Sobre
el sufrimiento
Café
Filosófico en Granada 1.1
20
de septiembre de 2024, La Tertulia, 18:45 horas
Pensar
entre dos, como si hacer el pensamiento
fuera
igual a hacer el amor.
Roberto
Juarroz
El
sufrimiento, aunque
ocasionado por la ignorancia, es la voz de nuestra esencia
señalándonos el camino —o el descamino—;
es la voz del Ser indicándonos que nuestra personalidad está
obstruyendo su expresión; es una señal avisadora de nuestro
alejamiento del Sí mismo, del olvido de nuestra naturaleza profunda.
Mónica
Cavallé
¿Qué
hacer con nuestro sufrimiento?
Es
posible decir que el sufrimiento forma parte de la vida humana, en
nuestra época y desde siempre. Sin embargo no queremos sufrir.
Y es muy natural que así sea. Cuando lo sentimos, lo entendemos como
un obstáculo para nuestra vida, como algo que no tendría que estar,
como el dolor. Y entonces, muchas veces tendemos a huir, a evadirnos,
a sustituirlo, a reprimirlo, a ocultarlo; o bien, lo interiorizamos
como culpa, lo tengo merecido, debo expiarlo, debo resignarme, la
vida es así, está llena de tristeza; entonces, o bien me resigno o
bien me olvido entregándome a lo inmediato, tratando de tener,
alcanzar... Pero, ¿es posible que podamos relacionarnos con el
sufrimiento de otro modo? Esto es lo que nuestros participantes
quisieron averiguar juntos. Sufrimos, pero ¿qué hacer con nuestro
sufrimiento? Ésta es una experiencia humana, y como tal, solamente
necesita ser compartida para poder arrojar un poco de luz y que pueda
ser vivida de otra manera. Síguenos en este viaje que forma parte de
la vida. Te invitan los participantes, ellos y ellas, que se dieron
cita en un lugar para el diálogo. Un lugar emblemático de Granada,
mítico para el encuentro personal y cultural, de especiales
recuerdos para este relator. La Tertulia de Graná. Según nos
contó, fue también una satisfacción enorme para el animador del
encuentro el estar allí, y no solamente como público. Por eso
necesitaba dar las gracias tanto a los responsables de este longevo
establecimiento como a Rubén de Vera, que lo había invitado a
dirigir este café filosófico.
Después
introdujo un poco la naturaleza de este encuentro filosófico a
través de tres rasgos fundamentales: que aquí la filosofía se
practica, que el horizonte es la filosofía sapiencial y
que el diálogo filosófico constituye el centro mismo de la
reunión. Claro, esto supone entender muy bien qué es dialogar y qué
no es dialogar. Y se entiende practicándolo. De hecho, estábamos
allí para pensar juntos y acoger nuestras ideas y experiencias, que
eso es dialogar, según logos, tal como se abrió en
occidente, allá por el siglo VI a. de C. Porque en un verdadero
dia-logos se colabora, se conoce uno mejor a sí mismo y se
sale de él en algún grado transformado, de lo contrario el
encuentro sólo ha sido una mera confrontación o superposición de
opiniones, como en el debate y la tertulia o la conversación; si
cada uno vuelve a su casa como venía. Y no estábamos allí para
eso, y más, con una cuestión como la que eligieron para dialogar
los participantes aquella tarde: el sufrimiento humano.
Antes
de comenzar la indagación conjunta sobre el sufrimiento, el
moderador propuso una pregunta de inicio o de autorreflexión, muy
ligada a la apertura de la filosofía en occidente, de manera que los
asistentes fueran sintiéndose más cómodos y más dispuestos, a
partir de una inscripción antigua que había en su tiempo en el
templo de Apolo en Delfos: “conócete a ti mismo”. Uno de los
primeros principios que rige la búsqueda filosófica de sentido en
este mundo. Pero, en concreto, se les pedía que cifraran las
ventajas (o algún inconveniente) del “conocerse a uno mismo”.
Y veamos, sumariamente, algunas de sus respuestas: me permite
aclararme con mis intuiciones, aceptarme mejor, ser consciente de mis
prejuicios, descubrir mis condicionamientos, relacionarme mejor con
mi entorno, ser feliz, comprender el periplo de mi vida, saber qué
me viene de fuera de mí, alcanzar algo de sabiduría, sentir que me
habito, pero también puede tener sus peligros (aunque, como el mismo
vivir los tiene), no perderme en la maraña del mundo, ver más
claras mis elecciones, vivir mejor, conocer mi propio funcionamiento,
es bueno para mi salud mental, pero, si me conozco, entonces, no hay
sorpresas (o sí, es cuestión de probarlo), aceptar mis pérdidas o
frustraciones, un mayor autocontrol, pero, si me conozco mejor puedo
sufrir... No nos quedemos ahí; veamos juntos el sentido de este
temor. Es posible que esta inquietud lanzada al viento fuera la más
compartida en ese momento, porque de hecho fue la cuestión elegida
para el diálogo de aquella tarde en La Tertulia.
