Café Filosófico en Vélez-Málaga 6.2
21 de noviembre de 2014, Cafetería Bentomiz,
17:30 horas.
Tetrapharmakon |
EPICURO, Carta
a Meneceo
¿Por qué no hay que temer al miedo?
Dejó escrito Michel de Montaigne —siguiendo
a Horacio— que filosofar es “aprender a morir”. Esto nos ayuda a aprender a
vivir mejor, pues la práctica consciente de la muerte nos capacita para
apreciar la vida que somos y a no vivir temerosos de algo que no es mientras
vivimos. No significa en absoluto rehuir la muerte, convirtiéndola en un tema
cuasi tabú de nuestra época, como a menudo sucede. En efecto, no se trata de
vivir como si no fuésemos a morir nunca, sino aceptar que la muerte forma parte
de la vida —esto descubrimos juntos en un café filosófico anterior—. El “arte
de morir” podemos practicarlo a diario, si morimos muchas veces antes de
morirnos: ayudar a que muera nuestro ego, siempre que la ocasión lo ofrezca, poniéndonos
en riesgo, estando dispuestos a perderlo todo en cada momento, estando yo preparado
para dejar de ser yo y aceptar ser otra cosa, teniendo la valentía de ponerme
en cuestión y poner en cuestión el mundo que yo he ido creando, todo mi mundo.
Esto es filosofar. Precisamente, a lo que habíamos venido. En esta ocasión para
no tener miedo al miedo.
Pero la cosa no dio el primer paso por ahí, aquella tarde del segundo café filosófico de la temporada. El propiciador de estos encuentros agradeció la afluencia de personas y recordó que en la fecha anterior se había conmemorado el día destinado por la UNESCO a dar visibilidad a la Filosofía (el tercer jueves de cada mes de noviembre). Particularmente, en los IES Juan de la Cierva y Reyes Católicos se había realizado una lectura filosófica —junto con otras actividades— de la conocida Carta a Meneceo de Epicuro. ¡Ya se verá más abajo qué curiosa coincidencia! Se da también la feliz coincidencia de la conjunción este año de la efeméride filosófica con la celebración del día de los Derechos del Niño. ¡Y no acaban ahí las coincidencias! Pues no es nada descabellado que se reconozcan entre sí la infancia y la filosofía. No hay nada más filosófico que la pregunta, ni nada más infantil que un porqué a cada esquina de la vida. Y si ha de haber alguna diferencia, podría estar en que la pregunta filosófica se vuelve consciente de sí misma, no sabemos si perdiendo algo de su espontánea frescura. Una búsqueda consciente, sobremanera cuando la efectuamos conjunta y públicamente. Tales fueron los primeros pasos de aquella tarde filosófica.
Pero la cosa no dio el primer paso por ahí, aquella tarde del segundo café filosófico de la temporada. El propiciador de estos encuentros agradeció la afluencia de personas y recordó que en la fecha anterior se había conmemorado el día destinado por la UNESCO a dar visibilidad a la Filosofía (el tercer jueves de cada mes de noviembre). Particularmente, en los IES Juan de la Cierva y Reyes Católicos se había realizado una lectura filosófica —junto con otras actividades— de la conocida Carta a Meneceo de Epicuro. ¡Ya se verá más abajo qué curiosa coincidencia! Se da también la feliz coincidencia de la conjunción este año de la efeméride filosófica con la celebración del día de los Derechos del Niño. ¡Y no acaban ahí las coincidencias! Pues no es nada descabellado que se reconozcan entre sí la infancia y la filosofía. No hay nada más filosófico que la pregunta, ni nada más infantil que un porqué a cada esquina de la vida. Y si ha de haber alguna diferencia, podría estar en que la pregunta filosófica se vuelve consciente de sí misma, no sabemos si perdiendo algo de su espontánea frescura. Una búsqueda consciente, sobremanera cuando la efectuamos conjunta y públicamente. Tales fueron los primeros pasos de aquella tarde filosófica.
