Marc Sautet au Café des Phares (Paris 1994) Photo: Wolfgang Wackernagel

martes, 31 de enero de 2023

¿Qué es ser ignorante?

 

Sobre la ignorancia

Café Filosófico en Vélez-Málaga 13.4

20 de enero de 2023, Sociedad “La Peña”, 18:00 horas

Ninguno de los dioses filosofa ni desea hacerse sabio –pues ya lo es–, ni ningún otro filosofa. Y, por otra parte, los ignorantes tampoco filosofan ni desean hacerse sabios. Precisamente en este aspecto es un mal la ignorancia: en que aquel que no es bello, bueno ni sensato crea que lo es bastante. Es seguro que quien no cree estar carente de nada, no desea aquello de lo que no cree carecer.

Platón, Banquete


¿Qué es ser ignorante?

No hay búsqueda humana más opuesta a la ignorancia que la Filosofía. Desde su nacimiento, cuando tomó conciencia de sí misma, de la mano de los primeros filósofos presocráticos –Pitágoras acuñó su nombre– la filosofía no ha cesado de buscar la sabiduría. Emerge cuando apartamos lo que no es, cualquier forma de ignorancia, esa ausencia de saber que no posee entidad propia, pero que produce en nosotros los mayores males y origina el sufrimiento. Sin duda, el tema de aquella tarde era muy filosófico. Buscábamos desenmascarar la ignorancia; que podamos verla llegar, con toda su falsedad y su impostura. Incluso, compadecernos de algunas de sus formas más inconscientes. Vayamos por partes.

Antes, el moderador del encuentro solicitó de los participantes su colaboración creativa para iniciar del diálogo. Y como era una tarde muy ventosa, la pregunta fue: ¿qué os evoca la palabra “viento”? Como veréis, este experimento muestra cómo no hay dos vientos iguales, aunque a todos los llamemos “viento”. Precisamente, para cubrir estos huecos del lenguaje existe el arte. Recogemos aquí algunos de las inspiraciones de los participantes, que volaban con la fuerza del viento: movimiento, ligereza sucia, fuerza, frescura, mirada en una dirección, baile de hojas, fluidez, viaje sin retorno, resistencia a lo lo otro, atrevido empuje, distorsión, inestabilidad, malestar, renovación, sequedad, caos, desasosiego, desequilibrio y, a la vez, búsqueda de un equilibrio. Con cada una de las palabras asociadas al viento podíamos componer un poema. De hecho, hubo quien ya se disponía a hacerlo... Otra de las participantes clavó su mirada en un cuadro de enfrente, que se hallaba expuesto en el salón de “La Peña”: un paisaje con los árboles inclinados por la costumbre del viento. Podemos decir que allí dentro, aquella tarde, llegamos a sentir el viento que hacía fuera de manera nueva.

Desde el comienzo, la voluntad de hablar de la ignorancia era irrefrenable. Tanto fue así que no hizo falta plantear ninguna pregunta inicial: estaban los participantes locos por ponerle coto a la ignorancia. (Salvo alguno de los participantes, que se empeñaba en que “la ignorancia da la felicidad”; por cierto que iríamos contrastando si ésta no podría ser una de las formas en que se presenta la ignorancia.) Desde el comienzo, se fueron aportando distintas perspectivas de la ignorancia, lo que iba mostrando la necesidad de una definición. Llegó más adelante. La ignorancia es una falta de responsabilidad, no querer saber para no hacerme cargo de las consecuencias de mis actos; una falta de formación o conocimiento; no saber las causas; desconocer las consecuencias; desconocer los intereses que se esconden detrás de las acciones, etc. Ciertamente, hacía falta una definición, o al menos, una aclaración de lo fundamental. Así, preguntamos si la ignorancia, ¿implica una actitud consciente o inconsciente? Pues... hay de todo. Pero quedaba muy claro que la ignorancia que preocupaba, la verdadera ignorancia, era la ignorancia consciente. Bueno, ya sabíamos algo.

Una de las participantes introdujo una distinción que, a la postre, resultaría crucial para comprender el fenómeno de la ignorancia en las sociedades actuales. Se trataba de la diferencia entre saber y conocer. La ignorancia de conocimiento y la ignorancia de saber. Y esta última es la mayor ignorancia, la ignorancia referida a la esencia de las cosas mismas, la ignorancia de las causas, la ignorancia práctica acerca de los valores, de lo que importa por sí mismo y en cada momento. Lo otro se refiere a nuestro conocimiento, a la cantidad de información, a los hechos particulares conocidos... Y esto abunda en nuestras sociedades. Pero, ¿abunda el saber fundamental? Recordemos que el sabio no es el sabe muchas cosas, un erudito, sino el que sabe lo esencial. Aristóteles diría que el sabio es el que sabe los principios últimos (desde el punto de vista del conocer) o primeros (desde el punto de vista del ser), eso que siempre está ahí debajo o detrás de lo que sucede, la causa y no los síntomas. Todos tenemos la experiencia de personas que no tienen mucha formación o estudios, que no saben muchas cosas, pero que son capaces de tomar una decisión justa y ajustada a la realidad mejor que muchos... Además, actualmente, se da otro fenómeno muy preocupante: la sobreabundancia de conocimiento o información, sin capacidad de criterio o juicio propio. Lo que muchas veces produce el efecto contrario de la desgana o la desidia por el auténtico saber. Como dijo una participante, lleva a conformarnos con una “ignorancia de rebaño”. Por otro lado, es obvio que las personas que estábamos allí no éramos de esos. Pues, buscábamos saber... ¡a través de la filosofía!

 Habiendo dejado claro qué es la ignorancia y cómo es la que más nos preocupa hoy día, llegó el momento de intentar una clasificación de las formas de ignorancia más acuciantes: no querer saber para no responsabilizarme; dejarse uno llevar por la comodidad perezosa que se instala en nosotros (que no es lo mismo que llamaba Nietzsche “capacidad de olvido”, necesaria para vivir); dejarse conducir por un saber segado o interesado; y faltaba otro modo de ignorancia, quizás el más grave, como pensaba Platón, a través de Sócrates: la ignorancia del que cree que ya lo sabe todo, puesto que nunca estará bien predispuesto a llegar a saber. Otras formas de ignorancia, no siendo deseables, hemos de aprender a convivir con ellas: no haber desarrollado las habilidades necesarias para un nivel determinado de comprensión de la realidad; la ignorancia, que más arriba decíamos, que es un no saber inconsciente; o bien, la ignorancia debida a otras causas ajena al sujeto, como la edad o la inexperiencia. En este sentido, el que sabe tiene la responsabilidad de adaptar lo que sabe al contexto del receptor. El que ve tiene el deber de comprender al que no ve y acompañarlo en su propia búsqueda, desde él mismo, sin imposiciones ni manipulaciones. Y esto es especialmente relevante en cualquier contexto educativo. Con esta preocupación se dio por finalizado el diálogo. En consecuencia, ¡que la lucidez nos acompañe! Pensadlo: si ponemos luz, la ignorancia desaparece, igual que desaparece la oscuridad.







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