Café
Filosófico en Vélez-Málaga 6.4
19 de
diciembre de 2014, Cafetería Bentomiz, 17:30 horas.
¿Una persona no creyente —de ninguna de las religiones
existentes— puede hablar de algo divino o espiritual? ¿Tú que piensas? ¿Es lo
mismo una persona espiritual que una persona religiosa? ¿Posee la religión
establecida la exclusividad sobre el hecho religioso? ¿Pensar de ese modo nos
ha acarreado a todos a lo largo de nuestra historia más perjuicio o más
beneficio? ¿Es posible el dialogo entre las religiones? No sé si estarás
interesado (o interesada) en estos asuntos sobre lo divino —que versan también
de lo humano—, pero si te quedas un rato podrás saborear un trago de esta
bebida acompañando el diálogo de los participantes de este café filosófico. Y
si no lo estás, este relator espera que, a través de la perspectiva adoptada en
su transcurso, este tema pueda llegar a ser uno de “tus temas”.
El moderador del encuentro quiso comenzar leyendo un texto
alusivo al café filosófico anterior, que trató Sobre el miedo. Y puesto
que allí estaban, en esta ocasión, la mayoría jóvenes, que tienen —como se dice—
la vida por delante, venía ni que pintado. Su autor es Pablo d´Ors, nieto del novecentista
Eugenio d´Ors, sacerdote y escritor, extraído de su ensayo Biografía del
silencio (pp. 94-5), donde describe sus experiencias espirituales con la
meditación que él practica a diario; por tanto, muy a la sazón de nuestra discusión,
según ha sido anunciado y se irá viendo después; y dice así:
“La vida es un viaje espléndido, y para vivirla sólo hay una cosa que debe evitarse: el miedo (…) Y me entristece que haya muchos que pasen la vida con la mirada puesta en ese tablero pero sin decidirse a jugar jamás, muchos que dudan sobre si deberían o no sentarse a la mesa del banquete, dispuesta para ellos; muchos que van al río y no se bañan, o a la montaña y no la suben, o a la vida y no la viven, o a los hombres y no les aman”.
Pues bien, iniciemos ya nuestro espléndido viaje y evitemos
todo temor. Pidió el moderador la siguiente autorreflexión: ¿Yo por qué doy
gracias? ¿A qué doy gracias? Siempre se ha dicho que “de bien nacidos es
ser agradecidos”, y puede que, de vez en cuando, sea éste un ejercicio
necesario. Quizás no tengamos a flor de piel, como debiera, todo lo que se nos
ha dado y se nos da simplemente con vivir, y estemos demasiado acostumbrados a
pedir más que a dar. Efectivamente, la mayoría de los participantes no mostraban
mayor inconveniente en “dar gracias”, cada uno a su manera, a la vida que
nos tiene. Pero a algunos otros les costaba un poco más. “Me operaron,
prorrogaron mi vida y ahora las cosas me llenan más”. “Doy gracias a las
personas que tengo a mi alrededor”. “A lo que me ha ocurrido, que me ha llevado
a aceptar más las cosas”. “Que mi vida sea única”. “Que yo sea como soy,
gracias a mis amigos y familiares”. “Por el apoyo que me dan”. “Yo no doy
gracias, todavía”. “La posibilidad de inventarme a cada paso”. “Poder vivir mi
vida”. “Doy gracias por todo lo que hace posible mi vida cotidiana, cosas tan
sencillas como que una silla haya sido hecha por alguien”. “Doy gracias por
todas aquellas personas que han hecho de
este mundo un mundo mejor, incluso, a veces, han llegado a morir por
ello”. “Agradezco que haya algo superior
a mí”.
Y con esta disposición de ánimo, se propusieron algunos
temas posibles de discusión, para investigar juntos sobre ellos: Dios, la
Justicia y la Religión, el Espíritu Navideño, la Dependencia. Y comoquiera que
el primer tema fue el más deseado aquella tarde —a falta de una hora para la
caída del sol— le preguntamos: ¿Qué puede ser eso que llaman “Dios”? O
más todavía: ¿Quién puede proclamarse su portavoz? Además, estas
formulaciones quizás nos llevarían a comprender si somos o no somos religiosos
por naturaleza, o en qué sentido lo somos.
