La persona que ha participado en un diálogo auténtico o verdadero sale transformada (en algo o en todo) para el resto de su vida. Sucedía con los interlocutores de Sócrates que hacía desfilar Platón por sus Diálogos, y sucedió con los personajes de la siguiente película que, poco a poco, va ampliando este ciclo de Cine y Pensamiento: Doce hombre sin piedad (1957). Doce hombres airados o enfadados, como dice la versión original (“12 angry men”). Después veremos por qué. Así lo apreciaron también los asistentes, numerosos, aquella tarde en el CAC de Vélez-Málaga. El animador del encuentro cinéfilo-filosófico le ofreció esta clave, que ellos y ellas podían luego confirmar o rebatir en el diálogo tras la película: percibir allí una genuina experiencia de transformación personal. La película –muchos la recordaremos por la versión de Estudio 1 de RTVE, aquel mítico programa de teatro que añoramos– está dirigida por Sidney Lumet, a partir de un guión para televisión de Reginald Rose; candidata a tres premios Óscar, ganadora de un Oso de oro y situada en el top ten de las mejores películas jurídicas.
En clase, con mi alumnado, la utilicé a menudo para ilustrar, de un modo dramático, el problema de la objetividad del conocimiento humano, requisito necesario para poder hablar de verdad, al menos, para poder buscarla con un mínimo de rigor. Nos permite plantearnos esta pregunta: ¿es posible emitir un juicio objetivo sobre la realidad, juzgar de una manera objetiva? Sin caer en un ingenuo objetivismo ni en un subjetivismo acrítico. Porque, aquí, dentro de la trama de la película, hay que demostrar fehacientemente que el acusado es culpable, y si no es posible, si ronda alguna duda razonable, el veredicto tendría que ser el de inocente. No es lo mismo equivocarse en un veredicto de inocencia que en uno de culpabilidad (pues estamos dando paso a una situación irreversible, en este caso, la silla eléctrica). ¿Los testigos pueden equivocarse en su testimonio? Las modernas teorías de la percepción e investigaciones como las de Elizabeth Loftus, muestran que sí pueden, tantas veces... Factores internos como los prejuicios, los resentimientos, los deseos, los desengaños, los odios, las expectativas..., o bien, factores externos, como la excesiva temperatura ambiental, la social o la del termómetro (como en la película, un bochorno insoportable), los roles, las creencias, los estereotipos, los hábitos... sociales; todo ello puede nublar, y hasta arruinar, nuestra pretensión de objetividad. Porque no es suficiente dar razones, sino que han de ser buenas razones, según Platón, para que una afirmación sobre el mundo pueda llegar a mostrarse verdadera. De ahí que no debamos confundir, como en tantas ocasiones nos sucede, la opinión con la verdad.
Un segundo núcleo de problemas nos plantea en su fondo la película: el problema de la identificación. Entender bien esto nos ayuda a ser un poco más objetivos. Identificación quiere decir: confundirme con mis cosas, lo recogido en mis argumentos (mis ideas, mis creencias, mis hábitos, mis símbolos...). Ser uno con ellas, ninguna diferencia: yo soy mis cosas. Y, entonces, ¿qué acontece cuando algo le afecta a “mis cosas”? Pues, que soy yo el afectado. Por eso están tan enfadados muchos de los personajes que tratan de deliberan juntos en la sala cerrada del jurado. Pero yo no soy eso, como nos enseñan los grandes maestros de sabiduría orientales y occidentales, y nosotros lo podemos experimentar en nuestra vida, si estamos atentos. Esos personajes están sufriendo (al identificarse con lo que han vivido en sus vidas) y lo muestran airadamente: ¡el chico (el acusado) es culpable!, y si alguien (como el personaje de Henry Fonda en la película) pone en cuestión lo que digo, entonces, me está atacando a mí. ¿En cuántas ocasiones somos testigos de este tipo de reacciones?
Pero aún podemos ahondar un poco más en nosotros mismos, a través de lo que nos plantea la película: ¿cómo podemos sacudirnos esas cargas que hemos ido incorporando a lo largo de nuestra vida, esas experiencias negativas o incompletas que hemos padecido? ¿Cómo llegar a ser unos espejos más limpios, de manera que podamos reflejar más fielmente la realidad? Con mucha claridad podemos, como hicieron los participantes del diálogo allí presentes, intuir qué personajes de la película son vehículos más limpios de sus juicios o razonamientos, es decir, que se identifican menos con sus argumentos y son capaces de desprenderse de ellos más fácilmente, si se muestran débiles o inaceptables; y, del mismo modo, qué personajes se muestran más recalcitrantes, más reacios a acometer esta tarea crítica (o mejor, autocrítica). Recordemos que para ser críticos, primero tendríamos que ser auto-críticos. Llegar a ser más objetivos y críticos requiere, entonces, todo un trabajo personal de autoconocimiento. Por ello, la cuestión central que plantea la película, como decíamos, es la siguiente: los personajes salen de la sala transformados (cuando amainó la tormenta, la atmosférica y la interior). Ya no serán los mismos. Si sus actitudes habían cambiado, lo harían en adelante sus argumentos... y su vida entera. Probad vosotros, entonces, a ver la película de un modo consciente y mirad luego si no os ha transformando también en alguna medida. Es lo que suele suceder en el diálogo que nos proponen las buenas obras de arte. Salud.
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