Marc Sautet au Café des Phares (Paris 1994) Photo: Wolfgang Wackernagel

sábado, 29 de julio de 2023

¿Qué es la buena convivencia?


Sobre la buena convivencia

Café Filosófico en Castro del Río 6.8

30 de junio de 2023, Peña Flamenca Castreña, 20:00 horas


Hemos aprendido a volar como los pájaros, a nadar como los peces;
pero no hemos aprendido el sencillo arte de vivir como hermanos.


Martin Luther King



¿Qué es la buena convivencia?

De entre los temas propuestos en la tórrida tarde castreña del 30 de junio, en la ya acostumbrada Peña Flamenca, se llevó la palma el dedicado al análisis de la convivencia: ¿qué es la buena convivencia? La pregunta se nos antojaba algo redundante pues, los allí presentes, no concebíamos que una relación mutua que no fuese buena pudiera ser calificada de convivencia; sin embargo, como se apuntó que bien podrían darse relaciones entre dos o más personas –ya sean de pareja, entre compañeros de trabajo, etc.- en las que dominara un mero soportarse mutuo y forzado, se convino el mantener el calificativo de buena en la pregunta sobre la convivencia, para resaltar nuestra intención de aspirar a un nivel más elevado e íntegro a la hora de vivir-con (que no otra cosa significa convivir) otras personas. A la pregunta anterior habría de añadirse otra para tratar de articular nuestra investigación conjunta: ¿por qué, a menudo, resulta tan difícil convivir?

Ya planteado el tema, una participante –bien curtida como el resto del grupo en el campo de batalla de la convivencia- se apresuró a defender que “la clave fundamental de toda buena convivencia es el respeto mutuo”. Otro de los asistentes, tomó la réplica para defender que el fundamento de la convivencia no reside tanto en el respeto hacia la(s) otra(s) persona(s) como en el respeto a unas normas básicas que, previamente, deben haber estado consensuadas. ¿Tiene prioridad entonces el respeto a las personas o a las normas que regulan la convivencia? El conflicto sale en este punto a relucir y el diálogo parece caldear los ánimos por momentos. ¿Puede hablarse de convivencia –o de buena convivencia- cuando las normas resultan injustas para alguna de las partes? ¿Son lícitas esas normas? Según uno de los participantes, todas las normas son lícitas siempre que se hayan consensuado y aceptado previamente. En este punto el moderador cita a modo de ejemplo el documento privado con las abusivas condiciones que el físico Albert Einstein impuso a su primera mujer Mileva como requisito para continuar viviendo en el domicilio familiar. Una de las participantes se revuelve: “lo primero debe ser el respeto a la persona y, en todo caso, en toda convivencia hay unas normas implícitas que deben inculcarse mediante la educación”. “¿Puede haber acuerdo a la hora de consensuar las normas –pregunta otro asistente con mucha intención- si previamente no hay respeto entre las personas?” Nos parece claro que es importante respetar las normas de convivencia pero, no obstante, estas normas no son un fin en sí mismas sino que su sentido es precisamente garantizar una convivencia justa entre las personas: dar prioridad a las normas por encima de las personas sería como poner el carro delante de los caballos. Al consenso alcanzado, apostilla uno de los asistentes que el fundamento para toda buena convivencia se cifra en el amor (la “querencia”, dice) al otro.

