Sobre
el proceso creativo
Café
Filosófico en Vélez-Málaga 14.4
24
de mayo de 2024, Fundación Eugenio de la Torre, 18:00 horas
Es
como si no fuera el pintor quien mira, sino que hay algo
que
mira a través del pintor, y ese algo se queda en el cuadro
y
habla calladamente a través de él.
Jon
Fosse
Todo
gran poeta poetiza sólo desde un único Poema.
La
grandeza se mide por la amplitud con que se afianza a este
único
Poema y hasta qué punto es capaz de mantener
puro
en él su decir poético.
Heidegger
Dejar
de ser para dejar ser.
Schelling
¿Qué
facilita la creación?
Estábamos
reunidos en la terraza de la Fundación Eugenio de la
Torre, con vistas al antiguo
mercado de Vélez-Málaga, en el que también pudimos llevar a cabo
hace unos pocos años nuestros encuentros filosóficos. Un espacio
singular, de arte y pensamiento nuevos, donde artistas de variada
estirpe pueden convivir y exponer sus obras. Agradecemos la
invitación para filosofar juntos. Y nada mejor que tratar el tema
que tratamos: el proceso de la creación artística.
Era irremediable, dado el sitio y la adscripción artística de la
mayoría de los participantes.
Un
texto de nuestra querida María Zambrano, que nos sirvió de
antesala, aclaraba la cita aproximada del cartel anunciador de este
Café filosófico. Un cartel que presentaba otro enigma: la imagen de
un pelador de pollos. ¿Qué tendrá que ver un pelador de pollos con
la filosofía? Lo cierto es que los caminos asociativos del
pensamiento son insondables y la filosofía, cuando se practica, no
hace ascos a nada. Un pollo desplumado arrojó el viejo Diógenes de
Sinope, el cínico, dentro de la Academia de Platón, diciendo: “Ahí
tenéis al hombre de Platón”; según la definición del ser humano
dada, al parecer, en alguna de sus sesiones: “Animal bípedo
implume”. Aquella performance,
al puro estilo kinikoi,
dicen que obligó a modificar dicha formulación, añadiendo: “y de
uñas planas”. Porque el filosofar no busca solamente unir
conceptos sino mostrar el sentido, cuando a los conceptos se les
escapa, por hallarse muchas veces la verdad en las lindes del
pensamiento y del lenguaje. Y ahí, en ese límite, arte y filosofía
aparecen hermanadas, cada una haciendo uso de sus propios recursos.
No se puede dar una definición cerrada, conclusa, de lo que es un
ser humano. Ni de lo que es el arte. Para comprender el arte, hay que
vivir el arte, bien sea como creador o bien sea como receptor de la
obra. De la misma manera que para entender a un ser humano, hay que
vivir como un ser humano. Así que vaya despidiéndose la IA de ese
antojo, el de querer recrear lo humano. Solamente logrará reducirlo
al trampantojo de un algoritmo. El arte y la vida son otra cosa.
Vamos a comprobarlo, una vez más, dialogando, oyendo unos
de otros, a lo que nos invita
aquel poema de Hölderlin: “El
ser humano ha experimentado muchas cosas, nombrado a muchos dioses,
desde que somos un diálogo y podemos oír unos de otros”.
Escribió
María Zambrano en su Hacia un saber del alma:
“El despertar de la filosofía fue primeramente «entrar
en razón».
Mas, cuando la razón se ha embriagado, el despertar es «entrar
en realidad»”.
Y este “entrar en realidad” nos sirvió, a los que allí
estábamos, para situarnos en la experiencia misma del existir. Del
lógos pasar al
pathos, del pensar al
sentir, del razonar a la presencia. Lo que, a la larga, se convirtió
en una preparación para abordar el proceso creativo en sí mismo. El
animador del encuentro planteó la siguiente situación, que debía
ser interiorizada, sentirse y, luego, ser expresada: “Yo
me he sentido presente, todo yo, cuando...” y
dio comienzo la ronda de intervenciones: cuando estoy desayunando,
pintando, contemplando la luna, bajo los efectos de la droga
(sabiendo que este estado no es natural, sino inducido), con mis
perros en la montaña, ahora mismo aquí, en silencio, a veces
incluso en medio del caos, ahora que no me siento cómoda pero me doy
cuenta, volviendo del vivero con mi hermana (“¡qué bien
estamos!”), cuando estoy cocinando, escribiendo, mirando a los ojos
de mis hijos, justo antes de dormirme, a mí me cuesta estar presente
(pero, de nuevo, esta participante se da cuenta, está ahí, con ese
“no estar presente”, por lo tanto, está presente),
me siento así en contacto con el barro, soy escultor. Hay, pues,
muchas formas de estar presentes. Pero, cada vez que renunciamos a
ello, somos menos nosotros mismos, menos seres humanos, puesto que no
hay nada más humano que la conciencia y la autoconciencia.
