Pagó cara su inveterada insolencia hacia el orden impuesto por los dioses. Trajo la técnica a los hombres, que no sabían todavía hacer un buen uso de ella, volviéndolos prepotentes y peligrosos para el equilibrio sagrado del mundo. En el lejano Cáucaso, un águila le devoraba las entrañas cada día, un castigo eterno pues era inmortal. Pasado el tiempo y con el consentimiento de Zeus, Heracles mató al águila y ahora tenemos a Prometeo desencadenado desde hace ya bastante tiempo entre nosotros. No obstante, guarda todavía el titán de la humanidad un recuerdo de su pasado insensato: un brazalete hecho de la roca caucásica a la que estuvo encadenado. Una advertencia del poder otorgado al hombre y de la responsabilidad que éste mismo conlleva.
Como acierta a decir Hans Jonas, definitivamente desencadenado, Prometeo nos está pidiendo una ética y una política nuevas, más responsable, “que evite mediante frenos voluntarios que su poder lleve a los hombres a su desastre”.
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