Dicen
que para ser inteligente basta poseer una determinada capacidad
desarrollada, que logre la realización eficaz de una determinada
tarea. De ahí que nos hayamos acostumbrado a oír hablar de
teléfonos inteligentes, procesos inteligentes o inteligencia
artificial (AI), olvidando que la inteligencia no sólo actúa como
una máquina –o más bien, una máquina como la mente humana-, sino
que incluye en su actividad la conciencia de sí y la elección libre
más allá –o más acá- de la eficacia y funcionalidad, algo
propio de la racionalidad
instrumental.
Asimismo, nuestro tiempo también ha olvidado la diferencia entre
“ser inteligente” y “vivir inteligentemente”. Si bastara ser
inteligente para vivir bien, no nos angustiaríamos tanto, nos
estresaríamos o viviríamos con tantos temores, a los que
respondemos habitualmente a través de la huida o el ataque. En el
relato, que comienzas a leer, del Café filosófico del mes de
febrero de 2017 aprenderás a ser algo más inteligente porque serás
capaz de vivir mejor, no porque conozcas mucho de poco o seas experto
en algo, y porque efectúes muy bien tu trabajo, aunque tu vida vaya
a la deriva más de lo conveniente. Alcanzarás la inteligencia
desarrollando tus cualidades –no una, sino muchas de tus
cualidades-, eso que se llama madurez
personal.
¿Y qué tal una mayor madurez en el amor, para ser capaz de amar
mejor?
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