La cuestión del respeto iba a necesitar de una labor de desenredo y clarificación teniendo cuenta las confusiones que se manifestaban. ¿Qué es lo que debemos respetar: a las personas o a sus actos o ideas? ¿Puede haber tolerancia si previamente no hay respeto? Uno de los filósofos cafeteros dice que “todas las opiniones son respetables” y otra compañera comenta que “no respeto a alguien que me ataque por mis valores e ideas”. El moderador tira entonces de ironía socrática para plantear al grupo su intención de propinar una paliza a algunos de los participantes por ser de otro pueblo, algo que dice no parecerle bien: ¿es respetable esta opinión? ¿Sería respetable este modo de proceder? Tras unos titubeos iniciales (habría que conocer tus razones, etc.) esta forma de pensar acaba por resultar a todos inaceptable de manera evidente. La compañera que dice no respetar a quien le ataque por sus ideas, reconoce que lo importante no es el ataque a sus ideas sino a su persona (el no sentirse ella respetada). Poco a poco emerge la comprensión de que no debemos confundir a las personas con las ideas o valores que, en un momento dado defienden. Precisamente, es esta identificación de las personas con sus opiniones, creencias, valores o actos una de las claves que nos permite comprender por qué nos resulta tan difícil convivir. Salta a la palestra el ejemplo de los hinchas radicales de un equipo de fútbol: su identificación con su equipo es tal que cualquier crítica o cuestionamiento de su equipo es valorado como algo personal, como una crítica o cuestionamiento de ellos mismos, lo que desencadena actitudes y respuestas de intolerancia y agresividad (literalmente y considerando su identificación, les va en ello su ser). Sin embargo, la hostilidad de un aficionado radical a un equipo hacia los adversarios se nos ofrece como algo irracional pues, si no hubiese otros equipos, el juego del fútbol no sería posible. Nos parece mucho más sensato alimentar una rivalidad sana y meramente deportiva, que permita a los aficionados al fútbol disfrutar y divertirse con un buen encuentro de fútbol, en armonía con los aficionados rivales. “La discrepancia es buena”, añade una de las asistentes, sabedora de que la intolerancia es fuente de dogmatismo y acaba con esa riqueza propia de la diversidad. “Convivir –se dice- es algo que se hace con las personas no con las ideas, valores o creencias”. Abundando en la capacidad de distinguir entre una persona y sus actos, uno de los filósofos de aquella tarde nos pone el ejemplo de una persona que comete un crimen fruto de un estado esquizofrénico. “¿Hemos de condenarlo irremisiblemente o comprenderlo?”-se pregunta. Y añade: “¿Debemos creer en la reinserción de personas que comenten malos actos?”. Para él no hay lugar a la duda, dice que “hay que creer siempre en las personas”, algo en lo que resuena la sentencia bíblica que nos encomienda condenar al pecado pero no al pecador y también la máxima spinoziana de comprender antes de condenar. Otro de los integrantes (discípulo de Sócrates infiltrado en el grupo), propone, a modo de recapitulación y resumen tres importantes aclaraciones sobre lo dicho: una cosa es comprender un determinado acto y otra muy diferente es justificarlo, no debemos confundir el respeto a una persona con estar de acuerdo con ella (con sus ideas, creencias, valores, etc) y, por último, no caer en la confusión que supone identificar a una persona con sus actos. Seguro que, de evitar estas confusiones, la convivencia será un ejercicio menos complicado de lo que a menudo nos resulta.

La conversación continúa con un ejemplo extremo propuesto por uno de los asistentes: ¿puede hablarse de buena convivencia en el caso de una pareja en el que uno de los dos, por estar enamorado, acepte y tolere sufrir abusos por parte del otro? Y, ¿qué diríamos si esa relación tóxica es el resultado de una patología genética o de una circunstancia personal (por ejemplo, el haber uno sufrido abusos en el pasado). ¿Somos realmente libres de elegir respetar a otra persona o estamos determinados genética o culturalmente? La cuestión parece desviarse del tema inicial y el tiempo apremia, quizás sea un tema apasionante para otra tarde de café y filosofía. Sin embargo, volviendo al tema de la convivencia, el compañero que propuso el anterior ejemplo parece tenerlo claro cuando es interrogado: no puede hablarse de amor cuando se trata de una relación en la que uno de los afectados sufre un daño. “No se debe llamar amor –añade otra participante- a la sumisión o dependencia. No se trata en este caso de amor, sino de miedo”. Todos hemos convenido anteriormente en que la clave de una buena convivencia es el respeto hacia el otro, ahora bien, dicho respeto, si es profundo, no puede provenir de otra fuente que no sea el reconocer en el otro la valía intrínseca e inalienable que encuentro en mi propio fondo. Dicho de otra manera: no puede haber respeto a los demás si, previamente, no me valoro y respeto a mí mismo. Una conclusión compartida aquella tarde, muy cercana a esta hermosa cita de Joel Osteen, que quizás pueda servir de colofón y cierre para toda una temporada de encuentros filosóficos: “Si no puedes convivir contigo mismo, entonces nunca podrás convivir con otras personas”.


Alfonso J. Viudez Navarro






lunes, 24 de julio de 2023

¿Qué es la verdad?