Los
clásicos hablan de las musas, los modernos de la inspiración, pero
vayamos a su almendra: ¿qué es realmente el proceso
creativo?, ¿cómo se produce?, ¿qué lo hace posible o lo facilita,
al menos?, ¿por qué, para qué creamos?
Esta capacidad nuestra de crear, que nos acerca a lo divino, o que es
divina en sí (hablamos desde un plano pre-religioso, espiritual o
interior), ¿qué desarrolla en nosotros?
Pero, antes, ¿qué es crear?,
¿cuál es la esencia del acto creador? Lo mueve la necesidad, sí;
lo mueve el dolor, sí, muchas veces... pero, ¿qué es, en
sí, crear?, ¿cuándo hay
creación? Y los participantes, ellos y ellas, nos dicen que hay
creación con la aparición de una novedad, algo diferente que,
inicialmente por el lugar donde emerge, no tiene utilidad alguna. En
el mundo aparece algo que no existía, un algo nuevo o una
combinación única de elementos preexistentes. Algo irrumpe en el
mundo. Y sucede cada día, a cada instante, si somos capaces de
estar atentos. De ahí que los antiguos griegos, los primeros
filósofos, que no necesitaban partir de la idea (incluso les
parecería aberrante) de creación desde la nada (“de la nada nada
sale”) para entender el mundo, hablaran de la physis
como causa u origen de todo cuanto existe: una continua e inagotable
aparición de seres, que surgen desde sí misma, por sí mismos. Y
cuando creamos, estaríamos ni más ni menos que entregándonos a
dicho proceso cósmico de fluencia permanente.
Es
cierto que, en muchas ocasiones, el proceso creativo viene
desencadenado por una necesidad que sentimos, un dolor, una demanda
interior profunda, una pulsión, dijeron algunos de los
participantes. Pero ahondemos un poco más: ¿cuáles son
los componentes básicos de esa pulsión, necesidad o estímulo
interior?, ¿de qué está hecha?
Y desgranaron algunas ideas sentidas desde su propia experiencia
estética, que nos pueden servir para comprender la esencia de la
creación, no solamente referida a lo artístico, sino al hecho mismo
de vivir muy centrados,
en cualquier contexto. Para ellos y para ellas, dichos ingredientes
serían, básicamente: la libertad
que se vive en esos momentos de creatividad, quizás mejor descrita
como liberación o despertar; la conexión
o comunicación desde lo profundo de nosotros mismos; el habitar
lo que haya en ese momento de conexión; y la apertura
incondicional hacia ello, mantener muy abiertas las puertas y las
ventanas de nuestra psique (psyché
o alma, que decían los griegos). Heidegger describe este estado del
alma como apertura al ser y no a los entes.
Estar siendo, receptivos, abiertos, una entrega a lo que hay como lo
hay. Los entes, las cosas, los objetos, las obras, lo hallado, lo
hecho se cierra sobre sí, es lo que es, presente, restringido, dado,
objeto ante un sujeto, pero el acto creador en sí mismo es pura
entrega o apertura al ser; o mejor dicho, a la nada, pues el no-ser,
lo no delimitado, indefinido o ilimitado, incluye en su seno todas
las posibilidades (Anaximandro lo llamó ápeiron),
que el artista trata de despejar; alguna expresión particular de esa
nada o silencio, aquí y ahora, incompleta siempre, siempre por
realizar. Por eso el artista busca una y otra vez repetir el mismo
ritual del acto creativo a través de una obra concreta, que
permanece siempre inacabada. Busca el Arte a través de una
obra de arte.
De
ahí que sea algo espurio discutir si la creación artística surge
del dolor o de la alegría, del sufrimiento o de la exaltación. Esto
sería secundario. Aparece la creación, la novedad, desde un estado
apertura del alma. A cada cual le puede valer un determinado tipo de
experiencias, las suyas. Eso no es esencial, sino la receptividad o disponibilidad en la que nos hallamos, siendo
nosotros mismos sin ser nosotros mismos. Pues bien, la creatividad
había estado también presente allí, aquella tarde. Un grupo de
personas entregándose, con todas sus capacidades abiertas, al
esclarecimiento de lo que es el proceso de creación artística. Y,
de nuevo, según el grado de apertura de cada participante, cada uno,
cada una, pudo estar más presente o menos presente, más conectado o
menos conectado con el trabajo que se había ido realizando. Cuando
nosotros dejamos de ser para dejar ser, aparece
la belleza, de la que la obra de
arte, el encuentro o la experiencia quieren ser un óptimo vehículo. Vale.