Marc Sautet au Café des Phares (Paris 1994) Photo: Wolfgang Wackernagel

viernes, 5 de mayo de 2023

¿Dónde poner el origen de lo religioso?


Sobre el origen de lo religioso

Café Filosófico en Castro del Río 6.6

14 de abril de 2023, Peña Flamenca Castreña, 18:00 horas


Gracias al silencio existe la música. Gracias a aquello que no puedo expresar, puedo expresarme.

Cuando consigo quitarme a mí mismo de delante de mis ojos, entonces, cómo cantan y ríen las cosas.

Todo lo que he llegado a poseer vive dentro de una profundidad que no se deja poseer.

José Mateos


¿Dónde poner el origen de lo religioso?

Sin saberlo, el café filosófico de aquella tarde giraría en torno a la idea de cuidado. Buscábamos la génesis de lo religioso y descubrimos el cuidado. Pero, al descubrirlo, ahondamos en la naturaleza humana. En nosotros mismos. ¡Y de qué manera! Sucedió porque cualquier cosa nos inspira, porque todo está relacionado con todo. Solamente hay que estar atento, con la mente abierta, lúcida, y entonces el descubrimiento (aletheia) sucede. No olvidemos que nuestro encuentro acoge a un grupo de personas que investiga. Nos lanza una inquietud: llegar a ser nosotros mismos; buscamos una finalidad: realizarnos. En cada situación. En ese preciso instante.

Estaba un día Cura (el cuidado) atravesando un río y al ver gran cantidad de arcilla, cogió una buena porción y, distraídamente, comenzó a modelar una figura. Mientras pensaba para sí qué había hecho, se le acercó Júpiter. Cura le pidió que infundiese espíritu al trozo de arcilla modelado y Júpiter le concedió el deseo. 

Pero al querer Cura ponerle su nombre a la obra, Júpiter se lo prohibió, diciendo que debía ponerle su nombre, por haberle infundido la vida. Mientras Cura y Júpiter discutían sobre quién debía ponerle su nombre, se levantó la Tierra (Tellus) y dijo que sólo a ella le correspondía darle nombre al nuevo ser, puesto que le había dado el cuerpo. La discusión se prolongó largo tiempo, hasta que los litigantes escogieron por juez a Saturno, el dios del tiempo, que dictó la siguiente sentencia: 

Tú, Júpiter, por haberle dado el espíritu, lo recibirás a su muerte; tú, Tierra, por haberle ofrecido su cuerpo, recibirás el cuerpo. Pero por haber sido Cura quien primero dio forma a este ser, será quien lo acompañe mientras viva. Y, en cuanto al litigio sobre el nombre, que se llame “homo”, puesto que está hecho de “humus” (tierra).

En esta fábula mitológica de origen grecorromano, Higinio nos da noticia de una cualidad esencial del ser humano (que ha nacido de la la tierra, “humus”), la inquietud que implica vivir y el cuidado y autocuidado que necesita toda vida. No en vano, Heidegger puso el cuidado (Sorge) como uno de los rasgos que constituyen la existencia humana, el Da-sein (este “ser-ahí”, “ser en el mundo” que nosotros somos). Precisamente, utiliza esta fábula de Higinio como una anticipación de su análisis existencial. Pues bien, el moderador del encuentro, al proponer esta pregunta de autorreflexión: ¿cómo cuido de mí mismo, de mí misma?, iba a provocar que ya no se perdiera de vista esta posición y esto alumbrara nuevos territorios en la búsqueda, que nos propusimos, acerca del origen de lo religioso. Ellos y ellas, por su parte, dijeron que se cuidan de estas maneras: yo cuido de mí misma viniendo aquí a dialogar con vosotros; mostrando agradecimiento por la existencia y la relación con los demás; tratando de respetar mis propios ritmos personales (biológicos y mentales), que provengan esos ritmos de dentro de mí y no de fuera; trabajando la aceptación; distanciándome de un determinado problema, para verlo mejor; mi manera de cuidarme es curando mis heridas; procuro tener tiempo para mí; trato de ver la vida de otro modo y que no me afecte tanto lo de fuera; me rodeo de cosas que me gustan y que me aportan y enriquecen; busco actividades que me saquen de la rutina, aprendo cosas nuevas y me cuido físicamente. Ahora, ya sabes que la pregunta continúa en el aire para que tú la contestes: ¿y tú, cómo te cuidas a diario? Todos los participantes, y creo que tú también, comprendían que no se trata de ningún individualismo ni otra suerte de egocentrismo, que si uno mismo aprende a cuidarse, estará mejor preparado para poder cuidar de otros. La experiencia lo dice.

