado. En lo cotidiano; no hay que irse muy lejos, como se ha dicho. En dicha experiencia se anclan las diferentes formas exteriores de expresión de lo sagrado, ya sea en un contexto religioso o no religioso. Pues, todo lo existente o vivo en sí mismo es sagrado si, desde ahí, desde la conciencia de lo sagrado, miramos y nos miramos. ¡Salud para apreciarlo este nuevo año 2024! Nos hace mucha falta...

viernes, 29 de diciembre de 2023

¿Cómo somos capaces de banalizar la muerte?

 

Sobre la banalidad de la muerte

Diálogo Filosófico en Málaga 2.2

27 de noviembre de 2023, Ateneo de Málaga, 18:30 horas


Únicamente la pura y simple irreflexión —que en modo alguno podemos equiparar a la estupidez— fue lo que le predispuso a convertirse en el mayor criminal de su tiempo. Y si bien esto merece ser clasificado como «banalidad», e incluso puede parecer cómico, y ni siquiera con la mejor voluntad cabe atribuir a Eichmann diabólica profundidad, también es cierto que tampoco podemos decir que sea algo normal o común. No es en modo alguno común que un hombre, en el instante de enfrentarse con la muerte, y, además, en el patíbulo, tan solo sea capaz de pensar en las frases oídas en los entierros y funerales a los que en el curso de su vida asistió, y que estas «palabras aladas» pudieran velar totalmente la perspectiva de su propia muerte. En realidad, una de las lecciones que nos dio el proceso de Jerusalén fue que tal alejamiento de la realidad y tal irreflexión pueden causar más daño que todos los malos instintos inherentes, quizá, a la naturaleza humana.

Hannah Arendt, Eichmann en Jerusalén


¿Cómo somos capaces de banalizar la muerte?

Una vez más, estamos reunidos en el Ateneo de Málaga para dialogar juntos. A través de una investigación conjunta, ahondamos en el problema o cuestión que nos interesa, en un proceso que evoluciona y hay que estar atentos para poder seguir sus movimientos. Pero es necesario que nos escuchemos, que guardemos nuestro turno de palabra, que nuestras intervenciones sean breves, que hayamos pensado de antemano lo que vamos a decir y por qué y de qué manera puede contribuir a la indagación misma; por esto conviene sopesar cada uno para sus adentros lo que va a decir, no repetir lo ya dicho, actualizar nuestra intervención según el transcurso de la discusión y dejar que el moderador pueda entablar pequeños diálogos con la persona que acaba de hablar, para incidir, para aclarar, para mirar de otra manera y ser capaces de pensar lo impensado. En esta ocasión, sobre la muerte, si acaso nuestra sociedad tiende a banalizar la muerte.

Antes de abordar la cuestión, se le dedicó unos minutos a la toma de conciencia de la diferencia entre la esencia y la apariencia. Muy antigua, muy griega, muy humana. Los presocráticos sacaron a la luz este problema típico del vivir en este mundo. Y, en la otra punta de nuestra historia, los autores incluidos en la llamada escuela de la sospecha vislumbraron cómo bajo la apariencia de unos valores dominantes rige una actitud afirmadora o negadora de la vida (Nietzsche); cómo la infraestructura material de la sociedad determina nuestra conciencia moral, política o religiosa (Marx); cómo nos constituye en un alto grado nuestra parte de la mente inconsciente (Freud). Pues bien, vamos a mirarlo en nuestra vidas, según nuestra propia experiencia: ¿cuándo algo se me había mostrado de un modo que luego resultó ser de otro modo, en el fondo? Y los participantes fueron ofreciendo un amplio repertorio de apariencias, cosas que parecían ser y no eran, tras una segunda mirada más consciente y reflexiva: si aquel presumía de su saber, es que no era tan sabio; nuestro Estado no es del bienestar, sino de los intereses económicos dominantes; un profesor que sabía mucho de su materia pero nada del trato con las personas; una persona que pretende ayudar a otros, pero quiere ser reconocido; en esta sociedad muchas cosas están al servicio del espectáculo; al principio, pensaba que no podía con unos ejercicios y sí que podía realizarlos; no te fíes tanto de lo que alguien dice, mira su lenguaje no verbal; cuidémonos de los falsos librepensadores; y de las relaciones interesadas; de los que parecen afables y son unos tiranos con su familia; una vez hicimos un viaje en furgoneta, se averió y pudo verse de qué estaba hecho cada uno; cuidémonos también de la hipocresía en el ámbito del humanismo o la religión; conviene que miremos lo que se hace de hecho y no lo dicen que debe hacerse; también nos conviene mirar más allá de lo físico o material; y más allá de las modas, incluidas las modas que se visten de espiritualidad; y quizás, alguien puede hacer algo por un motivo muy distinto a lo que parecía, esperemos un poco y miremos después; las fotografías pueden ser muy bonitas, pero miremos lo que hay de verdad o realidad en ellas; y mirad que no tiene un porsche, sino que lo que tiene son deudas; en la construcción europea, ¿no hay mucho de apariencia, si se continúa abordando la migración de la misma manera que hasta ahora? Por último, fijaos que todos los pre-juicios son en sí mismos apariencias.

Seguimos. Conocerán ustedes la cuestión de la banalidad (del mal), propuesto y desarrollado por Hannah Arendt, a raíz de su análisis del caso Eichmann: exterminaba a personas judías pero, desde su propia visión, él sólo cumplía órdenes, cumplía con su trabajo y únicamente quería hacerlo lo mejor posible. Algo muy grave está ocurriendo en una conciencia cuando solamente es capaz de ver esa parte, y no todo el daño que está causando. ¿Pasará lo mismo con la muerte? De tan habitual y frecuente, ¿no nos estaremos volviendo insensibles? Son tantas las muertes que presenciamos en los noticiarios, tantas las guerras, tan implacable la lógica de la guerra, las escenas cinematográficas tan explícitas de violencia, y tantas veces justificada en los filmes, en los videojuegos... que lo acabamos desvinculado de los valores, se devalúa y decae su gravedad. O, al menos, esa sensación tenemos muchas veces. ¿A qué puede deberse? Nuestros participantes despliegan algunas hipótesis. En realidad, es la vida la que ha perdido valor, y por eso se produce la devaluación de la muerte. Aunque, se suscitan algunas dudas al respecto: quizás valoremos más la vida en estos tiempos; quizás siempre se ha banalizado la muerte, sólo que ahora tenemos más información de lo que sucede, simultáneamente, en todo el planeta. Y desde estas dudas se deslizó la segunda hipótesis: la sensación percibida de que la muerte se ha desvalorizado se debe a que disponemos de más información y tantos casos de muertes llegan a saturarnos. Finalmente, una tercera hipótesis implicaba el interés de ciertos poderes establecidos para que la gente se mate entre sí; es duro y es triste decirlo, pero la muerte es rentable; pero antes hay que volverla banal; y por eso hay tanto negocio en torno a la muerte.

