Café Filosófico en Vélez-Málaga 6.3
5 de diciembre de 2014, Biblioteca del IES
Reyes Católicos, 18:00 horas.
Pereza y
cobardía son las causas merced a las cuales tanto hombres continúan siendo con
gusto menores de edad durante toda su vida, pese a que la Naturaleza los haya
liberado hace ya tiempo de una conducción ajena (haciéndolos físicamente
adultos); y por eso les ha resultado tan fácil a otros erigirse en tutores
suyos. Es tan cómodo ser menor de edad. Basta con tener un libro que supla mi
entendimiento, alguien que vele por mi alma y haga las veces de mi conciencia
moral, a un médico que me prescriba la dieta, etc., para que yo no tenga que
tomarme tales molestias. No me hace falta pensar, siempre que pueda pagar;
otros asumirán por mí tan engorrosa tarea.
Immanuel Kant (escrito en 1784)
Immanuel Kant (escrito en 1784)
¿Por qué actuamos (casi siempre) como los demás?
A petición del Departamento de Filosofía, celebramos por
primera vez nuestro café filosófico en el IES Reyes Católicos de Vélez-Málaga.
Más bien se trataba de iniciar este tipo de encuentros —en los que puede
participar toda la comunidad educativa— realizando una sucinta demostración de
cómo puede llevarse a cabo. Es obvio que esta actividad necesita ser tomada
como propia y adaptarse su estilo a la persona que la convoca y a la evolución
de la misma en cada momento y lugar. Gracias de nuevo por la invitación.
De esta manera, a la par que seguíamos el proceso
discursivo del café filosófico, se iban intercalando paréntesis sobre
cuestiones metodológicas en el transcurso del mismo. Pues bien, allí estábamos,
muy bien situados en el fondo de la Biblioteca, sentados en círculo, junto a unos
prácticos estantes correderos y al lado de las entradas “Pensar, imaginar”.
Nada más apropiado. No hay pensamiento sin la capacidad de imaginar. Y comenzamos
preguntándonos: ¿Cuál sería una cualidad característica nuestra? (Que yo me
veo, o bien que ven los demás en mí). La simpatía y la alegría
emergieron por boca de los primeros participantes, pero pronto afloraron
también características como la inseguridad y la negatividad
personales.
—Has presentado la
inseguridad como algo defectuoso que hay que arreglar.
—Sí, así es, ¿no?
—Puede ser. ¿A qué te suele llevar tu inseguridad?
—A estar alerta.
—¿Y esto lo consideras un defecto? Cuéntanos los beneficios
derivados de la capacidad de estar alerta…
—Yo me siento insegura al hablar en público.
—A ver: ¿Quién de vosotros no se siente inseguro en esa u
otra faceta? (Y la respuesta fue unánime).
—A diferencia de cómo me ven, yo me veo introvertido. O más
bien, una persona reservada.
—¿Y cómo te ves en el fondo de ti?
—Me veo una persona.
—Pues yo me veo como una persona amigable —afirmó otro
participante.
Una vez roto el hielo —que no hacía mucha falta, pues, a
pesar de las algunas cualidades expuestas, el grupo participaba con bastante
fluidez—, planteamos juntos varios problemas que podríamos tratar aquella
tarde: la Cultura, el Pensamiento autónomo, la Democracia, la Salud…, pero la
Ilustración se coló de buenas maneras por medio y la temática que obtuvo más
adeptos, después de la votación, fue la del pensamiento autónomo. Y preguntamos
entre todos:
—¿Por qué no pensamos autónomamente?
—No, si pensar podemos pensar, pero si no podemos actuar
por nosotros mismos, ¿para qué?
—Sí, tienes razón, eso es lo decisivo. Cambiemos, entonces,
la pregunta de modo que sea capaz de abrir una brecha significativa en la temática
que nos hemos propuesto: ¿Por qué no actuamos autonómamente?
—Os pregunto: ¿Siempre ocurre eso? ¿Nunca actuamos de una
manera propia, y no como los demás?
—Sucede siempre cuando estamos con los demás. Sí, a eso mismo
tendemos.
—Pero no, ¡hemos venido aquí esta tarde!
—No ha venido demasiada gente, ¿habéis sido vosotros mismos
los que habéis venido aquí esta tarde?
—Hemos sido nosotros.
—No os confiéis, esto no son más que excepciones.
—Bueno, pues entonces —indica el moderador—, maticemos la
pregunta: ¿Por qué (casi siempre) actuamos como los demás?
¿Por qué es frecuente que eso ocurra, que solemos actuar
como los demás? Y el grupo fue trabajando una serie de hipótesis y se
profundizó a través de ellas. (¿Pensabais que el uso de hipótesis y su
comprobación era algo privativo de la ciencia?) En concreto, fueron estas dos las
hipótesis: 1) Para agradar y evitar conflictos; 2) Para poder identificarnos
con un determinado grupo.
—¿Tienen algo en común las dos hipótesis?
—La necesidad de sentirnos arraigados —manifiestan
juntos los participantes—. De lo contrario, nos sentimos raros, diferentes,
solos, marginados.
—Tratemos de levantar la cáscara de ese desarraigo. ¿Qué
hay debajo?
—“El miedo a estar solos”.
—¿Y por qué sucede eso?
—Por nuestra inseguridad.
Y el grupo fue consciente de que había trazado un círculo,
pues al principio —a través de la pregunta inicial de autorreflexión— todas las
personas asistentes habían asentido afirmando que todas se sentían personas
inseguras. Y en estas que el moderador plantea al grupo un conflicto:
—Si todos nosotros somos personas inseguras, ¿os estáis
sintiendo, hoy aquí, personas inseguras?
—No, pero eso no tiene arreglo.
—Contra la inseguridad sólo se pueden tomar “medidas paliativas”.
¡No se cura!
—Sí, ahí sigue siempre, en el fondo de ti, tu inseguridad.
—¿Ni aunque tengas el reconocimiento de los otros?
—No, porque no se satisface tu inseguridad interior.
Esta última afirmación nos abría al abismo de la discusión.
Si éramos capaces de lanzarnos, quizás podríamos encontrar una playa nueva,
tranquila y apacible. Y así fue, pues se abrieron ante nosotros dos caminos:
actuar buscando el reconocimiento de los otros, o bien, actuar por nosotros
mismos, no para buscar el reconocimiento externo, sino nuestro propio
reconocimiento interior. Quizás así, aquella inseguridad profunda —causa de
nuestro miedo que nos lleva a rehuir sentirnos solos y a tratar de sentirnos
arraigados aunque sea haciendo lo que otros hacen, para agradar y evitar
conflictos, para autoidentificarnos— sea capaz de un comienzo nuevo, de
reiniciarse a través de un nuevo punto de partida: mirar dentro.
Y nos dimos un buen paseo a lo largo de esta diáfana playa.
Tan a gusto estábamos, que nos reacomodamos juntitos y respiramos profundamente
la nueva brisa, cargada aromas nuevos. ¡Pensar por nosotros mismos! ¿Cómo sería
mi vida allí, en tan dichosa playa, si me mantuviese más a menudo en ella? (Vamos
a disfrutarlo unos instantes). Si pienso por mí mismo, mi acción será más
apropiada a mí. Pero, ¿cómo saber que pienso y actúo por mismo, y que no me
dejo llevar? Mirando dentro de mí. No miro fuera, no dirijo mi atención para
otro lado, me miro primero a mí mismo. Y si está también fuera lo que encuentre,
en otros, ya no me importa… Desde hoy mismo, voy a acostumbrarme a
mirarme dentro. Pruébalo tú conmigo.
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