Marc Sautet au Café des Phares (Paris 1994) Photo: Wolfgang Wackernagel

viernes, 3 de enero de 2025

¿Por qué funcionan los bulos?


Sobre la desinformación

Café Filosófico en Torre del Mar 15.2

28 de noviembre de 2024, Taberna El Oasis, 18:00 horas


Estaba un día Cura (El cuidado) atravesando un río y al ver gran cantidad de arcilla, cogió una buena porción y, distraídamente, comenzó a modelar una figura. Mientras pensaba para sí qué había hecho, se le acercó Júpiter. Cura le pidió que infundiese espíritu al trozo de arcilla modelado y Júpiter le concedió el deseo.

Pero al querer Cura ponerle su nombre a la obra, Júpiter se lo prohibió, diciendo que debía ponerle su nombre, por haberle infundido la vida. Mientras Cura y Júpiter discutían sobre quién debía ponerle su nombre, se levantó la Tierra (Tellus) y dijo que sólo a ella le correspondía darle nombre al nuevo ser, puesto que le había dado el cuerpo. La discusión se prolongó largo tiempo, hasta que los litigantes escogieron por juez a Saturno, el dios del tiempo, que dictó la siguiente sentencia:

Tú, Júpiter, por haberle dado el espíritu, lo recibirás a su muerte; tú, Tierra, por haberle ofrecido su cuerpo, recibirás el cuerpo. Pero por haber sido Cura quien primero dio forma a este ser, será quien lo acompañe mientras viva. Y, en cuanto al litigio sobre el nombre, que se llame “homo”, puesto que está hecho de “humus” (Tierra).

Higinio


¿Por qué funcionan los bulos?

El cuidado. El ser humano necesita de otros seres humanos. De la calidad de estos encuentros deriva el nivel de su desarrollo tanto personal como social o emocional. Heidegger ponía el cuidado (sorge) como base en la que se asienta el resto de los existenciarios fundamentales del ser humano (un “ser-ahí”), lo que caracteriza la existencia humana. Aunque esto parece que lo hemos olvidado: ¿los seres humanos hubiéramos sobrevivido tanto tiempo sin cuidar unos de otros? Y puesto que nuestros mayores problemas son globales, ahora necesitamos más que nunca extender nuestro cuidado más allá de nuestro círculo cercano (familia, amigos, ciudad, Estado). Este cura mundi necesita un cura nostri, que no sería viable sino no comienza siendo un cura sui. De esta guisa, comenzó el encuentro. El moderador de este segundo Café filosófico en la Taberna El Oasis de Torre del Mar, comenzó preguntando a los asistentes: ¿cómo cuido yo de mí mismo? Y claro esto se refería a distintos planos del auto-cuidado: físico o del cuerpo, mental o psicológico y espiritual o interior.

La pregunta también se dirige a ti, pero ellos y ellas respondieron de esta manera. Cuidaban de sí mismos a través de estos ingredientes: el deporte, al lectura, el yoga, la escritura, la gimnasia, la playa, la vida social, la salud, el amor a sí mimo, la rutina, observar a los niños, hacer lo que me apetece, cultivar mi intelecto, la buena alimentación, cuidar de mi cuerpo, estar informado... Todo esto estaba muy bien, son actividades pensadas para cuidarme en el sentido que hoy día se entiende habitualmente: “hacer cosas para mí”. Pero se quedan en eso, si no conducen al autoconocimiento y la autorrealización. Por si acaso, para algo estábamos allí, dispuestos a filosofar juntos, para que lo que hacemos nos permita tomar conciencia de nosotros mismos y de los demás y del mundo.

El tema de reflexión conjunta que la tarde nos proponía fue, claro, el que titula este relato: la desinformación. En concreto, un aspecto que intrigaba a los presentes: los bulos, de tan triste actualidad, ¿por qué pueden resultar tan atractivos los bulos? ¿Por qué funcionan los bulos en nuestra sociedad? Esto les parecía un misterio... a nosotros también. Y nada mejor que un misterio para ponernos manos a la obra y filosofar. No para deshacer dicho misterio, sino para escrudiñar en él y ver de qué está hecho. ¿Tan crédulos somos? Veamos hasta dónde llegaron aquella tarde, en su indagación.

