Marc Sautet au Café des Phares (Paris 1994) Photo: Wolfgang Wackernagel

sábado, 1 de marzo de 2025

¿Cómo podría ser más justa la justicia?


Sobre la justicia

Café Filosófico en Castro del Río 8.2

20 de diciembre de 2024, Peña flamenca castreña, 19:00 horas

Por ello creemos que Pericles y los hombres así son prudentes, porque son capaces de considerar lo que es bueno para sí mismos y para la gente; creemos que son de esta clase los administradores y los políticos. Por ello, también aplicamos este nombre a la templanza en la idea de que salvaguarda la prudencia.

Aristóteles, Ética a Nicómaco, VI


¿Cómo podría ser más justa la justicia?

Entre los valores que más demandamos está la justicia. Pero tanto apelamos a ella que muchas veces no se la busca a ella misma, sino como medio al servicio de intereses particulares. Intereses interesados. Y entonces decimos que está siendo instrumentalizada la justicia. Como si solamente fuera justa cuando satisface nuestras expectativas. Pero una cosa es lo que yo deseo y otra lo que es justo, que considera el bien individual en (la máxima posible) armonía con el bien universal. Y si quisiéramos personalizar, diríamos que la justicia a menudo está siendo instrumentalizada por intereses políticos o bien mediáticos. Aquellos la usan para atacar al competidor político (en esa perversa dinámica de la mala política actual, que únicamente persigue desbancar al adversario para conseguir el poder a cualquier precio: los casos de corrupción política sólo se dan en “los otros”). Y éstos, los poderes mediáticos, aprovechan las causas judiciales para que todo el mundo tenga de qué hablar y puedan recibir los beneficios económicos concomitantes. Se construye una opinión pública (dividida, polarizada) de la cual es complicado liberarse y que acaba presionando a los jueces de un modo u otro, siguiendo aquella máxima sofista que consiste en convertir (a través de la persuasión o la tergiversación, si hace falta) lo que es mi bien y mi verdad en el bien y la verdad (para muchos, los máximos posibles). En fin, que el tema de la justicia, en nuestro tiempo, no dejaba indiferentes a nuestros participantes. Así que se pusieron manos a la obra de indagar cómo podría ser una justicia más justa.

Pero esto vendría después de una autorreflexión sobre lo distinto que es vivir o existir. Según Óscar Wilde, “vivir es la cosa menos frecuente en el mundo; la mayoría de la gente simplemente existe”. Tú también puedes pensarlo para tus adentros: ¿Qué haces habitualmente para vivir y no solamente existir? Estaba claro que el modo de vivir tiene que ver, por ejemplo, vivir desde la alegría o desde el enojo o la queja; elegir actividades que te realicen como persona, que salgan desde uno mismo; y elegir conscientemente, claro; y no aplazar o dilatar en el tiempo lo uno tiene claro que ha de hacer o decir; y ligar mis acciones a un sentimiento (no hablamos de emociones, pasajeras e inconstantes, o bien, sensaciones del momento), un sentimiento profundo, que lo será si viene de muy dentro de mí; y estar muy despierto, lo más despierto que uno pueda estar en cada momento; y estar presente, estar con quien estoy y sufrir y gozar, sin apego pero todo yo ahí presente acompañando; y asumir como propio lo que es propio y en lo ajeno lo universal que contiene; en definitiva, ser protagonista de tu vida, “empuñar” nuestra vida, como diría Heidegger. Vibrar con la vida, vivir sintiéndose uno vivo; y vivirlo todo, a fondo, agradable o desagradable, una actitud nietzcheana que tanto necesitamos en estos tiempos de búsqueda ciega de lo agradable y huida desbocada de lo desagradable. En fin, querido lector o querida lectora, que ahí dispones de unas cuantas pistas para poder contrastar con criterio cómo vives tu propia vida.

Seguimos. Una de las participantes comenzó relatando un caso cercano de injusticia o sesgo judicial, que no no vemos necesario contar aquí, precisamente, para no dar pie a las interpretaciones, cada uno desde su postura ideológica. Aunque, si hubierais estado allí, es muy posible que le hubierais dado la razón, en justicia. Y se refirieron las diferencias entre el modelo anglosajón de la justicia y el nuestro, que son de todos conocidas a través del abundante cine norteamericano de tribunales. Y también se habló del “Consejo de los hombres buenos” de la huerta murciana. Hasta que el diálogo logró abrir un canal: ¿qué es más justo, seguir la norma general a toda costa, o bien, mirar el caso particular, siempre diferente y único? Por un lado, la norma parece ahogarse a menudo en el lodazal burocrático y, por otro lado, la atención al caso único puede perder la orientación. De ahí que, como muy buen tino, los participantes, ellos y ellas, dijeran que ambos aspectos debían tenerse en cuenta. Que la justicia había de ser prudente, siguiendo la sabiduría práctica aristotélica incluida en la “phrónesis”: el arte de aplicar la ley general al caso particular. Ahí se juega mucho de lo que podríamos llamar acción o decisión justa, contando con que la norma de partida sea reconocida como justa, claro.

El segundo hilo que encauzó la discusión fue el de distinción entre lo legal y lo moral (o justo). El primero nos había llevado a integrar adecuadamente la norma y el caso particular, este segundo hilo iba a llevarnos a la comprensión de que el ethos (esa segunda naturaleza, que decía Aristóteles) siempre está detrás de la justicia, para que pueda ser justa. Es decir, que las leyes y la aplicación de las leyes, y que puedan ser justas, no deben apartarse de lo aceptable moralmente. La moral va cambiando, tratando de acercarse a un ideal de bien o justicia, que los seres humanos, en cuanto tales seres humanos, buscan plasmar en sus actos; pero las buenas leyes han de ir a la zaga, también evolucionando sin separarse en exceso de dicha aspiración moral. De lo contrario, las normas quedarían obsoletas, y por ende, se volverían inmorales o dañinas, injustas. Continuamente, la moral está revisándose a sí misma; la ley necesita ser revisada periódicamente, al menos.