En este momento, el moderador del encuentro quiso darle un giro al diálogo, quizás por ver el asunto desde otro ángulo: estamos hablando de la muerte de otros... pero, ¿qué hay de mi propia muerte? ¿Banalizamos nuestra propia muerte? De algún modo, ¿huyo de la muerte, hecho al que me veo abocado? Si olvido o quiero olvidar, u otros están interesados en que olvide mi propia muerte, ¿extrañaría la tendencia a banalizar la muerte? Hoy en día abundan las maneras de procurar evadirse del hecho de que voy a morirme, aunque, en verdad, yo sea básicamente un ser consciente de su propia muerte (Heidegger). No pienses, no la sientas, disfruta, diviértete, vive el momento... ¡y cuánto hay montado sobre esto! Cuando, precisamente, es la muerte lo que da un sentido humano a la vida. No le dio tiempo al grupo a desarrollar más esta línea de investigación, pero tú puedes pensarlo: ¿cuántas son las variadas maneras en que hoy tratamos de quitar el foco de nuestra propia muerte? A pesar de que podría decirse: dime cómo vives tu muerte y te diré cómo vives tu vida.

Será cierto, es posible, que la muerte en estos tiempos sea banalizada para convertirla en un negocio y poder hacer negocio con ella. Las guerras, las armas, la violencia, conseguir el poder a cualquier precio... A todo esto añadamos el negocio alrededor de la evasión o sustitución o inconsciencia de la muerte, convertida en una transacción comercial de este mundo. Una forma de infierno. Será cierto, es posible, tan cierto como que la muerte y la vida se devalúan juntas. Vale.

martes, 12 de diciembre de 2023

¿Qué es respetar?


Sobre el respeto

Café Filosófico en Torre del Mar 3.2

23 de noviembre de 2023, Taberna El Oasis, 18:00 horas

No estoy de acuerdo con lo que dices, pero defenderé con mi vida tu derecho a decirlo.

Evelyn Beatrice Hall (inspirada en la actitud de Voltaire)

¿Qué es respetable?

Decimos que vivimos en sociedades democráticas. Y no hablamos de las que quieren sus tiranos que parezcan democracias. Hablamos de las democracias formales y consolidadas. Y el problema sería que se quedaran solamente en eso. Porque es muy posible que echemos en falta, más que una democracia exterior, una democracia interior. Hundiría sus raíces en cada uno de los ciudadanos, si en cada uno de ellos y de ellas acaece el respeto a la diferencia del otro. En el respeto a las diferencias se juega la calidad de las relaciones sociales y políticas. Pero, de nuevo, no se trata de respetar las diferencias en el otro, sino de respetar al otro con sus diferencias. Esto quiere decir que, primero, he de contemplar al otro como un ser valioso en sí mismo, tanto como yo, un igual a mí. Si esto se olvida se desmorona el edificio democrático. Los griegos lo sabían muy bien: la demokratia supone que todos los ciudadanos poseen suficientes capacidades para hablar y decidir en la ekklesía o asamblea. La desconfianza en las capacidades del otro (una falta de respeto fundamental) arruina cualquier democracia. Quien no piensa como yo también puede tener razón, así como mis adversarios políticos. Entre todos hemos de buscar lo mejor; desde nuestros puntos de partida diferentes, perseguir el bien común. De manera que, si nuestros asistentes al café filosófico de noviembre, en Torre del Mar, indagaron acerca del respeto, ya podéis calibrar mejor la importancia de este tema para todos nosotros.

Antes, dialogaron sobre los valores, no solamente el respeto. ¿Cuál sería el valor central en torno al que gira mi vida en este momento? Así, desfilaron: la coherencia, el respeto a mí mismo y a los demás, la serenidad, la naturalidad, la lealtad, el tiempo propio, la autenticidad, el autocuidado, la autosatisfacción, la justicia, la integridad, la profundidad de las vivencias, la consciencia, la memoria, el amor, la tolerancia... pero lo más buscado, el respeto. No extraña, pues, que fuera propuesto como tema para el diálogo filosófico que, propiamente, comenzaba a continuación. Durante las aclaraciones, que fueron necesarias en la exposición de los anteriores valores, se evidenciaron dos aspectos a tener en cuenta, cuando hablamos de valores: que han de ser aplicados en cada caso y situación , y esto supone evitar que se vuelvan rígidos y, además, no olvidar la aparición de posibles dilemas, situaciones en las que hay que decidirse y hay que aprender a decidirse.

¿En qué consiste respetar? ¿Todo es respetable? Los asistentes fueron por partes... Comenzaron las aportaciones personales sobre lo esencial del respeto, aquello que lo convierte en verdadero respeto, así como la necesidad de ir dejando de lado algunas confusiones habituales, que nos conducen a quedarnos en la mera superficie del respeto, algo que solamente se le parece. Respetar es aceptar aunque no se esté de acuerdo. Respetar es entender, porque si algo no se concibe desde dentro de sí mismo, no se respeta de veras. Respetar es apreciar, antes que nada, la dignidad del sujeto, su valor en sí mismo. Respetar es posible, si quien respeta se respeta a sí mismo. Miradlo, porque la RAE no recoge ni por asomo todos estos matices. Es una de las ventajas de poder dialogar juntos, filosóficamente. Y luego siguieron. Respetar es comprender, pero comprender no es justificar los actos llevados a cabo. Y aquí hubo que detenerse: era necesario distinguir entre la persona y sus actos. Lo que una persona hace o piensa o dice ha de ser respetado, pero no tiene por qué ser justificado o permitido, si es dañino o va contra la posibilidad de expresarse u obrar los demás. Recordad la cita que antecede a este relato, de inspiración volteriana: defenderé hasta el final la posibilidad de que podamos discrepar. La persona siempre puede ser comprendida, y debe ser respetada. Incluso sus ideas, pero no por ello las acciones a que den lugar. Esto es decisivo.

La anterior distinción entre la persona y sus actos ya enfilaba al grupo hacia una respuesta a la segunda pregunta que se habían planteado: ¿todo es respetable? Fue muy iluminador constatar cómo esta diferenciación es crucial para llevar a cabo satisfactoriamente algunas profesiones, que tienen por objeto alguna relación de ayuda a otras personas. ¿Cuál sería el sentido de la docencia o del trabajo social, si se olvidan de mirar a la persona que siempre está detrás de sus acciones, aunque sean reprobables? Mejor sería que abandonasen sus respectivas profesiones, ¿no es verdad? Y continuaron los participantes analizando situaciones que, de todo punto, no deberían ser respetadas: como se ha dicho, si una actitud implica no respetar la diferencia de los demás, por ejemplo, si directamente se rechaza lo diferente por ser diferente, o bien, no se le permite expresarse; no debería respetarse tampoco la manipulación consciente de la verdad, y de ese modo, manipular a los demás, o bien, satisfacer intereses de carácter interesado (puede que de esto haya mucho en la actualidad); tampoco, la manipulación del bien o lo mejor en un caso dado, por ejemplo, querer hacer pasar un bien individual por un bien general (lo que tampoco es raro en los usos actuales de la “mala política”).

