Marc Sautet au Café des Phares (Paris 1994) Photo: Wolfgang Wackernagel

domingo, 20 de marzo de 2022

Sobre la injusticia


Alegoría de la Justicia en combate con la Injusticia
Jean Marc Nattie

Café Filosófico en Vélez-Málaga 12.6

18 de marzo de 2022, El Pianista del Carmen, 18:00 horas


Ciertamente, Sócrates, me parece que la parte de lo justo que es religiosa y pía es la referente al cuidado de los dioses, la que se refiere a los hombres es la parte restante de lo justo.

Platón, Eutifrón


¿En qué consiste la injusticia? ¿Por qué hay injusticia? ¿Qué podemos hacer con ella? Tamaña cuestión la de la injusticia... ¿Podremos darle salida en un marco filosófico como el nuestro? Un encuentro de una hora y media... Os contamos lo que fue posible. Pero habréis de saber que una cosa quedó muy clara: hablar de la injusticia implica tener muy clara la noción de justicia, de modo que pueda apreciarse dicha ausencia. La mala tarde de un buen día, en el que algo llovió, no fue obstáculo para que acudieran a este encuentro sus protagonistas. De nuevo, en uno de los agradables espacios de El pianista del Carmen.

La realidad está ahí, pero mi mundo es mi conciencia. Todo aquello de lo que soy consciente es lo real para mí. Así que lo que pensamos, sentimos o queremos, aunque muchas veces parezca que está fuera, me pertenece por entero. En esta órbita se sitúa la pregunta de autoconocimiento que el moderador propuso a los asistentes, a modo de inicio del Café filosófico: ¿Qué cualidad admiras en los demás? Así, la sinceridad, la tolerancia, la constancia, la intuición, la seguridad, la coherencia, la creatividad, la templanza, el saber comunicar... ¡Y se hizo la magia! (cotidiana): «todas esas cualidades que veis fuera, ya están en vosotros, en algún grado, de lo contrario no podríais apreciarlas, no serían valiosas». Percibís que os falta, porque aún no está eso suficientemente desarrollado en vosotros. Y de ello versó el último y reciente Taller de filosofía. Pero, ¿qué pasa con lo que veo defectuoso en los demás? De igual modo, pero por una vía diferente, también está en vosotros. En este caso, como algo todavía no integrado del todo, especialmente, cuando no lo soportáis, os saca de quicio, lo odiáis, o de alguna manera os altera significativamente. Es cuestión de mirarlo... Los demás no ofrecen una excelente oportunidad de conocernos mejor a nosotros mismos.

¿En qué consiste la injusticia? Comencemos por esta pregunta... quizás aprendamos algo de las otras dos, las que nos planteábamos al principio de este relato. Lo primero que ha de quedar claro –conviene el grupo– es que la justicia y la injusticia se refieren a algo humano: se juegan en el trato con el otro. Y un acuerdo más: la cuestión de la justicia y la injusticia es un asunto moral. ¿Cuáles serán los ingredientes fundamentales de su definición? Lo razonable, el daño (individual o social) reconocible intersubjetivamente y la capacidad de juzgar lo correcto deberían estar presentes en su noción. La justicia tiene que ver con el trato justo a los demás (darnos lo que nos corresponde como seres humanos), que no les produzca un daño (perjuicio, discriminación...) evitable, lo cual supone la capacidad de juzgar lo que es justo. La injusticia, obviamente, sería todo lo contrario, la no observación de lo anterior. Pero, entremedias, entre los ingredientes y la noción final de justicia, vino lo mejor de la discusión.

La duda de uno de los participantes, al principio no entendida por los demás, situó al grupo en la realidad de los hechos: ¿lo injusto, cuando no es viable la justicia, dejaría de ser injusto? Esta pregunta ponía al grupo en la facticidad de las acciones humanas. Una cosa es lo que debería ser y otra lo que puede ser... Sobre lo que es justo idealmente no se discute, el problema real se refiere a lo que es posible llevar a cabo. Sería necesario distinguir, pues, entre lo justo y lo justificable, acerca de lo cual podemos dar razones de su nivel de cumplimiento. No siempre somos capaces los seres humanos de cumplir el ideal de justicia. Y por esto es por lo que se discute, habitualmente, sobre la justicia o injusticia de un determinado acto humano. El problema está en la justificación, en el ajuste o no al ideal de justicia, en el caso de una aplicación particular de la misma. ¿Y qué podemos hacer los seres humanos, seres falibles y finitos? Con la justicia y con los demás valores, a la hora de su plasmación práctica en la facticidad de lo real... Inmanuel Kant vino en nuestro auxilio: los valores son ideas regulativas. Es decir, si no podemos alcanzar un valor de una manera plena, al menos pongamos, con nuestra voluntad, el máximo empeño en aras de su cumplimiento. Y esto, aunque parezca poco, es mucho: nunca perdamos la orientación de lo que debemos hacer. Muchos males nos sobrevienen si perdemos este norte... porque acabamos persiguiendo otras metas, inadecuadas. No es lo mismo no llegar, quedarse, pero por el camino correcto, que perderse por otros senderos más peligrosos. Y esto, todos estamos cansados de verlo.

