El aprendizaje —siempre inacabado— de cómo vivir bien
ha sido el trabajo principal en que se ha centrado la filosofía auténtica de
todos los tiempos, comenzando en occidente por la antigua filosofía griega. Y
dicho aprendizaje empieza por conocerse a uno mismo, como rezaba una
vieja inscripción en el templo de Apolo en Delfos.
Los diálogos
socráticos de Platón —los de su primera época— muestran el arte
de preguntar de su maestro. Pero todas las preguntas que Sócrates dirige a
su interlocutor, en cada caso, van encaminadas especialmente a poner a prueba
su propia vida, la actual comprensión de sí mismo y de su mundo; están
dirigidas a examinar cómo va viviendo. De ahí que pueda convertirse este arte
de preguntar, que ayuda al “otro” a descubrir por sí mismo quién es y cómo le
va su vida, en una herramienta terapéutica. Y no hay modo más certero de
conocerse a uno mismo que poner en tela de juicio todas nuestras aparentes
seguridades; nada más provechoso para provocar una evolución más allá de tus creencias
erróneas o limitadas, que te ayude a transformar tus habituales patrones
de conducta, causantes de tu malestar o sufrimiento.
Recuerda, con Sócrates, que el malvado —es decir el que actúa mal para sí mismo o para los demás— es en realidad un ignorante, cuya conducta está basada en falsos juicios sobre sí mismo y sobre la realidad. Carencias personales, cuyos efectos podrían gradualmente disolverse, una vez que uno es consciente de ellas, y entiende que, de una manera errónea, sólo buscaba su propio bien.
Recuerda, con Sócrates, que el malvado —es decir el que actúa mal para sí mismo o para los demás— es en realidad un ignorante, cuya conducta está basada en falsos juicios sobre sí mismo y sobre la realidad. Carencias personales, cuyos efectos podrían gradualmente disolverse, una vez que uno es consciente de ellas, y entiende que, de una manera errónea, sólo buscaba su propio bien.
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