Marc Sautet au Café des Phares (Paris 1994) Photo: Wolfgang Wackernagel

jueves, 29 de diciembre de 2022

¿Es la vida un proyecto?



Sobre el proyecto de la vida

Café Filosófico en Torre del Mar 2.3

22 de diciembre de 2022, Taberna El Oasis, 18:00 horas


El modo de ser de la vida ni siquiera como simple existencia es ser ya, puesto que lo único que no es dado y que hay cuando hay vida humana es tener que hacérsela, cada uno la suya. La vida es un gerundio y no un participio: un faciendum y no un factum. La vida es quehacer.

Ortega y Gasset


Movimiento: el acto de lo que está en potencia, en cuanto tal potencia.

Aristóteles


El centro no está inmóvil sino quieto.

María Zambrano


Una de las cosas que maravillan a este relator, de estos encuentros filosóficos, es la magia que en ocasiones sobreviene. La magia del pensamiento, la magia del diálogo. Pasar de no-saber a saber, pasar de no-comprender a comprender. Súbitamente. Aunque también sobreviene como fruto caído de una maduración en el diálogo. Porque responder a una pregunta puede muy bien aclarar todas las demás dudas que recogían otras preguntas, que al principio nos hacíamos. ¿Cuándo descubre uno su proyecto de vida? ¿Cómo influyen las condiciones en las que vivo? Mi proyecto vital, ¿es realizable? ¿Y cómo saber que lo he realizado? ¿Cuentan mucho mis decisiones? ¿Somos dueños de nuestra vida? Pues bien, todas esas preguntas vieron la luz respondiendo a la siguiente: ¿La vida es un proyecto? Qué tipo de proyecto sea, dejó expedito todo lo demás... Sigamos, pues, las evoluciones del grupo en su indagación.

Pero antes, el conductor del encuentro planteó una situación para que los participantes pudieran presentarse y expresarse. En anteriores Cafés filosóficos se tomó como referente el elemento “agua”. Ahora, en su forma salina e inmensa: el mar. ¿Qué evoca el mar para ti? Viviendo en una localidad costera, Torre del Mar, ¿qué significa este medio acuoso que limita con la tierra? Y cada uno expresó su impresión fundamental: olas sin fin, la perseverancia de lo vivo, un altar, la serenidad del horizonte, el paso del tiempo hasta la muerte, amor y temor, fuerza, violencia, mi respiración, planeta vida, la vida y la muerte, con quien pasear en calma, un ritmo, la inmensidad y lo pequeño del ser humano, el movimiento y la serenidad, el reflejo de lo que soy, una medicina inagotable.

¿La vida es un proyecto? Inició el grupo su andadura planteando un modo de proyecto vital que no satisfacía a la mayoría. Suscitaba muchas dudas. El concepto que se iba perfilando se mostraba alejado, rígido, acabado, abstracto. De manera que una votación rápida mostró lo que estaba en el ambiente: una falta de convicción, una molestia subterránea que afectaba al curso de la discusión. Solamente unos pocos participantes parecían atrapados en el concepto habitual de “proyecto”: unos objetivos, unos recursos, unos resultados planificados, una organización o administración previa de la vida, que se desarrolla en el tiempo. Incluso en aquellos casos en que sí defendían con claridad que nuestra vida es un proyecto, también ponían sus salvedades: el proyecto de la vida consiste en aprender a vivir, el proyecto de la vida se va rehaciendo sin parar, en realidad la vida es un proyecto de proyectos. A esto se añadió lo que aportaban los asistentes más insatisfechos: mucho de lo que proyectamos y hacemos no depende de nosotros, no sabemos cuál es nuestro proyecto, lo vamos adaptando sobre la marcha, en realidad es un río que te lleva. Total, que no satisfacía de verdad a nadie la idea de la vida como proyecto. Y fueron aflorando los desajustes: no hay proyecto previo ya hecho o dado, no puede haber planificación, se va descubriendo, no puede estar hecho de factores externos, no puede haber proyectos sin su facticidad o circunstancia, no somos los protagonistas absolutos, no sabemos de antemano, aunque mis decisiones cuentan mucho (por acción o por omisión); soy como el capitán de un barco que navega por el mar, ese mar que decíamos al principio de este relato: y sólo puedo hacer lo que puedo hacer, para manejarlo...