En este punto, el diálogo dio un giro muy interesante, por lo fructífero de su resultado. Recordemos una idea que había quedado anteriormente expuesta, pero no desplegada: el respeto a los demás ha de comenzar por el respeto a uno mismo. Y, además, aplicando lo hallado sobre la esencia del respeto, decíamos que de poco vale un respeto que no se pone a prueba a sí mismo, con aquello que se está en desacuerdo. Pero claro, plantea en voz alta uno de los participantes: “Yo no voy a tener nunca un desacuerdo conmigo mismo; ¡soy yo mismo!”. Y esto suscitó una de las discusiones más bonitas del encuentro. ¿Estaba el grupo de acuerdo con tal afirmación? Pues no, casi todos dijeron que no. ¿A qué se referían? Lo puedes suponer: en nosotros también hay divisiones internas, provocadas por nuestras dudas, nuestros conflictos, nuestros miedos... En mi interior tengo diferencias, con las que me he de reconciliar, reconociéndolas primero. ¿Cómo? Aprendiendo a ser consciente de mí mismo, conociéndome a mí mismo. Para vivir en armonía fuera, necesitamos cultivarla dentro, poder ser un espejo limpio para poder mirar a los demás con auténtico respeto. Mirarnos y reconciliarnos, mínimamente, con nuestras sombras interiores. De lo contrario, todo respeto a los demás podría encubrir algo mío que me impide verlos, entenderlos, desde sí mismos. Me sería fácil respetar (y valorar y apreciar) a quien se parezca a mi imagen de mí, o bien, a la imagen de quien quiero ser o lo que quiero alcanzar, pero sería más complicado respetar a quienes son verdaderamente diferentes; posiblemente, los percibiría como obstáculos para mi propio desarrollo, en función de mis propios deseos y temores.

Una de las participantes propuso, casi al principio del diálogo, tener en cuenta la etimología de la palabra “respeto” o “respetar”. Y ahora podíamos todos comprender la importancia de acudir al origen de nuestro lenguaje, pues es muy posible que, históricamente, hayamos perdido el contacto y nos hayamos desviado, dando lugar a confusiones que luego nos impiden conocer y conocernos adecuadamente. Respetar, en latín, se dice respectare, que podemos traducir como “volver a mirar”. Y esto es maravilloso. Porque respetar implica volverse a mirar aquello que puede ser digno de respeto. Cuando lo hago, cuando vuelvo a mirar con más atención (o miramiento, diríamos) puedo ver a lo otro más fácilmente como es. Y cuando así lo veo, en sí mismo, por sí mismo, no es nada difícil llegar a respetarlo. No lo es. Esta segunda mirada o reflexión es lo que necesita el respeto para existir. Pero también puedo volver a mirarme a mí, lo que podemos llamar, entonces, autorreflexión, comprenderme, respetarme y quererme. Y ya no será difícil que también pueda amarte a ti, pues, lo valioso en mí, está también presente en ti. Vale.







viernes, 8 de diciembre de 2023

¿Qué es una educación para la paz?


Sobre la educación para la paz

Café Filosófico en Castro del Río 7.2

10 de noviembre de 2023, Peña Flamenca Castreña, 18:00 horas


Estaba un día Cura (el cuidado) atravesando un río y al ver gran cantidad de arcilla, cogió una buena porción y, distraídamente, comenzó a modelar una figura. Mientras pensaba para sí qué había hecho, se le acercó Júpiter. Cura le pidió que infundiese espíritu al trozo de arcilla modelado y Júpiter le concedió el deseo. 

Pero al querer Cura ponerle su nombre a la obra, Júpiter se lo prohibió, diciendo que debía ponerle su nombre, por haberle infundido la vida. Mientras Cura y Júpiter discutían sobre quién debía ponerle su nombre, se levantó la Tierra (Tellus) y dijo que sólo a ella le correspondía darle nombre al nuevo ser, puesto que le había dado el cuerpo. La discusión se prolongó largo tiempo, hasta que los litigantes escogieron por juez a Saturno, el dios del tiempo, que dictó la siguiente sentencia: 

Tú, Júpiter, por haberle dado el espíritu, lo recibirás a su muerte; tú, Tierra, por haberle ofrecido su cuerpo, recibirás el cuerpo. Pero por haber sido Cura quien primero dio forma a este ser, será quien lo acompañe mientras viva. Y, en cuanto al litigio sobre el nombre, que se llame “homo”, puesto que está hecho de “humus” (tierra).

Higinio


La perfectio del hombre –el llegar a ser eso que él puede ser en su ser libre para sus más propias posibilidades (en el proyecto)– es “obra” del “cuidado”.

Heidegger


¿Qué es una educación para la paz?

Vivimos en un mundo dramáticamente convulso. No deja de haber guerras, porque sigue habiendo constantes desigualdades, porque nos seguimos viendo como diferentes sin un fondo de igualdad, común, comunitario. La humanidad como hermandad. Seres humanos que básicamente buscan lo mismo... quieren vivir bien consigo mismos y con los demás. Pero no es posible sin una armonía o justicia mínima, como proponía Platón, en el diseño de su ciudad ideal. Y Platón, como nosotros, ponemos la máxima esperanza en la educación. La panacea de nuestro tiempo, de la que se espera la realización de un mundo mejor. Si algo no funciona en la sociedad... pues, que la educación se encargue de prevenir el problema. Otra tarea más para la escuela. Y si ésta falla, se dice entonces que el déficit educativo viene de las familias. Pero, ya vamos sospechando que lo que más educa (o des-educa) es la actitud dominante en un determinado mundo, el ambiente, la comunidad creada. No lo que se proclama o se escribe en el apartado de los buenos propósitos, sino lo que se hace de hecho. No se educa enseñando valores, sino mostrándolos con nuestros actos y constatando que se puede vivir mejor de otra manera. Si deseamos un mundo en paz, algo tendremos que hacer diferente. Y esto buscaron nuestros participantes, aquella tarde en el salón de la Peña flamenca castreña.

De nuevo, como decíamos en un reciente café filosófico, en otro lugar más al sur todavía, hará falta una buena dosis de creatividad. Algo escaso en estos tiempos, según parece. Y, la creatividad no hay que buscarla fuera... es una cualidad interna, humana, nuestra. Aunque, ciertamente, sí habrá que estar atentos, abiertos, a la escucha del ser (Heidegger), para poder recibir las novedades. ¿Cuáles? Las que necesitamos, aquí y ahora... Desde luego, no va a ser, lo que necesitamos, una educación para la competitividad, si queremos vivir en una mayor armonía, justicia o paz, que de eso ya tenemos bastante. Y analizaron ellos y ellas los inconvenientes de tal educación. Repetimos que no hablamos de lo que se dice o se pone en leyes y libros de texto, sino de los ejemplos o modelos que funcionan habitualmente. Una competitividad que uno de los participantes calificó, citando a Byung-Chul Han, de “violencia neuronal” en nuestros días, con consecuencias nocivas incluso para la salud individual.

