Marc Sautet au Café des Phares (Paris 1994) Photo: Wolfgang Wackernagel

viernes, 24 de mayo de 2024

El nombre de la rosa



EL NOMBRE DE LA ROSA (1986)

La mayoría de los asistentes a esta quinta sesión del ciclo Cine y Pensamiento, organizado por el Área de Cultura del Ayuntamiento de Vélez-Málaga y la Fundación María Zambrano, había visto la película... y habían leído la novela de Umberto Eco (1980), en la que se basa. Pero allí no estamos solamente para ver una película, sino para dialogar sobre ella, a partir de ella, desde ella y desde nuestra propias experiencias actuales. Esto también es necesario, muy necesario. Por eso, quizás, la sala estaba tan llena. Umberto Eco escribió una gran novela y Jean-Jacques Annaud realizó una gran película, tanto monta...

Hay dos maneras básicas de ver esta película: atentos a su trama de suspense y detectivesca, situada en la baja Edad Media (en 1327 transcurre la acción, en una abadía benedictina del norte de Italia; un Cherlock Holmes y un Dr. Watson medievales), o bien, como el choque de dos visiones o culturas contrapuestas: por un lado, un mundo que agoniza y muestra las contradicciones y absurdos a que llega en su degeneración; y la otra que emerge llena de fuerza, crítica y orgullosa, segura de sí misma y de sus posibilidades, la Modernidad, de la que somos herederos. En la trama, esta última visión del mundo estaría representada por los personajes Guillermo de Baskerville (muy posiblemente el teólogo y filósofo Guillermo de Ockham en la ficción, interpretado por Sean Connery) y su discípulo Adso (interpretado por un joven Christian Slater). La visión medieval, decadente, estaría representada por el resto de personajes, los monjes de la abadía (caracterizados de un modo grotesco tanto en sus rasgos físicos como psicológicos), especialmente el venerable Jorge.

Queda claro, entonces, que se trata de una época de crisis, como sucede siempre que algo acaba y algo comienza. Y así fue el siglo XIV, un siglo de crisis. Veamos algunos aspectos de esa crisis: desintegración del Imperio germánico, heredero del Imperio romano; división en el seno de la Iglesia (Cisma de Avignon, con Juan XXII, discusiones teológicas, por ejemplo, sobre la pobreza o no de Cristo y de la misma Iglesia); luchas entre el Pontificado y el Imperio, lo que supone el final de la armonía entre el poder civil y el religioso, así, el emperador (Luis IV, Sacro Imperio romano) en la película ayuda a Guillermo contra el Papa; crisis económica, el hambre y las epidemias que asolan Europa; y una crisis de valores terrible, que se muestra en el surgimiento con fuerza de herejías (p. e. los Dulcinistas), nuevos cultos como la brujería, la magia, el terror apocalíptico y, como consecuencia, una Inquisición que se vuelve más represiva. Pero, veamos rápidamente algunos de los elementos principales de este choque de culturas:

1) Frente a las explicaciones de tipo sobrenatural, ahora se tratan de buscar explicaciones más naturales o racionales a los sucesos (así, Guillermo pretende explicar las muertes que se producen en la abadía sin “suponer anticristos”. Así, comienzan a predominar métodos como la inducción y la observación. Hay muchos ejemplos en la película: cómo localiza Guillermo los urinarios, cómo descubre que ha habido un muerte reciente, cómo investiga la causa empírica de las muertes, los indicios, como las huellas en la nieve...

2) El uso de instrumentos de medición u observación (astrolabio, sextante, que se ocultan con la entrada del señor Abad al principio de la película, las lentes de aumento, que regalará a Adso, cuando se separan sus vidas; no en vano la ciencia moderna comenzó por resolver problemas prácticos (y un buen ejemplo es Leonardo da Vinci, prototipo de hombre renacentista).

3) El hermetismo medieval del saber: el saber es peligroso, “la duda es enemiga de la fe”, “la soberbia de la razón”, todo ello simbolizado en la biblioteca de la abadía, que es una fortaleza (los libros están bajo llave, vigilados constantemente, inaccesibles, prohibidos... la biblioteca es también un laberinto, diseñado para que se pierdan los intrusos). Frente a todo ello, la visión moderna del saber como algo al alcance de todos, y que lo recibido de la tradición incluso puede ser cuestionado, y si es aceptado, que sea críticamente.