¿Cómo veo yo a los demás? Una oferta de autoconocimiento que suscitó algunas respuestas entre los asistentes. “Los demás” pueden ser un poderoso espejo en el que reflejar la propia imagen, si quiero conocerme un poco más. Como yo veo a los demás tiene mucho decir sobre como me veo yo a mí mismo. Vamos a mirarlo. Anotar debemos que los más jóvenes parecían percibir a los demás más bien como una amenaza (cosas de la edad…). Comenzamos, pues, con las respuestas: los demás pueden ser personas como yo; una oportunidad para fijar mejor mi libertad; una diversidad que voy comprendiendo mejor; podemos vernos en ellos; a veces nos los figuramos como una amenaza, con interés al principio y aprensión después; o puede que como algo ajeno a mí, que no me interesa; los veo simples y necios, enemigos a veces; un mundo lleno de traiciones; o puedo percibirlos desde una vaga idea de confianza inicial; a veces se muestran críticos, otras veces iguales a mí; la imagen que me viene a la mente cuando pienso en los demás es la de una bola del mundo con sus antenas permanentemente emitiendo; puedes temer su reacción, sentirte inseguro, pueden parecerte un enigma siempre por descifrar; los demás son aquello que te dicen, a menudo una selva o una maraña y tú liado en ella.
Muchos fueron los postulantes, uno
el elegido. “Lo que somos”, “la importancia de la filosofía”, “el miedo”, “la
moralidad”, “la naturaleza humana” se expusieron, pero el miedo fue el
atendido. Hora y media de agradable y ordenada inquisición sobre esta temática.
¿El miedo es uno o hay muchos miedos? ¿Por qué tenemos tanto miedo? ¿Cuándo lo
tenemos más? ¿Es bueno el miedo? ¿Es superable? Comienza tú también a
indagar sobre ello. O mejor, si quieres, acompaña este recorrido que fueron siguiendo
nuestros participantes, primero.
—Está mi miedo y hay miedos comunes.
—Al parecer mostramos un temor básico a lo
desconocido.
—Muchas veces se manifiesta como inseguridad.
—Está el miedo y están las fobias, y esto ya entra dentro
de lo patológico.
—Yo pienso que lo que hay son personas miedosas, más o
menos miedosas.
—Así pues, ¿piensas que los miedos son comunes y sólo varía
su intensidad en cada persona?
De este modo arrancaba la discusión. Poco a poco fue
conviniéndose en marcar la distinción entre un miedo instintivo básico —que
es natural— y las muchas modalidades del miedo, en donde el miedo al fracaso
se lleva la palma —que es social o aprendido culturalmente—. Puede haber en el
ser humano un miedo ancestral, atávico, pero que alcanza sus más altas cotas de
sofisticación al recrearse y reproducirse socialmente. Esta forma social más
sofisticada —según ellos relataban— suele expresarse generalmente como miedo al
fracaso, el miedo a no “tener éxito”. Miremos a nuestro alrededor, si no, en la
sociedad que nos ha tocado vivir. ¿Qué es lo que en realidad tememos? Nos da
miedo lo desconocido —como quedó apuntado al principio— y esto tiene una
base biológica: lo desconocido puede atentar contra nuestra integridad
psicofísica. Pero lo propio de nuestro tiempo es vivirlo como “fracaso”. Es
natural que lo desconocido nos asuste, es natural que aquello que puede
amenazarnos nos arredre, pero el miedo al fracaso es un miedo imbuido
socialmente que nos lleva a sentir miedo sin haber fracasado todavía. Tememos
perdernos a nosotros mismos. Pues nos percibimos en riesgo permanentemente.
—El estrés que sentimos tan a menudo es el miedo al
fracaso que está siempre al acecho.
—Pero, ¿el estrés es una causa o es un efecto?
—Un efecto.
—Una causa.
—Parece una causa y parece un efecto. Una tensión que es un
miedo, un miedo que es una tensión.
—Pero antes habéis hablado de un miedo natural, instintivo.
Éste parece que tiene un objeto. El miedo del que estáis hablando ahora no
parece tener un objeto.