De esta competitividad reinante está ausente la colaboración, el compartir, el valor de hacer algo por sí mismo y no de cara a un objetivo, un beneficio, un éxito, ser mejor que los demás, que son vistos como rivales, adversarios o enemigos. Por esto mismo andaron muy finos en el análisis, al distinguir (y no confundir, como se hace) competitividad y competencia. Cuando la competitividad es “sana”, entonces es competencia, combatividad pero no hostilidad, va a favor de sí y no en contra del otro, para sentirse mejor consigo mismo (esto es el espíritu del resentimiento, del que hablaba Nietzsche). La competencia, o competitividad sana, no busca anular ni ganar ni acumular. Esto es enfermedad de nuestro tiempo. Busca el desarrollo de las cualidades o capacidades que le son propias a cada uno. Y esto recuerda el valioso sentido de la “virtud” entre los griegos anteriores a Sócrates, que podríamos referir aquí como excelencia: la virtud es el desarrollo excelente de una cualidad propia de un ser. Y no hablamos, primeramente, en términos morales. Así, puede haber caballos o pianistas virtuosos, si han desarrollado de un modo excelente las cualidades que les son propias, la velocidad en la carrera o la habilidad en la interpretación con el piano, respectivamente. Entonces, no se trata de ser mejor que el otro, sino del valor mismo de lo que se hace. Con esto, simplemente, ¿no viviríamos en sociedades más pacíficas?

Una auténtica educación para la paz tendría que evitar caer en la comparación entre personas, doblegar al adversario, vencer, sobresalir más que otros, estar más arriba en la gradación convencional... Sería preferible valorar la casilla de salida de las acciones, las cualidades propias, cuidar del otro, cuidarnos. ¿Cómo viviríamos, si una cultura del cuidado se instaurara en nuestras sociedades? Porque hay talentos propios de cada ser que pueden descubrirse con la práctica, si se les deja emerger. Porque hay inteligencias múltiples (Howard Gardner). Porque no es buena siembra educativa imponer un modelo social (lo que debe ser, lo que debe hacerse) desde fuera. Todas las corrientes de sabiduría nos enseñan que la virtud, el desarrollo de una cualidad propia, viene de dentro afuera y no al revés. Esto sería imponer o adoctrinar. Entonces, el sujeto se siente invadido, menospreciado. Y el sujeto reacciona como puede, culpabilizándose, apartándose o sacando la mejor tajada posible de la situación. No ser víctima. Y no vivir angustiado. Sobrevivir del modo que sea. ¡Imaginad qué diferentes escuelas serían, las que pusieran el cuidado mutuo en su centro!

El análisis de la competividad rampante les llevó a los participantes hasta el lugar del cuidado. Podrían analizarse otros rasgos incompatibles con una cultura para la paz, pero no dio tiempo. Sin duda que tú, querido lector o querida lectora, podrías, junto a otros, continuar indagando: ¿qué nos impide hoy en día el despliegue claro hacia una cultura de la paz? Ellos y ellas encontraron en la competitividad mucho trabajo pendiente, y lo situaron en el advenimiento gradual de una cultura del cuidado o sorge, como lo nombrara Heidegger en Ser y tiempo. Cuidado del ser. La educación como pastoreo del ser. Estar a la escucha. Acompañando la aparición de mundos posibles. Ocupándonos de lo que hay. Que no se enquiste. Que no se endiose. Que no nos extravíe. Estando abiertos. Estando vivos. Salud.






domingo, 3 de diciembre de 2023

¿Cómo prevenir los conflictos?

Cristóbal Toral, Personaje de Hopper tomando el sol en un cuadro mío, 2005-2006 

Sobre los conflictos

Café Filosófico en Vélez-Málaga 14.2

07 de noviembre de 2023, Sociedad “La Peña”, 18:00 horas

[La ética] no puede partir de un punto de vista abstracto ajeno a la historia, o del punto cero de la historia. Más bien tiene que considerar que la historia humana –también la de la moral y la del derecho– ha comenzado desde siempre (...) concretada históricamente en las correspondientes formas de vida.

Karl-Otto Apel

Hablemos de creatividad. Nuestras respuestas o acciones son creativas cuando estamos conectados con lo que hay, con la situación particular, profundamente, por consiguiente, con el ser que la anima, que le hacer ser de ese modo, existir. Como diría Heidegger, cuando estamos en la actitud de escucha del ser. Y entonces emerge una idea, una salida, un objeto... nuevos, inéditos. Es decir que la creatividad tiene más que ver con nuestra apertura, receptividad o disponibilidad interior, que una inspiración de origen exterior, del tipo que sea. Aunque me viniese, si no soy capaz de recibirlo, de qué nos valdría. Nuestra receptividad es lo que depende de nosotros. Y no digamos cuando hay conflictos, que fue lo que se plantearon los participantes aquella tarde, en el salón principal de la Sociedad Recreativa y Cultural La Peña, un grupo menos numeroso que otras veces. Si los conflictos se perpetúan a menudo, y tanto nos hacen sufrir, herida sobre herida, es muy posible que sea esta actitud creativa la que nos falte; segada por una serie de creencias erróneas, que los participantes fueron analizando para nosotros.

Antes, repasaron algunas de las facetas de su vida, en las que ellos y ellas se sentían habitualmente más creativos. Esos contextos o momentos en que somos menos mecánicos, menos rutinarios, menos previsibles. Por ejemplo, caminando en soledad, o dejando suelta la mano, que dibuje líneas o manchas en un papel, o escuchando música, que me vengan continuamente posibles coreografías, o buscando un sitio tranquilo que me ayuda a pensar de otro modo, o bien, leyendo libros de historia, como descubro otros modos de ver el presente. Tú puedes considerarlo también: ¿cuándo sueles ser más creativo, más creativa, porque estás más receptivo, más receptiva?

A nuestros participantes les interesaba (o les inquietaba) qué son los conflictos, si pueden prevenirse y cómo prevenirlos. Y, a ello se aprestaron con bastante vehemencia. Hallar una definición era importante, pues podía suponer un punto de partida crucial para el desarrollo del diálogo. Según lo veían, en todos los conflictos aparece un bien (un objeto material, una idea o un valor) en disputa; y la disputa se desarrolla porque, acerca de ese bien, llegan a diferenciarse perspectivas, imágenes o sentimientos que, según lo viven sus protagonistas, resultan incompatibles. Es decir, que son realmente las interpretaciones básicas de cada una de las partes las que entran en conflicto, y no tanto los objetos mismos en disputa. Esto ya es importante, para darse cuenta de ello. El siguiente esquema les resultó extremadamente útil y poder encauzar satisfactoriamente la discusión: las creencias provocan emociones que conducen a determinadas acciones incompatibles, tal y como se percibe cuando el conflicto está ya avanzado. ¿Y qué sucede cuando las creencias de partida son (o pudieran ser) erróneas? Pues nada, o mucho... el conflicto irreversible está servido. Esta idea se la debemos a lo que nos han enseñado Sócrates-Platón. De ahí su actualidad, siempre.

