Marc Sautet au Café des Phares (Paris 1994) Photo: Wolfgang Wackernagel

domingo, 5 de noviembre de 2023

¿Por qué mentimos?

 


Sobre la mentira

Café Filosófico en Castro del Río 7.1

06 de octubre de 2023, Peña Flamenca Castreña, 18:00 horas

Sea por ejemplo, la pregunta siguiente: ¿me es lícito, cuando me hallo apurado, hacer una promesa con el propósito de no cumplirla? Para resolver de la manera más breve, y sin engaño alguno la pregunta... me bastará preguntarme a mí mismo: ¿me daría yo por satisfecho si mi máxima (salir de apuros por medio de una promesa mentirosa) debiese valer como ley universal para mí como para los demás? ¿Podría yo decirme a mí mismo: cada cual puede hacer una promesa falsa cuando se halla en un apuro del que no puede salir de otro modo? Y bien pronto me convenzo de que, si bien puedo querer la mentira, no puedo querer, empero, una ley universal de mentir, pues según esta ley, no habría propiamente ninguna promesa, porque sería vano fingir a otros mi voluntad respecto de mis futuras acciones, pues no creerían en mi fingimiento, o si, por precipitación lo hicieran, pagaríanme con la misma moneda; por lo tanto, mi máxima, tan pronto como se tornase ley universal, se destruiría a sí misma".

Immanuel Kant

¿Por qué mentimos?

A ver, estamos rodeados de tecnología. Y la aceptamos como algo que ya forma parte de nuestra vida. No nos podríamos imaginar sin tecnología. Esto es lo propio del hombre moderno, tipo occidental. Porque técnicas siempre ha habido, el ser humano es un ser con la capacidad técnica de transformar su entorno, no solamente adaptarse a él, pasivamente. Pero la tecnología es otra cosa: es técnica más ciencia. Y mucho mayor su alcance y sus consecuencias. Porque la tecnología no sólo transforma el entorno, que ya es bastante (miremos a nuestro alrededor), sino que nos transforma a nosotros mismos y nuestras vidas. Estamos tomando consciencia de ello desde mediados del siglo pasado. De ser la ecnología, como debería, un medio para los fines que nos propusiéramos (mejor entre todos), ha pasado a convertirse en un fin en sí mismo, y nosotros un medio para el desarrollo de las tecnologías. No están a nuestro servicio, sino que nosotros estamos a su servicio. Esto ya parece claro, a estas alturas.

Así notamos (y nuestros participantes lo anotaron, en este primer diálogo filosófico de la temporada en Castro del Río) que muchas veces somos nosotros los que tenemos que adaptarnos a una determinada tecnología: así, me siento más controlado, soy un número; me impide pensar; interfiere en mis relaciones; tuve que abandonar mis estudios porque no podía seguirlos, al ser on line; ha provocado éxodo social y laboral; ha cambiado mi modo de comunicarme; me he sentido más controlado en mi empresa; estuve enferma, intenté aclararme con internet y me confundía más que me aclaraba; la banca on line me aleja de mi dinero y excluye a muchas personas, porque ahora son más bien usuarios que personas; las nuevas tecnologías producen adicción. ¿Nos estaremos engañando a nosotros mismos con nuestra veneración actual por las tecnologías, pensando que nos dan, cuando en realidad nos quitan? Sin duda, necesitamos una reflexión social, y en serio. sobre la tecnología.

Después de este preámbulo, el encuentro abordó directamente la mentira. Cualquier mentira. ¿Por qué mentimos? Pero, lo primero, distinguir entre verdad y mentira. Cuando mentimos afirmamos o manifestamos algo contrario a lo que sabemos, creemos o pensamos, dice la RAE. Pero la verdad es otra cosa, está más allá de nosotros porque la verdad es a pesar de nosotros, y la buscamos denodadamente, la realidad. Pues bien, los participantes quisieron distinguir distintos tipos de mentira, con sus restricciones propias.

