Occidente
busca saber, oriente siempre ha buscado experimentar y ser. Unir y sintetizar
en vez de analizar y delimitar. En lugar de fijar fronteras, integrar y amar. A
cambio de racionalizar y reducir a esquemas lógicos, oriente ha ido más allá, a
lo transracional, que no puede ser explicado con palabras o razones lógicas
simples, sino que hay que experimentar, que saborear. Así ocurría también en
las escuelas antiguas de filosofía occidentales, en donde se practicaban ejercicios
espirituales para conocerse a uno mismo (si alcanzas este estado de conciencia,
conocerás a los demás y al universo entero, rezaba en el templo de Apolo en
Delfos). Frente al voluntarismo occidental, estaría la capacidad oriental para
confiar en que todo se hará por sí mismo, si tú no intervienes en exceso
(actuando sin actuar, y sin actuar actuando, recomienda el Tao). No te resistas
a lo que es, acéptalo. A partir de ahí, tu acción podrá ser más rica, más
espontánea, más creativa, más adecuada. Si no comienzas aceptando lo que es y
como es, mal comienzo, pues no partirás de la realidad misma.
Occidente
ha ido olvidando muchas cosas importantes que oriente ha sabido mantener vivas —esperemos
que ellos mismos no las olviden y no tomen el camino sin retorno que occidente
ha tomado—, de ahí que nos resulte tan atractivo hoy día a los occidentales.
Occidente pretende conocer y controlar racionalmente, disecciona; oriente
experimenta y practica. Por eso, un libro iniciático sobre el Zen, como el que
estuvimos comentando el otro día en el seno del grupo de lectura de la
Biblioteca pública de Castro del Río, puede suscitar tanta perplejidad entre
nosotros. En realidad, intenta trasladar con palabras una experiencia, y por
eso el Zen, como otras tradiciones orientales, utiliza la paradoja. Así se
provoca un cambio de mente, un nivel de comprensión y de conciencia más allá de
la conciencia lógica ordinaria —aunque para nada la deja aparte de ella—. El
libro de Eugen Herrigel, muy conocido y muy recomendable —mejor si es una buena
traducción—, El Zen en el arte del tiro con arco, es una introducción a
la filosofía y espiritualidad del budismo Zen, a través de la descripción de su
experiencia de aprendizaje del arte japonés del tiro con arco (kyudo). Esto
le ocurrió a este profesor de filosofía alemán entre 1924 y 1929 y más tarde
escribiría este librito clásico sobre este “arte de quitarse de en medio”, “desprenderse
de uno mismo” —nuestros pensamientos, temores y expectativas personales— que es
el Zen, para poder dejar vía libre a lo que profundamente somos, a una experiencia
mística de unión con todo, no reservada a unos pocos, como la tradición
religiosa occidental así lo ha pretendido. Pues comienza a abrirse a nosotros esta
experiencia simplemente cuando somos capaces de atender al momento presente.
Como diría un castreño, “cuando se está en lo que se está”. Y todos hemos
tenido al menos un atisbo de esta experiencia cuando nos encontramos absortos
realizando una tarea, contemplando una película —metidos en ella— o jugando un
juego por jugarlo, no para ganar —y entonces es cuando puedo ganar más—.
En esos momentos mágicos, estamos pero no estamos, y somos más eficaces y
sentimos más intensamente. Una especie de “inconsciencia consciente” que nota
que algo más allá de su propia yoidad personal realiza la tarea, pues ésta
parece que se hace por sí misma, y que está ordenada por sí misma. Entonces, el
artista crea genuinamente y el lector deja de interpretar lo que lee —o el
oyente de música ya no juzga lo que está escuchando— pero comprenden mejor que
nunca lo que es el ser humano y la vida misma.
El
tiro con arco —como el arte floral (ikebana), el arte de la espada
samurai (bushido), las demás artes marciales, la poesía o la pintura japonesa
tradicionales—, por tanto, no son meras artes prácticas, son “una maestría cuyo
origen ha de buscarse en ejercicios espirituales que tienen por finalidad
acertar en lo espiritual. En el fondo, el tirador apunta a sí mismo y tal vez
logre acertar en sí mismo”. Cuando ello ocurre el tiro con el arco “cae” solo,
como fruta madura, y se acierta en el blanco. Así también puede ser en nuestras
vidas, con el estado de ánimo adecuado. El arte del tiro con arco es una suerte
de meditación, un camino práctico de meditación interior, que luego tiene
traducción exterior en nuestras vidas. Y allí anduvimos aquella tarde tratando
de comprender entre todos los asistentes —en su inmensa mayoría, mujeres— el
significado espiritual de estos ejercicios que apuntan a nosotros mismos,
apreciando que la espiritualidad es anterior a la religiosidad y que no es algo
privativo de las personas que profesan alguna fe religiosa particular —de
hecho, puede haber personas espirituales que no sean religiosas y viceversa—.
Varias horas de agradable y amena conversación, con algunas proyecciones de
vídeo, donde la amistad desinteresada —o filía aristotélica— pudo campar
a sus anchas y rebosar con suma facilidad.
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