Pero este relator no sería fiel a lo acontecido allí, aquella tarde, si no dijera que hubo un conflicto actual (y muy preocupante) que estuvo muy presente en todo momento: el (viejo, que no deja de ser por eso menos grave) conflicto palestino-israelí, recrudecido (¡y de qué manera!) estos días de una manera tan dramática. Pero, en lugar de ponernos directamente a hablar de ello, atrapados por las emociones desbordadas que podíamos sentir, adoptamos la perspectiva filosófica: la filosofía trata de principios que funcionan debajo de las experiencias y que se ven reflejados, por eso, en variados casos o situaciones. Pues bien, la distinta interpretación de sus protagonistas, quizás la más básica (piensan nuestros participantes), pudiera ser ésta: el mismo territorio es visto como “nuestra tierra y de nuestros antepasados”, o bien, como “la tierra prometida”. Por tanto, un conflicto, en términos de Karl-Otto Apel, entre la comunidad real o fáctica y la comunidad ideal. Pero, ¿no debería toda comunidad ideal, para realizarse, tener en cuenta y valorar y respetar la comunidad fáctica o existente? ¿Podría ser este error el que está en la base de este conflicto, desde sus inicios, tras la segunda guerra mundial? Nuestros participantes continuaron indagando... otras posibles creencias erróneas.

En general, los conflictos de cualquier clase pueden deberse a la falta de respeto por la visión del problema que se ha situado en el otro. Cualquier forma de anacronismo también puede ser peligrosa: nos referimos al hecho de olvidar el presente, y querer justificar el futuro (que todavía no es), a través del pasado (que ya no es). Además, los intereses inmediatos pueden cegarnos y llevarnos a malinterpretar lo que sucede, y entrar en la pelea de dos maneras: los intereses previos de las partes pueden conducir a errores de percepción, a partir de sesgos interesados, que lleve a tergiversar la evaluación del presente (y obstaculizar la búsqueda de lo mejor en cada caso); y además, incluso, puede haber ocasiones en que pueden convivir intereses que quieran usar los conflictos para su beneficio propio. Por último, según el análisis de nuestros participantes (lo que fue posible ese día), individualmente, también pueden darse creencias erróneas: por ejemplo, las que están detrás de las personas que muestran un perfil dominador; por ejemplo, necesitan dominar a otros para sentirse fuertes ellos mismos; sin duda, una falta de desarrollo interior.

Y no hay que olvidar estos dos principios erróneos, que suelen olvidarse en este tipo de situaciones humanas de conflicto dañino e irresoluble (en sí mismo, el conflicto puede ser muy productivo, si se encauza adecuadamente): 1) el denominado imperativo técnico, es decir, que si algo puedo hacerlo, tengo que hacerlo, perdiéndose de nuevo la conciencia de si es lo mejor en este caso y situación; 2) y el principio que podíamos denominar acción-reacción ciego, lo que lleva habitualmente a una escalada, cada vez mayor y peligrosa, del conflicto, una espiral de violencia, tan frecuente, a la que nos conduce la “lógica” de la guerra. Así pues, ¿qué es lo que precisamos en un conflicto para que no se convierta en irreversible, peligroso o dañino? Parar y tomar conciencia, tomar distancia de lo inmediato, mirar juntos dónde estamos y qué es lo que queremos, que sea lo mejor para todas las partes. No dejarse arrastrar. No ser pasivos, sí, porque ser pasivos es dejarse arrastrar por el conflicto mismo, continuar como hasta ahora. Por lo tanto, mejor ser activos, parar y ser conscientes. Lo otro viene sólo, pero esto necesita de nosotros. Estar abiertos. Estar atentos, disponibles, a la escucha de lo que hay. ¡Cuántas veces hacemos en estos casos de conflicto lo que siempre se hace! Por eso, ¡seamos creativos! ¿No falta de esto, en tantos conflictos que se han enquistado? Mirar de otro modo para ver... la nueva posibilidad.

domingo, 19 de noviembre de 2023

¿Todo es perdonable?


Sobre el perdón

Café Filosófico en Torre del Mar 3.1

19 de octubre de 2023, Taberna El Oasis, 18:00 horas

La comprensión es observar sin condenar. La comprensión produce entendimiento porque no hay condena ni identificación, sino observación silenciosa.(...) En esta observación, por lo tanto, hay completa comunión: el observador y lo observado están en comunión completa. Esto ocurre cuando estáis profundamente interesados en algo.

Jiddu Krishnamurti

¿Todo es perdonable?

Estamos en Torre del Mar, en la Taberna El Oasis, y volvemos a preguntarnos por la tecnología. Una creación nuestra que, como todas, interactúa con nosotros. Y esa interacción ha de ser muy consciente, de lo contrario, en lugar de estar a nuestro servicio, como medio que es, puede pasar (o está ya pasando) lo opuesto, que seamos nosotros los que estemos a su servicio. Una forma moderna de esclavitud. En general la relación que tenemos con la tecnología (con las nuevas tecnologías, pues no paran de brotar como en una almáciga en la que hemos plantado hace siglos unas determinadas semillas...), decimos, nuestra relación con las tecnologías galopa sobre una percepción ambivalente (dependerán los efectos de su uso, se dice), pero en general, la población es consciente de cómo moldea nuestras vidas. Hay una intuición social de su trascendencia. Tanto es así que, tocada esta cuestión al inicio del diálogo, al grupo le fue difícil desprenderse de ella. Casi todas las temáticas propuestas aquella tarde, en la que acudieron participantes que rebosaban nuestra sala, giraron alrededor de la tecnología: la política, la existencia, la esclavitud, las guerras, el poder, se vieron ligadas a la tecnología, mediante la conjunción copulativa “y”. Por suerte, se abrió paso el perdón... queremos decir, la temática del perdón. Pero eso vino después. Antes, cada uno de los participantes expresó su extrañeza con la tecnología, que es el comienzo de la filosofía, mirar lo que hay como si lo viéramos por primera vez.

La tecnología de Internet, a veces, me supera; la posibilidad de comunicarnos tan fácilmente con los teléfonos móviles me quita libertad; veo que se evalúan las tecnologías después de haber sido implantadas; he tenido que adaptar mi forma de enseñar a las nuevas tecnologías; mi relaciones personales han cambiado; me siento más controlada, pues mi información personal está on line; me causan estrés los medios de comunicación; han simplificado mi trabajo; mi movilidad ha cambiado; una bici me cambió la vida; Internet facilita mis gestiones; la información está disponible; tanta inmediatez me molesta, que tenga que responder tan rápido a una llamada; el móvil te acerca las personas que están lejos, pero te aleja de las personas que están cerca; los problemas de adicción cambian la vida de las familias; sé que sería otra persona sin la tecnología; me he visto obligada a tener una página web propia; la fotografía en línea te acerca lugares para pintarlos... fueron algunos de los testimonios de los participantes y, en todos puedes, querido lector o lectora, entrever un riesgo que tendríamos que evaluar juntos.

Muchas cosas están pasando a nuestro alrededor, y quizás haya mucho que perdonar. O no. Quizás existan acciones imperdonables. Sobre esto quiso reflexionar el grupo reunido allí, en la taberna El Oasis, y así nos sentíamos, como su nombre indica, en un oasis en que podíamos dialogar juntos. Veremos qué pasa con el perdón. O qué pasa con nosotros. Lo que estaba claro, antes de comenzar, era que el grupo quería alejarse de la visión judeocristiana del perdón ligado a la culpa, y de la compasión mal entendida. Si perdono a alguien, no le hago ningún favor. Quizás me lo haga a mí mismo. Pero antes de preguntarnos: ¿todo es perdonable?, quizás tendríamos que empezar por saber ¿qué es perdonar? De manera que, antes de hablar de las condiciones del perdón, habría que tener claro sus ingredientes. Y a eso se aprestaron rápidamente. Pero, ¿no son lo mismo, en el fondo, los ingredientes y las condiciones de una cosa? Veremos...

