Café Filosófico en Torre del Mar 15.2
28 de noviembre de 2024, Taberna El Oasis, 18:00 horas
Estaba un día Cura (El cuidado) atravesando un río y al ver gran cantidad de arcilla, cogió una buena porción y, distraídamente, comenzó a modelar una figura. Mientras pensaba para sí qué había hecho, se le acercó Júpiter. Cura le pidió que infundiese espíritu al trozo de arcilla modelado y Júpiter le concedió el deseo.
Pero al querer Cura ponerle su nombre a la obra, Júpiter se lo prohibió, diciendo que debía ponerle su nombre, por haberle infundido la vida. Mientras Cura y Júpiter discutían sobre quién debía ponerle su nombre, se levantó la Tierra (Tellus) y dijo que sólo a ella le correspondía darle nombre al nuevo ser, puesto que le había dado el cuerpo. La discusión se prolongó largo tiempo, hasta que los litigantes escogieron por juez a Saturno, el dios del tiempo, que dictó la siguiente sentencia:
Tú, Júpiter, por haberle dado el espíritu, lo recibirás a su muerte; tú, Tierra, por haberle ofrecido su cuerpo, recibirás el cuerpo. Pero por haber sido Cura quien primero dio forma a este ser, será quien lo acompañe mientras viva. Y, en cuanto al litigio sobre el nombre, que se llame “homo”, puesto que está hecho de “humus” (Tierra).
Higinio
¿Por qué funcionan los bulos?
El cuidado. El ser humano necesita de otros seres humanos. De la calidad de estos encuentros deriva el nivel de su desarrollo tanto personal como social o emocional. Heidegger ponía el cuidado (sorge) como base en la que se asienta el resto de los existenciarios fundamentales del ser humano (un “ser-ahí”), lo que caracteriza la existencia humana. Aunque esto parece que lo hemos olvidado: ¿los seres humanos hubiéramos sobrevivido tanto tiempo sin cuidar unos de otros? Y puesto que nuestros mayores problemas son globales, ahora necesitamos más que nunca extender nuestro cuidado más allá de nuestro círculo cercano (familia, amigos, ciudad, Estado). Este cura mundi necesita un cura nostri, que no sería viable sino no comienza siendo un cura sui. De esta guisa, comenzó el encuentro. El moderador de este segundo Café filosófico en la Taberna El Oasis de Torre del Mar, comenzó preguntando a los asistentes: ¿cómo cuido yo de mí mismo? Y claro esto se refería a distintos planos del auto-cuidado: físico o del cuerpo, mental o psicológico y espiritual o interior.
La pregunta también se dirige a ti, pero ellos y ellas respondieron de esta manera. Cuidaban de sí mismos a través de estos ingredientes: el deporte, al lectura, el yoga, la escritura, la gimnasia, la playa, la vida social, la salud, el amor a sí mimo, la rutina, observar a los niños, hacer lo que me apetece, cultivar mi intelecto, la buena alimentación, cuidar de mi cuerpo, estar informado... Todo esto estaba muy bien, son actividades pensadas para cuidarme en el sentido que hoy día se entiende habitualmente: “hacer cosas para mí”. Pero se quedan en eso, si no conducen al autoconocimiento y la autorrealización. Por si acaso, para algo estábamos allí, dispuestos a filosofar juntos, para que lo que hacemos nos permita tomar conciencia de nosotros mismos y de los demás y del mundo.
El tema de reflexión conjunta que la tarde nos proponía fue, claro, el que titula este relato: la desinformación. En concreto, un aspecto que intrigaba a los presentes: los bulos, de tan triste actualidad, ¿por qué pueden resultar tan atractivos los bulos? ¿Por qué funcionan los bulos en nuestra sociedad? Esto les parecía un misterio... a nosotros también. Y nada mejor que un misterio para ponernos manos a la obra y filosofar. No para deshacer dicho misterio, sino para escrudiñar en él y ver de qué está hecho. ¿Tan crédulos somos? Veamos hasta dónde llegaron aquella tarde, en su indagación.