Esto les llevó a nuestros protagonistas a pensar juntos que nada de lo anterior sería viable si las personas, sujetos de tales acciones lo más justas posible, no adquieren un alto grado de desarrollo moral. Esto significa que hay que cuidar sin empacho la formación de los jueces (y de la población en general, como demandantes y receptores de la justicia). Y esto es un aspecto muy descuidado habitualmente. Porque no hablamos de formación técnica o académica, sino del desarrollo de sus habilidades éticas, que implica alcanzar un mínimo grado de autoconocimiento, tales profesionales. Si no, ¿cómo iban a poder evitar que sus juicios estuvieran mezclados de juicios personales o prejuicios? Es sintomático que un abogado con experiencia sepa de antemano el cariz que podría tomar una causa judicial, si puede perjudicar o beneficiar a su cliente. (Otro día hablaremos de la falibilidad de los jurados y de la ética de los abogados).

Por último, nuestros participantes pensaron que lo que se estaba diciendo valía también para cualesquiera clase de profesionales: médicos, arquitectos, ingenieros, investigadores, informáticos, etc. Los protocolos, los planes, los diseños, los proyectos, los algoritmos... los llevan a cabo personas. Y cambian nuestra vida, la sociedad, nuestro planeta. ¿Quién dice que no necesita un científico, un técnico o un profesional cualquiera ser una persona madura, con un alto grado de desarrollo personal y moral? Ellos y ellas no, desde luego. Piénsalo tú también, mirando lo que pasa a tu alrededor. Salud.

viernes, 3 de enero de 2025

¿Por qué funcionan los bulos?


Sobre la desinformación

Café Filosófico en Torre del Mar 15.2

28 de noviembre de 2024, Taberna El Oasis, 18:00 horas


Estaba un día Cura (El cuidado) atravesando un río y al ver gran cantidad de arcilla, cogió una buena porción y, distraídamente, comenzó a modelar una figura. Mientras pensaba para sí qué había hecho, se le acercó Júpiter. Cura le pidió que infundiese espíritu al trozo de arcilla modelado y Júpiter le concedió el deseo.

Pero al querer Cura ponerle su nombre a la obra, Júpiter se lo prohibió, diciendo que debía ponerle su nombre, por haberle infundido la vida. Mientras Cura y Júpiter discutían sobre quién debía ponerle su nombre, se levantó la Tierra (Tellus) y dijo que sólo a ella le correspondía darle nombre al nuevo ser, puesto que le había dado el cuerpo. La discusión se prolongó largo tiempo, hasta que los litigantes escogieron por juez a Saturno, el dios del tiempo, que dictó la siguiente sentencia:

Tú, Júpiter, por haberle dado el espíritu, lo recibirás a su muerte; tú, Tierra, por haberle ofrecido su cuerpo, recibirás el cuerpo. Pero por haber sido Cura quien primero dio forma a este ser, será quien lo acompañe mientras viva. Y, en cuanto al litigio sobre el nombre, que se llame “homo”, puesto que está hecho de “humus” (Tierra).

Higinio


¿Por qué funcionan los bulos?

El cuidado. El ser humano necesita de otros seres humanos. De la calidad de estos encuentros deriva el nivel de su desarrollo tanto personal como social o emocional. Heidegger ponía el cuidado (sorge) como base en la que se asienta el resto de los existenciarios fundamentales del ser humano (un “ser-ahí”), lo que caracteriza la existencia humana. Aunque esto parece que lo hemos olvidado: ¿los seres humanos hubiéramos sobrevivido tanto tiempo sin cuidar unos de otros? Y puesto que nuestros mayores problemas son globales, ahora necesitamos más que nunca extender nuestro cuidado más allá de nuestro círculo cercano (familia, amigos, ciudad, Estado). Este cura mundi necesita un cura nostri, que no sería viable sino no comienza siendo un cura sui. De esta guisa, comenzó el encuentro. El moderador de este segundo Café filosófico en la Taberna El Oasis de Torre del Mar, comenzó preguntando a los asistentes: ¿cómo cuido yo de mí mismo? Y claro esto se refería a distintos planos del auto-cuidado: físico o del cuerpo, mental o psicológico y espiritual o interior.

La pregunta también se dirige a ti, pero ellos y ellas respondieron de esta manera. Cuidaban de sí mismos a través de estos ingredientes: el deporte, al lectura, el yoga, la escritura, la gimnasia, la playa, la vida social, la salud, el amor a sí mimo, la rutina, observar a los niños, hacer lo que me apetece, cultivar mi intelecto, la buena alimentación, cuidar de mi cuerpo, estar informado... Todo esto estaba muy bien, son actividades pensadas para cuidarme en el sentido que hoy día se entiende habitualmente: “hacer cosas para mí”. Pero se quedan en eso, si no conducen al autoconocimiento y la autorrealización. Por si acaso, para algo estábamos allí, dispuestos a filosofar juntos, para que lo que hacemos nos permita tomar conciencia de nosotros mismos y de los demás y del mundo.

El tema de reflexión conjunta que la tarde nos proponía fue, claro, el que titula este relato: la desinformación. En concreto, un aspecto que intrigaba a los presentes: los bulos, de tan triste actualidad, ¿por qué pueden resultar tan atractivos los bulos? ¿Por qué funcionan los bulos en nuestra sociedad? Esto les parecía un misterio... a nosotros también. Y nada mejor que un misterio para ponernos manos a la obra y filosofar. No para deshacer dicho misterio, sino para escrudiñar en él y ver de qué está hecho. ¿Tan crédulos somos? Veamos hasta dónde llegaron aquella tarde, en su indagación.

¿Por qué funcionan los bulos? Y comenzaron a desgranar algunas hipótesis que propiciaban el “buen” funcionamiento de los bulos. Los medios de comunicación son muchos, pero quizás no variados o diversos; la información constituye hoy día uno de los mecanismos más eficaces de control de la población; el hecho de que sean muchos, pero en muchos casos sesgados por los intereses económico-políticos que los sustentan. Esto supondría que la ansiada utopía de la información (una utopía de raigambre ilustrada: a mayor información pública, mejores ciudadanos libres y pensantes). Pero la información, por sí sola, no garantiza el que la ciudadanía posea su criterio propio. Primero habría que desarrollar esta capacidad (algo de lo que tratará el final de este relato).