La (llamada) mentira piadosa. Una mentira, dicen, para no hacer sufrir al otro. Con muy buena intención, pero, ¿puede ser contraproducente a la larga? Por ejemplo, una persona enferma, con un pronóstico terminal, si quiere saberlo, ¿no debería saberlo? Una persona que ha sido adoptada por sus padres, ¿no debería conocer la verdad? ¿No hacemos un mal a los demás y a nosotros mismos evitando la verdad? Luego está el modo de comunicarla, que es muy importante: el momento adecuado, adecuado a la situación vital y emocional de la persona afectada. Para esto, sí hace falta la piedad, pero no para ocultar la verdad a sabiendas o mentir.

La mentira interesada. ¿Es lícito mentir para satisfacer un interés u obtener un beneficio? Sucede mucho. Y mueve mucho... en las empresas, en la política, en la mercadotecnia, con los bancos, con las aseguradoras, etc. ¿Por qué no lo iban a hacer los individuos en sus relaciones? ¿O fue al revés, primero los individuos y luego las corporaciones? En todo caso, si mentimos de esta manera, es necesario prever las consecuencias, evitar los daños y, sobre todo, reflexionar: ¿es necesario mentir para satisfacer un interés propio? Puede que, en el fondo y a la larga, sea más “productivo” ser sinceros y mostrarse como realmente somos... Imaginad un político o una empresa que esto lo pusiera por bandera y lo llevara a cabo en la práctica... “Vendería” más que nadie. Esto sí que sería un auténtica innovación en el mercado. Y vaya si lo buscamos.

La mentira por superviviencia. Se dan situaciones en la vida en las que mentir parece una opción válida, si está en juego algo valioso, como la vida o la libertad. Aunque jure que no mentirá, nadie se escandaliza si un acusado mienta. Pero aquí puede haber una necesidad insoslayable, quizás. Cuando sucede en una situación “a vida o muerte”, pero no cuando se convierte en norma o en una forma de vida. No si uno se engaña a sí mismo. O bien, si la situación no es, en realidad, tan desesperante o crucial.

En fin, que nuestros participantes estuvieron un largo rato analizando algunos de los casos de mentira y sus circunstancias. E iban quedando satisfechos. Pero, el moderador, que tiene algo de aguafiestas o moscardón socrático, pregunta: ¿la mentira es justificable en sí misma? Y expuso el caso que plantea Immanuel Kant: si alguien, cuya vida está en peligro de muerte, se esconde en nuestra casa y el perseguidor nos pregunta, ¿hemos de ocultar que está escondido en nuestra casa y mentir? Y todos los participantes, ellos y ellas, dijeron que sí... y que se fuera a tomar el viento el referido Kant. Pero mirad (éste se defendía), si esta norma de “mentir cuando convenga” la extendemos universalemente (es decir, que todo el mundo debería hacerlo cuando lo considere necesario) esa misma norma o máxima de acción, nadie creería a nadie y se destruiría la posibilidad misma de la convivencia. Pero nada, que no estaban de acuerdo... y con razón. En ocasiones la ética kantiana es excesivamente rigorista y se sitúa fuera del contexto vital particular. El contexto y las circunstancias en que está inscrito un acto moral es muy relevante para emitir un juicio o deliberar qué debemos hacer. Y cada caso es único e irreductible. ¿Puede un juez aplicar una ley a un caso de un manera ciega o general, desconociendo las circunstancias particulares de dicho caso? De hecho no lo hace... por eso las sentencias se acompañan atenuantes y agravantes.

¿Cómo salir de este embrollo? El grupo determina como clave para juzgar una mentira, su valor o idoneidad, el que no conlleve un autoengaño del propio agente de la acción. Si yo soy plenamente consciente de mí y de la situación, y existe una suficiente transparencia en mi interior para poder juzgar con objetividad lo exterior, y no miento como un hábito, sino que tomo la mejor decisión de que soy capaz, en cada caso, y decido conscientemente mentir o no mentir, entonces, mi acción sería adecuada. ¿Qué te parece esta conclusión? En los subrayados estarían las claves, lo que ha de ser trabajado personalmente. Tú decides, pero no te mientas a ti mismo. Que sepas lo que estás haciendo en cada momento y por qué. Y la pregunta fundamental, que nunca debo olvidar: ¿de verdad, es necesario que yo mienta en este caso? Kant sigue vivo y coleando. Vale.




No hay comentarios:

Publicar un comentario