¿Qué
es sufrir? ¿Por qué sufrimos? ¿Cómo podemos lidiar con nuestro
sufrimiento? Estas preguntas dirigieron el diálogo. Vayamos paso
por paso. Enseguida el grupo necesitó distinguir con claridad
entre dolor y sufrimiento. Y, efectivamente, como se mostró, no
son lo mismo. El dolor es natural, tiene unas causas objetivas,
internas o externas, y es un mecanismo de defensa de los organismos;
sin embargo, el sufrimiento parece más humano, pues lo relacionamos
con la intervención de la mente y sus ideas, la mente y sus
creencias, sus deseos y temores. Así, dijeron que el sufrimiento
incluía un componente pensado o mental, más allá de la causa
objetiva que decíamos que era propia del dolor. Incluso, un dolor
puede generar (o degenerar en) sufrimiento, según lo vivamos, porque
no todos vivimos igual un mismo o equivalente dolor. Y dijeron que el
sufrimiento incluye la conciencia (quizá subterránea) de una
carencia, que es la que lo desencadena. Es decir, que la causa
del sufrimiento está en otra parte, anterior al sufrimiento. La
carencia me lleva a vivir desde el sufrimiento una situación
desagradable o un determinado impedimento en mi vida. Algunos
ejemplos de carencias, vividas como carencia, pueden ser: “no soy
alguien suficiente”, “necesito que me vean, que me acepten, que
me quieran”, “no puedo confiar en los demás, en la vida”,
“todo me sale mal, tengo muy mala suerte”, etc. Cada uno puede
mirarse a sí mismo en esas situaciones de sufrimiento... lo que me
digo a mí mismo, mi diálogo interno. Y son estos añadidos
mentales, precisamente, el origen de mi sufrimiento. Por lo
tanto, hay todo un trabajo de autoconocimiento que puedo hacer, un
aprendizaje de mí mismo. Ya vemos algo del fondo de sabiduría de la
inscripción délfica.
Lo
anterior ofrecía una pista muy interesante para eso que nos
preguntábamos en segunda instancia: ¿qué podemos hacer con
nuestro sufrimiento (para sufrir menos, claro)? Y algunas
respuestas se aportaron, en la línea de lo que venimos recogiendo:
conocerme mejor, aprender a vivir con él, discernir lo que depende y
lo que no depende de nosotros, como nos alumbraba el viejo Epicteto,
verbalizalo, pedir ayuda, ver el problema en perspectiva, una
recomendación que tiene su origen en esas escuelas antiguas de
pensamiento y que, según citó una participante a Charles Chaplin,
venía a decir algo así: en el plano corto la vida es tragedia, pero
en el plano largo es comedia. De todo lo que dijeron los
participantes, hubo una aportación que permitió continuar ahondando
en nuestra investigación: el sufrimiento es un síntoma de un
mal funcionamiento interior, una señal que nos está alertado de que
algo en nosotros necesita nuestra atención. Lo mismo que pasa con el
dolor físico o el psicológico, que son una alerta. Y esto podría
ser el camino para una “buena” relación con el sufrimiento.
Recibirlo atentamente como el signo de algo no desarrollado, algo que
debe ser mirado y trabajado en nosotros. Alguna carencia que está
ahí, pendiente de atención. Puede que sea un sufrimiento inevitable
(aquí el sufrimiento sería un dolor puro) y, entonces, habrá que
vivirlo a fondo, no para quedarse ahí, varados, sino para atravesar
el dolor, como ocurre con las situaciones de duelo o pérdida; pero
también, y esto es lo que nos atañe en esta reconstrucción del
diálogo habido aquella tarde, es muy posible, y en demasiadas
ocasiones así es, que se trate de un sufrimiento evitable,
consecuencia de esos añadidos mentales que decíamos y de los que
hay que tomar conciencia, para poder desactivar en nosotros su
influjo.
Hacia
el final del encuentro, apareció una controversia. ¡Y muy bien
venidas que son las controversias! Pero no para quedarse a dormir en
ellas. Decía un sector del grupo que la sociedad desaprueba las
personas que no muestran su sufrimiento. Esto nos recordaba aquellos
tiempos en que solía estar mal visto no mostrar externamente que se
estaba de luto; y cómo en la actualidad ya no se interprete así, el
que alguien haya sufrido la pérdida de un familiar cercano y no
exhiba alguna prenda de color negro. Fue necesario distinguir
entre insensibilidad o indiferencia y madurez personal a la hora
de vivir una pérdida. Es posible que haya personas insensibles o
indiferentes ante el sufrimiento propio o en los demás, el hambre,
las guerras o las injusticias que continúan poblando por desgracia
el mundo, pero esto no se confunde con la serenidad, que es
uno de los síntomas de la sabiduría, del arte de ser. Quien se
conoce a sí mismo en un grado suficiente y ha aprendido a vivir
bien, en armonía consigo mismo y con lo que le rodea, no es que no
sufra, no es que no perciba el sufrimiento ajeno, sino que ha
aprendido, como buscábamos desde el principio en este diálogo
filosófico, a relacionarse adecuadamente con él. No huir ni tampoco
ahogarse en él, sino tomarse el sufrimiento evitable o inevitable
como una escuela del bien vivir y del bien convivir. Y son
precisamente a estas personas, en las que captamos algo de esa
capacidad, esa serenidad fruto del autoconocimiento, a las que
acudimos a pedir ayuda y comprensión. Han pasado por sus propios
procesos, en los que el sufrimiento ha estado presente, pero han
aprendido a no identificarse con él. Y esto marca la diferencia:
que el sufrimiento me arrastre o que, a su través, pueda conocerme,
realizar mi verdadera identidad y poder vivir mejor. “Yo estoy
sufriendo, pero yo no soy sufrimiento”, “yo no soy eso”, “yo
soy quien se da cuenta de que está sufriendo, y esa parte de mí no
está sufriendo, es puro goce, por eso soy capaz de darme cuenta de
que ahora estoy sufriendo”. Vale.