¿Por qué funcionan los bulos? Y comenzaron a desgranar algunas hipótesis que propiciaban el “buen” funcionamiento de los bulos. Los medios de comunicación son muchos, pero quizás no variados o diversos; la información constituye hoy día uno de los mecanismos más eficaces de control de la población; el hecho de que sean muchos, pero en muchos casos sesgados por los intereses económico-políticos que los sustentan. Esto supondría que la ansiada utopía de la información (una utopía de raigambre ilustrada: a mayor información pública, mejores ciudadanos libres y pensantes). Pero la información, por sí sola, no garantiza el que la ciudadanía posea su criterio propio. Primero habría que desarrollar esta capacidad (algo de lo que tratará el final de este relato).

Uno de los participantes, con buen criterio, pidió definir qué entendíamos por “bulo”, dado que a veces las intervenciones fluctuaban un poco, no fuera a ser que los sentidos que pululaban por las cabezas fueran diferentes. Y lo definieron a partir de estos dos componentes: el afán de ocultamiento y el afán del beneficio. Así, dijeron que los bulos son mentiras interesadas, construidas a conciencia. Si miráis el diccionario de la RAE, no la mejora. Pues bien, la construcción de bulos estaría precedida por la devaluación de la verdad, hasta extremos, a veces, impúdicos. Uno de los participantes citó a Steve Bannon, jefe de estrategia durante el primer mandato de Donald Trump, un experto en estas lides, que ha pronunciado sentencias tan “lindas” como éstas: “la verdadera oposición son los medios”, “Y la forma de lidiar con ellos es inundar el terreno de mierda”. Elon Musk, por su parte, les dice a sus tuiteros: “ahora la prensa sois vosotros”, superando al referente histórico en estos menesteres: el ministro de propaganda nazi, Joseph Goebbels. Y claro todo esto viene de un descrédito social respecto a la credibilidad de los medios habituales de información. Lo mismo que el origen del auge de la ultraderecha en la política estaría en el hartazgo de los votantes respecto de la política al uso... pero de esto hablaremos otro día. Solamente decir que la búsqueda del bien y la verdad parece haberse quedado obsoleta. Aunque no los peligros a los que quedamos expuestos.

Sin embargo, la pregunta filosófica que nos interesaba aún estaba en el aire: ¿por qué este tipo de estrategias funcionan todavía? Y las nuevas hipótesis de los participantes querían acogerse a cierta imagen de la naturaleza humana: mensajes simples y estereotipados, repeticiones y repeticiones mecánicas, mensajes que apelan a las emociones, acudir a la comodidad de los usuarios, o bien a los miedos, algo que siempre da bastante juego para el control de las masas. A lo que podemos preguntar: ¿siempre somos así?, ¿todo en nosotros se rige por lo simple, lo mecánico, lo emocional, la comodidad, el miedo? Y lo más importante, nosotros que estamos aquí, ahora, dialogando ¿nos sentimos así?, ¿solamente somos eso? Estas preguntas despertaron la conciencia crítica de los participantes. De ahí la importancia de hacerse las preguntas. Y comenzaron a decir que estamos educados así, habituados a reaccionar de ese modo, ante lo que nos presentan los reclamos sociales habituales. Y que, entonces, lo que necesitamos es una buena educación de lo que sería una verdadera democracia, que impulse el espíritu crítico en la ciudadanía. Esto incluye apreciar lo digno de ser apreciado y cuestionar lo que debe ser cuestionado. Aprender como sociedad a decir no a lo inaceptable, tanto inmediato como mediato, a medio y largo plazo. Los mayores males se van gestando a fuego lento y la invasión de los peligros no se aprecian fácilmente, hasta que estamos bien cercados.

Pero este cambio de rumbo no sería posible sin nuestra propia implicación y responsabilidad personal, así como sin el entrenamiento para una alerta racional a tiempo, de todo aquello que no debe ser, porque es falso o es dañino. Prácticas sencillas proponen nuestros participantes, en la lucha contra los bulos, como leer a fondo lo mensajes, desde el sentido común, o no reenviar una noticia en las llamadas redes sociales de Internet sin más, sin haber comprobado la veracidad de lo que se dice. En definitiva, si queremos a nuestros amigos, tanto conocidos como desconocidos, debemos cuidar de ellos. Y una manera cotidiana en la que podemos cuidar de ellos es el cuidado de la información que les trasladamos. Su calidad, su veracidad, su importancia, su pertinencia, su utilidad, su rigor. ¿O no procedería así un buen profesor con su alumnado? ¿O bien, un buen periodista con sus lectores o seguidores? Entonces, ¿por qué no también nosotros? Vamos a cuidar unos de otros. Y hay muchas maneras en que podemos hacerlo. Vale.

miércoles, 1 de enero de 2025

¿Para qué vivimos?


