
Marc Sautet au Café des Phares (Paris 1994) Photo: Wolfgang Wackernagel
martes, 26 de marzo de 2019
sábado, 16 de marzo de 2019
¿Hay diferentes géneros humanos?
Café
Filosófico en Vélez-Málaga 10.6
15
de marzo de 2019, cafetería Bentomiz, 17:30 horas
Heráclito de
Éfeso, nuestro campeón antiguo del cambio, llamó la atención,
filosóficamente, acerca de la impermanencia de lo que hay. Uno de
los aspectos más visibles del mundo con que existimos. Todo fluye
continuamente. Pero si no deja de fluir, es que conserva una
constante. Este cambio permanente se sucede a un ritmo determinado, y
no de cualquier manera. Un orden oculto que sería visible para todo
aquel que sea capaz de verlo. Heráclito llamó Lógos a este
orden, raíz de toda la lógica, toda la razón, toda norma y
regularidad que hemos ido buscando hasta llegar a nosotros, todas las
palabras, con las que hemos querido ordenar nuestro mundo diciéndolo.
De manera que, si estamos atentos, observaremos cambio y observaremos
constancia. Qué es primero, el fluir o el ser, tendrás que
experimentarlo por ti mismo viviendo esta vida que vivimos. Y tomar
conciencia. Como hicieron los participantes: ¿Qué sería una
constante en mi vida?
Nada sucede en vano,
decía Aristóteles, todo está enlazado, sólo hay que mirar para
poder ver. Y con esto disponéis de una clave extraída del diálogo
filosófico, sucedido esa tarde, casi primavera. Si queréis...
aclararos un poco con la actual y tan controvertida cuestión del
género (humano). Cambio y permanencia, uno y múltiple, realidad y
apariencia. Ya los primeros filósofos, antes del dominio de la razón
lógica, y luego calculadora, después de arduas discusiones internas
y entre las escuelas, nos proponían que todo eso es lo que
hay. Lo uno y no-uno, lo otro. Así que, ¿se puede hablar de género
entre nosotros? ¿Qué se quiere decir con ello, qué queremos
abarcar con la idea de género? ¿Es una idea, es una realidad?
¿Biológica, cultural e histórica? Porque, en las taxonomías de la
ciencia biológica, sólo hay un género, el género humano. Porque,
si hablamos de géneros, no son hombre y mujer, sino dos categorías
del género humano: femenino y masculino, que pueden estar
presentes, tanto en hombres como en mujeres, en una proporción
determinada. Porque los sexos se dan, pero quizás no se sientan como
tales, personal o individualmente, sino que más bien sean una
atribución social, uno rol esperado y exigido por la comunidad; para
no liarse, para simplificarse, para simplificarnos, para ordenar el
mundo con palabras, y yo no perderme; ante tanta diversidad, tanta
riqueza que me sobrepasa... Aquellos griegos eran unos adelantados y
se sentían mucho más cómodos con la cuestión del género que
nosotros. Basta leer el Banquete de Platón y su maravilla en
medio, el mito de los tres géneros, del que tenéis un
fragmento más abajo, y que os recomiendo su lectura con efusión.
Abre la mente clasificatoria adquirida.
Con inteligencia
–esa de la que ya se habló en el encuentro del mes de enero– los
participantes asumen como propia la necesidad de dedicar el mayor
esfuerzo de la discusión a aclarar qué llamamos género, con la
esperanza de que esto pueda ir disolviendo tanta incertidumbre y
discrepancia, tanta vehemencia y sus vísceras, siempre que se aborda
esta cuestión del género, o sus aledaños. No en vano, por poco no
se condujo por ahí la reunión..., suerte que no llegó a
desbocarse, como es lo habitual, suerte que reinó la inteligencia,
la escucha abierta y la contrastación tranquila de ideas y
convicciones. Esto fue posible, entonces, gracias a la actitud
positiva de los participantes. Y así, están en disposición de
ofrecerte una pocas y sensatas conclusiones, que este relator espera
que te sirvan de ayuda. Éstas fueron algunas que recuerda:
Que, en términos
aristotélicos, primero es la persona (sustancia) y luego
viene el género (accidente); que el género se construye
socialmente, culturalmente, históricamente, con sus correspondientes
roles. Que el género puede verse objetivamente, subjetivamente o
intersubjetivamente, y que mucho depende lo que digamos de la
perspectiva que adoptemos en un debate; y que, por consiguiente,
depende de lo que asociemos a la división por géneros; de ahí
tanta discrepancia, que a veces se transmuta en agria discusión. Que
la diferencia, la diversidad, la variedad creciente dentro del
género, que lo rompe en unos cuantos pedazos, es positiva, es rica,
es transformadora. Que el problema –y por eso las reivindicciones
de tipo feminista– aparece cuando esas diferencias se vuelven
desigualdades, injusticias, relaciones de poder abusivo; ligar
las categorías del género a los juicios “superior” e
“inferior”. Que debemos estar atentos a la “paradoja de la
igualdad para mí”, sin reconocer la igualdad del otro..., ¡no
puede ser de otra manera, si es igualdad, que seamos iguales!
Lo mismo de igual que te sientes tú, has de sentir al otro...,
porque, además, resulta que así se siente el otro. Y un caso
práctico, recogido de uno de los participantes: si en el baño de
chicas entra un chico aduciendo que se siente chica, ¿debemos
aceptarlo con naturalidad? (O viceversa). ¿Qué es lo que debería
causarte extrañeza o rechazo, el no conocer a esa persona, o que se
sienta como tú con diferentes atributos biológicos? A ver, ahora es
tu turno...
En efecto, cada
uno de nosotros es un símbolo de hombre, al haber quedado cortado
como dos lenguados, dos de uno solo. Por consiguiente, cada uno está
buscando siempre su propio símbolo de sí mismo en otro (su otra
mitad). Así pues, cuantos seres humanos son sección del ser que
participaba de los dos sexos, el que entonces se llamara andrógino,
son aficionados a las mujeres, y pertenecen a este linaje la mayoría
de los adúlteros; y también las mujeres aficionadas a los varones y
las que son adúlteras. Pero cuantas mujeres son de sección de
mujer, no prestan excesiva atención a los varones, sino que se
inclinan más bien a las mujeres, y de este linaje nacen también las
mujeres homosexuales o lesbianas. Y cuantos varones son sección de
varón persiguen a los varones y, mientras son jóvenes, como rodajas
de varón que son, aman a los varones y gustan de abrazarse y
acostarse con ellos; y estos son los mejores de los jóvenes y
adolescentes ya que son los más viriles por naturaleza.
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