Marc Sautet au Café des Phares (Paris 1994) Photo: Wolfgang Wackernagel

lunes, 18 de marzo de 2024

¿Por qué no hay suficiente compromiso social?


Sobre el compromiso social

Café Filosófico en Torre del Mar 3.4

25 de enero de 2024, Taberna El Oasis, 18:00 horas


Sólo se aguanta una civilización si muchos aportan su colaboración al esfuerzo.

Si todos prefieren gozar el fruto, la civilización se hunde.

Ortega y Gasset


Yo hago lo que usted no puede, y usted hace lo que yo no puedo.

Juntos podemos hacer grandes cosas.

Teresa de Calcuta


¿Por qué no hay suficiente compromiso social?


En el café filosófico anterior, celebrado en la Taberna El Oasis, el grupo de personas que allí se dio cita recogió la sensación de impotencia social que tantas veces nos arrastra hacia la inacción, o bien, a adentrarnos en lo nuestro, cada uno lo suyo, y hacer de eso un aparente hogar. Pues bien, el diálogo que asomaba la cabeza en esta ocasión se presentaba como su cara B. El compromiso social. Son caras de la misma moneda porque no son posibles uno sin el otro: el compromiso social que reivindicamos es una reacción de la impotencia que tantas veces sentimos; y ésta constituye nuestro compromiso herido o maltratado, de otro modo no sentiríamos esa impotencia. Así podíamos obtener un panorama más completo de eso que nos pasa cuando observamos cómo va el mundo y cómo nos gustaría que fuera, el contraste entre la realidad y el deseo, que el poeta Luis Cernuda convirtió en la alforja de su vida. Y descubrimos juntos que la división entre lo individual y lo social, lo cercano y lo lejano, esas dicotomías, esas falsas dicotomías, entorpecen nuestro compromiso personal con la realidad. La actitud en la que yo me doy, me envío, me pongo a mí mismo en mi acción, como etimológicamente significa “comprometerse”. Mirad lo que sucede si separamos la búsqueda de un saber común y universal (en lo posible) de lo particular de mis opiniones... La discusión infinita y el conflicto irresoluble están servidos, si uno se queda en la opinión propia (que es algo idiota por definición), o también, están servidas la sumisión y la ausencia de un pensamiento personal, si no parto de mi propia experiencia para llegar juntos a un territorio común, que es a lo que venimos, precisamente, en un café filosófico.

Pero, ¿cómo veníamos ese día al café filosófico? ¿Desde dónde nos enfrentábamos al deseo de un mayor compromiso social de la ciudadanía? Y dijeron que venían, cuando atendieron a su interior, con estas sensaciones, emociones o pensamientos predominantes: tranquilidad, apertura, paz, enojo, preocupación, indignación, tranquilidad, disposición, vida, sosiego, agradecimiento, bienestar, desilusión, inquietud, picazón, pasión, espera, nervios, una sensación desagradable en el lado izquierdo del cuerpo, de estar a gusto, serenidad, calma, sensibilidad. Estas eran las mimbres para nuestro cesto, tan variadas como los vaivenes que fueron dándose en la discusión, y que resumiremos aquí.

El diagnóstico inicial del grupo era que no hay suficiente compromiso social. Pero, ¿Por qué no hay suficiente compromiso social en el mundo en que vivimos? ¿Y qué sería un compromiso suficiente? Pero a ver, para empezar, ¿en qué lo notáis, esa falta de compromiso? Sigue habiendo muchas injusticias y no luchamos para erradicarlas, muchas quejas de los servicios públicos, la sanidad, por ejemplo, muchas carencias educativas, los medios tecnológicos que generan nuevos problemas... en fin, para qué seguir. Y predomina el interés egoísta, o bien, el hastío social emerge a menudo como única respuesta y, como todos los procesos dependen de muchos, de muchas instancias y actores, nadie se hace responsable, la responsabilidad se diluye; además existen fuerzas externas, con inercias que no controlamos, que nos presionan o encorsetan, la burocracia nos engulle, y nos sentimos divididos, atomizados, aislados... Todo parece demasiado complejo y fuera de nuestro alcance.

Entonces, ¿qué podemos hacer?, ¿qué nos cabe esperar?, como preguntaría Immanuel Kant. Necesitamos una nueva cultura del compromiso social, aportan algunos de los participantes. Favorecer una recuperación de la confianza en que algo se puede hacer, volver a confiar unos en otros y la ciudadanía en sus gobernantes. Pasar de una actitud individualista a una perspectiva en donde lo colectivo recobre su valor propio. Sin estos cambios básicos, les parece a nuestros protagonistas que no podría crecer el compromiso social de la ciudadanía. Y una pregunta abrupta irrumpe en la discusión (comencemos por cambiar nosotros mismos, los que estamos allí reunidos): ¿puedo yo ser feliz si los demás no lo son? ¿Qué es lo decisivo, el bienestar social o el bienestar individual? Y el moderador lanza a los asistentes esta pregunta de raigambre aristotélica. Pues bien, contra Aristóteles, la mayoría consideraba en ese momento que el bien individual es el más necesario. Y es muy posible que estén en lo cierto. Pero, ¿no se quejaban de la falta de compromiso social? ¿No continúa siendo ésta una perspectiva individualista? Pensemos en el compromiso político: se ejerce, sí, individualmente, pero se favorece socialmente. ¿De qué serviría, si no se convierte mi compromiso político en nuestro compromiso político? No puede haber verdadero compromiso sin la fusión de lo personal y lo social. Y si esto no se percibe con claridad, la ineficacia del compromiso conduce a la desesperanza, y ésta a la impotencia social de que hablábamos el otro día.

Y lo mismo sucede con los niveles de compromiso. Cualquier grado, en la medida en que uno pueda, es compatible y es funcional. No se trata de que el compromiso tenga que ser de una manera determinada, como a mí me parece que debiera ser; la clave está en que cada uno desde su esfera contribuya en algo, lo que pueda, al bien común (que luego redunda en mi propio bien). Y tampoco el grupo ve nada clara la dicotomía entre lo lejano y lo cercano: podemos contribuir al bien cercano a nosotros y podemos contribuir al bien de otras latitudes. Es posible, es compatible. Lo que no puede pasar es que la falta de lo uno sirva de excusa para lo otro: como hay muchos problemas globales, de qué vale lo que yo pueda hacer desde mi ciudad; como hay muchos problemas cerca de mí, primero tengo que ocuparme de éstos. Una pareja allí presente, que llevan a cabo labores solidarias, desde hace ya muchos años, aquí en su entorno y allá en otros continentes, lo atestiguan. Lo peor que le puede suceder a nuestro compromiso para que pierda su fuerza y su valor es que no sirva para nada, por un motivo u otro, por una u otra excusa... Todo suma, antes o después; ya se sabe que un grano no hace granero, pero le ayuda a su compañero. Basta saber esto para sentirnos potentes y llamados a comprometernos. No nos perdamos en esas artificiales dicotomías, lo individual y lo social, lo cercano y lo lejano, lo más grande y lo más pequeño. Por ahora, vale así.







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