Sobre el sentido de la vida

Café Filosófico en Torre del Mar 15.1

24 de octubre de 2024, Taberna El Oasis, 18:00 horas

El sentido de nuestra vida consiste en desarrollar las capacidades que están en nuestro interior; desarrollarlas, considerarlas y expandirlas. (…) Paralelamente al desarrollo de las facultades existe un desarrollo subjetivo: el de la conciencia de uno mismo.

Antonio Blay

No hay duda de que un hombre cuya vida es muy rica, un hombre que ve las cosas como son y está contento con lo que tiene, no está confuso; tiene las cosas claras y, por lo tanto, no pregunta cuál es el objeto de la vida. Para él el hecho mismo de vivir es el comienzo y el fin. (…) Esta pregunta sobre el objeto de la vida, la formula tan sólo aquél que no ama; y el amor sólo puede hallarse en la acción, en la relación.

Krishnamurti


¿Para qué vivimos?

¿Dónde buscar el sentido de la vida? ¿Hay que buscarlo? ¿Es algo que se busca? ¿Dónde alinearnos con él, al menos? ¿Fuera de nosotros? ¿Dentro? ¿En mí, en el mundo? ¿Tenemos que dirigirnos hacia el futuro? ¿Hacia el pasado? Quizá sea ésta una de la cuestiones que más nos preocupa o inquieta como seres humanos que nos damos cuenta de nosotros mismos en relación al mundo. La pregunta por el sentido de la vida, de nuestra vida, parece lanzarnos hacia el futuro. Es posible. Pero el futuro se va construyendo desde el aquí y el ahora... ¿Cómo saldrán de este atolladero, plenamente humano, nuestros participantes del primer Café filosófico de la temporada en Torre del Mar? ¿Qué te podrán aportar a ti, que lees este relato y que también estás sintiendo la pregunta como tuya: te afecta y te sientes afectado. Confía en ellos y en ellas. Dieciocho ojos ven más que uno (estamos hablando de los ojos interiores o del alma, claro).

El diálogo filosófico no comenzó por ahí, sin embargo, o quizás sí: ¿es posible que situarnos (y ejercitarse uno para ello) en la perspectiva del amor incondicional, nos ayudara en la (anhelada) búsqueda del sentido de la vida? Más adelante el grupo te mostrará si esto es así o no lo es. Pero, sin duda, merecerá la pena que los acompañes. Lo cierto es que por la perspectiva a la que nos abre el amor incondicional comenzó el intercambio de experiencias. ¿Cuando he sentido yo un amor incondicional? No condicionado por nuestra mente, nuestros deseos o temores. Es decir, un amor verdadero, maduro, lúcido, a pesar de las situaciones, las personas, si me corresponden o no me corresponden en mi amor por ellas, si algo me gusta o no me gusta, si se parece a mí o no se parece a mí, etc. Circunstancias que sin duda condicionarían mi amor y lo instrumentalizarían. Amo para... Y no sería un amor en sí y por sí. Veamos. Repasa en tu memoria. O primero, escucha lo que dijeron ellos y ellas, sus ejemplos de “amor incondicional”: el amor a mi perro, a mi hijo, a mi hija, a mi trabajo como enfermero, a un recién nacido, a uno mismo, a mi familia, a mi sobrino, el amor de los que trabajan para los demás sin pedir nada a cambio, el trabajo bien hecho, la educación de mi hijo, cuando contemplo a una flor. Habría que darse cuenta, entonces, de que el amor puede expresarse de variados modos, respecto de muchos objetos o seres, pero que el amor es en sí siempre uno, una cualidad esencial nuestra, como la inteligencia, la energía, la belleza o la felicidad. Que el amor de pareja o a los hijos son modalidades de la capacidad humana de amar; que no la agotan, sino que sirven de estímulos para su desarrollo. Amando nos desarrollamos... ¿nos realizamos? Veremos a ver.