Por consiguiente, el mal de la injusticia, tiene que ver con dos tipos de ignorancia: a) creer que lo injusto es justo (desconocer la verdadera justicia), de esto no se habló aquella tarde, pues, entonces, habría aparecido Sócrates, y esto hay que llegar a ser capaz de verlo; y b) no saber aplicar mejor la justicia, en lo que se puede progresar con el aprendizaje (individual y social), como sí apareció en la discusión, de la mano del ideal regulativo kantiano. Así pues, en lugar de trabajar en contra de la injusticia, trabajemos a favor de la justicia. Salud.

lunes, 14 de marzo de 2022

Sobre el egoísmo

 

Diotima y Sócrates

Café Filosófico en Castro del Río 5.3

11 de marzo de 2022, Peña Flamenca Castreña, 18:00 horas


La búsqueda de quienes somos nos une a todos.

Vicente Ferrer

¿Somos egoístas por naturaleza?

¿Cómo es posible que una discusión sobre el egoísmo pueda desembocar en el amor? Lo verás, si sigues este relato del tercer Café filosófico en Castro del Río de esta segunda etapa, celebrado en la Peña Flamenca Castreña. Un lugar muy andaluz y muy acogedor por su ambiente y por las personas que allí trabajan y se dan cita. Ya teníamos preparado el calorcito de la chimenea en el mismo salón donde se escuchan fandangos y soleás. Gracias. Aunque afectara a la llegada de asistentes, fue una tarde espléndida de lluvia. Dentro también, espléndida de diálogo filosófico. Comprobarás que la filosofía puede llegar a ser significativa, relevante para nuestras vidas. La discusión se enrocó sobre ellos mismos, los participantes, de manera que no tuvieron más remedio que involucrarse personalmente, filosóficamente, ante una llamada muy especial: el amor. Ese “interés desinteresado”.

Cierra un momento los ojos, conecta con tu conciencia interior, respira varias veces profundamente y di: ¿cómo te sientes ahora?, al conectar contigo mismo/a, ¿cómo te has encontrado? Puede ser una sensación física, un estado emocional, un pensamiento en la mente... Cada día tendríamos que hacer esto, tomar conciencia de nuestro propio interior y ser conscientes de nuestro estado aquí y ahora. Ellos y ellas lo hicieron aquella tarde y sentían por dentro: bienestar, relajación, inquietud mental, satisfacción, quietud interior producida por la lluvia de afuera, inquietud emocional y mental, felicidad, tranquilidad, curiosidad mental.

Y, tras la elección de la temática, comenzó la discusión. Antes de saber si somos egoístas, tendríamos que tratar de situar en la noción de “egoísmo”, al menos tentativamente. ¿En qué consiste ser egoísta? Pensar solo en uno mismo... Sí, pero, ¿no es también un actuar sólo de acuerdo a uno mismo? Sería: anteponer mis ideas y acciones, mi valor, a los otros. No tenerlos en cuenta, y si es posible, utilizarlos en mi propio beneficio o provecho. En definitiva, anteponer lo mío a lo de otros, y producir una escisión, y provocar una contraposición, una exclusión llena de hostilidad: o yo o los demás. En cualquier plano o situación. No les hacía falta mirar el diccionario... tenían la experiencia vivida. A continuación se planteó, por parte del grupo, la cuestión de si el egoísmo es siempre meramente individual o no. Y se comprueba que siempre el egoísmo implica una cercanía, pues afecta a lo próximo a un “yo” o un “nosotros”. Así, habría distintos niveles de egoísmo: “lo mío” puede también ser familiar, tribal, comunitario, nacional...