Uno de los participantes, con buen criterio, pidió definir qué entendíamos por “bulo”, dado que a veces las intervenciones fluctuaban un poco, no fuera a ser que los sentidos que pululaban por las cabezas fueran diferentes. Y lo definieron a partir de estos dos componentes: el afán de ocultamiento y el afán del beneficio. Así, dijeron que los bulos son mentiras interesadas, construidas a conciencia. Si miráis el diccionario de la RAE, no la mejora. Pues bien, la construcción de bulos estaría precedida por la devaluación de la verdad, hasta extremos, a veces, impúdicos. Uno de los participantes citó a Steve Bannon, jefe de estrategia durante el primer mandato de Donald Trump, un experto en estas lides, que ha pronunciado sentencias tan “lindas” como éstas: “la verdadera oposición son los medios”, “Y la forma de lidiar con ellos es inundar el terreno de mierda”. Elon Musk, por su parte, les dice a sus tuiteros: “ahora la prensa sois vosotros”, superando al referente histórico en estos menesteres: el ministro de propaganda nazi, Joseph Goebbels. Y claro todo esto viene de un descrédito social respecto a la credibilidad de los medios habituales de información. Lo mismo que el origen del auge de la ultraderecha en la política estaría en el hartazgo de los votantes respecto de la política al uso... pero de esto hablaremos otro día. Solamente decir que la búsqueda del bien y la verdad parece haberse quedado obsoleta. Aunque no los peligros a los que quedamos expuestos.

Sin embargo, la pregunta filosófica que nos interesaba aún estaba en el aire: ¿por qué este tipo de estrategias funcionan todavía? Y las nuevas hipótesis de los participantes querían acogerse a cierta imagen de la naturaleza humana: mensajes simples y estereotipados, repeticiones y repeticiones mecánicas, mensajes que apelan a las emociones, acudir a la comodidad de los usuarios, o bien a los miedos, algo que siempre da bastante juego para el control de las masas. A lo que podemos preguntar: ¿siempre somos así?, ¿todo en nosotros se rige por lo simple, lo mecánico, lo emocional, la comodidad, el miedo? Y lo más importante, nosotros que estamos aquí, ahora, dialogando ¿nos sentimos así?, ¿solamente somos eso? Estas preguntas despertaron la conciencia crítica de los participantes. De ahí la importancia de hacerse las preguntas. Y comenzaron a decir que estamos educados así, habituados a reaccionar de ese modo, ante lo que nos presentan los reclamos sociales habituales. Y que, entonces, lo que necesitamos es una buena educación de lo que sería una verdadera democracia, que impulse el espíritu crítico en la ciudadanía. Esto incluye apreciar lo digno de ser apreciado y cuestionar lo que debe ser cuestionado. Aprender como sociedad a decir no a lo inaceptable, tanto inmediato como mediato, a medio y largo plazo. Los mayores males se van gestando a fuego lento y la invasión de los peligros no se aprecian fácilmente, hasta que estamos bien cercados.

Pero este cambio de rumbo no sería posible sin nuestra propia implicación y responsabilidad personal, así como sin el entrenamiento para una alerta racional a tiempo, de todo aquello que no debe ser, porque es falso o es dañino. Prácticas sencillas proponen nuestros participantes, en la lucha contra los bulos, como leer a fondo lo mensajes, desde el sentido común, o no reenviar una noticia en las llamadas redes sociales de Internet sin más, sin haber comprobado la veracidad de lo que se dice. En definitiva, si queremos a nuestros amigos, tanto conocidos como desconocidos, debemos cuidar de ellos. Y una manera cotidiana en la que podemos cuidar de ellos es el cuidado de la información que les trasladamos. Su calidad, su veracidad, su importancia, su pertinencia, su utilidad, su rigor. ¿O no procedería así un buen profesor con su alumnado? ¿O bien, un buen periodista con sus lectores o seguidores? Entonces, ¿por qué no también nosotros? Vamos a cuidar unos de otros. Y hay muchas maneras en que podemos hacerlo. Vale.

miércoles, 1 de enero de 2025

¿Para qué vivimos?


Sobre el sentido de la vida

Café Filosófico en Torre del Mar 15.1

24 de octubre de 2024, Taberna El Oasis, 18:00 horas

El sentido de nuestra vida consiste en desarrollar las capacidades que están en nuestro interior; desarrollarlas, considerarlas y expandirlas. (…) Paralelamente al desarrollo de las facultades existe un desarrollo subjetivo: el de la conciencia de uno mismo.

Antonio Blay

No hay duda de que un hombre cuya vida es muy rica, un hombre que ve las cosas como son y está contento con lo que tiene, no está confuso; tiene las cosas claras y, por lo tanto, no pregunta cuál es el objeto de la vida. Para él el hecho mismo de vivir es el comienzo y el fin. (…) Esta pregunta sobre el objeto de la vida, la formula tan sólo aquél que no ama; y el amor sólo puede hallarse en la acción, en la relación.

Krishnamurti


¿Para qué vivimos?

¿Dónde buscar el sentido de la vida? ¿Hay que buscarlo? ¿Es algo que se busca? ¿Dónde alinearnos con él, al menos? ¿Fuera de nosotros? ¿Dentro? ¿En mí, en el mundo? ¿Tenemos que dirigirnos hacia el futuro? ¿Hacia el pasado? Quizá sea ésta una de la cuestiones que más nos preocupa o inquieta como seres humanos que nos damos cuenta de nosotros mismos en relación al mundo. La pregunta por el sentido de la vida, de nuestra vida, parece lanzarnos hacia el futuro. Es posible. Pero el futuro se va construyendo desde el aquí y el ahora... ¿Cómo saldrán de este atolladero, plenamente humano, nuestros participantes del primer Café filosófico de la temporada en Torre del Mar? ¿Qué te podrán aportar a ti, que lees este relato y que también estás sintiendo la pregunta como tuya: te afecta y te sientes afectado. Confía en ellos y en ellas. Dieciocho ojos ven más que uno (estamos hablando de los ojos interiores o del alma, claro).