4) La fe necesita del miedo al diablo, a la condenación, frente a la concepción moderna de la fe como convicción personal y no opuesta a la razón (autonomía de la fe y de la razón, que defenderá Guillermo de Ockham en su filosofía-teología).

5) La defensa de la ausencia de progreso en la historia del saber; el saber es una sublime recapitulación, en donde lo esencial nunca cambia (pensamiento tradicional) y no una investigación de novedades; frente a eso, la defensa de la idea moderna del progreso y que lo nuevo es mejor...

6) El desprecio de lo más “humano”, el cuerpo, los afectos, los sentidos, lo sensual; por contra, la revalorización del cuerpo y de lo sensual, así, este mundo ya no es visto como “un valle de lágrimas”.

7) La misoginia cristiana: “más amarga que la muerte es la mujer”, “la mujer es fuente de pecado”, se dice en la película; Guillermo, sin embargo, sugiere que la mujer también posee dignidad y puede llegar a ser virtuosa, igual que el varón, así como también destaca “lo insulso de la vida sin el amor”.

8) El tema de la risa, central en la trama, relacionado con la ocultación del segundo libro de Poética de Aristóteles, cuyo último ejemplar se encontraría en esta abadía; el espectador tendrá que descubrir por qué es tan peligroso este libro y es tan importante ocultarlo a toda costa.

En fin, que los asistentes al diálogo podían aprovechar la ocasión de la película para contemplar algunos aspectos básicos de los orígenes de nuestro modo de entender y de pensar, pero además, poder empezar a ser autocríticos con nuestra propia época, como lo han sido, por ejemplo, autores como Jürgen Habermas, y con él, toda la Escuela de Francfort. Es decir que, con el correr de los siglos, podríamos estar en disposición de revisar una visión oscura, o simplemente retrógrada, de ese período de nuestra historia, la Edad Media, y percibir de una manera más crítica nuestro propio mundo: ¿todo nos ha ido bien, desde entonces, con esa visión moderna que se abrió con el llamado Renacimiento? El moderador del diálogo puso sobre la mesa una serie de cuestiones, a raíz de la película, sobre las que discutieron y que se recogen aquí para ti, lector, quizás, para propiciar el que seamos nosotros un poco más conscientes y lúcidos, si cabe, en esta época nuestra de crisis también: ¿Lo nuevo es siempre mejor? ¿La idea de progreso, llevada a la práctica históricamente, nos ha hecho mejores? ¿Nos hemos dejado algo por el camino, al convertir el saber y cultura en objeto de consumo masificado? ¿En nuestros días, es posible que hayamos sobrevalorado el cuerpo, lo sufrimos? ¿Debemos reírnos de todo y de cualquier manera? ¿Hemos sido soberbios, nuestra razón lo ha sido, es decir, hemos creído saber/poder más de lo que sabíamos/podíamos?

sábado, 11 de mayo de 2024

Doce hombres sin piedad

La persona que ha participado en un diálogo auténtico o verdadero sale transformada (en algo o en todo) para el resto de su vida. Sucedía con los interlocutores de Sócrates que hacía desfilar Platón por sus Diálogos, y sucedió con los personajes de la siguiente película que, poco a poco, va ampliando este ciclo de Cine y Pensamiento: Doce hombre sin piedad (1957). Doce hombres airados o enfadados, como dice la versión original (“12 angry men”). Después veremos por qué. Así lo apreciaron también los asistentes, numerosos, aquella tarde en el CAC de Vélez-Málaga. El animador del encuentro cinéfilo-filosófico le ofreció esta clave, que ellos y ellas podían luego confirmar o rebatir en el diálogo tras la película: percibir allí una genuina experiencia de transformación personal. La película –muchos la recordaremos por la versión de Estudio 1 de RTVE, aquel mítico programa de teatro que añoramos– está dirigida por Sidney Lumet, a partir de un guión para televisión de Reginald Rose; candidata a tres premios Óscar, ganadora de un Oso de oro y situada en el top ten de las mejores películas jurídicas.