¿Olvidar es perdonar? Parece que no... algunos dicen que perdonan pero no olvidan, o viceversa. ¿De qué olvido hablamos? ¿Hablamos de olvidar o hablamos de otra cosa? Y comienzan los participantes a decir que perdonar es comprender. Una comprensión profunda de lo que ha sucedido, sus causas, su rigen, sus motivaciones, el conocimiento o el desconocimiento de la situación de que partían los actores implicados. Fuera la noción de culpa, tan dañina. Mejor: hacerse uno cargo, responsabilizarse, cuidar. Y cuando se comprende, se perdona, y uno se libera y el otro se libera. Queda borrado todo resentimiento y toda culpa. Pero esto no sucede inmediatamente, sino que necesita un proceso, que posee sus fases: después de la reacción condicionada, automática, del resentimiento o la culpa, si no huimos, si no atacamos, si no nos encerramos, viene la distancia. El tomar distancia: soy capaz de adoptar otra perspectiva, mirar desde otro sitio, más elevado, no atrapado por la circunstancia. Observar y nada más. Más tarde, puede venir el entender lo que ha pasado, por qué ha pasado, ponerme en el lugar del otro, ver la situación como él la ve (esto es posible, dicen nuestros participantes, si hay una buena disposición, desde el principio hasta el final del proceso). Luego, es posible que sea capaz de empezar a ver al otro como soy yo, que busca lo que busco yo, básicamente, vivir bien. Y, si me abro a saber del otro, si obtengo más información de la situación, puedo comenzar a aceptar o asumir lo ocurrido (que no es justificarlo en sus consecuencias o el daño) y quizás el camino del perdón pueda quedar más despejado.

Pero, ¿el perdón solamente viaja en una dirección? ¿Del que perdona al perdonado? ¿Es posible que constituya una necesidad por ambos lados? ¿Que el perdón sea bidireccional, pero que no siempre se encuentren ambas direcciones? Nos dicen los participantes: ambas partes viven mal. Nadie vive bien, si no se perdonan, cada uno su parte, el error del otro, cada uno a sí mismo. ¡Nadie vive bien! Esto lo hemos experimentado todos, alguna vez, de un modo más pasajero o de un modo más continuado. El resentimiento puede durar toda la vida... y se vive muy mal, pero que muy mal, quizás sin darse uno mucha cuenta del porqué. Esto es muy reconocible en las relaciones más cercanas: entre padres e hijos, entre los que eran buenos amigos... Por eso, estas situaciones necesitan un trabajo personal por ambos lados. Arriba se han sugerido algunos aspectos del camino. Finalmente, el grupo indagó si puede hablarse de perdón en el ámbito más general de la sociedad o las sociedades. Y sí, se puede hablar y puede que el proceso sea el mismo... Recordad con Ortega y Gasset que si no ayudo a salvar mi circunstancia (social o histórica), tampoco me salvo yo.

Y nos quedaba pendiente la segunda pregunta: ¿puede haber algo que sea imperdonable? Pero ya llevábamos mucho tiempo dialogando... y no queremos alargarnos. Así que el moderador del encuentro se limitó a realizar una rápida encuesta. El trabajo principal ya estaba hecho: sabíamos qué era perdonar, (en el fondo) un acto de amor, que nos unifica dentro y fuera de nosotros. El grupo había madurado. Así pues: ¿hay algo que sea realmente imperdonable? Y la inmensa mayoría respondió: que no. Cuanto más comprensión y autocomprensión, más capacidad de perdonar y de sentirme perdonado (que esto no es siempre fácil). Entonces, puede abrirse un nuevo amanecer. Salud.



domingo, 5 de noviembre de 2023

¿Por qué mentimos?

 


Sobre la mentira

Café Filosófico en Castro del Río 7.1

06 de octubre de 2023, Peña Flamenca Castreña, 18:00 horas

Sea por ejemplo, la pregunta siguiente: ¿me es lícito, cuando me hallo apurado, hacer una promesa con el propósito de no cumplirla? Para resolver de la manera más breve, y sin engaño alguno la pregunta... me bastará preguntarme a mí mismo: ¿me daría yo por satisfecho si mi máxima (salir de apuros por medio de una promesa mentirosa) debiese valer como ley universal para mí como para los demás? ¿Podría yo decirme a mí mismo: cada cual puede hacer una promesa falsa cuando se halla en un apuro del que no puede salir de otro modo? Y bien pronto me convenzo de que, si bien puedo querer la mentira, no puedo querer, empero, una ley universal de mentir, pues según esta ley, no habría propiamente ninguna promesa, porque sería vano fingir a otros mi voluntad respecto de mis futuras acciones, pues no creerían en mi fingimiento, o si, por precipitación lo hicieran, pagaríanme con la misma moneda; por lo tanto, mi máxima, tan pronto como se tornase ley universal, se destruiría a sí misma".

Immanuel Kant

¿Por qué mentimos?

A ver, estamos rodeados de tecnología. Y la aceptamos como algo que ya forma parte de nuestra vida. No nos podríamos imaginar sin tecnología. Esto es lo propio del hombre moderno, tipo occidental. Porque técnicas siempre ha habido, el ser humano es un ser con la capacidad técnica de transformar su entorno, no solamente adaptarse a él, pasivamente. Pero la tecnología es otra cosa: es técnica más ciencia. Y mucho mayor su alcance y sus consecuencias. Porque la tecnología no sólo transforma el entorno, que ya es bastante (miremos a nuestro alrededor), sino que nos transforma a nosotros mismos y nuestras vidas. Estamos tomando consciencia de ello desde mediados del siglo pasado. De ser la ecnología, como debería, un medio para los fines que nos propusiéramos (mejor entre todos), ha pasado a convertirse en un fin en sí mismo, y nosotros un medio para el desarrollo de las tecnologías. No están a nuestro servicio, sino que nosotros estamos a su servicio. Esto ya parece claro, a estas alturas.

Así notamos (y nuestros participantes lo anotaron, en este primer diálogo filosófico de la temporada en Castro del Río) que muchas veces somos nosotros los que tenemos que adaptarnos a una determinada tecnología: así, me siento más controlado, soy un número; me impide pensar; interfiere en mis relaciones; tuve que abandonar mis estudios porque no podía seguirlos, al ser on line; ha provocado éxodo social y laboral; ha cambiado mi modo de comunicarme; me he sentido más controlado en mi empresa; estuve enferma, intenté aclararme con internet y me confundía más que me aclaraba; la banca on line me aleja de mi dinero y excluye a muchas personas, porque ahora son más bien usuarios que personas; las nuevas tecnologías producen adicción. ¿Nos estaremos engañando a nosotros mismos con nuestra veneración actual por las tecnologías, pensando que nos dan, cuando en realidad nos quitan? Sin duda, necesitamos una reflexión social, y en serio. sobre la tecnología.