Sobre la esencia de la verdad

Diálogo Filosófico en Málaga 1.5

26 de junio de 2023, Ateneo de Málaga, 18:30 horas

Yo afirmo amigos [habla Sócrates], que todos nosotros debemos buscar en común –ya que nadie está al margen de la discusión– un maestro lo mejor posible, primordialmente para nosotros, pues lo necesitamos, y luego, para los muchachos, sin ahorrar gastos de dinero ni de otra cosa. Quedarnos en esta situación, como ahora estamos, no lo apruebo. Y si alguno se burla de nosotros porque, a nuestra edad, pensamos en frecuentar las escuelas, me parece que hay que citarle a Homero, que dijo: «No es buena la presencia de la vergüenza en un hombre necesitado». Con que, mandando a paseo al que ponga reparos, tomemos tal empeño en común por nosotros mismos y por los muchachos.

Platón, Laques

¿Qué es la verdad?

¡Uy, la verdad qué mancillada, qué proscrita en estos tiempos! De ahí que sea tan importante plantearnos juntos cuál es la esencia de la verdad. El espacio es idóneo: la Sala Muñoz Degrain del Ateneo de Málaga, donde la cultura se concita. El contexto es idóneo: un diálogo filosófico, cuya dinámica interna permite indagar juntos. Y hacer preguntas. Y buscar respuestas. Tradicionalmente, se identifica la verdad con los hechos. Pero qué sucede si resulta que no hay hechos puros sin sujetos puros. Si todo hecho es una construcción social y cultural, fruto de una representación de la realidad, una realidad ya interpretada, como nos avisaba Rilke y luego la psicología de la percepción ha “demostrado”. Esta situación humana del conocimiento se ha ido descubriendo, pero siempre ha funcionado. Y continúa funcionando, ahora con los conocimientos “científicos”, psicológicos y sociológicos, convertidos en herramientas puestas al servicio descarado y sin escrúpulos de algún interés o medio (poder o dinero, principalmente, como señala Habermas). No sorprende la confusión de la población, su desarraigo político, si las fronteras entre la verdad y la opinión, lo real y lo virtual, los deseos y la realidad se han ido desvaneciendo. Si cualquiera tiene derecho a decir lo que quiera, justificar como quiera lo que hace o dice, y no hay razones mejores unas que otras, si todo es justificable, si el lenguaje (que contiene sus propias limitaciones) se puede manipular descaradamente y sin rubor, no sorprende que a algunos les dé lo mismo hablar de la verdad o inventársela o que muchos teóricos hablen de que vivimos en tiempos de la posverdad. Sócrates contra sofistas. La diferencia está en la actitud: ¿por qué no empezar a cultivar una adecuada actitud ante la verdad, antes de empezar a hablar de “los hechos”? Quizás la verdad sea más una actitud que un hecho. Este es el descubrimiento que te ofrecen los participantes de este diálogo filosófico. Quédate con nosotros.

Nuestra época, aparte de ser una época de tremenda confusión, no va muy bien que digamos. Somos conscientes. En muchos aspectos. Y mucho de lo que sucede no depende de nosotros, pero otros claramente sí, como diría Epicteto. Pues bien, ¿qué hago yo para que este mundo sea un lugar mejor para vivir (y convivir)? No hablamos de grandes hazañas o heroicidades. Acciones cotidianas: escuchar a una persona, colaborar de alguna manera con una ONG o similar, ser muy consiente de mi voto en unas elecciones, o de mi consumo diario, aprender a cuidar de mí mismo, cumplir con mi parte o mis obligaciones, etc. Miremos si hay cosas que nosotros podemos hacer. En el caso de nuestros participantes, esto es: mostrar las contradicciones, agitar el pensamiento de las personas; procurar actuar según mi conciencia; tratar de no molestar innecesariamente a los demás; considerar a los demás, valorándolos, respetándolos; dando tanto como los demás me ha dado a mí; escuchar al otro; promover un consumo responsable, una relación más adecuada con la naturaleza, por ello colaboro con algunas asociaciones; ayudar a apartar de las personas la agresividad como una manera de relacionarse; colaboro con algunas ONGs, trato de escuchar sin juzgar, trato de ser solidaria, doy gracias; trato de cultivar la empatía; trato de ser sensible al dolor de los demás; y yo, hago música. Pues bien, ¿qué puedes hacer tú, que depende nada más que de ti?