Y surge una protesta en el seno del grupo: los medios o sectores interesados de la sociedad construyen el egoísmo. Para ello, apelan a lo más emocional o visceral de nosotros. El contexto nos hace egoístas, más egoístas... sacan lo más egoísta de nosotros. Pero se plantea, a continuación, lo siguiente: una vasija de barro puede moldearse porque el barro es moldeable. Si es posible construir el egoísmo (y nuestra sociedad ofrece variadas muestras de ello), ¿esto significa que hay algo en nosotros de naturaleza egoísta, que puede llegar a ser moldeado? ¿Somos egoístas por naturaleza? Mirar por uno constituye un principio de supervivencia. Y mencionan (había una médica entre los asistentes) una recomendación básica para quien se dedique al salvamento de otras personas: no puede peligrar su propia vida. Pero, protesta una de las participantes más jóvenes: ¡no sólo somos naturaleza, somos también cultura! O mejor dicho: la cultura forma parte de la naturaleza humana. Somos seres culturales. Por esto, el mal que puede ocasionar un ser humano no tiene nada que ver con el que puede causar cualquier de otro animal. Implica siempre un componente mental, cultural, ideas y emociones construidas social y culturalmente. Por esto, también, podemos llegar a ser tan crueles, cosa que jamás observaremos en la pura naturaleza de los seres vivos. Y, seguidamente, se proponen contra-ejemplos frente la tesis de que somos egoístas por naturaleza.

¿Cuántos ejemplos de altruismo humano conocemos? El grupo reflejó algunos: personas como Vicente Ferrer, que dedican sus vidas a ayudar a los demás; todo el voluntariado; los padres con los hijos y viceversa; muchos están yéndose a luchar a Ucrania, aún a riesgo de sus propias vidas. Un un largo etcétera. La anterior participante trae a colación el primer signo de civilización humana, según la antropóloga Margaret Mead: la curación de un fémur roto, lo que implicaría el cuidado por parte de su grupo. Y emerge la protesta de otra participante, y eso que ella se había dedicado a los servicios sociales a la comunidad: ¡en el fondo, eso no es altruismo! En todos esos casos se da una satisfacción personal de algún tipo. Ella misma disfrutaba con su trabajo, su trabajo le aportaba cosas, personalmente, egoístamente, decía ella. Y el grupo intuía que aquí había una confusión conceptual... Recordemos nuestra definición: la palabra “anteponer” es la clave para que haya egoísmo. La utilización de otros seres humanos para nuestro solo beneficio. En el fondo de esos casos anteriores, ¿qué es lo que hay? Si no lo quieres llamar altruismo, porque contiene siempre un interés propio subterráneo, ¿cómo lo llamarías? Reciprocidad... colaboración... simbiosis... amor propio. ¿Y por qué no llamarlo sencillamente amor?

Esta pregunta provoca un cataclismo en las mentes de los participantes... Un cambio de mente, quizás. Una mirada nueva. ¿De qué está hecho el amor? Es un dar sin esperar recibir, que recibe sin esperar. Dar y recibir. ¿No será esto lo que hay en esos casos que antes hemos mencionado? ¿No te pasaba eso mismo en tu trabajo de los servicios sociales? Y, vamos más lejos (o más cerca), ¿por qué habéis venido hoy aquí, a dialogar con otras personas, a filosofar? Traíais un interés, sí, pero habéis colaborado, habéis dialogado de veras, escuchado, aportado ideas, y también recibido. ¿No es así? No en vano, Diotima, la maestra de Sócrates en las cosas de Eros, concebía la filosofía, el filosofar, como un ACTO DE AMOR, que ofrece preguntas y espera recibir comprensión, consciencia, autoconocimiento. ¿No es cierto que los amantes, al propiciar el desarrollo de lo amado y dejarlo ser, se conocen y se desarrollan mejor a sí mismos? Pues bien, esto es lo que ocurría aquella tarde de diálogo filosófico.




miércoles, 9 de marzo de 2022

Sobre las guerras

 Café Filosófico en Torre del mar 1.2

03 de marzo de 2022, Taberna El Oasis, 18:00 horas


Guerra” en Sánscrito: desear más vacas (gavisti)


¿Por qué hay guerras?

Vayamos al fondo. ¿Por qué sigue habiendo guerras? ¿Será el afán de dominio, será el afán posesivo, será pura supervivencia ciega, será la desigualdad? ¿No habrá otro modo de mirarlo? ¿Somos así? ¿Hobbes o Rousseau, caben solamente? Si continúas leyendo este relato de lo acontecido en el segundo Café filosófico de Torre del Mar, en la agradable Taberna El Oasis, podrás dialogar con los participantes, aunque no estuvieras. Estamos en guerra. Nos preocupa la guerra. Reflexionemos sobre la guerra, mientras no sean irremediables sus consecuencias. Mientras tengamos esperanza, y siempre. Toda guerra conlleva una irreflexión, una mirada muy corta que se piensa total y correcta. Ay, el error: origen de nuestros sufrimientos, y el mayor de todos creer que ya sabemos...

