Café Filosófico en Vélez-Málaga 5.9
13 de junio de 2014, Cafetería Bentomiz,
17:30 horas.
Te advierto quien quiera
que fueres. ¡Oh!, tú que deseas sondear los arcanos de la naturaleza, que
si no hallas dentro de ti mismo aquello que buscas, tampoco podrás
hallarlo fuera. Si tú ignoras las excelencias de tu propia
casa, ¿cómo pretendes encontrar otras excelencias? En ti se halla
oculto el tesoro de los tesoros. ¡Oh!, mortal, conócete a ti mismo y
conocerás al Universo y los Dioses.
Inscripción del templo de Apolo en Delfos.
Yo debería verlas [las cosas que existen], apenas
verlas;
Verlas hasta no poder pensar en ellas,
Verlas sin tiempo, ni espacio,
Ver pudiendo prescindir de todo menos de lo que se ve.
Es
esta una ciencia de ver, que no es ninguna.
Fernando
Pessoa, del poema “Vive”.
De
hecho, a los participantes se les pidió, a modo de autoexamen, que comunicasen
al resto “aquel valor central en torno al que gira mi vida en estos
momentos”. No lo que me gustaría ser o cómo me gustaría que fuese todo, sino lo
que es, lo que es operativo en mi vida. Así que el discurrir del
encuentro, y aún su contenido, puede que estuviera prefigurado por este
comienzo. (Quién sabe). Quizás el propiciador del encuentro condiciona más de
lo que a él le gustaría. O quizás sólo trata de ser permeable. La cosa es que
se fueron desgranando algunos valores muy apreciados de los allí presentes.
—Mi
nieto, por la ocasión que me ofrece de expresar mi amor.
—La
justicia social, para ello trato yo mismo de no ser injusto.
—Mis
amigos, mi familia, centran mucho mi atención.
—Encontrar
mi camino, que ahora se traduce bastante en tratar de encontrar una salida
profesional.
—La
responsabilidad, actualmente y principalmente hacia mi hijo.
—La
paciencia, practicarla constantemente. La paciencia no pertenece a la familia
de la resignación.
—Interesarme
por el otro. —¿Incluye a los que están en el entorno cercano a ti?
—¿Y
tú qué? Nunca dices nada.
—Bueno.
Creo lo que dirige mi vida en estos momentos es el intento de conocerme a mí
mismo a través de los demás. —¿Tiene esto algo que ver con la organización de
cafés filosóficos?
Así
que no fue tan raro que el tema del autoconocimiento se impusiera frente
al valor de la tradición —parece que nunca será su momento— y al poder
de las creencias. El conocimiento de uno mismo… Los griegos de la antigua
Grecia, allí donde se concibió el huevo iniciático de nuestro mundo, plasmaron
en el templo de Apolo en Delfos lo fundamental: conócete a ti mismo y
conocerás al universo y los dioses.
Pero,
¿cómo conocerse? ¿Por qué es necesario conocerse? El grupo vio muy claro que
para saber quiénes somos, necesitamos también atender a las anteriores
cuestiones. De la primera (la manera de llegar a conocerse), te indicarán el
camino al final, como habíamos anunciado; de la segunda tendrás noticia a
continuación.
—¿Es
necesario conocerse?
—Yo
me he ido descubriendo quién soy sobre la marcha.
—¿Y
cómo se hace eso?
—Simplemente
viviendo.
—No
ocurre del todo conscientemente. Nadie quiere encasillarse o que lo encasillen.
Pero ocurre espontáneamente poco a poco, que te vas conociendo.
—Y
no esperéis una cátedra acerca de lo que sois. Simplemente, se trata de ser
conscientes.
En
este momento una joven participante, que asistía por primera vez al diálogo
filosófico, quiso aclarar mejor qué es esto de “ser consciente”. Todo el grupo
se lo agradeció bastante. Y eso que ella no sabía que su aclaración traía
detrás toda una tradición de filosofía sapiencial. Además, lo que aportó
se basaba en una experiencia personal. Había aprendido a identificar por ella
misma lo que en cada momento sentía o le pasaba, sin juzgarlo, tan sólo
observarlo. Ver, mirar sin juzgar, ser conscientes, esto ya es mucho y es
terapéutico. Sin duda, este tipo de perspectiva sobre nosotros mismos la estaréis
oyendo por muchos lados. Ahora bien, la filosofía de todos los tiempos (occidental,
oriental o de otras latitudes) no se confunde con la autoayuda
empaquetada para consumir, usar y tirar; no se confunde con las recetas
fáciles, bienintencionadas, frases bellas con que adornar la habitación de
nuestra mente; no se confunde con las técnicas del Coaching, tan de
moda, pues no es un saber instrumental que se agote en la consecución de
objetivos o metas, logros deportivos, laborales o empresariales. Es un saber
integral de ti mismo y del mundo, que te puede llevar a ser más eficaz en tus quehaceres
cotidianos, pero que no se reduce a ello; pues está referida la filosofía a una
actitud vital, que es filosófica. Un modo de vida, como lo era más clara y
asiduamente en la antigüedad.