¿Es posible la verdad? Y para ello: ¿qué es la verdad? Estos dos momentos de la indagación orientaron al grupo en su búsqueda. (Y no se abordaron estos temas paralelos: la relación entre verdad y vida, ni entre verdad y felicidad, solamente, la relación entre verdad y conocimiento; o quizás sí, de otro modo... lo veremos hacia el final). Comenzaron, pues, a recoger los hallazgos conceptuales que nos permitirían definir la esencia de la verdad: si hay verdad, es porque hay objetividad (quiere decir que todo lo subjetivo ha sido apartado para que no interfiera); si hay verdad es porque hay coherencia entre lo que decimos (el lenguaje) y lo que es (la realidad), una concepción muy aristotélica, la verdad como adecuación, todo un clásico; hay verdad cuando algo coincide con la definición, fruto de un consenso; hay verdad cuando es el resultado de un proceso de investigación que cumple todas las garantías de que somos capaces, y este proceso nos iría aproximando gradualmente a la verdad, por ejemplo en el sentido de Karl Popper. Además, la verdad no debe ser confundida con otra cosa que no es: lo obvio o evidente con lo imaginario o la ficción o lo virtual; lo indiscutible con lo que es más que discutible; la opinión con la creencia, ni la creencia con un punto de vista, ni un punto de vista con un saber bien fundamentado; recordemos lo que nos decía Platón: el saber es la opinión fundada en buenas razones (y esto último es lo decisivo). Si lo miramos, en el fondo toda definición de la verdad incluye un componente absoluto: si algo es verdad, no puede mostrarse más adelante que no era verdadero, en tal caso es que no era la verdad; si es verdad entonces no puede dejar de serlo. Pero no todos los participantes lo vieron tan claro, lo aceptaban, sí, pero a la altura de nuestro tiempo, eran también conscientes de que toda verdad incluye un componente construido, humano, y por tanto falible. Y ahí estaba la dificultad... ¿Qué es la verdad? ¿Es posible alcanzar una verdad única, absoluta, o más bien, toda verdad está abocada a ser sustituida por otra verdad, que toda verdad es provisional?

En eso estaba el grupo, en este impasse, cuando uno de los participantes planteó una situación, algo tópica, referida a la percepción: vemos un 9 o un 6, según desde dónde miremos la imagen en el papel. Entonces, el moderador preguntó: alguien verá un nueve y otra persona verá un seis, pero, ¿por qué en ambos casos no verán nada más que un nueve o un seis? Pareciera que hay algo común, que sólo hay esas dos posibilidades. Tras esta momentánea y pequeña perplejidad, preguntó: ¿sois capaces de ofrecer una definición de la verdad que sea capaz de recoger, a la vez, su carácter absoluto y su carácter construido? Esto que parecía inicialmente un misterio inescrutable, con el diálogo fructífero, fue cayendo por su propio peso: parece ser que nuestras definiciones son absolutas y, en cuanto definiciones o conceptos puros, se cumplen, pero en la práctica nunca se alcanza del todo eso que exigen tales definiciones. Entonces, ¿cuál puede ser un concepto de verdad acorde con tal situación? Pero atentos: ¡la salida de una situación paradójica, siempre conduce a una nueva visión! Y ellos y ellas accedieron a vislumbrar el nuevo panorama. Una nueva concepción (quizás muy vieja, pero descubierta allí mismo, aquella tarde): la verdad como búsqueda. La verdad es la búsqueda misma de la verdad. Cuando se busca, se intuye lo buscado, si no, no podría buscarse; y a la vez, lo encontrado no agota la búsqueda misma. Porque, quizás, sólo pueda hablarse, auténticamente, de verdad nada más que en presente, aquí y ahora. Buscar la verdad y encontrar lo que es la verdad aquí, en este caso, en este momento. La verdad renovada o actualizada. Siempre viva. La búsqueda de la verdad no es solamente una construcción de la realidad ni tampoco coincide sin más con lo hallado.

Pero esta concepción de la verdad exige mucho de nosotros: una actitud adecuada, siempre atenta, siempre abierta, siempre receptiva, siempre disponible, siempre honesta, sincera con nosotros mismos. Esto es lo fundamental. Éste es el árbol que da buenos frutos. Auténticos frutos reales y verdaderos. Riquísimos. Todo lo demás, no sería nada más que ceguera o presunción. Fruto amargo o muy verde todavía. Imagine el lector qué clase de “verdad” encontraríamos (si es que la encontramos) a partir de actitudes opuestas a las anteriores... Además, esta visión de la verdad nos ofrece grandes ventajas. Nos evita caer en peligrosos extremos: el dogmatismo y el relativismo. No hay una única verdad, ni cualquier cosa es la verdad. Pensar de un modo dogmático, aparte de abortar cualquier investigación posible (ya se cree que se sabe todo), llega a ser muy nocivo en la práctica: intolerancia, discriminación, etnocentrismo, nacionalismo, imperialismo, etc. De todo ello hemos sufrido mucho a lo largo de la historia. Por su parte, el relativismo, más allá de la admisión de la diversidad que ha de llevar a la comprensión mutua, no debe abocarnos a la justificación indiferente de cualquier manifestación ética o política, injusta o que atente contra los derechos humanos, otros seres o la vida en el planeta. No todo vale (igual). De esto también hemos visto mucho, y estamos viendo en la actualidad. En el fondo, se piensa que no hay verdad, por lo tanto, para qué esforzarse en buscarla siquiera. De nuevo, Sócrates frente a la sofística.

