Café Filosófico en Vélez-Málaga 5.5
17 de enero de 2014, Cafetería Bentomiz,
17:30 horas.
“En todos los lugares donde encontré seres vivos, encontré voluntad de poder; e incluso en la voluntad del que sirve encontré voluntad de ser señor. (...)
Y este misterio me ha confiado la vida misma. Mira, dijo, soy lo que tiene que superarse siempre a sí mismo.
En verdad, vosotros llamáis, a esto voluntad de engendrar o instinto de finalidad, de algo más alto, más lejano, más vario: pero todo esto es una única cosa y un único misterio. (...)
En verdad, yo os digo: ¡Un bien y un mal que fuesen imperecederos no existen! Por sí mismo deben una y otra vez superarse a sí mismos. (...)
Y quien tiene que ser un creador en el bien y en el mal: en verdad ése tiene que ser antes un aniquilador y quebrantar valores.
Por eso el mal sumo forma parte de la bondad suma: más ésta es la bondad creadora. (...) ¡Hay muchas cosas que construir todavía! Así habló Zaratustra” (Nietzsche).
“En todos los lugares donde encontré seres vivos, encontré voluntad de poder; e incluso en la voluntad del que sirve encontré voluntad de ser señor. (...)
Y este misterio me ha confiado la vida misma. Mira, dijo, soy lo que tiene que superarse siempre a sí mismo.
En verdad, vosotros llamáis, a esto voluntad de engendrar o instinto de finalidad, de algo más alto, más lejano, más vario: pero todo esto es una única cosa y un único misterio. (...)
En verdad, yo os digo: ¡Un bien y un mal que fuesen imperecederos no existen! Por sí mismo deben una y otra vez superarse a sí mismos. (...)
Y quien tiene que ser un creador en el bien y en el mal: en verdad ése tiene que ser antes un aniquilador y quebrantar valores.
Por eso el mal sumo forma parte de la bondad suma: más ésta es la bondad creadora. (...) ¡Hay muchas cosas que construir todavía! Así habló Zaratustra” (Nietzsche).
¿Para
qué estamos aquí?
Aquel
día, el moderador propuso que cada participante se presentara al grupo a través
de uno de sus mejores deseos para el nuevo año. Y hubo una clara distinción
entre los deseos de los más jóvenes que allí estaban, que parecían más
pragmáticos (acerca de su formación o su futuro laboral), y más idealizados la
mayoría de los deseos de los más adultos (mucha paz interior y mucha
tranquilidad, más sensibilidad y menos pesimismo). ¿A alguien le sorprende
esto? Si es así, que sepa que está preparado para la filosofía, que es sorprenderse de lo
que hay porque lo hay. Aquel era el momento y el lugar, y quizás tú te lo hayas
perdido. Es irrepetible, claro, pero volverá a repetirse de otro modo. El mes
que viene…
Ni
la libertad, ni el compromiso, ni la felicidad, ni la solidaridad, ni la
violencia, ni la eutanasia, fueron tan atractivos como para apartar de la mesa
de la indagación el sentido de la vida humana. Y a este tópico dedicaron sus
esfuerzos los participantes, proponiéndole multitud de cuestiones. Entre ellas,
las que dispararon la discusión fueron éstas: ¿Cuál es el sentido de la vida?
¿Tiene un sentido la vida? ¿Para qué estamos aquí? Y esta última prometía
aclarar las demás. Pues si averiguamos algo de nuestra función aquí, ya que
hemos nacido, algo sabríamos de su sentido y si alguno tiene.
¿Para
qué estamos aquí? Es fácil, estamos aquí para lo que han estado otros antes
que nosotros: para “la conservación de la especie”. Tesis biologicista
defendida con vehemencia por uno de los participantes de mayor edad —las edades
oscilaban, debéis saberlo, entre los diecisiete años y los ochenta y nueve—. Y
una antítesis que no se dejaba arrastrar del todo, durante todo el encuentro:
el sentido de la vida humana ha de ser personal. ¿La vida tiene un sentido más
allá del individuo, o bien no hay un más allá de mi sentido vital? (Más
acá, habría que decir mejor, si tiene un sentido general biológico). Mientras
tanto, una síntesis trataba de buscar acomodo: el sentido siempre está
relacionado con la idea de mejoramiento, de superación. Pero claro, tan atacada
era por un lado como por otro. ¿Quién mejora, el individuo o la especie?
—No
me satisface ese sentido biológico de la vida humana. Mi experiencia diaria me
encamina a un sentido mundano de la vida. Los pasos que voy dando en la vida
son mis pasos en esta vida. Yo soy dueña de ellos, no la especie. La moral no
es reducible a biología.
Una
cita de Viktor E. Frankl, por parte de uno de los participantes adultos, que
nos llevaba a comprender que es a través de los momentos dolorosos o de
enfermedad cuando mejor alumbramos la dimensión personal del sentido de la
vida, no conseguía acallar la fuerza de la biología. (La vida acallada por la
biología, ¡qué paradoja!) En los momentos trágicos o críticos de la vida es
cuando pueden integrarse lo individual y lo genérico, lo biológico y lo personal.
Pero nada, el combate aunque desigual en número, se mantenía en tablas. Fue el
momento en que al moderador le pareció oportuno hacer un alto en el camino,
sentarnos alrededor de la hoguera del entendimiento y planear la siguiente
jornada. En lugar de alimentar la oposición de las dos posturas, tratemos de
avanzar hacia el sentido humano de la vida, más bien que hacia el
sentido de la vida humana. ¿Cuál puede ser el sentido especifícamente humano de la vida?
—El
amor.
—Pero, ¿no es una palabra algo gastada? ¿En qué sentido el amor?
—El
amor como empatía, la solidaridad. Y de ahí nos viene todo lo humano, desde lo
cultural a lo moral.
—Pero,
¡las hormigas también trabajan solidariamente!
—No,
lo hacen por instinto.
—¡Lo
veis!, en el fondo es lo mismo: hay una continuidad en todo lo biológico; lo
que hacen las hormigas, lo hacemos nosotros conscientemente, pero es lo mismo
(la tesis encontró aquí un buen resquicio).
—Así
es, más allá: lo que debo hacer, cómo lo he de hacer… Adquiriendo conciencia
moral. Así nos humanizamos.
—Y
si fuera así, si no intentáramos vivir mejor como seres humanos, sería por
ignorancia. Por desconocimiento de lo más humano. Por desinformación. Muchas
mujeres en África así lo están viviendo: cuando dejan de ignorar exigen dejar
de vivir sometidas.
¿Qué
es superarse? ¿Nos superamos en el más y más, o en el mejor y mejor? ¿Cantidad
o cualidad? ¿Cantidad material o nivel de desarrollo? Un equilibrio hace falta entre
razón e instinto, apunta casi al final de la reunión el participante más
veterano. Pero la discusión no amainaba y estaban dispuestos los asistentes a
seguir y seguir, superarse y superarse.
El moderador quiso, entonces, ir dando por finalizado el encuentro, puesto que la
vida no es tan larga, pero tampoco tan corta como para que no podamos continuar
en la siguiente ocasión. Y después de una breve valoración de la experiencia —nueva
para muchos— quedamos emplazados para el mes de febrero, si no era antes. La insistente
lluvia seguía cayendo fuera tenazmente. Dentro había amainado.