En clase, con mi alumnado, la utilicé a menudo para ilustrar, de un modo dramático, el problema de la objetividad del conocimiento humano, requisito necesario para poder hablar de verdad, al menos, para poder buscarla con un mínimo de rigor. Nos permite plantearnos esta pregunta: ¿es posible emitir un juicio objetivo sobre la realidad, juzgar de una manera objetiva? Sin caer en un ingenuo objetivismo ni en un subjetivismo acrítico. Porque, aquí, dentro de la trama de la película, hay que demostrar fehacientemente que el acusado es culpable, y si no es posible, si ronda alguna duda razonable, el veredicto tendría que ser el de inocente. No es lo mismo equivocarse en un veredicto de inocencia que en uno de culpabilidad (pues estamos dando paso a una situación irreversible, en este caso, la silla eléctrica). ¿Los testigos pueden equivocarse en su testimonio? Las modernas teorías de la percepción e investigaciones como las de Elizabeth Loftus, muestran que sí pueden, tantas veces... Factores internos como los prejuicios, los resentimientos, los deseos, los desengaños, los odios, las expectativas..., o bien, factores externos, como la excesiva temperatura ambiental, la social o la del termómetro (como en la película, un bochorno insoportable), los roles, las creencias, los estereotipos, los hábitos... sociales; todo ello puede nublar, y hasta arruinar, nuestra pretensión de objetividad. Porque no es suficiente dar razones, sino que han de ser buenas razones, según Platón, para que una afirmación sobre el mundo pueda llegar a mostrarse verdadera. De ahí que no debamos confundir, como en tantas ocasiones nos sucede, la opinión con la verdad.

Un segundo núcleo de problemas nos plantea en su fondo la película: el problema de la identificación. Entender bien esto nos ayuda a ser un poco más objetivos. Identificación quiere decir: confundirme con mis cosas, lo recogido en mis argumentos (mis ideas, mis creencias, mis hábitos, mis símbolos...). Ser uno con ellas, ninguna diferencia: yo soy mis cosas. Y, entonces, ¿qué acontece cuando algo le afecta a “mis cosas”? Pues, que soy yo el afectado. Por eso están tan enfadados muchos de los personajes que tratan de deliberan juntos en la sala cerrada del jurado. Pero yo no soy eso, como nos enseñan los grandes maestros de sabiduría orientales y occidentales, y nosotros lo podemos experimentar en nuestra vida, si estamos atentos. Esos personajes están sufriendo (al identificarse con lo que han vivido en sus vidas) y lo muestran airadamente: ¡el chico (el acusado) es culpable!, y si alguien (como el personaje de Henry Fonda en la película) pone en cuestión lo que digo, entonces, me está atacando a mí. ¿En cuántas ocasiones somos testigos de este tipo de reacciones?

Pero aún podemos ahondar un poco más en nosotros mismos, a través de lo que nos plantea la película: ¿cómo podemos sacudirnos esas cargas que hemos ido incorporando a lo largo de nuestra vida, esas experiencias negativas o incompletas que hemos padecido? ¿Cómo llegar a ser unos espejos más limpios, de manera que podamos reflejar más fielmente la realidad? Con mucha claridad podemos, como hicieron los participantes del diálogo allí presentes, intuir qué personajes de la película son vehículos más limpios de sus juicios o razonamientos, es decir, que se identifican menos con sus argumentos y son capaces de desprenderse de ellos más fácilmente, si se muestran débiles o inaceptables; y, del mismo modo, qué personajes se muestran más recalcitrantes, más reacios a acometer esta tarea crítica (o mejor, autocrítica). Recordemos que para ser críticos, primero tendríamos que ser auto-críticos. Llegar a ser más objetivos y críticos requiere, entonces, todo un trabajo personal de autoconocimiento. Por ello, la cuestión central que plantea la película, como decíamos, es la siguiente: los personajes salen de la sala transformados (cuando amainó la tormenta, la atmosférica y la interior). Ya no serán los mismos. Si sus actitudes habían cambiado, lo harían en adelante sus argumentos... y su vida entera. Probad vosotros, entonces, a ver la película de un modo consciente y mirad luego si no os ha transformando también en alguna medida. Es lo que suele suceder en el diálogo que nos proponen las buenas obras de arte. Salud.