¿Para qué vivimos? ¿Para qué vivir? ¿En qué puedo basar mi vida? Éstas fueron las preguntas-eje que guiaron la búsqueda de una respuesta, acerca del sentido de la vida. Estábamos filosofando, juntos. Y comenzaron los intercambios, de donde salieron estas ideas: el sentido siempre aparece mirando hacia atrás en tu vida, retrospectivamente; hay que buscar el sentido desde una perspectiva biológica: perpetuar la especie; vivir consiste en intentar ser felices; el sentido de la vida consiste mejorar la sociedad; confiar en el juego entre el azar y la necesidad (Jacques L. Monod); o llenar mi vida de acciones... Y es cierto que podemos adoptar diferentes miradas para abordar el problema del sentido: biológica, individual, social, histórica. Pero de este modo se notaba que no avanzábamos mucho. De manera que el moderador del encuentro introdujo un sesgo: no mirar el sentido de “la vida”, sino el sentido de “mi vida”, el sentido para mí, de mi vida. Quizás este ancla fuera de utilidad: ¿cuándo vivo yo mi vida más plena, con más sentido para mí? ¿Cuándo me siento más vivo? Y ya apuntaron otras cumbres: la alegría de vivir, disfrutar de las pequeñas cosas, la conexión con las personas, estando abiertos a lo que hay, la receptividad, la consciencia, satisfacer una meta, amar, amarse a uno mismo, cultivarnos, luchar en el día a día para que las cosas de este mundo vayan un poco mejor, vivir que vivo.

La cosa se estaba encaminado hacia un lugar que el grupo comenzaba a intuir, porque si preguntamos lo que tienen en común las anteriores experiencias, no había duda: el sentido de nuestra vida (y de la vida en general, tal como la vivimos los seres humanos... quizás todos los seres vivos) transcurre en presente. Mientras discurre. Una votación abrió esta respuesta. El pasado y el futuro eran candidatos, sí, pero ambos son aquí y ahora o no lo son. Es imposible vivir el pasado o el futuro, si no es ahora. Hoy es siempre todavía, decía el Poeta. Pero quisieron repasar los participantes algunas dudas que estaban en el ambiente de la discusión, representadas por algunas de las personas asistentes al encuentro: el presente no dura, es pasajero, ¿cómo va a estar ahí el sentido de nuestra vida?; la experiencia del presente incluye una, aunque sea, mínima proyección hacia el futuro; de la misma manera que nuestra conciencia del presente viene marcada por nuestro pasado; nuestra realización o la realización de proyectos necesita tiempo, la duración en el tiempo, una secuencia y no un punto, un momento inasible. Serias dudas que el grupo habría de asumir, asimilar y ser capaz de transformar.

Veamos, ¿dónde podemos poner el “lugar” del sentido? Y con unanimidad: el presente, de nuevo. No se trataba de invalidar el pasado ni el futuro. Se trata de tomar conciencia del lugar desde dónde vivo, y sobre todo, desde dónde me vivo. De esta manera, mi vida tendrá sentido para mí, si yo me siento protagonista o actor de la misma, si yo me siento sujeto y no objeto. Y no hay otra manera de sentir esto que momento a momento, estando muy presente yo mismo, en mis relaciones conmigo mismo, con los demás y con el mundo. Si mi conciencia va actualizándose momento a momento. Por eso, quizá, el sentido tenga más que ver con la eternidad que con la temporalidad; con la ausencia de tiempo que con el tiempo, la secuencia temporal. De ahí que el sabio Aristóteles distinguiera entre los conceptos de entélekheia y enérgeia. La única realidad que puede tener sentido para nosotros es la que está fraguándose en este instante (enérgeia). Mostrándose lo que es, en su mostrarse, en su propio desenvolvimiento, no solamente que es (entélekheia), con sus cualidades o características propias, producto de un desarrollo. Yo puedo ser profesor de filosofía o puedo ser campeón de ciclismo, poseo todas las capacidades para ello, lo he demostrado, pero esas capacidades habrán de actualizarse en cada momento para enseñar de veras filosofía o volver a ganar una carrera ciclista, tendré que ejercerlo en cada situación actual, ahora. Momento a momento. Por eso decía Oscar Wilde que no es lo mismo existir que vivir. La plenitud o el sentido viene de aquí, viviendo, no solamente existiendo. Entonces, ¿la compresión del hecho de vivir y su aplicación práctica ya me asegura que mi vida tendrá sentido para mí en adelante? No. Solamente me indica el camino por el que caminar. Se hace camino al andar, decía también el Poeta. Pero ir bien encaminado me libera de miedos y deseos espurios. No se puede buscar el sentido de la vida en un más allá de la vida (que nunca se alcanza del todo), su sentido es el vivir mismo. Ejerciéndolo. Realizándome al vivir. De la misma manera que el sentido del amor es amar. Cuando amo (un amor consciente y lúcido, en sí y por sí, no por o para otra cosa), entonces soy yo más yo mismo. Y todo cobra sentido... ¡nuevos sentidos! La realidad que vivo se ilumina y es luminosa. Inspiro... ¡gracias! Exhalo... ¡confío! Vivo. Vida.