¿Por qué funcionan los bulos? Y comenzaron a desgranar algunas hipótesis que propiciaban el “buen” funcionamiento de los bulos. Los medios de comunicación son muchos, pero quizás no variados o diversos; la información constituye hoy día uno de los mecanismos más eficaces de control de la población; el hecho de que sean muchos, pero en muchos casos sesgados por los intereses económico-políticos que los sustentan. Esto supondría que la ansiada utopía de la información (una utopía de raigambre ilustrada: a mayor información pública, mejores ciudadanos libres y pensantes). Pero la información, por sí sola, no garantiza el que la ciudadanía posea su criterio propio. Primero habría que desarrollar esta capacidad (algo de lo que tratará el final de este relato).
Uno de los participantes, con buen criterio, pidió definir qué entendíamos por “bulo”, dado que a veces las intervenciones fluctuaban un poco, no fuera a ser que los sentidos que pululaban por las cabezas fueran diferentes. Y lo definieron a partir de estos dos componentes: el afán de ocultamiento y el afán del beneficio. Así, dijeron que los bulos son mentiras interesadas, construidas a conciencia. Si miráis el diccionario de la RAE, no la mejora. Pues bien, la construcción de bulos estaría precedida por la devaluación de la verdad, hasta extremos, a veces, impúdicos. Uno de los participantes citó a Steve Bannon, jefe de estrategia durante el primer mandato de Donald Trump, un experto en estas lides, que ha pronunciado sentencias tan “lindas” como éstas: “la verdadera oposición son los medios”, “Y la forma de lidiar con ellos es inundar el terreno de mierda”. Elon Musk, por su parte, les dice a sus tuiteros: “ahora la prensa sois vosotros”, superando al referente histórico en estos menesteres: el ministro de propaganda nazi, Joseph Goebbels. Y claro todo esto viene de un descrédito social respecto a la credibilidad de los medios habituales de información. Lo mismo que el origen del auge de la ultraderecha en la política estaría en el hartazgo de los votantes respecto de la política al uso... pero de esto hablaremos otro día. Solamente decir que la búsqueda del bien y la verdad parece haberse quedado obsoleta. Aunque no los peligros a los que quedamos expuestos.
Sin embargo, la pregunta filosófica que nos interesaba aún estaba en el aire: ¿por qué este tipo de estrategias funcionan todavía? Y las nuevas hipótesis de los participantes querían acogerse a cierta imagen de la naturaleza humana: mensajes simples y estereotipados, repeticiones y repeticiones mecánicas, mensajes que apelan a las emociones, acudir a la comodidad de los usuarios, o bien a los miedos, algo que siempre da bastante juego para el control de las masas. A lo que podemos preguntar: ¿siempre somos así?, ¿todo en nosotros se rige por lo simple, lo mecánico, lo emocional, la comodidad, el miedo? Y lo más importante, nosotros que estamos aquí, ahora, dialogando ¿nos sentimos así?, ¿solamente somos eso? Estas preguntas despertaron la conciencia crítica de los participantes. De ahí la importancia de hacerse las preguntas. Y comenzaron a decir que estamos educados así, habituados a reaccionar de ese modo, ante lo que nos presentan los reclamos sociales habituales. Y que, entonces, lo que necesitamos es una buena educación de lo que sería una verdadera democracia, que impulse el espíritu crítico en la ciudadanía. Esto incluye apreciar lo digno de ser apreciado y cuestionar lo que debe ser cuestionado. Aprender como sociedad a decir no a lo inaceptable, tanto inmediato como mediato, a medio y largo plazo. Los mayores males se van gestando a fuego lento y la invasión de los peligros no se aprecian fácilmente, hasta que estamos bien cercados.
Pero este cambio de rumbo no sería posible sin nuestra propia implicación y responsabilidad personal, así como sin el entrenamiento para una alerta racional a tiempo, de todo aquello que no debe ser, porque es falso o es dañino. Prácticas sencillas proponen nuestros participantes, en la lucha contra los bulos, como leer a fondo lo mensajes, desde el sentido común, o no reenviar una noticia en las llamadas redes sociales de Internet sin más, sin haber comprobado la veracidad de lo que se dice. En definitiva, si queremos a nuestros amigos, tanto conocidos como desconocidos, debemos cuidar de ellos. Y una manera cotidiana en la que podemos cuidar de ellos es el cuidado de la información que les trasladamos. Su calidad, su veracidad, su importancia, su pertinencia, su utilidad, su rigor. ¿O no procedería así un buen profesor con su alumnado? ¿O bien, un buen periodista con sus lectores o seguidores? Entonces, ¿por qué no también nosotros? Vamos a cuidar unos de otros. Y hay muchas maneras en que podemos hacerlo. Vale.