¿Cuál es el origen de lo religioso? ¿Cuál puede ser el lugar de la religión en el mundo de hoy? Éstas fueron las preguntas iniciales de los asistentes, que hubieron de ser recibidas en el seno del grupo. El diálogo verdadero es la mejor manera de cuidar y de cuidarnos. Y se establecieron dos hipótesis que pugnaban entre sí: a) lo religioso procede del deseo de dominio; b) lo religioso procede del deseo de vincularse. Lo que significa que, o bien, proviene de una tendencia humana a no responsabilizarse uno de sus acciones (volcarlas en otros); o bien, proviene de un sagrado respeto por lo inexplicable o desconocido. La primera hipótesis aclaraba el hecho de que lo religioso se transforme habitualmente en religión organizada y dogmática. La segunda, aclaraba la persistencia del sentimiento religioso y sus variadas manifestaciones, más allá de las formas estructuradas a las que pudiera dar lugar. Si fuera lo primero, el hecho religioso crecería desde el suelo de la ignorancia; si fuera lo segundo, lo religioso no tendría su base en la ignorancia sino en una necesidad humana: la necesidad de satisfacer un vínculo (una “religatio”) con todo, con cada cosa o ser, con el Todo, orden y unidad de lo existente. Si este sentimiento de pertenencia formara parte del suelo nutricio de nuestra existencia, esta necesidad, entonces se entendería muy bien lo que sucede a menudo: que esta necesidad de vincularse los seres humanos (por ejemplo, unos con otros) pueda ser utilizada como forma de poder, de dominio de unos seres humanos sobre otros.

¿Qué hacer, entonces? ¿Cómo proceder? El diálogo mismo nos ofreció la clave: la importancia extrema de ¡cuidar el vínculo! El dominio no cuida del vínculo que necesitamos, unos de otros, unos con otros, todos con todo, lo coarta, lo deforma, lo reduce, lo destruye. Cuidar del vínculo (de nuestros vínculos) es mucho más que (es anterior a) cuidar de otros. En la relación se juega la vida. Si cuidamos este intersticio, este entre-dos (o entre muchos), estamos cuidando de nosotros mismos y de los demás. De ahí que se mostrara tan decisivo, en la discusión, distinguir entre espiritualidad y religiosidad. Ni por un asomo es lo mismo. La espiritualidad no tiene nada que ver con ser creyente o ser ateo. La espiritualidad es una dimensión de lo humano, sin la que no podrían entenderse muchas de nuestras manifestaciones y acciones, que son fruto de nuestra rica y constante vida interior. Esta capacidad humana de conexión consciente con lo que hay, de estar presente, encuentra en el amor o en la unión mística algunas de sus manifestaciones. Pero el grupo sería capaz de descubrir otras expresiones de lo espiritual en nosotros, en todos nosotros.

La espiritualidad humana estaría en el origen del amor, la ciencia, la filosofía, la religión, el arte, en fin, todo aquello humano que concierne a nuestra creatividad, que es más claramente como se despliegan los efectos de nuestra dimensión espiritual. Todas las intuiciones, hallazgos, novedades, creaciones... de cualquier rama del conocimiento o acción humanos, tendrían este mismo origen, espiritual, profundo, central. Esta apertura de sentido originario. Luego vendrán las realizaciones particulares (y el cierre del ser), hasta convertirse esas intuiciones o experiencias originarias en escuelas, corrientes, dogmas, teorías, leyes, estilos, tendencias que, repetidos hasta la saciedad, replicarán a lo largo de la historia esas inspiraciones fundamentales. Una religión, antes de ser una religión es una experiencia; una filosofía, antes de ser una filosofía es una intuición clara y distinta; una escuela artística, antes de ser una escuela es una revelación estética, un modelo científico, antes de ser un modelo científico es un desvelamiento a partir de datos empíricos... y así. En todo está presente esta vinculación originaria. Fijémonos en la importancia de lo espiritual, que ellos y ellas vislumbraron en su diálogo aquella tarde.

Y su aportación, aunque no se dieran mucha cuenta (es consciente ahora este relator), bien mirado, es sorprendente. Una auténtica novedad. Los clásicos (Platón, Aristóteles, los estoicos...) advirtieron que nuestra naturaleza no se agota en nuestro cuerpo (soma), no se agota en nuestra mente (psijé), sino que algo en nosotros se da cuenta, es consciente, es sujeto o testigo (nous); pero ahora sabemos que este sujeto es un sujeto relacionado, potencialmente vinculado con todo, que reside en nosotros. Ser como vínculo. Y que este vínculo ha de ser cuidado, con la suficiente calidez, para mantenerse jovial y receptivo. Para que todas las posibilidades de ser permanezcan (lo más posible) abiertas. Pero el cuidado, claro, necesita tiempo. Como diría Antonio Blay, en todo alumbramiento humano el tiempo está implicado: ya sea antes, como preparación o predisposición para dar a luz la nueva visión o intuición; ya sea después, como asimilación o integración de lo hallado, en los demás niveles de conciencia y en la vida cotidiana. De ahí que ese otro sabio de nuestro tiempo, Martin Heidegger, tuviera que ligar necesariamente, en su obra fundamental, “el ser y el tiempo”. De acuerdo: cura sui, cura nostri.




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