—¿Qué
puede ser eso que llaman “Dios”?
—Un
argumento filosófico dice que es el nombre que ponemos a lo desconocido.
—Un
salvavidas humano.
—Una forma
de control de los demás.
—Una
creación del ser humano.
—Un acto de
rebeldía frente a la muerte, pues no aceptamos la muerte.
Éstas eran respuestas más bien inmanentes, luego
llegaron otras más trascendentes, que a aludían, pues, a algo más allá
de lo humano.
—Se trata de
un concepto más allá de las religiones: una especie de “inconsciente
biológico”.
—Algo
imposible de definir.
—El Todo, la
Unidad de todo.
Pero fue este último argumento el que copó la discusión
posterior a esta batería de alusiones a “Dios”, que los filósofos griegos
llamaban: tó theión. Nunca hablaron de un dios personal creador del
mundo, sino de lo divino en el mundo. Esta perspectiva podía sernos de
utilidad para que todos los participantes —creyentes y no creyentes— pudieran
dialogar juntos sobre un tema tan dado a la visceralidad y a la controversia sin
límite, tan difícil por eso —como todos sabemos por experiencia—. Propone,
entonces, el moderador aclarar esta idea de “todo”, de un modo que pueda
ayudarnos en nuestra búsqueda de lo divino, a través de esta pregunta: ¿El
todo es reducible a las partes? Una pregunta que causó perplejidad entre
muchos de los participantes, y que poco a poco fue clarificándose su sentido —aunque
sólo fuera intuitivamente—, a través de algunos ejemplos y alguna metáfora. (Te
lo transcribimos en forma de cuestiones para que seas tú quién las piense y
puedas intuir también la puerta que nos abren).
—¿La mente
es reducible a cerebro? Una función global del cerebro, como el pensamiento o
una decisión voluntaria del sujeto, se puede entender a partir de la sola
consideración del funcionamiento neuronal? ¿Quién comprende o tiene
autoconciencia, quién imagina o crea, el cerebro o la mente? ¿Podrían ser las
funciones mentales el resultado de toda la estructura del cerebro,
cuando trabaja al unísono, y no sólo de una parte de éste?
—¿Un océano,
una gran cantidad de agua, es simplemente la suma de innumerables gotitas de
agua? ¿O, por ser océano, adquiere sus propias leyes de comportamiento?
—Y lo mismo
puede suceder con una bandada de pájaros: las evoluciones de su vuelo,
aparentemente errático, ¿se puede explicar por el rumbo aislado de cada uno de
los pájaros que forman parte de dicha bandada?
¿O más bien, se dejan arrastrar por el flujo mayoritario, que parece
tener autonomía?
—¿Qué pasa
cuando los aficionados al fútbol se instalan en su asiento de la grada del
estadio? ¿Su actitud y su conducta —a veces desgraciada— se parece siempre a la
que mantienen en su vida cotidiana? Cuando no es así, ¿a qué se debe? ¿Es que
han sido metamorfoseados y ya no son los mismos? ¿O hay un comportamiento
social no reducible a lo individual, ya no comprensible simplemente de ese
modo?
—¿Si no
hubiese el “hecho social”, podrían la Sociología o las demás ciencias sociales
tener sentido, es decir, poseer su propio objeto de estudio independiente?