Finalmente, tomar conciencia de la importancia de la actitud ante la verdad, condujo al grupo a plantearse si toda verdad ha de ser buscada, si el ser humano ha de ir siempre, intencionalmente, en pos de la verdad. Y los rasgos, que ya se habían entreabierto, de la actitud de búsqueda de la verdad, nos indicaban un nuevo sendero que transitar, para quien esto le diga algo: si estamos atentos, abiertos, presentes, receptivos, disponibles, si somos nosotros mismos ante lo real... es posible que no se necesite nada más. Fuera las prisas, fuera la angustia, fuera el afán de dominio, fuera la prepotencia, fuera la competición, fuera el creernos unos dioses. La verdad se decantará, por sí sola vendrá a nosotros. ¿Pasaremos de largo, estando delante de nosotros? ¿Estaremos preparados para recibirla? Porque nos va a transformar... Vale.




martes, 18 de julio de 2023

¿Es bueno que todo se normalice?

 Sobre la normalización social

Café Filosófico en Torre del Mar 2.7

22 de junio de 2023, Taberna El Oasis, 18:00 horas


El poder se incardina en el interior de los hombres, realiza una vigilancia y una transformación permanente, actúa aún antes de nacer y después de la muerte, controla la voluntad y el pensamiento en un proceso intenso y extenso de normalización en el que los individuos son numerados y controlados.

Michel Foucault, Vigilar y castigar


¿Por qué la normalización social es percibida como un problema? Así lo vemos dentro. Hay un problema. Que las cosas se vuelvan frecuentes, típicas, repetitivas, que predominen o sean habituales, que se defiendan como naturales, lo que es debido, que respondan a una media (incluso estadística) de lo que suele hacerse o pensarse o decirse, no es en el fondo lo que nos preocupa, lo que nos molesta, lo que atenta contra lo más sagrado de nosotros mismos. No. Es su mensaje oculto: las cosas no pueden ser de otra manera; yo no puedo ser de otra manera. Ahí arraiga una injusticia fundamental. Y esto fue lo que estuvo en el fondo de la inquietud de los participantes. Aquella tarde, en que realizamos nuestro café filosófico en la terraza de la Taberna El Oasis. Síguenos en esta andadura. Como nos espoleaba Immanuel Kant: “atrévete a pensar por ti mismo”. Porque un “es” no puede dar paso a un “debe”, nos prevenía David Hume.

¿Qué es eso de lo que estás muy seguro/a? Pregunta el animador del encuentro, para abrir boca. Quizás afloren nuestros más profundos motivos del vivir. Quizás con esta autorreflexión observemos alguna grieta en el edificio de nuestras (aparentes) seguridades. Y esto nos lleve a ser más cautos, a que nos aseguremos un poco más... En cualquier caso, es muy sano mentalmente. Porque las ideas son siempre interpretaciones o representaciones de la realidad; los hechos, en la práctica, están siempre construidos; y solamente la experiencia directa, sincera y auténtica, nos ofrece evidencias, que no queden atrapadas por nuestros temores o deseos. Pues bien, esto dijeron: sé con seguridad que he de morir; estoy segura de mi conciencia mientras hago algo; que las cosas deben hacerse con amor; que me encuentro ahora mejor que antes; que soy feliz y que la felicidad se basa en el amor y que, cuando amo, mi yo desaparece; estoy segura de lo que siento, de mi ser consciente; sé que somos vulnerables, de ahí la importancia de cuidar y cuidarse; yo soy consciente de la incertidumbre en que vivimos; que un dolor vivido conscientemente te conduce a la felicidad; yo estoy convencida de mis ganas de crear, “quiero”.