El diálogo filosófico no comenzó por ahí, sin embargo, o quizás sí: ¿es posible que situarnos (y ejercitarse uno para ello) en la perspectiva del amor incondicional, nos ayudara en la (anhelada) búsqueda del sentido de la vida? Más adelante el grupo te mostrará si esto es así o no lo es. Pero, sin duda, merecerá la pena que los acompañes. Lo cierto es que por la perspectiva a la que nos abre el amor incondicional comenzó el intercambio de experiencias. ¿Cuando he sentido yo un amor incondicional? No condicionado por nuestra mente, nuestros deseos o temores. Es decir, un amor verdadero, maduro, lúcido, a pesar de las situaciones, las personas, si me corresponden o no me corresponden en mi amor por ellas, si algo me gusta o no me gusta, si se parece a mí o no se parece a mí, etc. Circunstancias que sin duda condicionarían mi amor y lo instrumentalizarían. Amo para... Y no sería un amor en sí y por sí. Veamos. Repasa en tu memoria. O primero, escucha lo que dijeron ellos y ellas, sus ejemplos de “amor incondicional”: el amor a mi perro, a mi hijo, a mi hija, a mi trabajo como enfermero, a un recién nacido, a uno mismo, a mi familia, a mi sobrino, el amor de los que trabajan para los demás sin pedir nada a cambio, el trabajo bien hecho, la educación de mi hijo, cuando contemplo a una flor. Habría que darse cuenta, entonces, de que el amor puede expresarse de variados modos, respecto de muchos objetos o seres, pero que el amor es en sí siempre uno, una cualidad esencial nuestra, como la inteligencia, la energía, la belleza o la felicidad. Que el amor de pareja o a los hijos son modalidades de la capacidad humana de amar; que no la agotan, sino que sirven de estímulos para su desarrollo. Amando nos desarrollamos... ¿nos realizamos? Veremos a ver.

¿Para qué vivimos? ¿Para qué vivir? ¿En qué puedo basar mi vida? Éstas fueron las preguntas-eje que guiaron la búsqueda de una respuesta, acerca del sentido de la vida. Estábamos filosofando, juntos. Y comenzaron los intercambios, de donde salieron estas ideas: el sentido siempre aparece mirando hacia atrás en tu vida, retrospectivamente; hay que buscar el sentido desde una perspectiva biológica: perpetuar la especie; vivir consiste en intentar ser felices; el sentido de la vida consiste mejorar la sociedad; confiar en el juego entre el azar y la necesidad (Jacques L. Monod); o llenar mi vida de acciones... Y es cierto que podemos adoptar diferentes miradas para abordar el problema del sentido: biológica, individual, social, histórica. Pero de este modo se notaba que no avanzábamos mucho. De manera que el moderador del encuentro introdujo un sesgo: no mirar el sentido de “la vida”, sino el sentido de “mi vida”, el sentido para mí, de mi vida. Quizás este ancla fuera de utilidad: ¿cuándo vivo yo mi vida más plena, con más sentido para mí? ¿Cuándo me siento más vivo? Y ya apuntaron otras cumbres: la alegría de vivir, disfrutar de las pequeñas cosas, la conexión con las personas, estando abiertos a lo que hay, la receptividad, la consciencia, satisfacer una meta, amar, amarse a uno mismo, cultivarnos, luchar en el día a día para que las cosas de este mundo vayan un poco mejor, vivir que vivo.

La cosa se estaba encaminado hacia un lugar que el grupo comenzaba a intuir, porque si preguntamos lo que tienen en común las anteriores experiencias, no había duda: el sentido de nuestra vida (y de la vida en general, tal como la vivimos los seres humanos... quizás todos los seres vivos) transcurre en presente. Mientras discurre. Una votación abrió esta respuesta. El pasado y el futuro eran candidatos, sí, pero ambos son aquí y ahora o no lo son. Es imposible vivir el pasado o el futuro, si no es ahora. Hoy es siempre todavía, decía el Poeta. Pero quisieron repasar los participantes algunas dudas que estaban en el ambiente de la discusión, representadas por algunas de las personas asistentes al encuentro: el presente no dura, es pasajero, ¿cómo va a estar ahí el sentido de nuestra vida?; la experiencia del presente incluye una, aunque sea, mínima proyección hacia el futuro; de la misma manera que nuestra conciencia del presente viene marcada por nuestro pasado; nuestra realización o la realización de proyectos necesita tiempo, la duración en el tiempo, una secuencia y no un punto, un momento inasible. Serias dudas que el grupo habría de asumir, asimilar y ser capaz de transformar.

Veamos, ¿dónde podemos poner el “lugar” del sentido? Y con unanimidad: el presente, de nuevo. No se trataba de invalidar el pasado ni el futuro. Se trata de tomar conciencia del lugar desde dónde vivo, y sobre todo, desde dónde me vivo. De esta manera, mi vida tendrá sentido para mí, si yo me siento protagonista o actor de la misma, si yo me siento sujeto y no objeto. Y no hay otra manera de sentir esto que momento a momento, estando muy presente yo mismo, en mis relaciones conmigo mismo, con los demás y con el mundo. Si mi conciencia va actualizándose momento a momento. Por eso, quizá, el sentido tenga más que ver con la eternidad que con la temporalidad; con la ausencia de tiempo que con el tiempo, la secuencia temporal. De ahí que el sabio Aristóteles distinguiera entre los conceptos de entélekheia y enérgeia. La única realidad que puede tener sentido para nosotros es la que está fraguándose en este instante (enérgeia). Mostrándose lo que es, en su mostrarse, en su propio desenvolvimiento, no solamente que es (entélekheia), con sus cualidades o características propias, producto de un desarrollo. Yo puedo ser profesor de filosofía o puedo ser campeón de ciclismo, poseo todas las capacidades para ello, lo he demostrado, pero esas capacidades habrán de actualizarse en cada momento para enseñar de veras filosofía o volver a ganar una carrera ciclista, tendré que ejercerlo en cada situación actual, ahora. Momento a momento. Por eso decía Oscar Wilde que no es lo mismo existir que vivir. La plenitud o el sentido viene de aquí, viviendo, no solamente existiendo. Entonces, ¿la compresión del hecho de vivir y su aplicación práctica ya me asegura que mi vida tendrá sentido para mí en adelante? No. Solamente me indica el camino por el que caminar. Se hace camino al andar, decía también el Poeta. Pero ir bien encaminado me libera de miedos y deseos espurios. No se puede buscar el sentido de la vida en un más allá de la vida (que nunca se alcanza del todo), su sentido es el vivir mismo. Ejerciéndolo. Realizándome al vivir. De la misma manera que el sentido del amor es amar. Cuando amo (un amor consciente y lúcido, en sí y por sí, no por o para otra cosa), entonces soy yo más yo mismo. Y todo cobra sentido... ¡nuevos sentidos! La realidad que vivo se ilumina y es luminosa. Inspiro... ¡gracias! Exhalo... ¡confío! Vivo. Vida.






domingo, 29 de diciembre de 2024

¿Quién enseña?