Y el grupo
de participantes discutió estos ejemplos (también después de la reunión, pues
se hallaba entre ellos un avanzado estudiante de Sociología); y el moderador se
empeñaba en tratar de conectar la esencia de los mismos con el tema que nos
traíamos entre manos: la esencia de lo divino. Aunque es posible que le faltase
plantear alguna pregunta directa como las siguientes: ¿Alguno de vosotros
alguna vez os habéis sentido formando parte de un todo? ¿Integrados, siendo
partícipes de algo más grande que vosotros mismos? Por ejemplo, en soledad con
la naturaleza, dentro de un grupo en donde había plena compenetración, cuando
habéis sido creativos y parecía que “algo” hacía lo que estabais haciendo,
amando, ¿habéis sentido esta experiencia? No hay que ser una persona religiosa,
como veis, para acceder a una experiencia mística (de unión profunda con
lo que hay), aunque sea de un modo básico. Es más, es posible que de este tipo
de experiencias surgiesen aquellas experiencias religiosas fundamentales que
luego fraguaron dogma y religión cultural.
Después de una suficiente
maduración de la discusión, el moderador vio el momento para volver a formular
la pregunta inicial que nos planteábamos: ¿Qué puede ser eso que llaman “Dios”?
—Amor que nos hace superarnos.
—Necesidad inherente al ser humano, que nos
lleva a ser más.
—Capacidad espiritual, que nace de nuestra
necesidad de compartir.
—Pero dicha espiritualidad es personal —se
replica.
—¿Habría, entonces, que hablar de “mi dios”?
¿O se puede hablar de “Dios”?
—El problema ha estado históricamente, y
sigue estando, en tratar de imponer “mi dios” a los demás.
—Es cierto, y todos podemos poner ejemplos
reprochables de ello. ¡Cuántas guerras de religión!
—Entonces —pregunta el moderador, recogiendo
el segundo interrogante inicial—, ¿quién puede hablar de Dios, si lo divino está
en la fuerza del amor, es superación, unidad, está en la integración con lo que
hay?
—Todos y nadie —responden casi al
unísono todos los participantes.
—Entiendo: cualquiera de nosotros, pero nadie
debería tratar de imponer a la fuerza “su dios”. Nadie puede autoproclamarse
portavoz único y verdadero de Dios. Pues esto lleva al dogma y a la exclusión
de los que tú piensas que no sienten como tú.
Este relator espera
que este puerto de la discusión te haya satisfecho tanto como a él narrarlo.
Ahora sabemos que hasta una persona no creyente, puede creer mucho; que la
espiritualidad y lo divino no son materias reservadas a unos pocos, que
proclaman o se autoproclaman. Y quizás así, un creyente con un “no creyente” pudieran
entenderse y hablar de lo mismo, aunque fuera cada uno a su manera propia.
Quizás así, las distintas religiones podrían llegar a dialogar entre sí, cuando
resulta que el hecho espiritual es un hecho humano que pueden compartir todas
las religiones del mundo, si no se quedan en la superficialidad del ritual y la
iconografía. Quizás así, no llegáramos a matarnos unos a otros por nuestras creencias
religiosas —o de otro tipo, convertidas en cuasi-religiosas— o por dios alguno.
Esperanza.
. La inteligencia se piensa a sí misma abarcando lo inteligible, porque se hace inteligible con este contacto, con este pensar. Hay, por lo tanto, identidad entre la inteligencia y lo inteligible, porque la facultad de percibir lo inteligible y la esencia constituye la inteligencia, y la actualidad de la inteligencia es la posesión de lo inteligible. Este carácter divino, al parecer, de la inteligencia [humana] se encuentra, por tanto, en el más alto grado de la inteligencia divina, y la contemplación es el goce supremo y la soberana felicidad.
Aristóteles, Metafísica, XII, 7
La quinta vía [de la demostración de la existencia de dios] se toma del orden o gobierno del mundo. Vemos, en efecto, que cosas que carecen de conocimiento, como los cuerpos naturales, obran por un fin, como se comprueba observando que siempre, o casi siempre, obran de la misma manera para conseguir lo que más les conviene; por donde se comprende que no van a su fin obrando al acaso, sino intencionadamente. Ahora bien, lo que carece de conocimiento no tiende a un fin si no lo dirige alguien que entienda y conozca, a la manera como el arquero dirige la flecha. Luego existe un ser inteligente que dirige todas las cosas naturales a su fin propio, y a éste llamamos Dios.
Tomás de Aquino, Suma Teológica, I, 3.
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