Nuestros participantes quería saber: 1) ¿En qué consiste normalizar? 2) ¿Por qué esta tendencia a normalizarlo todo? 3) ¿Cuáles son los mecanismos que conducen a ello? ¿Qué podemos hacer? Y prefirieron, con buen criterio, comenzar por citar algunos ejemplos de situaciones que han perdido su carácter único, que se han normalizado, a las que nos hemos acostumbrado, a pesar de su injusticia o inadecuación: se ha vuelto normal que todo sea obsolescente, no digamos los objetos electrónicos, y además de un modo programado; nos hemos habituado a ver las tragedias humanas de otras latitudes, o no tan lejanas, como se mira la televisión; las violaciones grupales; la violencia desatada; la insensibilidad ante la pobreza o la discriminación; no hacer nada por mejorar el mundo que te rodea se ha vuelto lo normal. Y esto es lo que preocupaba. Todo puede llegar a normalizarse, pero a ellos y ellas les preocupaba la normalización de lo negativo, del sufrimiento evitable. Y les preocupa porque nos lleva a ser pasivos, a ser insensibles, a la inacción. Nos estamos inmunizando, como los insectos a los insecticidas, que necesitan cada vez una mayor dosis para ser efectivos; nos habituamos a todo, quizás para poder sobrevivir con un mínimo de equilibrio mental. Pero esto incluye el vivir con miedo, incluye la indolencia personal, una aceptación pasiva y no activa, una adaptación sumisa, que no es la sana flexibilidad despierta.

Qué mecanismos sociales refuerzan, reformulan o conducen estos procesos individuales que tienden a convivir pasivamente con cualquier cosa, aunque no nos agrade o con la cual no estemos en el fondo de acuerdo. Y el principal factor: que son procesos que se van dando poco a poco, como en el cuento de la rana en la marmita, que no es consciente de que se está cociendo hasta que ya es demasiado tarde, porque el calor subía muy lentamente. La repetición es otro mecanismo muy eficaz: ya sabemos de su eficacia, Goebbels nos dejó una desgraciada prueba, que nunca olvidaremos, con su propaganda nazi. La tendencia a minimizar lo que no interesa que sobresalga y que se sepa, a determinados intereses, ofrecer una información sesgada, no poder seguir una noticia en todas su fases, cuando deja de ser de actualidad, o bien, provocar la saturación del ciudadano, de manera que esto le lleve a esconderse en su propia vida. De ahí la importancia de la labor de los medios de comunicación. Si en la práctica no son medios libres, porque no lo son sus trabajadores, de publicar siguiendo criterios periodísticos adecuados, si se ven obligados a hablar más de declaraciones o juicios o interpretaciones que de hechos o acontecimientos... Una muestra es el deterioro actual de la política, y de la democracia. Se vuelve “normal” que se actúe por mera estrategia, en lugar de tratar de buscar el bien y la verdad, mentir porque todos lo hacen, corromperse porque otros lo hacen, etc. Y así se normaliza una forma de llevar a la práctica la democracia que es realmente una anomalía. Nos acostumbramos. Nadie ve más allá de lo que aparece. Y todos perdemos.

Pero todo esto no sucedería sin nuestra complicidad personal, consciente o, casi siempre, inconsciente. Yo siempre puedo darme cuenta de los “distractores” que se me presentan cada día para que no piense por mí mismo, para no sea yo mismo. Por ejemplo, siempre puedo darme cuenta y no caer en una concepción de la felicidad (predominante) en la que ésta se busca en lo inmediato, en el consumo o en la transacción: tengo que conseguir, tengo que poseer, tengo que conservar, tienes que darme lo que quiero para que yo sea feliz. Así pues, el primer paso es darse cuenta de cuánto mío no es en el fondo mío, sino que se ha ido construyendo en mí con los materiales que me han venido de fuera, del mundo en que vivimos. Así pues, la salida del proceso-apisonadora de la normalización comienza en la persona misma, en empezar a ser o vivir como persona, libre y conscientemente, como nos recuerda María Zambrano en su obra Persona y democracia. Quizás cada uno, gradualmente, pueda ir tomando conciencia, empezando por la pequeña escala, parcelas cercanas de mi vida. Pero esto requiere que refresquemos nuestra mirada, ver, mirar mejor, y no tanto pensar, interpretar, juzgar... Estar muy despierto, abierto a lo que hay. Educar nuestra mirada. Precisamente, lo que aquella tarde estábamos haciendo juntos. Reforzar estos buenos hábitos. Tratar de no acomodarse o de mirar como siempre se mira, sino mirar como se mira por primera vez, como lo hace el niño (es cierto, que con sus limitaciones cognitivas) y el artista cuando está creando, estando presentes y muy lúcidos. Precisamente, esto es lo que supone la actitud filosófica, que habíamos practicado aquella tarde en la terraza de la Taberna El Oasis. No ser como insectos que se dejan fumigar una y otra vez. Y esto es posible.



lunes, 3 de julio de 2023

¿En qué consiste la verdadera política?