Sobre la enseñanza

Café Filosófico en Castro del Río 8.1

11 de octubre de 2024, Nuevo Casino, 19:00 horas


Todo el mundo es un genio. Pero si juzgas a un pez por su habilidad para trepar un árbol, vivirá toda su vida creyendo que es un necio.

Albert Einstein (atribuido)

La educación no consiste en llenar un cántaro sino en encender un fuego.

W. B. Yeats (atribuido)


¿Quién enseña?

Hablemos de carencias. Aunque no guste demasiado. Pero las carencias no son defectos, sino algo que falta o que nos falta... desarrollar. Si lo miramos a fondo, descubriremos que en la carencia mora una plenitud; o al menos, permanece un rastro latente de plenitud. ¿Cómo si no, íbamos a saber que es una carencia? El lugar desde el que miramos la carencia no es carente de nada. Un ejercicio que recogía esta experiencia fue lo que el animador del encuentro filosófico propuso a los asistentes, en el bar Nuevo Casino de Castro del Río. La plenitud está presente si dejamos de comparar con lo que deseamos; si vivimos eso que deseamos en nosotros, desde un lugar más atrás de la comparación. Para hallar la plenitud que anhelamos, cuando buscamos ser felices, no hay irse muy lejos. Solamente necesitamos ponernos en sintonía con nuestro fondo, que está hecho de plenitud, energía e inteligencia. Y no es cosa de decirlo, sino de experimentarlo...

Es curioso que los asistentes se refirieron a las carencias que podemos encontrar en el contexto social, salvo la última participante: falta de igualdad, empatía, tolerancia, honradez, lealtad, solidaridad, sentido, techo o comida, civismo, ser grupo, humanidad, humildad, paz, felicidad, tranquilidad. Por eso, el moderador del encuentro tuvo que hacer un inciso: pongamos atención, porque la mayoría de estas carencias muestran su origen en lo individual. Aprendamos a ver en nosotros y entenderemos mejor lo que pasa en la escala general o social. Tanto hay que comenzar por hacer cambios aquí como por allí. Es más, si no actuamos allí, si las personas no desarrollan su potencial como individuos, será muy difícil llegar a ver cambios sustanciales en el mundo en que vivimos. Habrá cambios legislativos, políticos, buenas intenciones o proclamas oficiales, pero cada pieza seguirá en el mismo lugar del tablero, actuando de la misma manera. Es complicado que algo pueda mejorar, si no empezamos por nosotros mismos. Si no cuidamos este aspecto, si no aprendemos a mirarlo...

Pues bien, es posible que este sustrato del diálogo filosófico inicial condicionara, quizá, el subconsciente de la mayoría de los participantes, dado que el tema elegido para indagar aquella tarde fue la educación o la enseñanza, la buena educación. En primer lugar, investigaron juntos qué enseñar; luego cómo enseñar; y finalmente, quién enseña, si es que estas tres cuestiones son separables. Surgen de las carencias observadas en el sistema educativo, en la enseñanza reglada. Cuando hablamos de “fracaso escolar”, ¿de qué estamos hablando? ¿Del alumnado o más bien del sistema educativo dominante? Intuimos que algo no va bien... Y nos preguntamos cosas como ésta: ¿queremos construir un mundo mejor a través de la educación o simplemente reproducir o reforzar lo que ya hay, el funcionamiento habitual del mundo, con todas sus disfunciones? Hablando de esto, a este relator, siempre le viene a la memoria la terrible aseveración a que se refiere Gabo: “desde muy niño tuve que interrumpir mi educación para ir a la escuela”.

Y ha habido otros modelos educativos, como el platónico, con sus limitaciones, que ponía el foco en el equilibrio interior de los individuos y en el equilibrio exterior de “la ciudad”, única manera de asegurar una comunidad en donde la justicia (o armonía) sea guía de la vida social. O bien, en el otro extremo, huyendo de la función omnisciente del Estado, el rechazo de toda educación estandarizada. Opciones alternativas como la que se muestra en la película El capitán fantástico, que mencionaron los participantes: la educación en casa o sin escuela. Pero entremos en materia: ¿qué educar? Los asistentes tuvieron claro que, para que una buena educación fuera posible, no deberían faltar estos contenidos, que habitualmente faltan: entre otros, aprender a cuidar de tu cuerpo y de tu mente, desarrollar la inteligencia emocional, la educación artística, los saberes prácticos... que ayuden a desarrollar habilidades o capacidades, más bien que aprender contenidos técnicos o científicos. Esto último va de suyo si se empieza por lo otro. Y tanto en la escuela como en las familias.

Porque educar consiste en favorecer el desarrollo pleno de la personas, de sus capacidades o cualidades... Los preámbulos de las leyes educativas insisten en ello, pero nunca o casi nunca se realiza; incluso, el currículo muchas veces lo contradice. Tenemos claro que no queremos una escuela que solamente prepare a futuros trabajadores ni a contumaces consumidores que alimenten la economía de mercado. Pero, ¿cómo alcanzar la buena educación? El poeta W. B. Yeats, al que citaron, dijo una vez que “la educación no consiste en llenar un cántaro sino en encender un fuego". La educación ha evolucionado mucho durante los últimos siglos, pero ¿se alinea con lo anterior?, ¿sabe cómo llevarlo a cabo? El alumnado fracasa, pero acaso, ¿no pretendemos muchas veces que “un pez se suba a los árboles? ¿El sistema educativo favorece el desarrollo de las cualidades singulares de cada ser humano? El alumnado fracasa, pero, ¿respecto a qué? Es cierto que todos necesitamos unos conocimientos básicos para desenvolvernos en un mundo como el de hoy, pero esto puede lograrse de variadas maneras; ¡y no, en todos los casos, de la misma manera!

Lo que se estaba proponiendo aquella tarde supone todo un giro copernicano en educación, pero no sería posible si el profesorado, los maestros o educadores, si ellos mismos no están bien educados. Han de poseer conocimientos, eso nadie lo cuestiona, pero el grupo iba por otro lado: el desarrollo o la madurez emocional, el autoconocimiento de los que van a educar a otros. Cada educador ha de conocerse a sí mismo lo suficiente, sus propios procesos de aprendizaje, ser suficientemente autocrítico, ser capaz de coordinarse con otros colegas para poder enseñar, precisamente, a coordinarse el alumnado, trabajar de un modo cooperativo, la educación debería ser para él o para ella algo vocacional, que le suscite pasión o amor por el trabajo educativo, ser un guía para su alumnado. En fin, cada educador debería ser una persona que se sienta básicamente bien consigo misma, para no proyectar sus propias carencias psicológicas sobre su alumnado. Cuando pensamos en el trabajo docente, pensamos que hay de todo, que ser un buen profesional en el sentido que hablamos depende siempre de las personas. ¿Y qué significa esto? Pues... que depende del grado de desarrollo personal del educador.