Después de este preámbulo, el encuentro abordó directamente la mentira. Cualquier mentira. ¿Por qué mentimos? Pero, lo primero, distinguir entre verdad y mentira. Cuando mentimos afirmamos o manifestamos algo contrario a lo que sabemos, creemos o pensamos, dice la RAE. Pero la verdad es otra cosa, está más allá de nosotros porque la verdad es a pesar de nosotros, y la buscamos denodadamente, la realidad. Pues bien, los participantes quisieron distinguir distintos tipos de mentira, con sus restricciones propias.

La (llamada) mentira piadosa. Una mentira, dicen, para no hacer sufrir al otro. Con muy buena intención, pero, ¿puede ser contraproducente a la larga? Por ejemplo, una persona enferma, con un pronóstico terminal, si quiere saberlo, ¿no debería saberlo? Una persona que ha sido adoptada por sus padres, ¿no debería conocer la verdad? ¿No hacemos un mal a los demás y a nosotros mismos evitando la verdad? Luego está el modo de comunicarla, que es muy importante: el momento adecuado, adecuado a la situación vital y emocional de la persona afectada. Para esto, sí hace falta la piedad, pero no para ocultar la verdad a sabiendas o mentir.

La mentira interesada. ¿Es lícito mentir para satisfacer un interés u obtener un beneficio? Sucede mucho. Y mueve mucho... en las empresas, en la política, en la mercadotecnia, con los bancos, con las aseguradoras, etc. ¿Por qué no lo iban a hacer los individuos en sus relaciones? ¿O fue al revés, primero los individuos y luego las corporaciones? En todo caso, si mentimos de esta manera, es necesario prever las consecuencias, evitar los daños y, sobre todo, reflexionar: ¿es necesario mentir para satisfacer un interés propio? Puede que, en el fondo y a la larga, sea más “productivo” ser sinceros y mostrarse como realmente somos... Imaginad un político o una empresa que esto lo pusiera por bandera y lo llevara a cabo en la práctica... “Vendería” más que nadie. Esto sí que sería un auténtica innovación en el mercado. Y vaya si lo buscamos.

La mentira por superviviencia. Se dan situaciones en la vida en las que mentir parece una opción válida, si está en juego algo valioso, como la vida o la libertad. Aunque jure que no mentirá, nadie se escandaliza si un acusado mienta. Pero aquí puede haber una necesidad insoslayable, quizás. Cuando sucede en una situación “a vida o muerte”, pero no cuando se convierte en norma o en una forma de vida. No si uno se engaña a sí mismo. O bien, si la situación no es, en realidad, tan desesperante o crucial.

En fin, que nuestros participantes estuvieron un largo rato analizando algunos de los casos de mentira y sus circunstancias. E iban quedando satisfechos. Pero, el moderador, que tiene algo de aguafiestas o moscardón socrático, pregunta: ¿la mentira es justificable en sí misma? Y expuso el caso que plantea Immanuel Kant: si alguien, cuya vida está en peligro de muerte, se esconde en nuestra casa y el perseguidor nos pregunta, ¿hemos de ocultar que está escondido en nuestra casa y mentir? Y todos los participantes, ellos y ellas, dijeron que sí... y que se fuera a tomar el viento el referido Kant. Pero mirad (éste se defendía), si esta norma de “mentir cuando convenga” la extendemos universalemente (es decir, que todo el mundo debería hacerlo cuando lo considere necesario) esa misma norma o máxima de acción, nadie creería a nadie y se destruiría la posibilidad misma de la convivencia. Pero nada, que no estaban de acuerdo... y con razón. En ocasiones la ética kantiana es excesivamente rigorista y se sitúa fuera del contexto vital particular. El contexto y las circunstancias en que está inscrito un acto moral es muy relevante para emitir un juicio o deliberar qué debemos hacer. Y cada caso es único e irreductible. ¿Puede un juez aplicar una ley a un caso de un manera ciega o general, desconociendo las circunstancias particulares de dicho caso? De hecho no lo hace... por eso las sentencias se acompañan atenuantes y agravantes.

¿Cómo salir de este embrollo? El grupo determina como clave para juzgar una mentira, su valor o idoneidad, el que no conlleve un autoengaño del propio agente de la acción. Si yo soy plenamente consciente de mí y de la situación, y existe una suficiente transparencia en mi interior para poder juzgar con objetividad lo exterior, y no miento como un hábito, sino que tomo la mejor decisión de que soy capaz, en cada caso, y decido conscientemente mentir o no mentir, entonces, mi acción sería adecuada. ¿Qué te parece esta conclusión? En los subrayados estarían las claves, lo que ha de ser trabajado personalmente. Tú decides, pero no te mientas a ti mismo. Que sepas lo que estás haciendo en cada momento y por qué. Y la pregunta fundamental, que nunca debo olvidar: ¿de verdad, es necesario que yo mienta en este caso? Kant sigue vivo y coleando. Vale.




sábado, 4 de noviembre de 2023

¿Por qué somos tan susceptibles?

 
Sobre nuestras susceptibilidades

Café Filosófico en Vélez-Málaga 14.1

03 de octubre de 2023, Sociedad “La Peña”, 18:00 horas


Admiro a las personas que son como yo quiero llegar a ser, pero a la vez, estoy rechazando a las personas que son lo opuesto de lo que quiero llegar a ser (…) Cuando yo siento una reacción de oposición activa, de rechazo contra algo o contra alguien o contra un defecto, esto está indicando que este defecto también está presente en mí y lo estoy reprimiendo.

Antonio Blay


¿Por qué somos tan susceptibles?

Comenzamos nuestro primer encuentro de la temporada en Vélez-Málaga, dentro de un proyecto renovado: Ágora de Filosofía practicada. En esta ocasión, se trató de nuestras susceptibilidades, que al parecer son muchas hoy en día. Nos hemos vuelto, nos parece, muy susceptibles; que no es lo mismo que ser sensibles. Y sucede tanto a los individuos como a la sociedad en general, por lo menos, la que nos rodea. La sociedad de la hipersensibilidad y de lo políticamente correcto (otra manera de acercarnos al mismo fenómeno que preocupó aquella tarde de martes a los asistentes). Como una participante expresó con vehemencia, nos sentimos muchas veces inseguros, por miedo nos callamos o nos autocensuramos, no vaya a ser que alguien se moleste, no vaya a ser que se diga algo inconveniente, no vaya a ser que yo atente, sin querer, contra algo o alguien... Y ahí está situada la cosa, de manera que ya no distinguimos entre lo hecho o lo dicho y la intención que lo anima, y esto, como sabemos por lo menos desde Kant, es necesario considerarlo para poder juzgar un determinado acto moral.

Pero dejemos que el relato de lo que aconteció aquella tarde, allí, en la Sociedad “La Peña”, se cuente con su propio orden. Lo primero que se hizo fue dar la bienvenida a las personas interesadas en estos encuentros filosóficos, que son ya muchas, las que se han ido sumando a lo largo de estos trece años de filosofía practicada. Y se recordó su naturaleza y las reglas básicas del encuentro. Y se planteó, como de costumbre, la cuestión de inicio, autorreflexiva. Puesto que es fundamental para vivir bien cómo nos relacionamos con nosotros mismos, hay que desarrollar la autoafirmación (no ya la autocrítica o la recriminación hacia nosotros mismos, que suele ser frecuente), pero no como un deseo o una huida de algo. Pregunta el moderador: ¿cuándo ha sido la última vez en que nos hemos sentido orgullosos, satisfechos de nosotros mismos?