—Pero
me doy cuenta de que lo que soy también se me ha dado ya hecho. ¡Y ahora
necesito saber si ése soy yo!
—Entonces,
¿por qué es necesario conocerse?
—Para
empezar, porque así seremos más capaces de romper con la imagen de los demás que
nos hemos dejado poner en nosotros, o bien de nuestra imagen que ponemos en los
demás.
—Realmente
—afirma uno de los participantes— a lo largo de nuestra vida pasamos por
diferentes fases, unas menos reflexivas y otras más reflexivas.
—Sí,
y unos evolucionan antes y otros después.
—Cierto.
Pero
—se concluye entre todos, después de una breve discusión—, todo el mundo se ha
planteado quién era en algún momento de su vida. Quizás, sólo necesita el
momento propicio, que puede venir forzado desde fuera (una desgracia, una
sorpresa, una injusticia…) o desde dentro alumbrado (una conciencia especial,
un aprendizaje, una conversión…). Sin embargo, el verdadero autoconocimiento
siempre está ligado al yo interior. Si te importa demasiado tu yo exterior,
compuesto, condicionado, parcial, que acumula, que calcula, que posee y que se
apega a lo que posee, susceptible, voluble, cargado de miserias y de grandezas
ocasionales, que se aísla, se entretiene y vive de narcóticos, si es así,
estarás perdido. Esta vía no la sigas. Ellos no te lo aconsejan.
“¿Os
conocéis ya?”. Esto les preguntó —al parecer, según contó una de las
participantes adultas— el cura a ella y a su pareja en un momento del cursillo
prematrimonial. Ella se quedó perpleja. ¿Cómo se iban a conocer ya, tan sólo
por llevar varios años de conocerse? ¿Preguntaba este sacerdote por el yo
superficial? “Nos vamos conociendo”, dijeron ellos con buen tino.
Pero,
el planteamiento del yo interior y el yo exterior suscitó una paradoja en el
transcurso de la discusión: la paradoja de la responsabilidad hacia los otros
o la traición hacia mí mismo. Paradoja que persiste tan sólo si no me
incluyo yo en mi propia responsabilidad. “Tengo que hacerlo”, puedo decirlo
desde lo profundo de mí mismo o desde mi yo aparente, que es circunstancial y
egoísta. Mi responsabilidad ni me excluye a mí, ni puede excluir a los demás.
La pregunta “quién soy yo”, se refiere, así pues, a mi yo interno, mi yo
profundo, mi yo real, que nunca es excluyente. Lo otro, lo externo, lo
superficial, las apariencias son encrucijadas del camino, en las que he de
tomar decisiones. Por ejemplo, para saber decir no cuando haya que decir no, y
decir sí cuando hay que decir sí. El ahora es el momento, es el único momento. ¿Quién
soy yo, entonces? Habíamos efectuado el trabajo previo de desbroce, para que tú
no te desorientes, no extravíes tu búsqueda, que es tuya, pero has de saber que
hay caminos prácticamente impracticables.
“Tengo
un cuerpo, pero no soy mi cuerpo. Puedo ver y sentir mi cuerpo, y lo que
se puede ver y sentir no es el auténtico Ser que ve. Mi cuerpo puede estar
cansado o excitado, enfermo o sano, sentirse ligero o pesado, pero eso no
tiene nada que ver con mi yo interior. Tengo un cuerpo, pero no soy mi
cuerpo.
Tengo
deseos, pero no soy mis deseos. Puedo conocer mis deseos, y lo que se
puede conocer no es el auténtico Conocedor. Los deseos van y vienen, flotan
en mi conciencia, pero no afectan a mi yo interior. Tengo deseo, pero no soy
deseos.
Tengo
emociones, pero no soy mis emociones. Puedo percibir y sentir mis
emociones, y lo que se puede percibir y sentir no es el auténtico Perceptor.
Las emociones pasan a través de mí, pero no afectan a mi yo interior. Tengo
emociones, pero no soy emociones.
Tengo
pensamientos, pero no soy mis pensamientos. Puedo conocer e intuir mis
pensamientos, y lo que puede ser conocido no es el auténtico Conocedor. Los
pensamientos vienen a mí y luego me abandonan, pero no afectan a mi yo
interior. Tengo pensamientos, pero no soy mis pensamientos”.
Ken
Wilber
|