Pero esto no sólo lo dijeron ellos y ellas, aquella tarde, de los profesionales docentes. Para ejercer la medicina adecuadamente y no olvidar que tratamos a/con personas y no sólo pacientes, para atender adecuadamente en una ventanilla, de cara al público, para postularse uno como político, para ser un ingeniero o un técnico que realiza obras públicas o privadas, o aplica tecnologías en contextos humanos y ecológicos, etc., habría que preguntarse: ¿qué clase educación, qué modelos (educativos, éticos, sociales, ecológicos, de género...) han recibido los que van a ejercer estas funciones? Porque ahí está la clave. Muchas veces el llamado currículo oculto influye más fuertemente que lo que se pretende inculcar explícitamente. Educamos muchas veces más con el ejemplo, con que con lo que mostramos, que con lo que creemos que sabemos o con lo que decimos. Y esta cuestión acompañó el final del encuentro filosófico: dada la importancia que hoy día tiene la informática, y no digamos la llamada Inteligencia artificial, su influencia cada vez mayor en nuestras vidas, ¿cuidamos la formación de nuestros técnicos o ingenieros informáticos? Ellos disponen algoritmos que luego mueven en gran medida los hilos de nuestras relaciones y de nuestro medio laboral. ¿Son personas maduras, conscientes, al servicio de la comunidad humana? ¿O bien, los que son, inicialmente, medios al servicio de unos fines adecuados, se convierten en fines en sí mismos, que trabajan para sí mismos, como una maquinaria autónoma? Un buen hilo para que tú, querido lector o lectora, lo puedas continuar junto a otros. Salud.

miércoles, 27 de noviembre de 2024

Mi nombre es Khan (2010)

Esta película, deliciosa e instructiva, fue del gusto del público asistente que casi llenaba la sala del Centro de Arte Contemporáneo de Vélez-Málaga. Se les escaparon algunas sonrisas, algunas risas y algunas lágrimas. Esta película de producción india-estadounidense, dirigida por Karan Johar y protagonizada por Shahrukh Khan y Kajol Mukhernee, mezcla sabiamente la comedia, el drama, incluso la tragedia. Se estrenó el 17 de febrero de 2010 y el 14 de agosto detuvieron al actor protagonista en el Aeropuerto Internacional de la Libertad de Newark (Nueva York), precisamente por su apellido, que en la película es objeto de una reivindicación total: “¡Mi nombre es Khan y no soy un terrorista!”. ¡Cómo nos coartan los prejuicios! De esto hablaremos más adelante... Por lo pronto, hay que saber que esta atractiva película ofrece otra perspectiva de los atentados terroristas del 11S, la de las personas que, por ser musulmanes, fueron señalados como sospechosos de terrorismo. De ahí que el argumento presente dos partes bien diferenciadas: las relaciones humanas antes de ese día fatídico y después del mismo. Además, muestra a una persona con Síndrome de Asperger que llega a convertirse, sin pretenderlo, en héroe nacional, quizás, porque él sí estaba conectado con su fondo de humanidad.

El posterior diálogo filosófico (tras el visionado de la película, bastante larga, lo que hizo que el diálogo fuese más breve que en otras ocasiones) llevó a los participantes a adentrarse en el significado de esta cinta a partir de estos tres núcleos temáticos:

a) Los síntomas del trastorno autista de Asperger, que están bastante bien reflejados en la película: el protagonista, Rizvan, es muy inteligente e ingenioso, pero le cuesta expresar sus emociones de manera verbal e interpretar los sentimientos de los demás, comprende los mensajes de una manera literal, es incapaz de llorar, no tolera los colores y sonidos fuertes, ha de seguir unas rutinas muy determinadas... Pero los asistentes fueron más allá de estos síntomas: ¿interpretar literalmente lo que dicen los demás no les ayuda a éstos a conocerse mejor a sí mismos, acerca de sus respuestas o actitudes que han normalizado inconscientemente?, ¿el protagonista no nos da una lección de sinceridad y autenticidad?, ¿no pueden estas personas llegar a convivir con los demás de una manera totalmente satisfactoria?

b) La confusión entre nuestra verdadera identidad y las identificaciones en las que a menudo caemos, origen de muchos de nuestros conflictos y sinsabores, tanto dentro como fuera de nosotros. Nos identificamos (es decir, ponemos nuestra identidad y valor, nuestra verdadera realidad, en algo que no somos: unas ideas o creencias, unos símbolos, unas costumbres, unos objetivos, unas experiencias pasadas, una bandera, una nación, una profesión, una ideología, una religión, un género...) y sufrimos, pues todo lo que le suceda a aquello con lo cual nos hemos identificado, creemos que nos sucede también a nosotros. La madre de Rizvan lo tenía muy claro: solamente hay dos clases de personas, personas buenas y personas malas, pero no en función de su situación social, religión, estudios o apellidos. En el caso del argumento de la película: tener un apellido musulmán equivalía a ser un terrorista.

c) Un último núcleo orientó el diálogo: la búsqueda a toda costa de un culpable de lo que pasa o de lo que me pasa, tan habitual hoy día y quizá, desde siempre (algo humano, demasiado humando que diría Nietzsche). En la esfera pública, especialmente política, está a la orden del día, como se observa a diario. Hay numerosas escenas de la película en donde esto queda patente, sobre todo, después del atentado contra las Torres Gemelas y todo lo que vino después... y nos sigue llegando. En esto también necesitamos una continua y consciente introspección, para mirar en mi vida cotidiana hasta qué punto nosotros mismos nos libramos de esta tendencia humana, demasiado humana: poner fuera lo que anida dentro. Vale.

viernes, 22 de noviembre de 2024

El hombre cenital (nuevo libro de poemas)



Contraportada:

Este volumen incluye dos poemarios unidos por una misma mirada cenital o vertical (muy cercana a Roberto Juarroz), de tono reflexivo y sensorial, resultado de un trabajo personal (inacabado) de autoconocimiento y depuración de las propias sombras. La segunda parte del libro está compuesta por poemas-écfrasis inspirados en la obra pictórica de Cristóbal Toral. Señala el escritor Javier Fernández en su prólogo que «a diferencia de otros poetas que se pierden en los ramajes, Antonio Sánchez Millán ancla con firmeza sus intenciones sobre la base de una reflexión profunda, fruto del extrañamiento, y las eleva luego en un tallo de palabras, recto y alto, desde cuyo cénit se despliega la luz de las imágenes».