Y parecíamos más perdidos que antes, en el ancho mar de nuestra vida. Pero así es la reflexión y el diálogo filosóficos: nos perdemos para encontrarnos, nos confundimos para aclararnos. La filosofía es como la vida. Cuando más perdidos estamos, cuanto más confusos, justo cuando vamos a tirar la toalla, aparece la luz. Si dejamos que la discusión se sosiegue, si permitimos que emerja lo nuevo desde dentro del mismo diálogo, que las aguas se calmen y que la turbidez se ordene por sí misma, entonces, puede vislumbrarse el fondo de la laguna. Y casi siempre la clave es una pregunta que pregunta de otro modo: ¿si construimos un concepto de “proyecto”, que recoja las anteriores salvedades, podríamos hablar del proyecto que es la vida? Si el proyecto del que partimos (para entendernos y para entender la temporalidad de nuestra vida) no es gestionario, no es economicista, no es administrativo (están haciéndonos mucho daño estos excesos, porque al ser excesivos, son reductivos), entonces, todos los participantes, sin excepción, podrían decir SÍ (y lo dijeron): nuestra vida es un proyecto, que no está dado de antemano, que no puede planificarse del todo, que es interior y es exterior, que navega entre circunstancias, del que no somos plenamente conscientes a priori, del que somos acompañantes pero no sus protagonistas absolutos, aunque nuestras decisiones, aquí y ahora, juegan un gran papel; y, en ese momento, se expandió por toda la sala de la Taberna El Oasis una gran tranquilidad de ánimo y un gran consenso. Por ahí queríamos continuar.

Y vino la magia. Porque, haciendo un repaso, el resto de preguntas ¡ya estaban respondidas o quedaban aclaradas! Tú, queridos lector o lectora, puedes comprobar si para ti sucede lo mismo. Pero además, con esta herramienta, podía el grupo, incluso, afrontar variadas situaciones que nos afectan en este mundo tan complejo como el que vivimos. Esclarecer el origen muchos de nuestros problemas vitales o socio-políticos: ninguna ley, ninguna normativa, ninguna ideología o creencia, ningún sistema, ninguna constitución (esto último preocupaba a uno de los participantes al inicio del encuentro, al hilo de la actualidad), es definitiva, inamovible, incuestionable. Todo en nuestra vida es proyecto que se construye mientras navegamos... Olvidar esto nos produce grandes quebraderos de cabeza (o peor todavía) por los conflictos que provoca (o cosas peores todavía). Miremos, simplemente, a nuestro alrededor...

Pero el actual café filosófico tampoco así podía darse por acabado. Una de las participantes había manifestado una duda que a ella le perseguía. Para eso estábamos allí. Si entendemos nuestra vida como un proyecto que fluctúa, que cambia o evoluciona, ¿todo en nuestra vida es fluctuante? ¿No hay nada en nosotros que no cambie? Primero, se propuso la distinción entre existencia y ser. El ser, en cuanto centro, no cambia, lo hace la vida en cuanto a los fenómenos que la componen, la periferia nuestra, exterior e interior, nuestra personalidad, por ejemplo. La noción, la intuición, la sensación, la vivencia o el sabor presente en la afirmación yo soy, desde que tengo conciencia de mí mismo, aunque haya cambiado mi cuerpo, mi mente, mis afectos o mis circunstancias, continúa siendo básicamente la misma. Y me reconozco. Es mi identidad profunda. La periferia de mis acontecimientos vitales podrían entenderse, por lo tanto, como un despliegue o desarrollo de un centro inconmovible. Lo mismo que una rueda se mueve a partir de la quietud en lo hondo de su eje. Esta respuesta podía valer, para empezar. Sin embargo, era una respuesta demasiado estática. Se podía ir más allá, dinámicamente: no podemos saber de antemano cuál es nuestro centro, nuestro ser profundo, pero gracias al despliegue de la periferia lo vamos descubriendo. Y esta es su función: al expresar nuestro fondo lo descubrimos y nos hacemos conscientes. Somos proyecto, somos tiempo, porque necesitamos tiempo y movimiento para realizarnos, para despertar a nosotros mismos. Les pasa a todos los seres, Aristóteles dixit.





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