Café Filosófico en Castro del Río 8.2
20 de diciembre de 2024, Peña flamenca castreña, 19:00 horas
Por ello creemos que Pericles y los hombres así son prudentes, porque son capaces de considerar lo que es bueno para sí mismos y para la gente; creemos que son de esta clase los administradores y los políticos. Por ello, también aplicamos este nombre a la templanza en la idea de que salvaguarda la prudencia.
Aristóteles, Ética a Nicómaco, VI
¿Cómo podría ser más justa la justicia?
Entre los valores que más demandamos está la justicia. Pero tanto apelamos a ella que muchas veces no se la busca a ella misma, sino como medio al servicio de intereses particulares. Intereses interesados. Y entonces decimos que está siendo instrumentalizada la justicia. Como si solamente fuera justa cuando satisface nuestras expectativas. Pero una cosa es lo que yo deseo y otra lo que es justo, que considera el bien individual en (la máxima posible) armonía con el bien universal. Y si quisiéramos personalizar, diríamos que la justicia a menudo está siendo instrumentalizada por intereses políticos o bien mediáticos. Aquellos la usan para atacar al competidor político (en esa perversa dinámica de la mala política actual, que únicamente persigue desbancar al adversario para conseguir el poder a cualquier precio: los casos de corrupción política sólo se dan en “los otros”). Y éstos, los poderes mediáticos, aprovechan las causas judiciales para que todo el mundo tenga de qué hablar y puedan recibir los beneficios económicos concomitantes. Se construye una opinión pública (dividida, polarizada) de la cual es complicado liberarse y que acaba presionando a los jueces de un modo u otro, siguiendo aquella máxima sofista que consiste en convertir (a través de la persuasión o la tergiversación, si hace falta) lo que es mi bien y mi verdad en el bien y la verdad (para muchos, los máximos posibles). En fin, que el tema de la justicia, en nuestro tiempo, no dejaba indiferentes a nuestros participantes. Así que se pusieron manos a la obra de indagar cómo podría ser una justicia más justa.
Pero esto vendría después de una autorreflexión sobre lo distinto que es vivir o existir. Según Óscar Wilde, “vivir es la cosa menos frecuente en el mundo; la mayoría de la gente simplemente existe”. Tú también puedes pensarlo para tus adentros: ¿Qué haces habitualmente para vivir y no solamente existir? Estaba claro que el modo de vivir tiene que ver, por ejemplo, vivir desde la alegría o desde el enojo o la queja; elegir actividades que te realicen como persona, que salgan desde uno mismo; y elegir conscientemente, claro; y no aplazar o dilatar en el tiempo lo uno tiene claro que ha de hacer o decir; y ligar mis acciones a un sentimiento (no hablamos de emociones, pasajeras e inconstantes, o bien, sensaciones del momento), un sentimiento profundo, que lo será si viene de muy dentro de mí; y estar muy despierto, lo más despierto que uno pueda estar en cada momento; y estar presente, estar con quien estoy y sufrir y gozar, sin apego pero todo yo ahí presente acompañando; y asumir como propio lo que es propio y en lo ajeno lo universal que contiene; en definitiva, ser protagonista de tu vida, “empuñar” nuestra vida, como diría Heidegger. Vibrar con la vida, vivir sintiéndose uno vivo; y vivirlo todo, a fondo, agradable o desagradable, una actitud nietzcheana que tanto necesitamos en estos tiempos de búsqueda ciega de lo agradable y huida desbocada de lo desagradable. En fin, querido lector o querida lectora, que ahí dispones de unas cuantas pistas para poder contrastar con criterio cómo vives tu propia vida.
Seguimos. Una de las participantes comenzó relatando un caso cercano de injusticia o sesgo judicial, que no no vemos necesario contar aquí, precisamente, para no dar pie a las interpretaciones, cada uno desde su postura ideológica. Aunque, si hubierais estado allí, es muy posible que le hubierais dado la razón, en justicia. Y se refirieron las diferencias entre el modelo anglosajón de la justicia y el nuestro, que son de todos conocidas a través del abundante cine norteamericano de tribunales. Y también se habló del “Consejo de los hombres buenos” de la huerta murciana. Hasta que el diálogo logró abrir un canal: ¿qué es más justo, seguir la norma general a toda costa, o bien, mirar el caso particular, siempre diferente y único? Por un lado, la norma parece ahogarse a menudo en el lodazal burocrático y, por otro lado, la atención al caso único puede perder la orientación. De ahí que, como muy buen tino, los participantes, ellos y ellas, dijeran que ambos aspectos debían tenerse en cuenta. Que la justicia había de ser prudente, siguiendo la sabiduría práctica aristotélica incluida en la “phrónesis”: el arte de aplicar la ley general al caso particular. Ahí se juega mucho de lo que podríamos llamar acción o decisión justa, contando con que la norma de partida sea reconocida como justa, claro.
El segundo hilo que encauzó la discusión fue el de distinción entre lo legal y lo moral (o justo). El primero nos había llevado a integrar adecuadamente la norma y el caso particular, este segundo hilo iba a llevarnos a la comprensión de que el ethos (esa segunda naturaleza, que decía Aristóteles) siempre está detrás de la justicia, para que pueda ser justa. Es decir, que las leyes y la aplicación de las leyes, y que puedan ser justas, no deben apartarse de lo aceptable moralmente. La moral va cambiando, tratando de acercarse a un ideal de bien o justicia, que los seres humanos, en cuanto tales seres humanos, buscan plasmar en sus actos; pero las buenas leyes han de ir a la zaga, también evolucionando sin separarse en exceso de dicha aspiración moral. De lo contrario, las normas quedarían obsoletas, y por ende, se volverían inmorales o dañinas, injustas. Continuamente, la moral está revisándose a sí misma; la ley necesita ser revisada periódicamente, al menos.
Esto les llevó a nuestros protagonistas a pensar juntos que nada de lo anterior sería viable si las personas, sujetos de tales acciones lo más justas posible, no adquieren un alto grado de desarrollo moral. Esto significa que hay que cuidar sin empacho la formación de los jueces (y de la población en general, como demandantes y receptores de la justicia). Y esto es un aspecto muy descuidado habitualmente. Porque no hablamos de formación técnica o académica, sino del desarrollo de sus habilidades éticas, que implica alcanzar un mínimo grado de autoconocimiento, tales profesionales. Si no, ¿cómo iban a poder evitar que sus juicios estuvieran mezclados de juicios personales o prejuicios? Es sintomático que un abogado con experiencia sepa de antemano el cariz que podría tomar una causa judicial, si puede perjudicar o beneficiar a su cliente. (Otro día hablaremos de la falibilidad de los jurados y de la ética de los abogados).
Por último, nuestros participantes pensaron que lo que se estaba diciendo valía también para cualesquiera clase de profesionales: médicos, arquitectos, ingenieros, investigadores, informáticos, etc. Los protocolos, los planes, los diseños, los proyectos, los algoritmos... los llevan a cabo personas. Y cambian nuestra vida, la sociedad, nuestro planeta. ¿Quién dice que no necesita un científico, un técnico o un profesional cualquiera ser una persona madura, con un alto grado de desarrollo personal y moral? Ellos y ellas no, desde luego. Piénsalo tú también, mirando lo que pasa a tu alrededor. Salud.