Sobre la política

Café Filosófico en Castro del Río 6.7

26 de mayo de 2023, Peña Flamenca Castreña, 18:00 horas


Pues estas fueron distribuidas así: con un solo hombre que posea el arte de la medicina, basta para tratar a muchos legos en la materia; y lo mismo ocurre con los demás profesionales. ¿Reparto así la justicia y el poder entre los hombres, o bien las distribuyo entre todos? “Entre todos, respondió Zeus; y que todos participen de ellas; porque si participan de ellas solo unos pocos, como ocurre con las demás artes, jamás habrá ciudades”.

El mito de Prometeo” (Platón, Protágoras, 320 d)


¿En qué consiste la verdadera política?

El ambiente electoral en aquella tarde de mayo, previa a la jornada de reflexión de las inminentes elecciones municipales, debía necesariamente flotar en las mentes de los participantes del Café Filosófico en la acostumbrada Peña Flamenca de Castro del Río, inclinando decisivamente la balanza de las temáticas propuestas del lado de la política. Previamente, el moderador del encuentro formuló a los participantes una pregunta que también te atañe: En este mundo tan confuso y cambiante, donde el valor es tan perecedero, para ti, ¿hay algo de lo que estés completamente seguro/a?

Y continuó la sesión con el tema del día: ¿Cuál es la esencia de la política? ¿Responde a esa esencia la forma actual de hacer política? ¿Es necesaria la política? ¿Somos conscientes de esa necesidad? Así quedó configurado el atractivo programa filosófico de nuestra reunión. Para abrir boca, uno de los participantes –el más joven de todos- lanzó con determinación su propuesta personal a la pregunta acerca de qué es en sí misma la política. “La política –nos dijo- la entiendo como un apoyo necesario y una guía para el desarrollo social, las relaciones justas y formas sostenibles de bienestar”. La mayoría de los asistentes se manifestó de acuerdo con la verdad contenida en aquella tentativa de definición a la que, otra participante, añadió: “la política es convivencia en armonía”. Muy activa en sus inquietudes, otra de las asistentes aquella tarde se quejó del pasotismo y la desafección actual hacia la política, pues entendía que ésta es algo que requiere de la participación de todos mientras que, como forma de organización hacia determinados fines (así definía ella la esencia de la política), frecuentemente ocurre que suele orientarse más a cubrir intereses personales que al bienestar comunitario. Para clarificar las ideas y desenmarañar cierta confusión creada, uno de los participantes -muy curtido en los encuentros filosóficos- propuso diferenciar entre el sentido superficial (pero legítimo) de la política como forma de organización y el sentido ético de la misma, más profundo, como una búsqueda conjunta del bien común. Esa última definición supuso un punto de consenso, pareciendo a todos responder a ese sentido ideal –la política con mayúsculas- de lo que constituye la esencia misma de la política. Esta definición, se convino, recogía acertadamente la totalidad de los distintos aspectos planteados hasta ese momento.

Pertrechados con una idea común de la esencia de la política (aquello que ésta debería ser), los participantes se lanzaron a contrastar si la forma actual de hacer política se ajusta o no a dicho modelo y, en este punto, las conclusiones siempre fueron compartidas de manera general. Se dijo que la política actual peca de caer en la tecnocracia, es decir, dejar el mando de las decisiones políticas en manos de técnicos expertos que únicamente se rigen por el criterio de la eficacia pero sin atender, por ejemplo, a fines de tipo humanitario. De esta forma –recalcó una de las participantes- fuera de la voluntad política de atender a las personas, nunca se hubiese llevado tendido eléctrico a determinadas poblaciones muy pequeñas y aisladas por no ser económicamente rentable; tampoco se tomaría la decisión de que los trasplantes –por su elevado precio- formasen parte habitual de un programa público de sanidad. La esencia de la técnica se nos revela como la capacidad para buscar los mejores medios para determinados fines pero, en relación a qué fines deben ser perseguidos, los tecnócratas no entran a discutir, limitándose a aceptar como fin único la rentabilidad económica. Ahora bien, como ya se había discutido, toda política lleva en su esencia una aspiración ética y, por consiguiente, una valoración consciente acerca de qué fines deben ser perseguidos y qué valores deben orientar nuestra práctica. Caer en la tecnocracia es por tanto un alejamiento de la esencia de la política.