Así fue como se produjo en la discusión un atisbo
interesante: la distinción entre el miedo y el miedo pensado, el miedo
al miedo. Pero el grupo necesitaba una excursión para refrescarse y apreciar mejor
este descubrimiento; volviendo después tras sus pasos para lanzarse a un nuevo
territorio que alumbrara una salida creativa, digna del reto que proponía ese
“miedo al miedo”. Un modo de no temer al miedo.
—El miedo, la tensión del miedo, ¿posee alguna
función?
—Sí, ya hemos dicho que se relaciona con un instinto de
autoprotección, de lo contrario peligraría tu vida. El miedo te hacer ser más
sensato, más prudente.
—Un bombero o un torero no es que no tengan miedo cuando
actúan, es que están preparados para lo que hacen.
Y es, en este momento, cuando aflora una bonita discusión
sobre el miedo, a raíz de los ejemplos anteriores. “El toro, en realidad no
quiere atacarte —decía un participante—, sólo quiere defenderse. Eres tú quién
piensa que pretende acabar con tu vida”. Y estamos, de nuevo, tratando con un
miedo pensado.
—No me parece que sea así: el bombero cuando sale a sofocar
un incendio tiene miedo, esto no se puede eliminar.
—Pero si controlas tu miedo, ¿tienes miedo?
—Sí.
—Pongamos otro ejemplo con otra emoción: si mantienes a
raya tus celos, los reconoces y no te llevan a malinterpretar la situación ni a
poner fuera lo que está dentro de ti, entonces, ¿estás celoso realmente?
El grupo poco a poco fue reconociendo el origen de muchos
de nuestros miedos: el mencionado “miedo pensado”; éste es el pernicioso, que
nos produce mal; este miedo pensado que se vive como si fuese real, como si
tuviera un objeto real. Acabó el grupo distinguiendo entre el miedo y la gestión
del miedo. No podemos eliminar el miedo, pero podemos gestionarlo mejor y
no sentir excesivo miedo cuando no hay que sentir miedo. El miedo al miedo es
lo que, en realidad nos atenaza y nos impide vivir lo que estamos viviendo en
cada momento.
En este punto, algunos participantes decidieron marcharse.
Ya habrían recogido una parte suculenta de la cosecha (estarían satisfechos).
Los demás también, pero todavía deseábamos seguir un poco más adelante. Antes,
se continuó extrayendo alguna conclusión más: según lo anterior, el miedo es
superable. El miedo instintivo no lo es —pues es necesario—, pero podemos
asumirlo y, con conocimiento, llevarlo mejor en determinados contextos en los
que el miedo es un miedo creado por nosotros mismos.
Entonces, dos nuevas excursiones se propusieron —que habían
quedado en el tintero— y navegamos dos veces un trecho. Una era que aquel que
fuera capaz de manejar el miedo de los demás, dirigirlo, redirigirlo, poseía un
instrumento de control. Controlar el miedo de las masas y vehicularlo a tu
merced te da poder. Esto merecía ser pensado, pero la otra excusión aparentaba
más consonancia con el recorrido anterior y podría poner una guinda interesante.
—¿Qué tiene que ver con el miedo, el miedo a la muerte? Si
eliminamos el miedo a la muerte, ¿eliminamos el miedo?
—Es el dolor lo que nos da miedo…
—Y la cultura de la que partimos influye bastante: evitamos
la muerte. No nos preparamos para la muerte.
—Hay religiones para la vida después de la muerte, sí, pero
no es suficiente para el trance de morir.
Y en esto que aparece el tema de la eutanasia. Y uno
de los participantes veteranos, muy versado en la “muerte digna”, nos ofrece
información muy valiosa sobre la posibilidad de realizar un “testamento vital”
y sobre lo que es —sin confusiones— la eutanasia. Ya, acabando, el moderador
recuerda —sobre todo a los jóvenes estudiantes allí presentes— la feliz
coincidencia con la lectura filosófica del día anterior y la utilidad del fármaco
de Epicuro para curarse de la muerte, mientras vivimos. Pruébalo. No temerás al
miedo pensado, que es el que más que nos hace temer la muerte. Piénsalo con
atención: tú ya has estado muerto.
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