Y los participantes, ellos y ellas, desgranaron para nosotros sus experiencias: en lugar de discutir, dejar que mis hijos reflexionen por sí mismos; he sido capaz de reiniciar una peña que existió en otra época; logré convencer a mi hermano para que saliera a la feria y se lo pasó muy bien; me siento muy bien conmigo misma al acabar mi trabajo cada día; he sido capaz de venir hoy aquí y hablar en público; me atreví a decir lo que pensaba y todo fue muy bien; he iniciado una colección diferente de libros; le di a mi hijo un dinero que necesitaba; hacer cada día al acostarme examen de conciencia; me robaron mi viejo móvil y me alegré; junto con otras personas mayores hemos leído un cuento a unos niños; me sentí ofendida, pero no me disgusté y hablé con esa persona; contemplar la arboleda debajo de mi casa; ayudé a un amigo que lo estaba pasando mal; he sabido cuándo debía callarme; fui capaz de grabar un vídeo de presentación de mi nueva web; he visto a mis amigos muy bien en mi casa; he podido repetir y comprender una práctica de un curso que había realizado; una señora se desmayó y logré sujetarla antes de que se diera contra el suelo... Y ahora es tu turno.

Y comenzamos con el diálogo propiamente dicho: ¿vivimos en una sociedad donde predominan las personas hipersensibles? Y las discrepancias iniciales a la pregunta mostraron poco a poco un malentendido de base: era necesario distinguir entre sensibilidad y susceptibilidad, entre la empatía y la reactividad. Por un lado, sentir como propio lo que sienten los demás y, por otro lado, la reacción automática o subconsciente en nosotros respecto a lo que hacen o dicen o piensan los demás. ¡Y de esto último estábamos hablando! La sensibilidad es necesario mostrarla para hacer de este mundo un lugar mejor, pero la susceptibilidad supone una carencia en la persona que la siente (o mejor, la padece) y necesita de un trabajo consigo misma, con o sin ayuda. Pero veamos todo a su tiempo, porque a esta conclusión se llegó después de un análisis del grupo, acerca de los factores que nos vuelven tan susceptibles. Vamos a seguirlos en sus pesquisas sociológicas y psicológicas, pues fueron cercando el fenómeno desde lo exterior y desde lo interior.

Muchas veces somos más o menos susceptibles dependiendo del estado interior de la persona, si se siente bien o mal consigo misma. Esto es el fondo de tantos malentendidos y disgustos que nos acontecen, por ejemplo, en la redes sociales de internet. No es lo que leo que se dice, sino, como diría Epicteto si viviera esta época, cómo me tomo yo lo que estoy leyendo que ha sido escrito por otro. Y esto está gobernado por mi estado interior que ya estaba previamente en mí. Por eso, es tan importante pararme a pensar mi respuesta, pensar con cautela lo que escribo, si lo pienso de verdad o es consecuencia de mi estado emocional (que siempre es pasajero), y no simplemente limitarme a reaccionar. Unos segundos de dilación en la respuesta es suficiente en bastantes ocasiones.

Muchas veces pretendemos enfatizar los derechos de las minorías y eso está bien, sobre todo cuando es necesario, porque preceden olvidos, discriminaciones o maltratos. Pero es importante ser conscientes de cómo llevarlo a cabo adecuadamente. Es importante considerar cómo se definen y se defienden los derechos y la singularidad de la minoría en cuestión, sin por ello poner en la penumbra a otras minorías o a las mayorías (si las hay). El desconocimiento mutuo suele ser muy nocivo, pues produce interpretaciones sesgadas que llevan a emitir juicios, o bien, a producir reacciones que no satisfacen en absoluto al otro; que conducen a no sentirse reconocidos por las manifestaciones del otro. El principio, aquí sería: quien sufre, sufre por algo, una causa o necesidad no cubierta, que los implicados deberían comunicarse y ser capaces de comprender mutuamente.

Muchas veces los medios de comunicación, de todo tipo, no buscan el bien y la verdad, o lo intentan más bien poco, y se vuelven tóxicos, sesgados, subjetivos, interesados... Y se sobre-dimensiona lo escandaloso, lo morboso, lo que puede vender más (que a la vez contribuye a (mal)educar a la sociedad en esta dirección), se busca lo que puede diferenciarle de otros medios, satisfacer a sus respectivas parroquias, que esperan oír lo que quieren oír y las personas no investigan por sí mismas, etc. Y se olvida el cuidado que un buen profesional del periodismo, por ejemplo, nunca debe dejar de lado: no confundir entre información e interpretación o juicio. Si nos fijamos, lo que predomina muchas veces no es la información o el análisis objetivo (en lo posible), sino más bien los juicios de valor y las opiniones, que se presentan como si fueran un saber. Esto molestaría mucho a Platón: el saber no se puede confundir con la opinión, el saber es una opinión fundada en buenas razones, y ésta es la clave, que suele olvidarse a menudo. Y esto también sucede en la política, por desgracia. Si alimentamos la polarización, no nos extrañemos del conflicto constante entre susceptibilidades.

Muchas veces la reacción susceptible se ha producido porque la situación ha tocado algo no desarrollado, o reprimido, de la persona, y reaccionamos, porque no sabemos responder de otra manera. Ésta puede ser la base psicológica de la susceptibilidad, y la susceptibilidad sería su efecto resultante. Precisamente, como señala el sabio Antonio Blay, eso que me altera, que me saca de mí, eso que produce dentro de mí una protesta, es una posibilidad de conocerme mejor. Los demás me ayudan a conocerme mejor, más todavía los que no están de acuerdo conmigo o son (o creo que son) diferentes; hasta mi mayor enemigo puede mostrarme una faceta de mí que yo desconocía. Algo a trabajar, algo a desarrollar. Y cuando esto lo practico (observar por qué en mi interior se está removiendo algo y qué se está removiendo) dejo de ser tan susceptible o reactivo y empiezo a relacionarme mejor conmigo mismo y con los demás.

En definitiva, seríamos menos susceptibles, si aprendemos a dejar de confundir sensibilidad y susceptibilidad, mi derecho a expresarme y la impulsividad inconsciente, lo que se debe a mí y a mis cosas y lo que realmente viene del otro, la información o los datos y los juicios o la interpretación, si aprendemos a no interpretar las situaciones humanas de un modo simplista o reductivo, sólo desde un punto de vista, el mío, parándonos a pensar, a reflexionar, en definitiva, mirarme yo antes de mirar a los demás y verme a mí en los demás, que son básicamente como yo y buscan básicamente lo mismo que yo, vivir y no solamente sobrevivir. Es posible que, de esta manera, fuéramos poco a poco menos susceptibles y más nosotros mismos y que pudiéramos vivir de un modo más auténtico nuestra realidad. Precisamente, éstas son capacidades que ayuda a desarrollar la práctica de la filosofía. Y eso hacemos juntos aquí. Salud.