Marc Sautet au Café des Phares (Paris 1994) Photo: Wolfgang Wackernagel

viernes, 8 de diciembre de 2023

¿Qué es una educación para la paz?


Sobre la educación para la paz

Café Filosófico en Castro del Río 7.2

10 de noviembre de 2023, Peña Flamenca Castreña, 18:00 horas


Estaba un día Cura (el cuidado) atravesando un río y al ver gran cantidad de arcilla, cogió una buena porción y, distraídamente, comenzó a modelar una figura. Mientras pensaba para sí qué había hecho, se le acercó Júpiter. Cura le pidió que infundiese espíritu al trozo de arcilla modelado y Júpiter le concedió el deseo. 

Pero al querer Cura ponerle su nombre a la obra, Júpiter se lo prohibió, diciendo que debía ponerle su nombre, por haberle infundido la vida. Mientras Cura y Júpiter discutían sobre quién debía ponerle su nombre, se levantó la Tierra (Tellus) y dijo que sólo a ella le correspondía darle nombre al nuevo ser, puesto que le había dado el cuerpo. La discusión se prolongó largo tiempo, hasta que los litigantes escogieron por juez a Saturno, el dios del tiempo, que dictó la siguiente sentencia: 

Tú, Júpiter, por haberle dado el espíritu, lo recibirás a su muerte; tú, Tierra, por haberle ofrecido su cuerpo, recibirás el cuerpo. Pero por haber sido Cura quien primero dio forma a este ser, será quien lo acompañe mientras viva. Y, en cuanto al litigio sobre el nombre, que se llame “homo”, puesto que está hecho de “humus” (tierra).

Higinio


La perfectio del hombre –el llegar a ser eso que él puede ser en su ser libre para sus más propias posibilidades (en el proyecto)– es “obra” del “cuidado”.

Heidegger


¿Qué es una educación para la paz?

Vivimos en un mundo dramáticamente convulso. No deja de haber guerras, porque sigue habiendo constantes desigualdades, porque nos seguimos viendo como diferentes sin un fondo de igualdad, común, comunitario. La humanidad como hermandad. Seres humanos que básicamente buscan lo mismo... quieren vivir bien consigo mismos y con los demás. Pero no es posible sin una armonía o justicia mínima, como proponía Platón, en el diseño de su ciudad ideal. Y Platón, como nosotros, ponemos la máxima esperanza en la educación. La panacea de nuestro tiempo, de la que se espera la realización de un mundo mejor. Si algo no funciona en la sociedad... pues, que la educación se encargue de prevenir el problema. Otra tarea más para la escuela. Y si ésta falla, se dice entonces que el déficit educativo viene de las familias. Pero, ya vamos sospechando que lo que más educa (o des-educa) es la actitud dominante en un determinado mundo, el ambiente, la comunidad creada. No lo que se proclama o se escribe en el apartado de los buenos propósitos, sino lo que se hace de hecho. No se educa enseñando valores, sino mostrándolos con nuestros actos y constatando que se puede vivir mejor de otra manera. Si deseamos un mundo en paz, algo tendremos que hacer diferente. Y esto buscaron nuestros participantes, aquella tarde en el salón de la Peña flamenca castreña.

De nuevo, como decíamos en un reciente café filosófico, en otro lugar más al sur todavía, hará falta una buena dosis de creatividad. Algo escaso en estos tiempos, según parece. Y, la creatividad no hay que buscarla fuera... es una cualidad interna, humana, nuestra. Aunque, ciertamente, sí habrá que estar atentos, abiertos, a la escucha del ser (Heidegger), para poder recibir las novedades. ¿Cuáles? Las que necesitamos, aquí y ahora... Desde luego, no va a ser, lo que necesitamos, una educación para la competitividad, si queremos vivir en una mayor armonía, justicia o paz, que de eso ya tenemos bastante. Y analizaron ellos y ellas los inconvenientes de tal educación. Repetimos que no hablamos de lo que se dice o se pone en leyes y libros de texto, sino de los ejemplos o modelos que funcionan habitualmente. Una competitividad que uno de los participantes calificó, citando a Byung-Chul Han, de “violencia neuronal” en nuestros días, con consecuencias nocivas incluso para la salud individual.

De esta competitividad reinante está ausente la colaboración, el compartir, el valor de hacer algo por sí mismo y no de cara a un objetivo, un beneficio, un éxito, ser mejor que los demás, que son vistos como rivales, adversarios o enemigos. Por esto mismo andaron muy finos en el análisis, al distinguir (y no confundir, como se hace) competitividad y competencia. Cuando la competitividad es “sana”, entonces es competencia, combatividad pero no hostilidad, va a favor de sí y no en contra del otro, para sentirse mejor consigo mismo (esto es el espíritu del resentimiento, del que hablaba Nietzsche). La competencia, o competitividad sana, no busca anular ni ganar ni acumular. Esto es enfermedad de nuestro tiempo. Busca el desarrollo de las cualidades o capacidades que le son propias a cada uno. Y esto recuerda el valioso sentido de la “virtud” entre los griegos anteriores a Sócrates, que podríamos referir aquí como excelencia: la virtud es el desarrollo excelente de una cualidad propia de un ser. Y no hablamos, primeramente, en términos morales. Así, puede haber caballos o pianistas virtuosos, si han desarrollado de un modo excelente las cualidades que les son propias, la velocidad en la carrera o la habilidad en la interpretación con el piano, respectivamente. Entonces, no se trata de ser mejor que el otro, sino del valor mismo de lo que se hace. Con esto, simplemente, ¿no viviríamos en sociedades más pacíficas?

Una auténtica educación para la paz tendría que evitar caer en la comparación entre personas, doblegar al adversario, vencer, sobresalir más que otros, estar más arriba en la gradación convencional... Sería preferible valorar la casilla de salida de las acciones, las cualidades propias, cuidar del otro, cuidarnos. ¿Cómo viviríamos, si una cultura del cuidado se instaurara en nuestras sociedades? Porque hay talentos propios de cada ser que pueden descubrirse con la práctica, si se les deja emerger. Porque hay inteligencias múltiples (Howard Gardner). Porque no es buena siembra educativa imponer un modelo social (lo que debe ser, lo que debe hacerse) desde fuera. Todas las corrientes de sabiduría nos enseñan que la virtud, el desarrollo de una cualidad propia, viene de dentro afuera y no al revés. Esto sería imponer o adoctrinar. Entonces, el sujeto se siente invadido, menospreciado. Y el sujeto reacciona como puede, culpabilizándose, apartándose o sacando la mejor tajada posible de la situación. No ser víctima. Y no vivir angustiado. Sobrevivir del modo que sea. ¡Imaginad qué diferentes escuelas serían, las que pusieran el cuidado mutuo en su centro!

El análisis de la competividad rampante les llevó a los participantes hasta el lugar del cuidado. Podrían analizarse otros rasgos incompatibles con una cultura para la paz, pero no dio tiempo. Sin duda que tú, querido lector o querida lectora, podrías, junto a otros, continuar indagando: ¿qué nos impide hoy en día el despliegue claro hacia una cultura de la paz? Ellos y ellas encontraron en la competitividad mucho trabajo pendiente, y lo situaron en el advenimiento gradual de una cultura del cuidado o sorge, como lo nombrara Heidegger en Ser y tiempo. Cuidado del ser. La educación como pastoreo del ser. Estar a la escucha. Acompañando la aparición de mundos posibles. Ocupándonos de lo que hay. Que no se enquiste. Que no se endiose. Que no nos extravíe. Estando abiertos. Estando vivos. Salud.






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