Incluye imágenes de los cuadros de Cristóbal Toral

Dos poemas, para abrir boca (uno de cada uno de los dos poemarios):


LA ENTREGA


Como si...

El poema estuviera escrito.

Zoran Anchevski


Me pertenece la luz de mis ojos

el moreno de la piel

el tono de la voz acompasado.

Me pertenece la energía renovada

con que vivo. Míos

son los sentimientos y la expresión

de los sabores propios

mía la mirada que entiende

un fundamento en otro.

Me pertenece lo que estoy haciendo

lo que he hecho lo que he dicho

lo aprendido que he olvidado.

Me pertenecen los pasos que voy dando

la música que descubro

los giros breves de acontecimientos.

Me pertenecen los años.

Me pertenece la cesura de los versos.

Me pertenece la caligrafía de patitas de mosca

distinta a las demás.

                       Tantas cosas que me pertenecen

y no me pertenece ninguna.



EL PAQUETE CÓSMICO


Las manzanas en el espacio

no están separadas

                        son lo mismo roto.

Naturalezas vivas

que flotan en el tiempo

en el espacio.

            Seres encapsulados

diversos / individuos

luces texturas humores

            que son lo mismo roto.

Paquetes de seres dentro

de otros seres

envueltos plegados

                        en los que flota

el tiempo el espacio.


Sabemos

que el observador

                acaba observándose

a sí mismo

está buscando

                            la pregunta.


jueves, 31 de octubre de 2024

La caja de música (Costa-Gavras, 1989)


Comenzamos la segunda temporada del ciclo Cine y Pensamiento (organizado por El Ayuntamiento de Vélez-Málaga, el Centro de Arte Contemporáneo y la Fundación María Zambrano) con la película La caja de música (1989), de Costa-Gavras, protagonizada por Jessica Lange (nominada a un Óscar por su excelente interpretación) y Armin Mueller-Stahl, ganadora de un Oso de Oro en el Festival de Berlín. Una película dura, dramática, no sólo por la temática, sino por cómo ésta se entrecruza en la relación de un padre y una hija, que queda transfigurada para siempre. El argumento transcurre entre EEUU y Budapest, en 1988, once años antes de la caída del muro de Berlín. Mike Lazlo, padre de familia de origen búlgaro, lleva 37 años viviendo en EEUU con una vida hecha de trabajo y dedicación a sus dos hijos tras la muerte de su esposa, hasta que es acusado de crímenes contra la humanidad, cometidos al final de la segunda guerra mundial, al parecer, cuando era miembro de la sección especial llamada “Cruz flechada”, de adscripción nazi, autores de crímenes horrendos, en especial, contra la población judía y gitana. Ann Talbot, su hija, una prestigiosa abogada, siente la necesidad de defender la inocencia de su padre, en la que cree ciegamente. Con el discurrir de la película, vamos reconociendo, en toda su dimensión trágica, una reencarnación del mito de Edipo. Además de los estertores de los regímenes soviéticos de Europa del este, el trasfondo de la película muestra la cruda realidad de las redes de evasión de antiguos nazis por distintas vías, las llamadas ratlines.

El diálogo filosófico, tras el visionado de la película, giró en torno a tres núcleos de discusión: 1) ¿Cómo alguien puede cometer los crímenes a que se refiere el argumento de la película? Se establecen diversas explicaciones entre los asistentes, que conducen a plantear dos cuestiones-clave: el tema desarrollado por Hannah Arendt en su libro Eichmann en Jerusalén, “la banalidad del mal”, en determinados contextos en los que se pierde la capacidad para pensar por nosotros mismos; y cómo el contexto social, el grupo, determina en demasiadas ocasiones a los individuos, que pueden llegar a realizar acciones impensables fuera de dicho condicionamiento social. 2) ¿Qué hacer con la verdad? En este sentido, a Ann Talbot, abogada e hija, se le plantea un dilema moral que no quisiéramos para nosotros: un viejo objeto, una caja de música, le descubre la verdad sobre su padre, que ya ha sido absuelto en el juicio, pero ¿qué debe hacer, dar a conocer la verdad o seguir adelante con su vida familiar como si nada hubiera pasado y con su vida profesional exitosa? ¿Qué haríamos nosotros? 3) ¿Qué significa conocer a alguien? ¿Cómo juzgar a “los otros”? ¿Nos centramos en lo que han sido o en quienes son ahora? Y salió a nuestro encuentro la distinción fundamental entre comprender y justificar o no poner límites a los demás.

Terminó el diálogo con esta pregunta, que planteó una de las participantes: ¿cómo se puede evitar o prevenir que las personas lleguen a cometer este tipo de actos atroces, o simplemente, inmorales? Nuestra conclusión fue doble: por un lado, puesto que el contexto grupal influye tanto, promover contextos en los que predomine la búsqueda del bien y la verdad y no lo opuesto; una masa crítica en una u otra dirección puede educar o mal-educar a una sociedad entera. Por otro lado, promover la educación emocional de los ciudadanos, no sólo cultural e intelectual, para que puedan conocerse mejor a sí mismos, ciudadanos capaces de tener un criterio propio, como diría Immanuel Kant, capaces de pensar y actuar por sí mismos, maduros, críticos, que vean en el otro a un ser personal y digno, igual que a sí mismos (Rimbaud: je est un autre). Sabemos por experiencia histórica que, para poder matar, explotar, discriminar, masacrar, exterminar... a otros seres humanos, antes hay que proceder a despojarlos de su humanidad. Vale.

lunes, 21 de octubre de 2024

¿Cómo quiero vivir el resto de mi vida?


Sobre el resto de nuestra vida

Diálogo Filosófico en Málaga 3.1

18 de septiembre de 2024, Ateneo de Málaga, 18:30 horas


Quiero aprender cada día a considerar como bello lo que de necesario tienen las cosas; así seré de los que las embellecen. Amor fati: sea este en adelante mi amor. No quiero hacer la guerra a la fealdad. No quiero acusar, ni siquiera a los acusadores. ¡Que mi única negación sea apartar la mirada! ¡Y en todo y en lo más grande, yo solo quiero llegar a ser algún día un afirmador!