Somos personalmente lo que hemos desarrollado. Toda cualidad no es más que una potencialidad que puede actualizarse en algún grado. ¿Cómo has notado tú esto? ¿Hay alguna cualidad que hayas llegado a desarrollar, conscientemente? De joven era muy tímida, y después he hecho teatro; en mi caso, he desarrollado la paciencia, mi pensamiento de ahora: ya llegará; yo no he desarrollado nada en especial, más bien todo, por ejemplo en el amor; yo gritaba mucho y he aprendido a escuchar; yo también me siento cada vez más madura en el amor; yo he desarrollado la expresión de mis sentimientos; yo me he desarrollado en el trato con mi madre, ya la comprendo más; yo no he desarrollado nada, ni siquiera soy capaz de expresarme... Pero, hoy, ahora mismo, ¿te estás expresando?, pregunta el moderador. Sí. Toma nota pues, tú también, de tus avances conscientes en el vivir mejor.

Nos preguntábamos: ¿por qué hay guerras? Los participantes en este encuentro te ofrecen tres hipótesis: a) un irrefrenable afán de poder o dominio; b) la desigualdad, que no es lo mismo que la existencia de las diferencias; c) el afán posesivo de los intereses económicos, poseer territorios o recursos (de ahí que algunos clásicos como Platón o Karl Marx, prefieran abolir la propiedad privada, origen de tantos males, según ellos). En el fondo, pensaba un participante, es la supervivencia, la que se juega siempre... Pero, sobrevivir, se puede sobrevivir de diversos modos, incluidos la colaboración y el altruismo, replicaron otros. Y, el moderador continúa por este derrotero, que habían iniciado los propios asistentes: de esos tres modos de justificar las guerras, ¿cuál pondríais en la base? Una breve discusión les lleva al afán de dominio. Si bien es cierto que podrían haber seguido otro sendero de exploración: el de la desigualdad. Pero, caminar por aquí, quedó para otro día...

Analicemos dicho afán de dominio. ¿De dónde nos viene? Y emergieron las posiciones clásicas: es aprendido, es innato. Una maestra con bastante experiencia, allí presente, tenía muy claro que el afán competitivo y posesivo les iba llegando a los niños con los años y las influencias externas. Pero no estaba claro... Hobbes (“el hombre es un lobo para el hombre”) y Rousseau (“el hombre es bueno por naturaleza”) estuvieron allí aquella tarde y pugnaron con fuerza. Aunque, los asistentes los pusieron en su sitio: hay mucha variación individual (en unos seres humanos puede estar más presente que en otros lo instintivo o innato), porque se trata de una tendencia individual educable. Y aparece en el escenario una de las guerras, la actual invasión de Ucrania. ¡Y aparece el afán de dominio, como posible explicación! ¡Pero ocurre siempre, a nivel mundial! Dicen los participantes que siempre está presente... claro que, si es una tendencia educable, mucho dependerá de hacia dónde se dirija o cómo se expresa esa lucha por el poder y poseer y dominar, para que produzca sufrimiento o daño con una intensidad determinada. Por esto cabe preguntar: ¿están bien educadas nuestras sociedades? Sabiendo que no hay una educación neutra... como apostilló un participante, apoyándose en Foucault.

Ahora bien, a estas alturas de la historia humana tenemos claro los valores fundamentales, que nunca son plenamente universales, pero que pueden irse afinando y ampliando, más allá de cualquier cultura particular, con sus valores y costumbres propios. ¿Podremos ir educándonos, también, más allá del afán de dominio de unos seres humanos sobre otros? Nos les preocupa tanto a los asistentes la educación en general, que es un proceso largo y tenaz, sino más bien esto: ¿están bien educados nuestros dirigentes? ¿Qué les mueve para estar en, o perseguir, el poder? A la altura de este siglo XXI hay mucha más conciencia de los desastres de la guerra. En las poblaciones, sin duda, pero, ¿y en nuestros gobernantes? Grandes dudas asaltan a los participantes.

Finaliza el diálogo con una esperanza: que las poblaciones hayamos aprendido y esto prevalezca, o que, si a algunos dirigentes les mueve la posesión y el dominio (la propia ignorancia de sí mismos, en el fondo), que no sea así para el grueso de la población. Ante un Putin cualquiera, esto es lo que nos queda. Esta esperanza. Todavía los pueblos no han tomado conciencia de la poderosa fuerza que poseen unidos, y de su creatividad para afrontar nuevos retos. Vendrá con plenitud, cuando hayamos tomado conciencia de que ni uno solo de los problemas de la humanidad en el planeta dejará de ser nuestro problema, y cuando seamos capaces de orientar nuestras capacidades hacia el bien común, hacia una mayor consciencia, cuando capaces de apreciar la armonía del mundo y su belleza en nosotros mismos. Nada de lo humano me es ajeno