También se acusó a la política actual por su falta de veracidad, al caer continuamente en las típicas promesas incumplidas de la campaña electoral y por su carácter cortoplacista, al buscar sólo beneficios a corto plazo que den rentabilidad electoral. En relación a esto último, los participantes pusieron sobre el tapete la afirmación de que los graves problemas a los que nos enfrentamos, como la desigualdad social, la sanidad universal o el cambio climático, son problemas globales y requieren, para ser abordados, políticas a largo plazo con una actitud generosa y amplitud de miras. “El político –apuntó uno de los asistentes, buen conocedor de la filosofía kantiana- debe regirse siempre por el cumplimiento del deber, en lugar de hacerlo por sus intereses personales”. Otra de las críticas a la política actual fue la de su profesionalización, que acaba siendo causa de cierto acomodamiento cuando no de una abierta y flagrante corrupción. Uno de los participantes propuso como estrategia para optimizar la actividad política que los complementos del sueldo de los cargos públicos electos dependieran directamente de los resultados de su gestión, la cual debería ser valorada de manera externa, independiente y objetiva. Otros compañeros, sin embargo, manifestaron sus reservas respecto a esta propuesta ya que -así lo expresaron- esto acabaría por imponer a la política la mentalidad propia de la empresa y el mercado, alejando a la misma de esa esencia que es la búsqueda conjunta del bien común y abriendo la puerta a una perversión de todo el sistema. Como alternativa, se convino en la conveniencia de limitar el tiempo de participación en la política. En ese momento, uno de los asistentes –profesor de filosofía infiltrado aquella tarde- nos habló del ejemplo de ese extraordinario experimento que fue (con todas sus limitaciones que ahora vemos, como la exclusión de mujeres y esclavos) la primera democracia de la Grecia clásica: en ella todos los ciudadanos estaban llamados a participar, más tarde o más temprano, de manera activa en la vida política. Y, para deleite de los asistentes, ilustró sus palabras con una referencia a una lectura del Mito de Prometeo de Platón. En dicho texto, relata el insigne filósofo, cómo fueron repartidas las facultades entre las especies mortales y cómo, provistos los hombres de la sabiduría de las artes junto con el fuego (que Prometeo robó para ellos) pero no de la sabiduría política, se ultrajaban continuamente entre sí. Temiendo que los hombres llegaran al exterminio, Zeus ordenó entonces a Hermes que repartiese entre ellos el sentido moral y la justicia pero no cómo se habían repartido otras cualidades (de manera que unos pocos poseían el arte de la medicina y así con las demás artes y profesiones), sino entre todos los hombres por igual para que todos ellos –y no sólo unos pocos- participasen de la vida política.

Para terminar aquel intenso diálogo y dado que, de todo lo anterior se colige que todos los participantes estaban de acuerdo en subrayar la importancia que tiene la política, se abordó la cuestión acerca de si realmente somos o no conscientes de dicha necesidad. La opinión común fue la de que nuestra sociedad adolece de una falta generalizada de conciencia política y que la degeneración de la misma y los continuos casos de corrupción han acabado por crear cierta desafección hacia la misma, sobre todo entre los sectores más jóvenes. En el revuelo de comentarios surgidos, se marcó la diferencia entre participantes de mayor edad que, habiendo vivido la represión política del franquismo, valoraban enormemente la posibilidad de participar en la vida democrática y otros más jóvenes que manifestaban con sinceridad su alejamiento hacia la actividad política. Se recalcó entonces entre todos la importancia de cultivar la memoria histórica para no dar por sentadas ciertos derechos y libertades que, lejos de estar ahí desde un principio, son el resultado de las luchas y reivindicaciones en tiempos pasados. Asimismo, se destacó como un elemento negativo la extraordinaria complejidad de la política actual, fruto del fenómeno de la globalización que ha propiciado un salto sin precedentes en el ámbito de la acción política, desde la polis griega primigenia a nuestra vigente aldea global que abarca todo el planeta. Es por ello que se acabó concluyendo que, quizás ahora más que nunca, se deba reivindicar la necesidad de pensar en la política, de que esa aspiración filosófica, tan patente entre los asistentes a los cafés filosóficos, de vivir de manera consciente, no se quede en el ámbito de lo individual sino que, en tanto que –como nos advertía Aristóteles- somos animales sociales por naturaleza, se extienda también al ámbito de la comunidad política.

Alfonso J. Viudez Navarro