Friedrich Nietzsche


Te advierto quien quiera que fueres. ¡Oh!, tú que deseas sondear los arcanos de la naturaleza, que si no hallas dentro de ti mismo aquello que buscas, tampoco podrás hallarlo fuera. Si tú ignoras las excelencias de tu propia casa, ¿cómo pretendes encontrar otras excelencias? En ti se halla oculto el tesoro de los tesoros. ¡Oh!, mortal, conócete a ti mismo y conocerás al Universo y los Dioses.

Templo de Apolo en Delfos


¿Cómo quiero vivir el resto de mi vida?

No es lo mismo vivir que existir. No es lo mismo. De ahí que Oscar Wilde añadiera: “Vivir es la cosa menos frecuente en el mundo. La mayoría de la gente simplemente existe”. Y no hace falta mucha más explicación. Lo sabemos por experiencia: momentos, días o años en los que no hemos vivido, unicamente nos hemos dejado vivir, como una rama que ha caído al agua y es arrastrada por la corriente; aunque, también conocemos esos períodos de nuestra vida, o al menos algunos momentos, en los que nos sentimos vivir, consciente y plenamente. “Momentos de plenitud vinculados a la expresión directa y auténtica de nosotros mismos”, nos dice Mónica Cavallé al comienzo de su reciente libro El coraje de ser. Este “coraje de ser” es el que necesitamos para vivir por nosotros mismos. Siempre, pero sobre todo en ciertas etapas de nuestra vida. Por ejemplo, en la perspectiva de “los años que me quedan por vivir”. De esto hablaremos seguidamente. Porque alrededor de ello dialogaron nuestros participantes aquel día en el Ateneo de Málaga, después de un largo período en que estos diálogos filosóficos hubieron de interrumpirse por razones de salud de los organizadores. Allí estábamos de nuevo, dispuestos a filosofar juntos.

Después de explicar brevemente la naturaleza del encuentro y las reglas básicas que lo facilitan, el moderador propuso traer a conciencia aquellas ocasiones en las que hemos sentido la belleza, a modo de inicio y calentamiento del diálogo propiamente dicho. Así, dijeron que podemos apreciar la belleza que hay en el hablar sincero y limpio, en el sonido del agua de un riachuelo, sintiendo la lluvia en tu piel, escuchando una canción de Aute llamada “la belleza”, ante una obra de arte en un museo, a través del objetivo de una cámara fotográfica, cuando nos dejamos llevar por los ojos de una pintora, cuando un buen poema penetra en ti o descubrimos una verdad, en cualquier sitio de una calle cualquiera, ante un gesto inocente o natural, también en la vejez, la discapacidad o la enfermedad, ante algo agradable, cuando nos entendemos aquí, en este encuentro, dialogando, cuando alguien nos sorprende y todo queda suspendido en el aire, a veces nos sentimos incapaces de la belleza, pero ¿cómo sabríamos que algo no es ello, si no estuviera ya en nosotros esta capacidad?, al contemplar las estrellas y comprobar qué pequeños somos, y hay mucha belleza cuando una persona mayor comparte contigo alguna de sus experiencias. El grupo fue comprobando, con el intercambio, que la belleza está más que en el objeto en la capacidad (humana) de sentir a un objeto como bello, que lo bello no equivale sin más a lo agradable o lo bonito; y que, si dejamos de ser para dejar ser, como pedía Schelling, aparece la belleza. Nietzsche lo expresaba así: “Quiero aprender cada día a considerar como bello lo que de necesario tienen las cosas; así seré de los que las embellecen.” Mucho tiene todo esto que ver con la indagación llevada a cabo aquella tarde: ahí se escondía una parte de la respuesta por el sentido de la vida que me queda por vivir. Para comprobarlo, continúa leyendo, querido lector o lectora.

El tiempo que me quede por vivir, ¿cómo quiero vivirlo? ¿Qué puedo hacer, qué me queda por hacer? ¿Cómo puedo vivir mejor, lo que me queda por vivir? ¿Qué sentido puede tener para mí? Estas fueron las preguntas que dirigieron el diálogo, porque las sentían como suyas los participantes. Y, en seguida, comenzaron a desplegar opciones, sentidos, quehaceres. Sin darse mucha cuenta, fueron ordenando sus propuestas: medios y fines. Qué perseguir, cómo alcanzarlo. Sembrar amor y bondad, aunque no es fácil en ocasiones, dadas nuestras carencias o limitaciones, que cada uno tendría que esforzarse en identificar bien, en su modo de ser. Vivir en paz, “como aquellas viejas glorias en busca de redención”, apostilló con ironía uno de los participantes. Y para alcanzar esa paz, se necesita aprender a renunciar, que es otra forma de acción. Empuñar las riendas de mi vida, siendo muy consciente de mis ataduras y mis dependencias. Quererse a uno mismo, tal como uno es, que requiere aceptación, pero no resignación. Ocuparse, pero de tareas o trabajos que puedan realizarme como persona. Dar amor y ser capaz de recibir amor, como en una respiración.

Pero, claro, pronto aparece el (falso) dilema: ocuparme de mí, o bien, ocuparme de los demás. Pensar (o centrarme) en mí o en los demás. Queremos aprender, ir aprendiendo, a vivir mejor; pero no viviré mejor si no aprendo a convivir mejor. Esto se sabe con la sabiduría que van dando los años, si uno atiende, pues vivir es relacionarse, como nos recuerda el sabio Krishnamurti. Si uno quiere vivir, y no simplemente existir, como piedra en un tejado, ¿por dónde empezar? Por el principio... Puedo hacer muchas cosas en mi vida, en el tiempo que me queda por vivir, las que me gustan, las que que aún no he realizado, puedo aprender, conocer, contemplar, viajar, compartir... pero no rebosarán sentido para mí si no las realizo desde mí mismo. Si no las habito. Si no me descubro a mí mismo en cada acto o gesto que hago, en lo que digo o en lo que siento. En la medida en que desarrollo mis cualidades, adquiero una mayor conciencia de mí... y lo que me queda por vivir brillará, sin demasiadas zonas de penumbra. Así pues, no hay un mayor reto ni una mejor ocupación en lo que me queda por vivir, y no simplemente existir. Vale.